Fui, vi y escribí: Habla, memoria

A partir de un gran documental de la chilena Maite Alberdi, una serie de libros y películas sobre los procesos humanos de recordar y olvidar. Este artículo reproduce el newsletter de Cultura: lecturas, cine, teatro, arte, música e historias que despiertan entusiasmo y, por qué no, fascinación o perplejidad

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"La Memoria Infinita", de Maite Alberdi, documenta el dolor de la desintegración de los recuerdos, desde la belleza de lo real y sin pasar por encima de la intimidad de alguien vulnerable.
"La Memoria Infinita", de Maite Alberdi, documenta el dolor de la desintegración de los recuerdos, desde la belleza de lo real y sin pasar por encima de la intimidad de alguien vulnerable.

Hola, ahí.

Los recuerdos pueden ser asfixiantes, lo sabemos. Hay algo en aquello que fuimos que algunas veces cuesta olvidar y que puede convertirse en agobio y hasta dejarte en llanta en medio del camino, pero ese mismo equipaje del pasado es también la película de nuestras vidas, aquello que nos marca de dónde venimos y quiénes somos.

Ya lo dije y lo escribí muchas veces: perder ese registro es una de las cosas que más temo. Que mi futuro sea cada vez más estrecho me angustia menos que la posibilidad de vivir sin recordar.

Cada uno tiene sus obsesiones.

Hace unos diez años, el italiano Giancarlo Murisciano posteó esta foto en su cuenta de FB: quien está en sus brazos es su abuela, con Alzheimer, la mujer que lo cuidaba a él cuando era chico.
Hace unos diez años, el italiano Giancarlo Murisciano posteó esta foto en su cuenta de FB: quien está en sus brazos es su abuela, con Alzheimer, la mujer que lo cuidaba a él cuando era chico.

La fragilidad y el tiempo

La imagen circuló mucho unos diez años atrás, en los comienzos de la era de la viralización, cuando las redes sociales comenzaban a reemplazar a los medios tradicionales a la hora de difundir —y también de crear— las noticias.

Ocurrió durante una celebración de Año Nuevo, cuando en su casa familiar del sur de Italia, Giancarlo Murisciano, entonces de 28 años, tomó en brazos a su abuela de 87 años, enferma de Alzheimer, y la acomodó en su regazo.

Seguramente, cuando lo hizo, Giancarlo no tenía idea del efecto que esa “Piedad” sentimental que posteaba en su cuenta de FB iba a tener en todo el mundo. La foto del muchacho con la viejita a upa iba acompañada de un mensaje que decía: “En el pasado eras vos quien me tenías sobre tus piernas, ahora lo hago yo, abuelita, sin vergüenza y sin temor, para recordarles a todos que la vida hay que vivirla y pelearla”.

"La Memoria Infinita" - Tráiler Oficial

Me acordé de esta emocionante historia de amor en estos días, luego de ver La memoria infinita, el nuevo documental de la chilena Maite Alberdi, la directora de El agente topo, la película que, en una talentosa mezcla de géneros, contaba cómo a los 83 años y viudo reciente, un hombre consigue un trabajo como espía que lo obliga a infiltrarse en un geriátrico y así es posible ver cómo es la vida en esa institución real, quiénes son las personas que allí habitan, quiénes aún tienen algún familiar que se ocupa de ellos y quiénes están ahí a la espera del final que no tardará en llegar.

La nueva película de Alberdi vuelve a ocuparse del tema de la vulnerabilidad en la vejez. Esta vez, la cámara registra lo que fueron los cambios en la cotidianeidad de Augusto Góngora (1952-2023), un reconocido periodista y conductor de TV chileno, luego de ser diagnosticado con Alzheimer, a los 62 años.

Durante los últimos nueve años de su vida, mientras la bruma iba apoderándose de sus recuerdos, su esposa Paulina Urrutia, actriz, ex ministra de Cultura de Michelle Bachelet, se convierte en la responsable principal de su bienestar y es ese detalle del día a día lo que narra esta película tan desgarradora como luminosa.

"La Memoria Infinita" registra el día a día de la vida de un hombre que lucha contra una enfermedad irreversible.
"La Memoria Infinita" registra el día a día de la vida de un hombre que lucha contra una enfermedad irreversible.

