
Stavanger es una ciudad preciosa. Está en Noruega, frente al mar, a unos cuantos kilómetros de la costa del Reino Unido. Es la capital de la provincia de Rogaland y la cuarta más grande del país —detrás de Oslo, Bergen y Trondheim— con 132 mil habitantes. También se la conoce como la capital noruega del petróleo. Allí, hace casi dos siglos, el 8 de octubre de 1843, nació una pintora exquisita: Kitty Kielland.
Kitty Kielland es conocida por los paisajes de Rogaland, pero quizás, y vista desde hoy, sus mejores cuadros son los de interiores: habitaciones de época con muebles, paredes empapeladas, cuadros, flores, una ventana abierta iluminando el lugar y la presencia de alguna persona, generalmente una mujer —muchas veces es su amiga, la también pintora Harriet Backer— disfrutando del placer de la lectura en la tranquilidad de un bello hogar.
El cuadro que aquí presentamos es uno de sus más destacados: se titula Interior, a secas, y es de 1883. Se encuentra en el Museo de Arte de Lillehammer, en Noruega. Por el nivel de detalle, es una obra pequeña: 43 centímetros de alto por 37 de ancho. Vemos una mujer de vestido negro sentada frente a un escritorio leyendo un libro. Hay cuadros a su alrededor, plantas y flores. El piso de madera tiene detalles magníficos, la flora verdosa resalta y los colores combinan perfectamente.

Su familia era una de las más importantes de la ciudad por la tradición comercial que tenía. Ella estudió dibujo y pintura pero recién al cumplir los treinta años le permitieron dedicarse a esa pasión que atesoraba de niña. Entonces, en 1873, viajó a Karlsruhe, Alemania, a estudiar con uno de los más importantes pintores noruegos: Hans Gude. Dos años después continuó su camino a Munich y logró unirse a una colonia de artistas compatriotas.
Pero su sueño, como el sueño de todo artista de entonces, era ir a París, la cumbre cultural de la época. Y lo lograría, pero antes debía seguir formándose con dos grandeas maestros: Hermann Baisch y Eilif Peterssen. A la capital francesa llegó en 1879 y estudió en la Académie Colarossi. Durante esos años vivió junto a su amiga y colega, la pintora noruega Harriet Backer, una de las mejores de su generación. Compartieron departamento y pintaron muchísimas obras.

Interior es de esa época y la escena ocurre en ese departamento. La mujer rubia que lee sea es Backer, rodeada de sus cuadros y de los de Kielland, que se amontonaban a su alrededor. El texto curatorial del museo que acompaña la obra destaca las “muchas diagonales que dan la impresión de estrechez y desasosiego, que contrasta con la calma de la mujer que lee y el paisaje costero noruego abierto de Kielland en la pared”, que “casi parece una ventana”.
La pintura, que es parcialmente visible en el borde derecho, es su gran retrato de Kielland pintado ese mismo año, 1883. Los curadores del Museo de Arte de Lillehammer sostienen que se trata de “una imagen codificada de amistad: Backer está físicamente presente y Kielland en forma de retrato. Esta dimensión se ve acentuada por la silla vacía en la parte inferior izquierda, y por las dos cestas de plantas idénticas y los abanicos junto a la pared”.
En 1889 decidió volver a su hogar, en Noruega. Entusiasta activista política, participó en debates públicos sobre los derechos de las mujeres y fundó la Asociación Noruega de Asuntos de la Mujer. En 1893 sus obras llegaran a la Exposición Mundial Colombina en Chicago, Estados Unidos. Escribió cuentos, artículos para diarios y revistas, y pintó hasta que la demencia senil que la abordó en los últimos años de su vida se lo impidió. Murió en Kristiania, a los 70 años, en 1914.
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