
A menos de un año de las elecciones presidenciales, la política colombiana ya entró en modo campaña. El calendario aún da un margen considerable antes de que empiece formalmente la contienda, pero el partidor está lleno de nombres, tanto de figuras consolidadas como de aspirantes menos tradicionales. El ambiente se mueve entre la polarización, la crisis institucional y el desgaste del Gobierno, mientras la ciudadanía observa cómo distintos sectores buscan posicionar su narrativa de país.
En palabras del politólogo y asesor legislativo Felipe Melo para Infobae Colombia, “el inicio anticipado de una candidatura, particularmente a la Presidencia de la República, puede acarrear un riesgo de sobreexposición en contextos de amplia saturación informativa”. Sin embargo, aclaró que también puede ser útil para estructurar apoyos regionales si se acompaña de una estrategia gradual que pase “del branding político hacia una narrativa programática, en sintonía con el calendario electoral”.
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La izquierda: múltiples voces en el Pacto Histórico
El senador Iván Cepeda, tras la condena al expresidente Álvaro Uribe en un caso donde actuó como víctima, oficializó su precandidatura en un evento en Pasto. “Vengo a presentar mi nombre ante el pueblo colombiano y el Pacto Histórico como precandidato a la Presidencia”, anunció.
La baraja progresista incluye además a Daniel Quintero, exalcalde de Medellín, que insiste en mantener su aspiración pese a los procesos judiciales en su contra. Lo mismo ocurre con Gustavo Bolívar, que aparece con fuerza en sondeos preliminares tras renunciar a la dirección del Departamento de Prosperidad Social. A ellos se suman María José Pizarro, que se declaró “lista para asumir cualquier reto”, y la exministra Carolina Corcho, que participa en las discusiones internas del movimiento.
Más allá del núcleo del Pacto Histórico, nombres como el de Mauricio Lizcano, exministro TIC, buscan un espacio en un eventual frente amplio que podría moverse entre el progresismo y el centro.

El propio Melo advirtió que la izquierda llega con retos importantes, aunque avanzó en definir mecanismos internos, aún depende de la aprobación del Consejo Nacional Electoral para fusionar formalmente colectividades como Colombia Humana, la UP y el Polo Democrático. “El voto duro de la izquierda sigue siendo insuficiente frente a los volúmenes necesarios para garantizar continuidad en el poder”, afirmó.
El centro: opciones fragmentadas
En el espacio que se autodenomina de centro político, las figuras son conocidas y compitieron antes por la Presidencia. Claudia López, exalcaldesa de Bogotá, renunció a la Alianza Verde y está en plena campaña en redes sociales, aunque genera resistencias en antiguos aliados. Sergio Fajardo, que ya fue candidato en dos oportunidades, reapareció con un mensaje de experiencia y propuestas en seguridad, educación y ciencia.
Otro actor con visibilidad internacional es Luis Gilberto Murillo, exembajador en Estados Unidos, que se presenta como un independiente. “No soy el candidato de ningún político, pero soy consciente de que nuestro país necesita y merece un candidato de la gente y diferente”, dijo en mayo. En paralelo, el exdirector del Dane y exconcejal de Bogotá Juan Daniel Oviedo dejó su curul para dar el salto a la política nacional.
Melo cree que el centro enfrenta un desafío mayor, la dificultad de articular un relato que conecte emocionalmente con los votantes. Según explicó, “en un escenario de extrema polarización y saturación mediática es evidente que la mayor parte del electorado definirá sus preferencias por la cuestión de coyuntura con la que más pueda conectar emocionalmente”.

La derecha: múltiples banderas y la herencia del uribismo
El Centro Democrático ya definió un grupo de cinco precandidatos, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Paola Holguín, Andrés Guerra Hoyos y Miguel Uribe Londoño, que asumió la postulación tras el asesinato de su hijo en un atentado, hecho que sacudió el panorama político.
Para Felipe Melo, este episodio marcó un giro en la campaña: “Se trata de una alteración sustancial de las condiciones para la competencia democrática y, en esencia, de una ruptura en la carrera electoral y en los márgenes de confianza institucional”. La consecuencia, advirtió, es que la violencia política se instale como eje de campaña y refuerza discursos polarizantes.
Junto a ellos también aparece Vicky Dávila, que desde 2024 confirmó su aspiración, y el abogado Abelardo de la Espriella, que lanzó su movimiento “Defensores de la Patria” con un discurso de tono patriótico y antisistema. Otros nombres como Juan Guillermo Zuluaga, exgobernador del Meta, y Aníbal Gaviria, exmandatario antioqueño, buscan liderar desde las regiones. En la misma línea, el sucreño Héctor Olimpo Espinosa anunció que pedirá el aval liberal.

Para Melo, el contexto favorece la consolidación de narrativas de derecha que exploten la “victimización y la seguridad” como ejes. “Ese discurso podría convertirse en el principal eje de diferenciación frente al oficialismo, con capacidad de cohesionar a un electorado que busca respuestas rápidas al deterioro de varias dimensiones del desarrollo”, explicó.
Outsiders y liderazgos regionales
El auge de precandidaturas sin el respaldo de maquinarias tradicionales confirmó un fenómeno más amplio, la crisis de los partidos como estructuras sólidas. Melo lo describió así: “En un escenario de debilitamiento del sistema de partidos y de polarización, las posibilidades de un outsider se amplían”.
De acuerdo con su lectura, candidaturas como la de De la Espriella o incluso de nuevos nombres poco reconocidos pueden dinamizar el debate si logran conectar con un electorado “altamente pasional y con tendencias antisistema”.
Yan Basset, analista de la Universidad del Rosario, coincide en que es posible que candidatos por fuera de los partidos sorprendan, pero matiza que el contexto de 2026 no favorece un fenómeno tan inesperado como el de Rodolfo Hernández en 2022. En paralelo, varios exalcaldes y exgobernadores se agruparon con la intención de ganar peso en el partidor nacional.
En el horizonte inmediato, los expertos resaltan un aspecto clave, el peso de la opinión pública en entornos digitales. La campaña se juega en redes sociales, donde la desinformación, la polarización y las emociones pesan más que los programas.

Para Melo, lo decisivo no serán las propuestas técnicas, aunque son indispensables, sino el “storytelling político que recurra a insumos simbólicos incluso para movilizar emociones”. Se refirió, sobre todo, al segmento del 12 al 20% de votantes que suele decidir su voto apenas días antes de la elección.
¿Quién lleva la delantera?
A la pregunta sobre quién parte con ventaja, Melo señaló que el Pacto Histórico, al haber definido con antelación una metodología interna, tiene “ventaja temporal en términos de tiempos y de cohesión interna”. No obstante, la derecha, favorecida por el clima de indignación tras el asesinato de Miguel Uribe, también gana terreno en términos emocionales.
El mapa electoral, según el politólogo, se moverá entre tres grandes dinámicas. Una derecha cohesionada en torno al discurso de seguridad, una izquierda que mantiene fuerza pero con dificultades para traducir la popularidad de Petro en votos, y un centro que busca consolidar una narrativa capaz de seducir al electorado indeciso.
En ese escenario, la campaña de 2026 promete ser un pulso de relatos, emociones y estrategias digitales más que de estructuras partidistas sólidas. El tablero está abierto y, como lo resume, los liderazgos disruptivos pueden ganar espacio mediante puestas en escena virales, que si bien generan impacto mediático, resultan poco saludables para una sociedad atravesada por la violencia política.
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