Amores reales: la mujer casada del country que se enamoró del mozo del clubhouse porque la miró bien

Julia estaba separada y tenía dos hijos cuando se volvió a casar con un ingeniero más grande que ella. Se fueron a vivir a un barrio cerrado, pero ella nunca se adaptó y el matrimonio se enfrió enseguida. Nunca imaginó que el amor la esperaba en el mismo lugar donde se sentía asfixiada

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Puertas adentro de un country se desarrolló esta gran historia de amor
Puertas adentro de un country se desarrolló esta gran historia de amor

“Compramos la casa del country porque él decía que necesitaba espacio. Cuando nos casamos, él tenía cincuenta años y no había tenido hijos. Yo ya tenía dos, y él los adoraba, pero decía que tampoco quería tenerlos pegados todo el tiempo. La casa era una solución porque era enorme, tenía muchas puertas para cerrar”. Julia habla sin hacer ninguna pausa, como si el mero hecho de detenerse pudiera crear en su mente un abismo por donde se le escapen los recuerdos. Los malos y los buenos.

Dice que se casó enamorada de Simón. Fue hace siete años, acababa de cumplir 33, usó un vestido blanco de diseñador y tuvo una fiesta grande como ella quería; con muchos amigos, y los chicos en el cortejo. “Lucía tenía 7 y Manuel, 5. Estaban contentos. Yo me había separado del padre cuando Manu era bebito y esta era la oportunidad de darles una familia tradicional”, cuenta. Una familia tradicional como la de ella y como la de su nuevo marido: “En casa siempre fuimos muchos. Somos once entre primos y hermanos, y yo siempre fui un poco ‘la distinta’, como en el country. Simón era ingeniero, tenía ocho hermanos, una vida parecida a la mía; cuando conoció a mi familia lo quisieron tanto que pensé que esa también era una manera de pertenecer, de tenerlos más cerca. No sé, eso lo puedo ver ahora”, dice. El noviazgo duró menos de dos años.

Dice Julia: "Vi un tipo lindo que me miraba mucho. Era el mozo, en realidad sólo cumplía su trabajo de mozo…¡me miraba porque era su trabajo! Pero a mí me hacía sentir bien esa atención: captaba miradas amorosas en cualquier lado” (imagen ilustrativa/Getty Images)
Dice Julia: "Vi un tipo lindo que me miraba mucho. Era el mozo, en realidad sólo cumplía su trabajo de mozo…¡me miraba porque era su trabajo! Pero a mí me hacía sentir bien esa atención: captaba miradas amorosas en cualquier lado” (imagen ilustrativa/Getty Images)

Se mudaron a un country exclusivo en Pilar –también muy tradicional– cuando volvieron de la luna de miel, y el choque fue bastante abrupto. “Dejamos de tener intimidad ni bien nos instalamos en la casa. El decía que era porque lo estresaba la situación de la familia. ¡Se acababa de casar y mudar al country con una mina con dos hijos, pero lo estresaba la familia!”, dice Julia.

Un año después de la fiesta, la felicidad de aquel día parecía un cuento ajeno. También su vida le parecía la de otra: “Nunca me adapté a ese micromundo del country donde todos eran parecidos pero nadie se parecía a mí. Yo no hablaba ese lenguaje, o no me interesaba hablarlo. Pero a él se le daba bien relacionarse en ese entorno donde las emociones nunca se ponían en juego. En nuestro primer aniversario yo ya sabía que eso no podía durar, así que me hice un tatuaje con su nombre; por lo menos así iba a tener algo de él para toda la vida. Alguien me dijo después que lo que no se puede inscribir en lo psíquico se escribe en el cuerpo. Para entonces, el sexo ya ni siquiera era una conversación”.

Julia es arquitecta. Dice que, en esa época en que la angustia la asfixiaba, en parte la salvó su carrera. “Tenía que rendir las últimas materias, y me empecé a escapar al clubhouse para estudiar. Me sentaba horas ahí con mis apuntes –dice–. Una tarde estaba estudiando, y veo un tipo lindo que me mira mucho. Hacía mil años que no sentía que alguien me miraba con atención. El pibe era el mozo, en realidad sólo cumplía su trabajo de mozo… ¡me miraba porque era su trabajo! Pero a mí me hacía sentir bien esa atención: con el nivel de desesperación que tenía, captaba miradas amorosas en cualquier lado. Y empecé a volver al bar del clubhouse para sentirme mejor”.