El golpe de la enfermedad

Al Góngora joven, al cronista de la dictadura de Pinochet, lo vemos a través de fragmentos de videos de época, cuando se las arreglaba con arrojo e ingenio para informar el estado de las cosas en tiempos de censura. También son imágenes de archivo los momentos en que actuó a los ponchazos en una película del gran Raúl Ruiz. O alguna de sus entrevistas al inolvidable Pedro Lemebel. O el padre amoroso que se reía y jugaba con sus hijos, hoy ya adultos, aquellos que tuvo con su primera esposa. Ese pasado es archivo.

El presente de la película, que puede verse en Netflix, tiene como protagonista a un hombre de rostro amable y ya golpeado por la enfermedad, alguien que va perdiendo contacto con el mundo aunque conserva durante años la capacidad de asombro de un niño amoroso.

La imagen de Paulina Urrutia despertando por la mañana al amor de su vida (se unieron en 1997, cuando ella tenía 26 años y él, diecisiete años más) y recordándole todo el tiempo quién es ella y cuál es la relación que tienen es profundamente conmovedora. Como lo es el modo en que Augusto circula por el escenario en donde Paulina ensaya una obra teatral. Y muy conmovedor es asistir, pero en otro registro, a la decepción que sufre ella en ciertos momentos y al abatimiento, cuando no tiene modo de tomar distancia de su marido ni un segundo.

Ahí advertimos lo que muchos conocemos de la vida real: ella lo cuida a él, sí, pero a ella no la cuida nadie.

Una escena de "La Memoria Infinita", el documental de Maite Alberdi que puede verse por Netflix.
Una escena de "La Memoria Infinita", el documental de Maite Alberdi que puede verse por Netflix.

La memoria infinita es la historia de una pareja que enfrenta la enfermedad irreversible que padece uno de ellos pero que los afecta a ambos. La cámara está siempre allí donde están ellos aunque es evidente que hubo un cuidado exquisito en la edición de las imágenes, en la búsqueda de documentar la belleza de lo real sin provocar daño ni arrasar la privacidad de alguien tan frágil.

Y si la cámara está siempre allí es porque, aunque Paulina Urrutia en un comienzo se negó a aceptar la propuesta de Maite Alberdi de registrar el paso de la enfermedad, Augusto Góngora sí aceptó hacerlo, cuando todavía tenía cierto margen de independencia.

Y lo hizo, según contaron en una nota sus hijos adultos, porque no podía decir que no. El periodista que se atrevió a mostrar los rincones de la historia que el poder buscaba ocultar; el mismo que, ya en democracia, durante veinte años condujo el área cultural de la televisión pública chilena, el presentador de tantos ciclos y autor de varios libros sobre la memoria social y política de su país, decidió que, así como tantos chilenos le habían abierto en su momento la puerta a sus propias historias de vida, él no podía negarse a contar la suya.

El Augusto Góngora que conoce el espectador es el hombre que en los primeros momentos de la enfermedad sigue encontrando en la lectura el suero de la vida y que, poco a poco, va perdiendo capacidades hasta convertirse en un alma triste que tiene pesadillas aún despierto: la peor, cuando llama a sus hijos, como si alguien se los hubiera arrancado de los brazos.

Augusto Góngora y sus hijos, en una imagen de archivo que se ve en "La memoria infinita".
Augusto Góngora y sus hijos, en una imagen de archivo que se ve en "La memoria infinita".

Otra escena particularmente punzante: la desolación en medio de la madrugada y el desconocimiento absoluto de su propia identidad, caminando hacia ninguna parte y aferrado a los libros que ya no podrá leer.

Pero te dije que se trata de una película desgarradora y también luminosa. Y esto es porque La memoria infinita insiste en mostrar que es posible sostener el amor aún frente a obstáculos insalvables. Y así, lo que vemos es un hombre amado y cuidado que también entrega amor y agradecimiento: cuando lo acompañan a caminar, cuando lo ayudan a asearse, cuando le dan de comer, cuando le dan tranquilidad para conciliar el sueño. Un hombre que la mayor parte del tiempo consigue detener a sus fantasmas y sentirse seguro y abrazado, como cuando frente a un vidrio que lo refleja habla como si ese hombre que tiene enfrente no fuera él mismo sino un gran amigo o un vecino de toda la vida.

A la hora del crepúsculo, cuando nos despedimos de todo, recibimos lo que dimos cuando éramos pura luz, estoy segura.

Una escena de "Lejos de ella", de Sarah Polley, con Julie Christie.
Una escena de "Lejos de ella", de Sarah Polley, con Julie Christie.

