Se podría hacer una película con lo que debe haber pasado por la cabeza de Pilar del Río desde que se enteró de que su marido, José Saramago, había ganado el Premio Nobel de Literatura hasta el momento, un día después, en que la noticia fue comunicada de manera oficial. “Se me cayó el mundo encima”, le cuenta ella ahora, desde Lisboa, a Infobae. ¿Qué hacer, cómo callar para proteger al indiscreto, cómo vivir esas horas con semejante notición en el pecho?
Era el año 1998 y el escritor portugués ya era una celebridad mundial. Había publicado novelas como Levantado del suelo, como Memorial del convento y como Historia del cerco de Lisboa. Ya había tenido un conflicto por su libro El evangelio según Jesucristo y se había ido de su país porque se negaron a que ese título representara a Portugal en un Premio. Pero, sobre todo, había escrito, poco antes, Ensayo sobre la ceguera. Esa alegoría del poder y lo que no queremos ver había pegado fuerte. Quizás eso hizo que el jurado prestara atención a toda la obra anterior. Con la Academia Sueca nunca se sabe.
No es que no se imaginaran, Saramago y Pilar, que podía tocarle el Nobel pero tampoco estaban todo el tiempo pensando en eso. Entonces era octubre de 1998, los días previos al anuncio del Premio Nobel y el escritor estaba de viaje.

“Venga, te lo empiezo a contar, a ver cómo voy recordando los momentos de hace 26 años”, dice ahora, en el teléfono, Pilar del Río. “Sé que el día anterior, es decir, el miércoles, José no estaba en casa, estábamos comiendo en ese momento en la mesa de la cocina con la persona que trabajaba conmigo, Pepa, otra amiga y mi hermana. En fin, estábamos haciendo la comida de mediodía. Y de repente suena el teléfono y es una llamada de un número desconocido. Atiendo: era de Suecia.”
¿Quién llamaba desde Suecia, justo en los días del Nobel? Pilar del Río es periodista, no le resultaba indiferente esa combinación. Era un conocido. Portugués. “Era un profesor que se llama Amadeo Batel, que para no irse a hacer la guerra colonial había huido a Suecia donde el gobierno sueco había dado cobertura a los que huían del fascismo”, cuenta Pilar. “Acabó estudiando en la Universidad de Estocolmo y acabó haciendo la carrera y siendo profesor allí”.
-¿Y qué quería?
-Bueno, pregunta por José, le digo que no está, me dice que dónde estará el día siguiente. Y le pregunto: ¿Por qué quiere saber dónde estará mañana? Y me dice: ya sabes, porque mañana es el Nobel, para saber dónde va a estar...
-Raro.
-Claro, le he dicho: “Oye, todos los años es el Nobel nunca ha llamado nadie, ¿por qué llamas ahora? Y no me lo quería decir pero insistí tanto -soy periodista- que acabó por contarme. Pero me dijo: “Por favor, por favor, por favor, no se lo puedes decir a nadie porque yo he sido convocado por la Academia para traducir el texto del porqué le dan el premio, que siempre lo hacen a la lengua del autor que ha ganado aparte del inglés y el sueco. Y me han pedido que discretamente me entere de dónde está José, pero me dijeron que no dijera nada. Y ellos, si José sabe algo, lo van a notar.

-Qué difícil.
-Le dije que no se preocupara, que yo lo daba por secreto profesional y que no se lo iba a decir a nadie. Hasta ahí la conversación, volví a la mesa pero, por supuesto, ya no podía comer. Me dijo “Premio Nobel”, ¡bum! y se me cayó el mundo encima. porque el Premio Nobel es mucho más importante cuando no lo tienes que cuando lo tienes. Cuando ya está, ya no se piensa más en el Nobel. Pero cuando hay una posibilidad.... Y además porque desconoces lo que va a ocurrir, piensas que te va a cambiar la vida entera.
-¿Cómo siguió ese día?
-En dos o tres momentos se me ocurrió decirle a mi amiga: “Oye, ¿no debería ir a la peluquería?” Y ella: “¿Por qué ahora, que estamos trabajando? Aprovechemos que no está José... “Y yo: “No sé, porque mañana es el Nobel, imaginaros que de repente...”. “¡Pilar, déjate de tonterías!” En fin, pues no hice nada.
-¿Y no pensaste en llamarlo?
-El problema fue cuando se fue todo el mundo y me quedé sola y hablé con José, que estaba en Frankfurt. Y por un lado pensé: ”Y si han engañado a Amadeo Batel? ¿Le voy a transmitir esta ansiedad a José? He prometido no decírselo y por el bien de José tampoco se lo voy a decir”. Luego me he dado cuenta de que si habían llamado a Amadeo y él ya había estado en la Academia Sueca, evidentemente no era una broma. Entonces estuve muy nerviosa, iban pasando las horas, iba viendo las quinielasde Nobel, la gente que podía salir, la gente que no podía salir. No estaba el nombre de Saramago ese año, otro año sí había estado. Y bueno, no conseguí dormir nada. Lo mismo lloraba que reía, decía: “Es que va a ser un cambio de vida, ¿va a ser para mejor o va a ser para peor? Si ya es muy solicitado, ¿cómo nos va a afectar esto a nosotros? Y bueno, fue horrible, tengo que decirte que fue horrible. A la mañana siguiente, por supuesto, estuve levantada desde muy temprano y queriendo trabajar sin poder. Me dijeron: “Amiga, ¿pero qué te pasa?” Y yo: “Nada, oye, creo que deberíamos de salir a comprar cerveza”. “¿Cerveza para qué?” “No, Pilar...”
-Y pasaban las horas.
-A las 12 sonó mi teléfono, y me entró un número desconocido y una llamada en inglés. Entonces se lo paso a la compañera que sí ha hablado inglés, preguntan por Saramago, no está, y que entonces quiere hablar conmigo. Entonces me pasan al presidente de la Academia y, ya en francés, me dice que Saramago es el Nobel. Y ahí fue cuando ya pude dar el grito y respirar.
-Uf, qué alivio.
-Pero fue muy duro. Luego no podía hablar con José porque los teléfonos estaban todo el tiempo sonando y porque José no llevaba móvil. En fin, fue muy duro, fue muy duro, muy duro, muy duro. Y ahora mismo te lo estoy diciendo y otra vez me duele el estómago. Pero también fue muy hermoso. Y le evité a José esa jornada de ansiedad y angustia: él fue la última persona del mundo que se enteró, cuando estaba en el aeropuerto, pudo reflexionar, ir con su gabardina y su maletilla que es la que yo utilizo ahora para los viajes. Pudo pensar “Me han dado el Nobel, bueno, ¿y qué?”
-¿El supo que tenías la noticia antes y no le dijiste nada?
-Sí, claro. Al principio me riñó, dijo que eso no se hace. Luego, cuando fue viendo la dimensión, el peso de la noticia y la responsabilidad que se le vino encima, se alegró de no haberlo sabido. Más tarde escribió o dijo a algún medio que la soledad era estar en un pasillo del aeropuerto, regresando a la Feria de Frankfurt, ya que no tomó su vuelo, y no poderlo compartir con la persona que quería y tenía todas las complicidades.
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