Julia viajó un fin de semana largo a Pinamar con su marido. Volvieron al día siguiente. En el viaje de vuelta ni se hablaron. Al poco tiempo llegó la separación
Julia viajó un fin de semana largo a Pinamar con su marido. Volvieron al día siguiente. En el viaje de vuelta ni se hablaron. Al poco tiempo llegó la separación

Así se encontró, sin pensarlo, en la nueva rutina de arreglarse para llevar a los hijos al colegio y volver a sentarse con el pretexto del estudio en la mesa del bar del mismo lugar en el que se sentía asfixiada. Había encontrado un lugar para respirar a metros de su casa.

“Un día se me acerca y me pregunta: ‘Julia, ¿qué te está faltando? ¿Qué necesitás?’ Lo dijo como mozo, pero yo vi un hombre que me prestaba atención. ¡Morí de amor! –se ríe–. Interpreté una intensidad que no tenía. Y contesté con esa intensidad. Le conté lo asfixiada que me sentía, le hablé de mi vida, de cómo había llegado hasta ahí. El mozo me escuchó, y entonces empecé a volver con los apuntes de excusa, sólo para charlar con él. Mi marido hacía su vida, jugaba al golf, iba a trabajar… Jamás se iba a imaginar que yo me estaba acostando con el mozo, porque no le interesaba lo que yo hacía con mi tiempo libre. Así que mi tiempo libre empezó a ser el mozo”.

El también le hablaba de su familia, de su barrio, y le contaba sus cosas. Y Julia sintió que tenían muchísimo en común, igual que antes lo había sentido con Simón. Un fin de semana largo se fue con el marido a tratar de recuperar la pareja a Pinamar: “Salimos un viernes y teníamos que volver un lunes, pero volvimos el sábado. Todo el viaje de vuelta en silencio. El ni se imaginaba que yo quería volver para estar con ‘mi’ mozo. Después de eso, se empezó a quedar más en el centro y yo en el country, cuando al principio la que más extrañaba el centro era yo. No me importaba nada: el mozo me hacía reencontrarme con una parte mía que me parecía que había estado dormida. Estaba buena, le gustaba a los tipos, era cogible, recontra cogible, aunque a mi marido no le interesara cogerme. Me hacía sentir bien sin demasiados costos porque, aunque yo le prometía amor, sabía que era un amor hasta que yo tuviera ganas, sin ataduras, sin remar como una loca para salvar una pareja que ya no me acordaba por qué había elegido, o sí, pero los motivos por los que me había casado ya no significaban nada, y encima tenía que pasar por el trauma de otra separación con los chicos. El mozo era útil y descartable, aunque no me diera cuenta”.

Julia dice que el mozo del clubhouse “no era nada de lo que yo hubiera elegido, nada de lo que elegiría. Era una soga. No era un hombre realmente para mí, era una balsa que encontré en medio de mi propio naufragio personal
Julia dice que el mozo del clubhouse “no era nada de lo que yo hubiera elegido, nada de lo que elegiría. Era una soga. No era un hombre realmente para mí, era una balsa que encontré en medio de mi propio naufragio personal

Julia dice ahora que lo entendió enseguida cuando, “tal vez gracias al mozo” –en toda la conversación, Julia nunca lo llama por su nombre–, se sintió más fuerte y volvió con sus hijos a capital. Desde Buenos Aires, ya separada, pudo ver con más distancia “al hombre verdadero que era el mozo”, más allá de ella.

Le pregunto qué fue lo que vio y entonces, respira hondo y recita, como en un trance, un último párrafo desde el fondo de su memoria: “Lo vi y entendí que, de lejos, no era nada de lo que yo hubiera elegido, nada de lo que elegiría. Era una soga. No era un hombre realmente para mí, era una balsa que encontré en medio de mi propio naufragio personal. Cuando vi tierra, dejé la balsa a la deriva. En el océano, esa balsa fue para mí un continente, pero cuando pisé tierra, ya no era nada”.

* Amores Reales -que comienza hoy- será una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas.

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