Después del parto, una infección por estreptococo casi me mata

Por Erin Killian (Especial para The Washington Post)

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Recientemente un amigo me envió un mensaje de texto con un enlace a una noticia: "¿Viste esto?"

Hice click. El artículo hablaba de una mujer saludable de 33 años de Nueva Escocia (Canadá) que contrajo una bacteria carnívora después de dar a luz en marzo. Después de entrar en shock séptico, la indujeron al coma. Le amputaron las cuatro extremidades y tuvo una histerectomía total, y ahora está demandando al hospital y a los médicos por negligencia.

Esa noticia me provocó escalofríos en todo mi cuerpo. La protagonista de esa historia podría haber sido yo.

El verano pasado en Albuquerque di a luz a mi tercer hijo. Me provocaron el parto dos días después de haber salido de cuentas porque él estaba muy grande y yo tenía 39 años. Nació rápido y saludable, y pesó 4,2 kilos.

Pero yo me sentía… diferente. Mientras estaba en la silla de ruedas sosteniendo a mi bebé antes de ir a la sala de maternidad, le pedí a la enfermera un pañuelo de papel. Había tenido dolor de garganta unas semanas antes, pero ya se me había ido. Me pareció raro volver a estar resfriada tan rápidamente después de dar a luz.

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Unos días más tarde, en casa, recogí a mi hijo de 2 años y me salió un chorro de sangre. Sentí como si mi útero se hubiera desprendido de mi cuerpo. Cinco días después del parto de mi hijo, tuve una fiebre como nunca antes. Me encontraba muy mal y tenía fuertes dolores de cabeza. Cuando empecé a tener fiebres altas, el sudor empapó todas las sábanas. Mi esposo llamó a la enfermera obstetra y ella le dijo que no se preocupara porque eso podría estar relacionado con mi resfriado.

Unos amigos nos trajeron macarrones con queso esa noche, y desde el dormitorio los escuché cómo arrullaban al bebé. Traté de caminar a la sala para estar con ellos. Pero, por un momento, mi visión se oscureció. Me quedé en el lugar, con mis palmas contra la pared, hasta que pude ver de nuevo.

Luché contra la fiebre varios días y luego, en mitad de la noche y después de amamantar a nuestro recién nacido, noté mas sangre. Desperté a mi esposo y, con el corazón acelerado, llamé al hospital. La enfermera que me respondió me aseguró que era normal experimentar sangrado después de estar acostado durante un tiempo. Pero sabía que no era normal. Aún así confiaba en que ella tuviera razón. Agotada, me volví a dormir.

Al día siguiente, me sentí algo mejor. Recogimos a mi familia política del aeropuerto y fui a almorzar a uno de mis lugares favoritos. Comí una ensalada con pera y queso azul, y sentía que me estaba recuperando.

Pero de vuelta a casa, volví a tener varios escalofríos. Tomé ibuprofeno y deambulé por ahí para calentarme bajo el ardiente sol de julio. Mientras escuchaba a los pájaros en los pinos, temblaba violenta e incontrolablemente. Era hora de volver al hospital.

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Allí mi fiebre se disparó hasta llegar a los 40 grados. Las enfermeras me pusieron tres mantas calientes sobre mí y me dejaron descansar. Sentía el dolor en mi espalda. Me sentía tan mal como en el parto, y me retorcía en la cama. Una hora más tarde, me sometieron a terapia intravenosa y una enfermera vino a controlar mis signos vitales. Hubo un fuerte pitido y una ráfaga, y la enfermera se apresuró a ponerme una máscara de oxígeno. Mi pulso era de 210. Fue entonces, tumbada en la cama del hospital, que pensé en que podría morir.

Durante los siguientes dos días, mi fiebre venía y se iba, y los doctores determinaron que tenía sepsis. Me inyectaron tres tipos de antibióticos mientras trataban de descubrir qué tipo de bacteria estaba causando la infección de la sangre. Mientras esperábamos, comencé a sentir dolor en mi pulmón derecho cuando respiraba. Dos días después de estar ingresada y nueve días después de dar a luz, los resultados me estremecieron: me había infectado con el estreptococo del grupo A, una bacteria carnívora.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) calculan que hubo 18,700 casos de estreptococo invasivo de Grupo A en 2016. Casi el 10 por ciento de esas personas fallecieron.

Las bacterias de estreptococo del grupo A pueden ser leves y fácilmente tratables, como cuando causan estreptococos en la garganta y viven en la piel sin causar ningún síntoma. Pero una vez se extiende por el cuerpo a través de la piel, la garganta y otros lugares, es un "organismo notablemente agresivo", según Stan Deresinski, un especialista de enfermedades infeccionas de Stanford Health Care. Libera toxinas que pueden causar el síndrome de shock tóxico estreptocócico, destruye el tejido, provoca insuficiencia orgánica y puede llevar a la muerte.

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Si la bacteria entra debajo de la piel, puede moverse rápidamente a lo largo del tejido conectivo, destruyendo la grasa y los tejidos que cubren los músculos que causan fascitis necrosante o infección "carnívora". Para detener el daño de su propagación, los médicos extirpan el tejido muerto en un proceso llamado desbridamiento, y algunas veces se debe amputar una extremidad completa.

Entre 600 y 1,100 casos de fascitis necrosante del estreptococo del grupo A se producen cada año en Estados Unidos, según datos facilitados por los CDC.