De la figura central de Pablo de Rokha a la “novela coral” de la Convención Constituyente: Álvaro Bisama y un viaje por la literatura chilena

Nacido en Valparaíso en 1975, acaba de publicar “Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha”. Infobae Cultura dialogó con el escritor sobre este libro y también sobre el pasado, el presente y el futuro de su país, donde la poesía es reina. “El campo literario siempre puede ser leído como una especie de guerra”, sostiene

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Álvaro Bisama y su libro "Mala lengua"
Álvaro Bisama y su libro "Mala lengua"

En uno de sus textos más flagrantes, Genio y figura, el poeta chileno Pablo de Rokha (1894-1968) dice lo siguiente ni bien arranca: “Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos! / El canto frente a frente al mismo Satanás, / dialoga con la ciencia tremenda de los muertos, / y mi dolor chorrea de sangre la ciudad”. ¿Cómo alguien llega a estas palabras y las pone por escrito una al lado de la otra? El efecto de lectura es inquietante y demoledor. Conmueve. ¿De dónde viene esta voz? También, todo hay que decirlo, es un tono grandilocuente y mesiánico que parece llegar de otro tiempo –un tiempo olvidado que se niega a morir: comienzos del siglo XX- de forma anacrónica y sin embargo, es indudable, afecta a este presente. Al menos, así le parece al escritor Álvaro Bisama (Valparaíso, Chile, 1975) que acaba de publicar Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha (Alfaguara).

Este encuentro y cruce entre un narrador y cronista reconocido en la actualidad en Latinoamérica (autor de libros tan disímiles entre sí como Caja negra, Música Marciana, Deslizamientos, Death Metal y Cuando éramos hombres lobo, entre otros) con un poeta situado en la primera parte del siglo XX puede parecer, en primera instancia, inesperado. Pero no lo es tanto. Cuenta Bisama, desde Chile, sobre la suma de tensiones que lo llevaron a redescubrir a un poeta ya canónico como De Rokha y a terminar escribiendo un libro como este: “Supongo que hay un tono, una búsqueda. Quizás fue una excusa para ponerme a leer de nuevo literatura chilena del siglo veinte y preguntarme qué sentido tenía. Pienso en lo que el libro no fue, en que quería escribir una ficción y salió una crónica, un perfil. En verdad no tengo muy claro y me gusta que sea así, como si este libro viniese de un lugar que no tenía contemplado pero que estaba ahí, como si esperase a ser escrito. Por otro lado, escribo novelas y soy lector de poesía, como muchos. Por supuesto, hay un punto en que todo escritor chileno o todo chileno a secas se enfrenta a la poesía chilena o a la idea de poesía chilena y con eso, a la idea de literatura. Y eso puede ser maravilloso y terrible porque lo que se encuentra ahí puede ser a la vez un bloque de hielo o una biblioteca abierta, una colección de vidas, un paisaje del infierno, una banda de amigos y amigas, una cordillera muerta; y siempre dos o tres o cuatro silabarios.”

Pablo de Rokha
Pablo de Rokha

De todas maneras, esta obra fue tomando forma de a poco y bajo un sistema que podría considerarse como caótico, expansivo: “El libro vino de varios lados. De unas notas que estaba tomando sobre el poeta Braulio Arenas, de una ficción que pensé en escribir, de varias dudas y preguntas que tenía mientras pensaba en cómo había funcionado la literatura chilena del siglo XX. Escribirlo me hizo visitarlos todos, complejizó esas preguntas, no sé si encontré respuestas”, dice Bisama.

