El calvario del preso político argentino que escapó del régimen de Maduro: "En Venezuela las cárceles son como los campos de concentración nazi"

Marcelo Crovato cruzó por tierra la frontera con Colombia y logró llegar a Buenos Aires. En diálogo con Infobae, contó su pesadilla en un peligroso penal de presos comunes, su delicado estado de salud, la poca ayuda que recibió del gobierno kirchnerista y cómo huyó

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El abogado argentino-venezolano Marcelo Crovato tiene 51 años. Llega a los estudios de Infobae apurado, cuenta que viene de renovar el DNI. Él y su familia están de prestado en la casa de una amiga. "Necesito laburar", dice en lunfardo pero con tonada venezolana.

En la media hora que dura la entrevista con Infobae desgrana su pesadilla. La de él y la de su familia. Es el único argentino preso político del régimen de Nicolás Maduro. El 22 de abril se cumplen cuatro años de la madrugada en la que le cambió la vida. El recorrido hasta el 17 de marzo pasado, día en el que logró huir cruzando por tierra la frontera con Colombia, parece una película, pero es el mismo calvario que viven los otros cientos de presos políticos en Venezuela.

Su actividad como abogado defensor de derechos humanos en la ONG Foro Penal Venezolano fue una condena dictada "desde arriba", como él mismo explica. "Decidieron detener a alguno para dar un escarmiento y el que dio la oportunidad fui yo", cuenta ya resignado. Lo que siguió fue su infierno: lo recluyeron en una peligrosa cárcel común, con asesinos, narcotraficantes y violadores; lo amenazaron de muerte, sobrevivió redactando los recursos, hábeas corpus y notas jurídicas de todos sus compañeros de penal. Tuvieron que operarlo dos veces de la columna, padeció cáncer de piel, realizó dos huelgas de hambre y transitó una depresión terrible por estar lejos de los suyos. Ya en prisión domiciliaria, planificó su fuga.

—En unos días se cumplen cuatro años de la fecha en la que fue arrestado, ¿recuerda ese día?

—Lo recuerdo perfectamente, porque mi teléfono empezó a sonar en la madrugada y yo lo apagué pensando que era el despertador. Pensé: "Qué temprano, y yo con ganas de dormir más". Pero vuelve a sonar y me doy cuenta de que no es el despertador sino el teléfono. Atiendo y me dicen que necesitan mi ayuda porque había un allanamiento. Era un vecino del barrio que vive a dos cuadras de casa. Cuando llego, estaba un grupo de policías, muy mal encarados en la entrada. Me preguntaron a qué venía, yo dije que era abogado, que venía a asistir a los allanados. Me pidieron mis credenciales pero no me permitieron verificar el procedimiento. Cuando terminan me piden que los acompañe a la comisaría para verificar las actas, tomar declaraciones, ver qué pasaba con mis clientes… pero unas horas después me informan que yo también estaba detenido. Yo les expliqué que ni estaba en el sitio allanado, que llegué después y me dijeron que eran "órdenes de arriba". Y después entendí. Los defensores de derechos humanos habíamos hecho muchísimo daño al Gobierno denunciando las masivas violaciones de derechos humanos, especialmente desde la organización Foro Penal Venezolano donde yo me desempeñaba. Decidieron detener a alguno para dar un escarmiento y el que dio la oportunidad fui yo.

El gobierno de Cristina Kirchner no hizo nada por mí, me dijeron que defendían el modelo y a la revolución

—¿Lo enviaron a una cárcel común, al penal Yare III?

