En la cárcel de Picaleña, ubicada en las afueras de Ibagué (Tolima), a cuatro horas de Bogotá, María Esperanza Rojas purga una pena lejos de sus seres queridos, especialmente de su hija, a raíz de las malas decisiones que marcaron su rumbo.
Rojas, en entrevista con el videopódcast Conducta Delictiva, relató los orígenes y consecuencias de su vida criminal tras ser sentenciada a nueve años por porte ilegal de armas.
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La historia de Rojas tiene como detonante una película, que, según sus propias palabras en la entrevista concedida, marcó el inicio de una cadena de robos y hurtos que, al principio, le resultaron emocionantes y lucrativos, pero terminaron por derrumbar su estabilidad personal y familiar.
Rojas recuerda que nació en una familia numerosa, con siete hermanos y criada por sus padres y una abuela, en un entorno que describe como hostil y marcado por el maltrato psicológico y la precariedad económica.
Desde niña debió asumir tareas domésticas en una finca cafetera, donde el trabajo duro desde los diez años dejó huellas profundas y una sensación de desamparo. “Mi infancia fue bastante dolorosa”, confesó Rojas, detallando que vivió situaciones de abuso por parte de personas cercanas y que eso derivó en una rebeldía que canalizó en el consumo de sustancias y en una temprana independencia: a los 12 años, abandonó el hogar familiar para sobrevivir por cuenta propia.
El distanciamiento de su familia y la desconexión emocional se intensificaron tras la separación de sus padres. Rojas señaló que las carencias afectivas y los patrones de maltrato se convirtieron en una “cadena generacional” que se propuso cortar al nacer su hija.
Según contó, la maternidad fue en parte una decisión influida por la presión de su madre, y aunque reconoció que tuvo sentimientos encontrados durante y después del embarazo, actualmente procura proteger a su hija de los errores pasados.

Sus inicios en la delincuencia, un punto sin retorno
El primer hecho delictivo de Rojas, según ella, ocurrió tras ver un avance de película en la televisión de una panadería, situación que definió como “muy marcada” en su memoria.
Relató que la estrategia de desocupar casas que había visto en la ficción la motivó a observar y aprovechar el descuido de unas llaves en el restaurante donde trabajaba. “Me quedó gustando”, admitió, al recordar cómo el robo, ejecutado en solitario, le dejó una mezcla de temor y euforia.
“(...) No sirvo para estudiar, necesito dinero, no me gustan los hombres ni para trabajar en la vida alegre, porque es que realmente no me gustan. Entonces yo, ¿qué hago con mi vida?“, relató en la entrevista.
Esta dinámica se repetiría durante años, en los cuales perfeccionó métodos y llegó a colaborar con otros, según dijo, pensando en que “este emprendimiento yo lo tengo que expandir”. Aunque tras una traición, decidió que nunca más volvería a trabajar en grupo.
Rojas narró que, en uno de los golpes, aunque buscaba víctimas al azar, un robo en particular generó un fuerte arrepentimiento. Se trató de una mujer mayor que vendía arepas y cuidaba de un hijo con discapacidad.
Al percatarse de la situación de vulnerabilidad en la que dejó a esta familia, la entrevistada experimentó tal remordimiento que decidió devolver parte de lo hurtado y ayudar económicamente a la afectada. “Esa alegría de esa señora me cambió a mí la vida”, aseguró, y agregó que fue la primera vez que sintió verdadero cargo de conciencia por sus actos.
El momento de la captura llegó cuando intentaba realizar un robo en Bogotá frente a una estación de Policía. Detenida con un maletín y objetos de valor, fue dejada en libertad debido a que inicialmente su identificación no coincidió.
Sin embargo, una orden de captura por hechos anteriores permanecía activa y, tras pasar años evadiendo a la justicia y ocultando su situación incluso a su familia, fue arrestada finalmente en mayo de 2021, después de que, según sus sospechas, el padre de su hija la habría delatado. “Él me chodeo por la impotencia de saber que yo no voy a estar con él”, expresó en la entrevista.
Rojas afirmó que su hija nunca supo a qué se dedicaba y que sus únicos conocimientos sobre su pasado llegaron tras su detención. La privación de libertad supuso un giro radical en su percepción sobre la vida y los vínculos afectivos.
Destacó el arrepentimiento y el deseo de ofrecer disculpas a quienes perjudicó, reconociendo que “quedan huellas” imborrables en los que sufrieron los delitos. “Me gustaría poder hacer algo para reponer aquel dolor”, declaró durante la entrevista.
En su rutina carcelaria, Rojas se ha volcado al trabajo en proyectos de industrialización y formación dentro del penal, confeccionando productos textiles y colaborando con otras internas. A través de su testimonio, envió un mensaje preventivo a quienes, como ella en la adolescencia, pueden sentirse tentados por la ilegalidad, al enfatizar que “no hay excusas para uno hacer un mejor mañana” y que los errores solo se superan transformando la vida propia, para dejar una mejor huella a las generaciones venideras.
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