Historias sin recuerdos

La literatura y el cine tratan el tema del Alzheimer o las enfermedades que afectan al cerebro con frecuencia. Como en El hijo de la novia, de Juan José Campanella, con esa mujer siempre sorprendida por el amor de su familia o en la minimalista y decadente oscuridad de Amour, la agobiante película de Michael Haneke con Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. O como en la inquietante relación con la realidad de El padre, la película con Anthony Hopkins y Olivia Colman, con el personaje principal hundiéndose en la demencia mientras los espectadores comparten su confusión desesperada.

O como en el detallado proceso de demolición de ML, la amiga y ex amante enferma de la narradora de Desarticulaciones, la nouvelle de Silvia Molloy publicada por Eterna Cadencia. O la transformación de la protagonista de Lejos de ella, la película de la canadiense Sarah Polley con Julie Christie, basada en un cuento de Alice Munro (‘The Bear Came over the Mountain’).

Anthony Hopkins en una escena de "El padre".
Anthony Hopkins en una escena de "El padre".

En esta historia, un hombre y una mujer comparten su vida hace cuarenta y cinco años. Fiona tiene Alzheimer, pero aún conserva momentos de lucidez y en uno de ellos toma la decisión de internarse. Grant la lleva a la clínica: una vez que están en la nueva habitación de Fiona, hacen el amor por última vez y ella le pide que se vaya. La despedida física y amorosa en un cuarto ajeno es de una tristeza abrumadora. Ya nunca será la misma. Él tampoco.

Memorias chinas

En estos días leí un libro hermoso y en el que la memoria juega un papel crucial. Se llama Pabellón rojo y su autora es Cristina Iglesia. Me gusta muchísimo la narrativa de Cristina, docente e investigadora y una de las grandes expertas en literatura argentina del siglo XIX. Hasta ahora había leído sus libros de relatos (Corrientes, Justo entonces, Parajes), en los que a la manera de cronista del afuera y de su propia vida en tránsito consigue atrapar al lector. Ya en esos libros se advierte la agudeza y sensibilidad de su mirada.

En su nuevo libro, la autora profundiza el relato autobiográfico a través de postales de infancia y juventud en las que hay un hilo conductor: la fascinación por China.

“La China” llamaban a su madre, lectora fanática de la literatura de la olvidada Nobel estadounidense Pearl Buck, que viajó a buscar la China que estaba en los libros de su escritora favorita. El maoísmo fue la ideología que Cristina abrazó desde muy joven, de manera tan intensa como clandestina la mayor parte del tiempo. Las metáforas y los poemas de Mao (con una versión de Juan L. Ortiz que se reproduce en el libro), enlace perfecto entre misterio, memoria y filosofía.

“Me gustaba ser maoísta. A pesar de lo que me amenazaba en el afuera yo era feliz imaginando un futuro cercano donde todos los que había visto trabajar sin tener nunca nada, la gente del campo, sin ir más lejos, pudiera tener su propia tierra, sus propias vacas, sus propios sueños. No conocía a los campesinos chinos pero sí a los de Corrientes, y ese conocimiento me ilusionaba, me daba fuerzas para seguir. Me gustaba ser maoísta. De veras, quería que la revolución incluyera a los campesinos y sobre todo que incluyera sus sueños.”

“¿Qué decíamos nosotros cuando decíamos China? ¿Qué ramita tan frágil se movió en el aire para que, posados en ella, aterrizáramos en el campo de imágenes orientales que el maoísmo desplegaba ante nuestros ojos admirados?”

"Pabellón rojo", de Cristina Iglesia, fue publicado por editorial Nudista.
"Pabellón rojo", de Cristina Iglesia, fue publicado por editorial Nudista.

La mirada de Cristina hija sobre su madre soñadora y viajera y su padre, médico y director de un leprosario, obsesionado con encontrar la cura de la enfermedad. Su ruta como maestra y militante en horas desesperadas de la política argentina. Las mudanzas obligadas, los exilios internos. Su relato de la masacre de Ezeiza, esa visita prestada a un escenario de tragedia peronista. Corrientes, su lugar de origen y de regreso. Buenos Aires, la ciudad para perderse (o para no ser encontrada). Viajar, como un modo de despertar a la escritura propia y a la posibilidad de incrustar vidas ajenas y apasionantes en el relato de la propia vida.

Todo esto, a través de un modo de narrar despojado y elegante que se convierte en un cálido refugio en temporada de huracanes.