—La juez dictaminó que mi aprehensión fue completamente ilegal ya que no había ni orden judicial ni delito cometido en flagrancia. Simplemente una mala actuación policial pero ordenó que se me recluyera en una cárcel común. Así funciona el derecho en Venezuela. El Yare III es una cárcel de alta peligrosidad para casos comunes. Cuando llegué había un pequeño grupo de presos políticos, estudiantes detenidos en las manifestaciones. Estuvieron un par de semanas hasta que salieron. A mí me tocó quedarme 10 meses ahí. Las cárceles en Venezuela son un infierno. Hay penales abiertos y cerrados. Hay unos donde la autoridad la llevan los propios presos. Hay un preso de mayor jerarquía, que se le dice "Pran", que decide lo que se hace o lo que no se hace. El que vive y el que muere. Él aplica la Justicia, que allá es un disparo en una pierna, en el abdomen, o en la cabeza, según la falta cometida y se aplica de inmediato. Hay otros penales, donde el control lo tiene el Gobierno. No tienen nada que los diferencie de un campo de concentración nazi. La comida era de muy mala calidad. Perdí 25 kilos en un mes y medio y al final de mi estadía había perdido 35 kilos. Nos daban agua contaminada y casi no había atención médica, porque no había medicinas ni médicos todos los días. Por mucho que el personal sanitario quisiera hacer algo, simplemente no había con qué. No había cómo atender ningún tipo de dolencia. Yo sufrí de cáncer. Estando preso noté una lesión cancerosa en mi pie, solicité atención especializada y el propio médico del penal emitió un informe indicando evaluación de un especialista. Pero después de tres meses no me habían llevado al médico. Tuve que hacer una huelga de hambre para recibir atención. Sufrí una caída que me lesionó la espalda  -junto con 10 meses de dormir en el suelo- y necesité dos intervenciones quirúrgicas. Ahora tengo una cantidad de prótesis de titanio puestas. Se me negó totalmente asistencia, se me manipuló mal y me dijeron que si me moría, mala suerte.

—Cuando liberaron a los estudiantes y quedó mezclado con presos de alta peligrosidad, ¿cómo hizo para sobrevivir?

—Yo tenía un temor muy grande porque yo fui director de la principal penitenciaría de Venezuela y no quería que nadie lo supiese. Al día siguiente de llegar un preso bastante mal encarado me preguntó, yo me quedé callado, pálido. Me dijo que no iba a tener problemas pero en una entrevista, la presidente del Colegio de Abogados lo contó, los presos lo vieron en televisión y enseguida me preguntaron. Mi vida no valía nada, pero un día hubo un preso que me pidió si lo podía asesorar con su caso, al poco tiempo vino otro, y otro. Necesitaban escritos parar los Tribunales, yo les preparaba los recursos, las notas. Se las firmaba y corrió la voz de que había un abogado dispuesto a ayudarlos. Al poco tiempo yo estaba ejerciendo desde adentro de la cárcel y eso me salvó la vida. La protección la pagaba dándole asesoría a todos. Los últimos días, me faltaba poco para salir, hubo un preso que me amenazó con matarme y los otros le dijeron: "Deja tranquilo al abogado que nos ha hecho favores, si te metes con él, te metes con todos". Eso era una advertencia y una condena a muerte para ese preso, y se quedó tranquilo. Al final todos me debían favores.

Sobreviví asesorando como abogado a otros presos

—¿Cómo logró la prisión domiciliaria?

—Yo tuve una cantidad de problemas de salud bastante graves, entre otros la caída que me ocasionó la lesión de espalda. Eso me dejó prácticamente inválido. Si no me operaban yo estaría en silla de ruedas. Más el problema de estrés postraumático, con una depresión muy severa. Yo soy muy apegado a mis hijos, y a pesar de que trabajaba, yo me dedicaba a sus actividades especiales, yo era entrenador de su equipo de fútbol. Eso me afectó mucho, además del cáncer de piel. Se solicitó la prisión domiciliaria para que pudiera recuperar la salud. Lo pidió mi defensa, después la defensoría del pueblo, después la fiscalía, todo avalado con cuatro informes médicos del estado, ninguno privado. Pero el juez no decidía. Al final declaré otra huelga de hambre para exigir el pronunciamiento del tribunal y a los 5 días de no comer, me dieron la domiciliaria.

—¿Cómo lo controlaban?

—En un principio tenía dos funcionarios 24 horas al día. A veces no eran dos sino cuatro o seis, porque los que no tenían nada que hacer pasaban por la casa a usar mi wifi. Era incómodo que estuvieran pero por lo menos tenía un buen trato con ellos. Después, empezaron a recortar el personal porque la policía del municipio de Chacao, que tenía 1.200 funcionarios, pasó a  tener 100… así que dejaron de supervisar.

