
El 27 de julio de 2025, el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, declaró sin ambigüedades: “Maduro NO es el presidente de Venezuela y su régimen NO es el gobierno legítimo. Maduro es el líder del Cártel de los Soles, una organización narcoterrorista que se ha apoderado de un país, y está acusado formalmente por introducir drogas en los Estados Unidos”.
Con estas palabras, Rubio equipara en escala criminal a Nicolás Maduro con figuras como Joaquín “El Chapo” Guzmán o Pablo Escobar. Pero más significativa aún es la comparación tácita con Manuel Noriega, ex dictador de Panamá, quien también fue acusado por narcotráfico y finalmente capturado tras una intervención militar directa.
Ante estas recientes fulminantes declaraciones de nada más y nada menos que el Secretario de Estado de EEUU, la pregunta que me viene a la cabeza es: ¿Estarán ejecutando la táctica de “zanahoria y garrote”?
Y es que por lo que vemos, Rubio retoma una estrategia que Estados Unidos ha aplicado antes: la política de “zanahoria y garrote”, que consiste en ofrecer incentivos diplomáticos (la “zanahoria”) al mismo tiempo que se mantienen o intensifican presiones (el “garrote”). Esta línea fue aplicada con Noriega durante los años 80: Washington toleró su rol como aliado geopolítico hasta que se volvió insostenible por sus vínculos con el narcotráfico.
En diciembre de 1989, esa política terminó en una invasión militar a Panamá (“Operación Causa Justa”), que concluyó con la detención y extradición de Noriega a EEUU, donde fue juzgado por narcotráfico y lavado de dinero.
¿Está Maduro recorriendo el mismo camino del ex dictador Manuel Noriega? La declaración de Rubio no ocurre en vano. Viene precedida por hechos concretos: el intercambio de prisioneros entre Caracas y Washington y el retorno de más de 250 deportados venezolanos desde EEUU vía El Salvador (que estaban en el CECOT), y la reactivación de operaciones de Chevron en Venezuela. Todas estas medidas son vistas como partes de esa política ambigua, donde se castiga con sanciones, pero también se ofrece oxígeno económico.
Después de las elecciones del 28 de julio de 2024, ampliamente denunciadas como fraudulentas, Nicolás Maduro se mantiene en el poder gracias al control institucional, militar y represivo. Para muchos venezolanos, dentro y fuera del país, este nuevo ciclo solo refuerza la idea de que el régimen está afianzado y que no hay salida.
Sin embargo, como en el caso Noriega, la historia demuestra que las alianzas geopolíticas y las concesiones tienen límites. Una vez que esos límites se cruzan —como cuando el narcotráfico ya no se puede encubrir—, Estados Unidos puede optar por medidas drásticas.
¿Qué sigue?
La presión internacional y el papel de EEUU son claves. No se trata sólo de un conflicto entre el régimen y oposición dentro de Venezuela. Se trata de si el principal acusado por EEUU de liderar un cártel narcoterrorista puede seguir actuando como jefe de Estado con impunidad.
Rubio ha puesto el tema sobre la mesa. La pregunta ahora es si vendrá sólo más “zanahoria y garrote”… o algo más parecido a lo que ocurrió en Panamá en 1989.
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