Este procedimiento deja una certeza sobre Mala lengua: no solo es un perfil del poeta Pablo de Rokha, sino que también se trata de la exploración de un momento muy particular del campo cultural dentro de la historia de Chile en la primera parte del siglo XX: cuando era un verdadero campo de batalla y donde las luchas eran feroces a través de libros, panfletos, creación y destrucción de revistas literarias, fundación y quiebre de editoriales y obras enteras que se escribían simplemente en contra, en posición de combate contra el enemigo bien señalizado. Podía ser Gabriela Mistral, Pablo Neruda (“Aquél enemigo que tuve ¿estará vivo todavía?”, le escribió) o Vicente Huidobro o cualquiera: De Rokha iba contra todos, sin piedad y sin medir las consecuencias de sus desbordes. Se lee en la página 210 de Mala lengua: “Despejada la propia leyenda, solo queda espacio para el odio. El odio. Ese odio rokhiano lo mantenía vivo, despierto y alerta como una bestia acorralada”. En este sentido, Bisama hace ahora una salvedad: “No solo en Chile sucede. En todos lados, el campo literario siempre puede ser leído como una especie de guerra, como una sucesión de escaramuzas, como una guerrilla permanente pero también como una comedia oscura o luminosa, depende de dónde se lo mire”.

Álvaro Bisama (Creative Commons)
Álvaro Bisama (Creative Commons)

Mala lengua tiene varios frentes de acción e intervención. Para Bisama fue un viaje “alucinante”, con una parte de la tradición poética que se le presentó como viva, radical e inesperada, y que resonaba e iluminaba sus propias lecturas del presente: “Por eso, ahora mismo, pienso en que a la vez el libro es una crónica pero también un ensayo, y un texto narrativo. El combustible era el asombro, que crecía cada vez que releía a De Rokha, encontraba pistas; y pensaba en que se armaba un puzzle aunque en realidad era una silueta, un palimpsesto, bocetos que corregían otros bocetos. Por eso no trabajé de manera lineal; me abrí a lo que sucedía con las relecturas que estaba haciendo, por eso Mala lengua se fue armando en distintos bloques, variando el estilo y el tono, cambiando las preguntas todo el tiempo, como si la poesía de De Rokha fuese una especie de oráculo sobre él y su siglo pero también sobre el presente. Es verdad que no me acuerdo cuando empecé pero sí cuando terminé: en los meses donde el estallido chileno dio paso a la pandemia”, explica.

Pensar en la figura de Pablo de Rokha, que cuenta con varias decenas de libros publicados entre los que se destaca Escritura de Raimundo Contreras, Arenga sobre el arte, Genio del pueblo y Acero de invierno, es ver cómo lo contemporáneo implica una actitud radical sobre el lenguaje y la literatura. Y que él con el conjunto de su obra se presenta como una gestualidad íntima que a la vez es su versión de la vanguardia, una operación que tensiona al lenguaje de un modo en que la literatura chilena no lo había hecho hasta entonces. Ejemplifica Bisama: “Basta leer Los gemidos, que es del año 1922, y que ofrece un espacio de experimentación total pero también de cercanía, quiere ser un mapa del mundo pero también un retrato del poeta, que aparece ahí exagerado, tremendo, insoslayable, tratando de transformar la poesía. Es lo que será el siglo veinte, su nervio vivo convertido en poesía. Leerlo es entrar de cabeza en él. Es una vanguardia que es consciente de su propio borde, pero también de una energía que le permite exhibirse como algo vivo, un lenguaje literalmente visceral”.

“Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha”, editado por Alfaguara
“Mala lengua. Un retrato de Pablo de Rokha”, editado por Alfaguara

La vida del poeta Pablo De Rokha fue una de esas existencias inverosímiles que solo la realidad puede darles forma, sentido, lógica. Viajes permanentes, inestabilidad económica que llega por momentos a la miseria y a la recomposición milagrosa, una amor (Winétt, también artista y protagonista ineludible del libro) para toda la vida, afiliación y alejamiento del comunismo, muertes violentas hacia adentro de la familia, enfermedades, reconocimientos tardíos (Premio Nacional de Literatura en 1965), suicidios, enfrentamientos imperecederos. Un devenir de este calibre, por supuesto, se filtró en la obra. Es más: la sangre del poeta se fusionó con ella. “Aquí un paréntesis: trato de no hacer literatura”, escribió en algún momento. Era alguien que consideraba que el poeta tiene un lugar y una responsabilidad con la sociedad.