—Ahí empezó la planificación…

—Vi que la policía estaba incapacitada totalmente para montar la custodia por falta de personal. Meses planificamos la huida con mi esposa. Lo decidimos después del tercer intento serio por obtener mi libertad. No me la dieron así que lo que me quedaba era irme.

—¿Cómo fue?

—Prácticamente nadie lo supo porque no queríamos poner en peligro a nuestros amigos. Toda la planificación y apoyo se recibió desde el exterior, personas que no tenían que temer a la persecución. Incluso, un amigo que vive en España me dijo que pagara lo que necesitara con su cuenta porque no piensa volver. Y dentro de Venezuela, nos dieron la información sin darse cuenta: cuando me preguntaban por qué no me iba, yo decía que no, que era muy difícil y me daban ideas, me contaban cómo había sido su experiencia en la frontera y yo tomaba información de ellos. La gran mayoría de los que ayudaron no sabían que estaban ayudando.

—Se fue por tierra, ¿cómo fue el viaje?

Fue todo un día de terror porque si llegaba la policía a buscarme a la casa, se iban a dar cuenta de que no estaba y podrían dar una alerta. Yo siempre usé barba mientras estuve detenido, el día antes de salir me afeité. El cambio es tan grande que ni mi hijo me reconoció. Me quité los lentes y la diferencia es notable. Imagínese de lentes y barba, a sin lentes ni barba… la diferencia era tan grande que nadie me reconocía. Y el resto rezando.

—Estaba solo, ¿y su familia?

—Ellos cruzaron un día antes justamente porque yo quería esperar a que ellos estuvieran a salvo, del otro lado de la frontera. Mientras yo estuviese en la casa, no iba a pasarles nada.

—¿Qué sintió cuando finalmente pisó territorio colombiano?

—Una emoción increíble. Cuando estaba llegando, que quedaba un solo militar entre la frontera, yo pensaba: "Si me llega a detener, le pego, lo empujo y corro". Porque estaba a 5 metros. Pero se volteó a hablar con otro y ni me vio, ni se dio cuenta de que yo existía. Cuando veo que cambian los carteles, los colores de las indicaciones, le pregunto a una señora que estaba al lado mío si estábamos en Colombia y la abracé llorando. Se quedó sorprendida…. si ella supiera la historia.

Lo que gobierna en Venezuela no es ni siquiera una dictadura decente, es un grupo criminal que tomó el control de un país

—¿Cómo está ahora de salud?

—Muchísimo mejor porque yo no tengo la presión de estar encerrado. Puedo salir a pasear con mis hijos. Pude patear una pelota con ellos, el hecho de que me pasaran la pelota y devolvérselas en una plaza y recordar cuando fui su entrenador de fútbol, es maravilloso para los dos. Ya no tengo el temor de que me toquen la puerta a las 2 de la mañana y me digan que cambiaron de opinión y me metan de nuevo en un calabozo. Solamente eso, ya me hace sentir mejor. El cambio del estado de ánimo, y conseguir las medicinas, ya me ha hecho muchísimo bien.

—Cuando lo arrestaron la presidente argentina era Cristina Kirchner, y durante su prisión domiciliaria asumió Mauricio Macri, ¿lo ayudaron?

Apenas me detuvieron se solicitó a la embajada el apoyo diplomático pero la respuesta fue que estaban para defender el modelo y la revolución, que no iban a hacer nada. Me podía morir, que nada iban a hacer. El nuevo gobierno sí quiso ayudar, pero un gobierno democrático está limitado. Me ayudaron en lo que pudieron. Hicieron gestiones diplomáticas, solicitaron mi libertad… Las medidas de fuerza que uno ve en las películas de Hollywood no suceden en la realidad, el gobierno de Macri hizo lo que legalmente pudo. Quizás entre dos gobiernos democráticos habrían tenido resultados, pero lo que gobierna en Venezuela no es ni siquiera una dictadura decente, es un grupo criminal que tomó el control de un país. La cabeza es Nicolás Mauro pero ahí hay un politburó de delincuentes, de criminales, una jerarquía mafiosa que es la que domina el país.

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