Marta Minujín: "Este es un momento terrible y preocupante porque no se sabe qué va a pasar en Europa"

Horas antes de la inauguración oficial de su "Partenón de libros prohibidos" en la gran muestra Documenta, la artista argentina habló con Infobae y contó los cuidados que tuvo para montar su obra. "Acá hay miedo. Prefiero mil veces vivir en la Argentina", dijo. También habló de su concepción del arte como cultura espontánea y de sus intervenciones urbanas

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Kassel, Alemania. Enviada especial. Eins, zwei, drei, vier… El rubiecito de pelo largo y remera azul no sabe de arte o sí. Debe tener unos tres años y mientras señala con su dedo índice y le sonríe al papá, cuenta hasta donde le dan los números que ya conoce los libros que funcionan a la manera de ladrillos en el imponente Partenón creado por Marta Minujín que, por alrededor de unos cien días, seguirá deslumbrando a los visitantes de la Friedrichsplatz. "Esto es Documenta", me dice casi en un susurro Marlene, una peruana que vive en Kassel hace 28 años y que ya tiene unas cuantas ediciones de la muestra encima, por lo que sabe perfectamente que estos chicos crecen cerca del arte contemporáneo, naturalizando obras complejísimas por las que en otros lugares muchas veces hay que seguir dando explicaciones, como si la belleza pudiera ser explicada.

En honor a la verdad, Marlene también parece una criatura. Acaba de entrevistar a Minujín y lleva impresa una sonrisa de oreja a oreja: le encanta la obra y todo indica que, fundamentalmente, le encanta Marta. No es fácil dar con ella en estas horas; los medios internacionales la buscan sin cesar para conocer quién fue la artista que diseñó esta tremenda instalación que domina el centro de Kassel y que deslumbra en lo que por ahora es apenas una previa de la edición número 14 de Documenta, la megamuestra que se inaugura oficialmente este sábado. Minujín habla, camina, posa. No parece alterada, nada en ella revela ninguna clase de incomodidad o malestar. Como siempre, se mueve como pez en el agua entre curiosos, expertos y periodistas.

Estamos adentro del Partenón, las monumentales columnas metálicas colmadas de títulos y nombres famosos en diversas lenguas nos rodean, (¿nos abrazan?). La perspectiva desde aquí es alucinante; en los alrededores de la plaza curiosos con un helado en la mano, interesados que toman fotos y ávidos aficionados a las muestras de arte miran cada detalle de la construcción. Me siento el rubiecito, pero en lugar de querer ponerme a contar los libros me dan ganas de comerme con la vista todos esos nombres que allí se exhiben: Kundera, Stefan Zweig, William Golding, Goethe, Solzhenitsyn, Saint Exupéry…

Una voz familiar me adivina el gesto.

–Esta obra la podés mirar pero también la podés leer. Te ponés a leer todos los títulos y empezás a preguntarte "¿y este por qué está prohibido?", está bueno eso.

–Bueno, es que hay motivos diferentes, ¿no?, algunos están prohibidos por razones políticas y otros seguramente por razones religiosas…

–No. Acá no pusimos religiosos. Tratamos de no pedir libros religiosos para no meternos en problemas, o que te metan una bomba…pero, de todo lo que hay, por ejemplo, el Pato Donald estuvo prohibido, Harry Potter está prohibido, hay miles de libros que uno ni se imagina. Esta es una obra para leerla. Al mismo tiempo (mientras habla señala con la mano una de las columnas de arriba hacia abajo), pensé mucho la disposición de los colores porque, a veces, de pronto, una editorial me daba todos libros rojos y yo no quería una columna toda roja o una toda verde, por eso están todos los colores mezclados.

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–¿Y cómo preparaste ese diseño?

–Fue una idea. A los que ponían los libros les dije: seleccionen primero los libros en un canasto y que sean de todos los colores. Y no repitan. Ves ahí, por ejemplo, está repetido mucho el naranja, es el color que más se destaca. Mirá, es impresionante cómo se destaca el naranja, más que el rojo…

El sol brillante de las dos de la tarde enciende ese color, como si respondiera a la preocupación de la artista, que se queda mirando hacia lo alto. Ella sigue trabajando sobre su obra, que aún no está completa. Cuando habla, su manera de mostrar entusiasmo o sorpresa, también preocupación, se da en la forma de acentuar las vocales finales de las palabras ("miráaaa", "pero noooo"), que se estiran hasta el infinito y más allá.

