
Tras el nombramiento de Adolf Hitler como canciller de Alemania el 30 de enero de 1933, muchos escritores, artistas e intelectuales se vieron obligados a exiliarse por la amenaza que el nacionalsocialismo suponía para ellos.
Aunque en un principio buscaron refugio en los países vecinos, su destino final acabó siendo el continente americano –especialmente Estados Unidos y México–. Allí encontraron cobijo figuras tan imprescindibles de la literatura alemana como Thomas Mann, Bertolt Brecht o Anna Seghers, entre otros.
Orígenes de una huida
El ascenso al poder de los nazis provocó el fin de la República de Weimar (1918-1933), una democracia parlamentaria establecida en Alemania tras la Primera Guerra Mundial. A partir de 1930, fecha en la que los nacionalsocialistas se convirtieron en la segunda fuerza política más votada, no faltaron señales del peligro que se avecinaba. Sin embargo, la gran mayoría de la ciudadanía no fue capaz de imaginar las terribles consecuencias de un cambio con el que comienza una dictadura que llevará a Alemania a la destrucción.

El 10 de mayo de 1933 los nazis lanzaron la “Acción contra el espíritu no alemán”, que marcó el inicio de la persecución sistemática de escritores judíos, opositores y políticamente impopulares. En un movimiento perfectamente organizado, se quemaron en Berlín y otras ciudades universitarias las obras de numerosos autores. Poco después se divulgó la primera de muchas listas de libros que debían ser retirados de las bibliotecas públicas.
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La quema de libros fue el preludio de una dura represión para muchos escritores, periodistas y académicos. La imposibilidad de seguir ejerciendo su profesión hizo que muchos optaran entonces por abandonar Alemania. Convencidos de que el régimen nazi no duraría mucho en el poder, huyeron a países europeos colindantes como Francia, Austria o Checoslovaquia.
Salir de Europa
Esta esperanza desapareció en 1938 tras la anexión de Austria, la posterior invasión de los Países Bajos, Francia y Checoslovaquia y los acuerdos de tránsito de mercancías y tropas que Suecia estableció con el gobierno alemán.

Estados Unidos se convirtió entonces en uno de los pocos países que todavía ofrecía asilo a los refugiados, pese a las dificultades burocráticas en la obtención de visados. Entre 1933 y 1944 llegaron a EE. UU. 218 298 refugiados alemanes y austriacos, de los cuales aproximadamente 110 000 eran de origen judío. El presidente Roosevelt apoyó actividades diplomáticas destinadas a facilitar la llegada a EE. UU. de refugiados europeos. Esta función fue secundada por asociaciones no gubernamentales en el ámbito literario como la Sociedad germano-americana para la cultura (German-American League for Culture) y la Asociación americana para la libertad de la cultura alemana (American Guild for German Culture Freedom).
La labor de denuncia realizada por intelectuales y escritores en los países europeos continuó también en EE. UU., pese a las dificultades que representaban el desconocimiento de la lengua y de la cultura norteamericana.
Mann nunca volvió a instalarse en Alemania
Una de las actividades más conocidas en este sentido fueron los discursos radiofónicos de Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zürich, 1955).

Tras emigrar a Suiza en febrero de 1933 y haber sido desposeído de su nacionalidad en diciembre de 1936, Mann –premio Nobel de literatura en 1929 y autor de novelas tan leídas como Los Buddenbrook (1901), Muerte en Venecia (1913) o La montaña mágica (1924)– se trasladó en 1938 a Estados Unidos con su familia.
Desde allí continuó la lucha contra Hitler en escritos y conferencias y, especialmente, en los discursos radiofónicos dirigidos a sus compatriotas y difundidos por la BBC entre octubre de 1940 y mayo de 1945. El objetivo principal de estos breves discursos, de apenas ocho minutos de duración, era difundir la verdad sobre el nacionalsocialismo, el exterminio de los judíos y el curso real de la guerra para concienciar a los alemanes de las atrocidades y catástrofes que los dirigentes políticos habían traído al país.
Mann regresó a Europa en 1952. Aunque volvió de visita, se negó a instalarse de nuevo en Alemania y pasó los tres últimos años de su vida en Suiza.
Brecht, sospechoso de comunismo
En el exilio americano pasó también varios años Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín Este, 1956).

Antes de su huida de Alemania en 1933, era ya uno de los dramaturgos más prestigiosos del país. Durante el incendio del Reichstag el 27 de febrero de 1933, Brecht huyó a través de Praga y Viena a Suiza y luego a Dinamarca. Allí escribió la obra de teatro Terror y miseria del tercer Reich (1938), en la que narra la vida diaria bajo el nazismo.
Después de que las tropas alemanas invadieran Dinamarca, se trasladó a Suecia y Finlandia. En mayo de 1941 obtuvo un visado para Estados Unidos y se instaló en Los Ángeles en una comunidad de exiliados alemanes, pero nunca llegó a adaptarse al país, no solo por las diferencias culturales y lingüísticas, sino también por sus intentos frustrados de establecerse como guionista en Hollywood.
Tras ser interrogado por el Comité contra Actividades Antiamericanas bajo sospecha de pertenecer al Partido Comunista, viajó a Suiza, único país que le concedió permiso de residencia. En 1948 se mudó a Berlín Este donde, junto con su esposa, Helene Weigel, fundó la compañía teatral Berliner Ensemble.
Seghers, camino a México
Anna Seghers (Maguncia, 1900-Berlín Este, 1983) es otra de las grandes figuras de la literatura alemana que tuvo que huir del país en 1933.

Nacida en el seno de una familia judía, su primera novela, La revuelta de los pescadores de Santa Bárbara, fue distinguida en 1928 con el prestigioso Premio Kleist de literatura.
Miembro del Partido Comunista Alemán, Seghers huyó a Suiza tras ser arrestada temporalmente por la Gestapo y desde allí se trasladó a París. En 1941 consiguió escapar con sus hijos en uno de los últimos barcos que salieron de Marsella y se estableció en Ciudad de México. Como ella, fueron muchos los comunistas que llegaron a México por tener prohibida la entrada en Estados Unidos. Desde allí llevaron a cabo una importante labor cultural por medio de la editorial El Libro Libre, el club cultural Heinrich Heine, del que Seghers fue la presidenta, y la Asociación Alemania Libre.
Seghers regresó a Berlín en 1947. Su piso en el barrio obrero de Adlershof aloja hoy un museo sobre su vida y su obra.
Fuente: The Conversation
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