El kibutz del olvido

La semana pasada escribí un texto durísimo, en el que hablaba de la violencia sexual contra las mujeres israelíes en el ataque de Hamas del 7 de octubre y en el que conté un episodio poco difundido, el de las observadoras militares que advirtieron a las autoridades que el grupo fundamentalista preparaba un atentado de gran magnitud y cuyos reportes fueron ignorados. Al menos quince de las observadoras de la base militar del kibutz Nahal Oz hoy están muertas y siete fueron secuestradas: una fue rescatada por el ejército israelí en Gaza y otra murió en cautiverio.

Vengo leyendo sobre este nuevo y trágico capítulo del conflicto desde el mismo día del pogrom y leí muchísimos materiales para escribir el envío anterior. El nombre Nahal Oz parecía reverberar en algún rincón de mi memoria, pero por algún motivo no revisé nada vinculado al viaje a Israel que hice en 2015, cuando estuve junto con otros periodistas latinoamericanos durante tres semanas recorriendo el país y hablando con expertos y con ciudadanos de los diferentes espacios que recorrimos.

Recién un día después de publicar el texto en Infobae algo se encendió en mi memoria y me llevó a mirar la nota que publiqué en otro diario exactamente ocho años atrás y que luego también registré en un libro que escribimos con mi amiga y colega Raquel San Martín.

En "Desarticulaciones", de Sylvia Molloy (Eterna Cadencia), se narra el detallado proceso de demolición de ML, la amiga y ex amante enferma de la narradora.
En "Desarticulaciones", de Sylvia Molloy (Eterna Cadencia), se narra el detallado proceso de demolición de ML, la amiga y ex amante enferma de la narradora.

Ese año yo estuve en Nahal Oz y registré perfectamente lo cerca que estaba el kibutz de la Franja de Gaza, donde un año antes Israel había lanzado una cuestionada ofensiva militar que se mantuvo por 50 días y dejó dos mil muertos civiles palestinos. Durante esa ofensiva murieron 60 israelíes, algunos de ellos militares muertos en terreno bélico y otros a causa de los ataques con cohetes de Hamas. Ese fue el caso de Daniel Tragerman, el nene de cuatro años que murió víctima del ataque de un mortero.

“Hay terroristas y hay palestinos”, me había dicho ese día Iael, una habitante del kibutz Nahal Oz, que también me contó cómo jugaba con sus vecinos cuando era chiquita, cuando iban de compras o a la playa en Gaza y cómo a sus hijos les costaba establecer esa diferencia entre el pueblo palestino y su dirigencia, ya que por entonces veían a todos como enemigos. Ella todavía soñaba con que alguna vez las cosas volvieran a ser como en su infancia y quería estar ahí si eso ocurría, por eso no se mudaba.

No sé qué fue de Iael ni de sus hijos, ignoro qué fue de ellos. Solo espero que estén bien, que si todavía vivían ahí hayan podido salvarse del horror. Da mucha tristeza y desesperanza saber cómo pensaba ella sobre el conflicto y saber de sus deseos de paz y reconciliación e imaginar que, tal vez, pudo ser ella misma víctima del terror.

No sé por qué no me acordé de ella, de nuestra charla, de sus palabras ilusionadas. Imagino que, inconscientemente, me borré de la escena porque no había espacio para ningún yo. Nada importaba más que reconstruir la memoria de esas mujeres abusadas, violentadas, asesinadas. E ignoradas.

Augusto Góngora (1952-2023) y Paulina Urrutia, en una escena de "La memoria infinita", de Maite Alberti.
Augusto Góngora (1952-2023) y Paulina Urrutia, en una escena de "La memoria infinita", de Maite Alberti.

Comienzo a decirte chau.

Las imágenes de este envío son de la película La memoria infinita, de Maite Alberdi y de Lejos de ella, de Sarah Polley. También ilustré con la tapa de Pabellón rojo, el libro de Cristina Iglesia y con la conmovedora foto de Giancarlo Murisciano y su abuela. El título, claro, es un homenaje al singular libro de memorias de Vladimir Nabokov.

Te recuerdo mi mail: es hpomeraniec@infobae.com. Escribime si te dan ganas de contarme algo o de recomendarme buenas lecturas o espectáculos.

Te deseo que pases una buena semana y no es una ironía: creo que en los tiempos más duros debemos regalarnos buenos deseos y buscar la manera de crear entre todos una red de protección amable.

Hasta la próxima.

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