–¿Qué diferencia grande ves, más allá de las dimensiones, claro, entre este Partenón y el primero, el que montaste en la avenida 9 de Julio en los 80?

–Que este es más terrible, más preocupante. En el otro… ahí estábamos nosotros saliendo de los malditos militares y entrando en la democracia, entonces era una felicidad total, en cambio ahora no se sabe adónde vamos. Entonces, este Partenón lo que hace con todos los libros prohibidos es reflexionar sobre el Partenón que está en Atenas, el verdadero; en la verticalidad del pensamiento, en la acumulación de columnas, en el espacio para transitar y pensar y en los libros que están prohibidos en todas partes del mundo. Lo que pasa es que este momento es más trágico porque no se sabe qué va a pasar en Europa.

–En ese otro momento había una ilusión…

–Era un momento maravilloso, entrábamos nuevamente en democracia, con Alfonsín.

–Entonces creaste pensando en el lugar donde vivías, ahora la obra es más internacional. ¿Tiene que ver con que está todo más globalizado?

–Y bueno, yo también viví más en otros países, pero no, no es eso. Es que está muy mal Europa, muy mal. Yo no querría vivir acá, prefiero vivir en Argentina.

–Ah, ¿sí?

–Pero sí, mucho más: mil veeeces. Acá hay miedo. Hasta yo tengo miedo de que pongan una bomba.

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–La instalación que hiciste en la muestra paralela de Atenas con la falsa Angela Merkel, el Partenón. Grecia aparece como una inspiración…

–Como un referente, un referente total. Lo que me interesa del mundo es Atenas, Grecia.

–¿Puede haber democracia sin libros, Marta?

–Noooo, no creo, no creo.

–Hay críticos y expertos que aseguran que el arte contemporáneo está cada vez más ligado a los libros; esto incluso se vio en la muestra que Argentina llevó a ARCO, en febrero. ¿Tu Partenón sería una obra pionera de esta idea?

–Pero es que esto es distinto porque yo lo trabajo como elemento filosófico. A mí me interesan los libros prohibidos, no todos los libros.

–Y te interesa también lo que va a pasar con los libros cuando esto termine…

–Se los pienso dar al presidente de Alemania (Steinmeier) para que él los distribuya entre la gente que no tiene plata para comprar libros.

–¿Pensás que este tipo de obras acerca a la gente que habitualmente no está cerca del arte?

–Por supuesto. Lo que pasa es que por ahí no lo entienden como arte pero si lo hace un artista tiene que ser arte. Cuando Duchamp pone un inodoro, es arte solamente porque él lo puso pero no todos los inodoros del mundo son arte. Después vino (Maurizio) Cattelan y puso el inodoro de oro y resulta que Trump tiene un inodoro de oro.

–Trump, un hombre no precisamente cercano al arte…

–Nooo, no sabe nada de arte.

–¿Qué significa estar en Documenta para vos?

–Es algo buenísimo, es lo máximo. Lo máximo. Después de esto ya no hay para mí ni bienal ni nada que sea lo mismo… Pero a mí me gusta hacer el arte sin que me lo pidan. Me gusta hacer el arte en medio de las ciudades, como hice la torre de Babel o el obelisco de pan dulce para que la gente que no sabe nada de arte comience a vivir en arte. Porque para mí el arte es cultura instantánea, es espontaneidad, es vivir en arte.

–Y estar en esta plaza, que tiene el antecedente de la quema de libros de los nazis ¿tiene un plus?

–No. Nada de plus, lo que me gusta es estar acá en Documenta, con este cielo. Me encanta estar en una exhibición de arte contemporáneo que marca el rumbo. Todos los artistas que están acá marcan el rumbo por los próximos cinco años.

–O sea: vanguardia siempre.

–Siempre vanguardia, sí.

 

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