Leer a De Rokha es entender esa tensión, ese ritmo, esa intensidad y también ese humor negro. Cuenta Bisama: “En De Rokha eso es parte de su leyenda, del mito, de la caricatura de él que hacían sus enemigos. Pero también es lo contrario. Se trata de un autor convocante, que funda revistas y arma antologías, que recorre el territorio una y otra vez, que debate sobre arte y política de modo intenso y sofisticado, muchas veces desde la propia intimidad, exponiéndose. Por otro lado, junto a la batalla o las guerrillas literarias está también el modo en que él leía a los otros, porque estaba atento al ruido de lo real”. De Rokha entendía la poesía chilena como un combate pero también como un mapa de escrituras diversas, que se iba a topando a lo largo del territorio, acaso como una fiesta donde los fantasmas bebían y comían con los vivos, confundiéndose.

La vigencia histórica de Pablo de Rokha -también se lo conocía como Amigo Piedra (como una canción de Él Mató a un policía motorizado)- es permanente y su influencia, insoslayable. Leer la literatura del siglo XX en Chile es también abrirse a la pregunta sobre qué significó su obra. La editorial Lumen publicó hace poco la antología que el novelista Carlos Droguett, que era amigo suyo, hizo de sus poemas en los setenta; el año pasado se reeditó Genio y figura, el disco que la banda de rock 8 Bolas armó como homenaje y que Bisama considera que es de las lecturas más potentes que se han hecho de su obra: “Ahora mismo se reeditan sus libros, aparecen textos perdidos como sus poemas sobre China y hay un trabajo importante de recuperación de su archivo que lleva a cabo la Fundación De Rokha”.

Pablo de Rokha, una figura central de la poesía chilena
Pablo de Rokha, una figura central de la poesía chilena

En el libro de Bisama, una de las cosas más atractivas es ver y descubrir cómo la literatura ocupaba un lugar de trascendencia cotidiana donde todo –absolutamente todo- era puesto en cuestión. Vale la pena preguntarse, teniendo en cuenta los conflictos sociales del último tiempo: ¿qué lugar tiene en la actualidad la literatura para la realidad chilena?

En la imagen, la presidenta de la convención encargada de redactar una nueva Carta Magna en Chile, la académica mapuche Elisa Loncón. (EFE/Elvis González/Archivo)
En la imagen, la presidenta de la convención encargada de redactar una nueva Carta Magna en Chile, la académica mapuche Elisa Loncón. (EFE/Elvis González/Archivo)

El autor, que también se desempeña como Director de la Escuela de Literatura en la Universidad Diego Portales (UDP), responde esto: “Un lugar clave, crítico. Se me ocurre que ahora mismo leer a De Rokha, a Manuel Rojas, a Violeta y Nicanor Parra, José Donoso y Gabriela Mistral nos obliga a pensar en esa pregunta y en qué repuestas podemos dar, pero esas respuestas me temo son más bien paradojas o más preguntas. Esas obras son interrogaciones permanentes sobre los modos en que miramos la realidad, algo que se acrecentó en el estallido del 18 de octubre, donde las murallas y lo que estaba escrito en la calle funcionaron como una escritura a la intemperie, múltiple e interminable. Novelas instantáneas, escrituras vivas. Por otro lado, ahora mismo la Convención Constituyente está comenzando a redactar una nueva Constitución. Es un asunto complejo, yo lo sigo a diario porque es un proceso hermoso, contradictorio, lleno de fe pero también dramático. Lo que pasa ahí resuena hacia afuera; esa escritura colectiva es una suerte de metáfora de la escritura del país, es una novela escrita de modo coral, que va creciendo y corrigiéndose en el camino, en tiempo real. ¿Cuál va a ser el tono de ese texto?¿Lo podremos leer como un relato?¿Cómo será esa voz y qué otras voces y ecos usará para ser tejida ¿cómo nos encontraremos en ella?”

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