Nueva Zelanda: por qué pasó de ser un modelo de éxito en la gestión de la pandemia a cuestionar su estrategia contra el COVID-19

La variante Delta parece haber puesto en jaque el enfoque de la “eliminación” del virus, que le permitió al país de 5 millones de personas contabilizar apenas 26 muertos por la enfermedad. Cuáles son las opciones sobre la mesa y por qué los expertos dudan si continuar con el mismo plan

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La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern (Fiona Goodall/Pool via REUTERS/File Photo)
La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern (Fiona Goodall/Pool via REUTERS/File Photo)

La llegada de la variante Delta a Nueva Zelanda, además de los contagios de COVID-19, ha multiplicado las preguntas sobre la eficacia y la viabilidad de la estrategia “de eliminación”, aplicada para combatir el coronavirus desde el inicio de la pandemia. Incluso Chris Hipkins, máximo responsable de dicha estrategia en el país, llegó a decir que la nueva cepa surgida por primera vez en la India planteó “grandes preguntas sobre el futuro a largo plazo de lo que teníamos planificado”.

El objetivo de “eliminar” el COVID-19 requirió una de las cuarentenas más estrictas del mundo –hacer un máximo esfuerzo para reducir los contagios lo más rápido posible–, contra la estrategia llamada “de mitigación”. Más que aplanar la curva de casos, el objetivo era eliminarla. Con todo, una de las claves de este enfoque tenía que ver con un férreo control fronterizo que sólo podía llevarse adelante en país con las condiciones geográficas de Nueva Zelanda: dos islas mayores rodeadas por el mar. La estrategia también fue posible gracias a que se trata de una población reducida —unas 5 millones de personas— y, fundamentalmente, a que es un país rico: el gobierno de Jacinda Ardern puso en marcha de inmediato programas de apoyo económico a empresas y trabajadores independientes, suspendió los pagos de hipotecas, y las familias de bajos recursos recibieron módems para acceder a internet, entre otros dispositivos para garantizar la conectividad durante el encierro. El resultado es elocuente: Nueva Zelanda tuvo que lamentar apenas 26 muertes por COVID-19 en lo que va de la pandemia.

Chris Hipkins, el encargado de la estrategia contra el COVID-19 en Nueva Zelanda (TVNZ/Reuters TV/via REUTERS)
Chris Hipkins, el encargado de la estrategia contra el COVID-19 en Nueva Zelanda (TVNZ/Reuters TV/via REUTERS)

Pero las declaraciones de la semana pasada de Chris Hipkins ante la detección de un brote de contagios en la ciudad de Auckland que terminó con seis meses seguidos sin infecciones, abrieron todos los interrogantes: ¿La variante Delta pone en jaque la estrategia del país modelo? El especialista dijo que la naturaleza contagiosa de la variante Delta la hace más difícil de contener, lo que, en consecuencia, cuestiona la estrategia de eliminación total del virus. “La escala del riesgo de contagio y la velocidad a la que se propaga el virus es algo que, pese a toda la mejor preparación en el mundo, puso a nuestro sistema sanitario en aprietos”, dijo a la red TVNZ. “Eso significa que todas las protecciones que tenemos ahora parecen menos adecuadas y menos sólidas. Como resultado de eso, estamos siendo muy minuciosos acerca de qué más podemos hacer allí. En algún momento tendremos que empezar a ser más abiertos“.

A principios de este mes, mientras la variante Delta se extendía por el sudeste asiático, la primera ministra Jacinda Ardern había anunciado la reapertura de fronteras pese a que continuarían con su estrategia de eliminación: “Será una aproximación cuidadosa. No podremos decir que habrá cero casos, pero cuando aparezca alguno en nuestra comunidad, lo aplastaremos”. Semanas después, con la extensión de los casos de coronavirus y alrededor del 80% de los neozelandeses aún sin vacunar, Ardern, la líder del Partido Laborista con mayoría en el parlamento, decidió decretar rápidamente la vuelta a un confinamiento estricto en todo el país, lo que enfureció a muchos de sus críticos.

Personas con mascarilla hacen ejercicio durante un confinamiento por coronavirus (COVID-19), en Auckland, Nueva Zelanda, 26 de agosto de 2021 (REUTERS/Fiona Goodall)
Personas con mascarilla hacen ejercicio durante un confinamiento por coronavirus (COVID-19), en Auckland, Nueva Zelanda, 26 de agosto de 2021 (REUTERS/Fiona Goodall)

Bryce Edwards, analista político de la Universidad Victoria, en Wellington, dijo que desde entonces el gobierno de Ardern está siendo juzgado de manera diferente en relación a su respuesta al COVID-19 en 2021 en comparación con 2020. “Esta vez, la gente es mucho más escéptica acerca de cómo el gobierno ha estado manejando todos los problemas relacionados con el COVID, especialmente en relación con la campaña de vacunación, que se considera demasiada lento”, dijo. En efecto, Nueva Zelanda es el país desarrollado con la menor tasa de vacunación del mundo.

Con todo, Ardern defendió su estrategia: “Por ahora todos están de acuerdo con que la eliminación es la estrategia. No hay discusión ni debate entre nosotros sobre eso porque es la opción más segura mientras seguimos vacunando a nuestra gente”, dijo, desmintiendo las dudas expresadas por Hipkins. Con todo, no descartó que los neozelandeses eventualmente tengan que vivir con el virus.

El primer ministro de Australia, Scott Morrison, quien había sido un férreo defensor de la eliminación del virus, hizo esta semana declaraciones en el sentido de un cambio de estrategia. Así, después de registrar el sábado un nuevo récord de contagios diarios -1.126- el primer ministro insistió en que la prioridad ahora es aumentar el ritmo de las vacunaciones y reducir las hospitalizaciones, ya que considera “altamente improbable” que se pueda reducir a cero los contagios. En una entrevista el domingo pasado con la cadena ABC, había afirmado en que los confinamientos han dejado de ser “una forma sostenible de luchar contra el virus”.

La primera ministra Jacinda Ardern (Robert Kitchin/Pool Photo via AP)
La primera ministra Jacinda Ardern (Robert Kitchin/Pool Photo via AP)

Sin embargo, aclaró que las restricciones continuarán hasta que al menos el 70% de la población esté completamente vacunada. Hasta ahora, poco menos de un tercio de los australianos han recibido dos dosis.

¿Éxito o fracaso?

Casi un año después de su implementación, la opinión general de los expertos seguía indicando que se trataba del mejor camino para combatir el coronavirus. En el mes de abril de 2021, un artículo de la revista The Lancet afirmaba que los países que habían apostado por la eliminación registraron menos muertes, mejor desempeño económico y, a largo plazo, menores restricciones, que habría que aplicar únicamente ante la detección de un contagio. Sin embargo, e incluso sin considerar el último brote registrado durante el mes de agosto, muchos expertos habían cuestionado el enfoque de la “eliminación” por considerar que planteaba un callejón sin salida de aislamiento del mundo.

En junio del 2020, la epidemióloga de la Universidad de Oxford, Sunetra Gupta, calificaba la estrategia neozelandesa de “egoísta” en una entrevista con Infobae. La india radicada en el Reino Unido sentenciaba: “No es una estrategia sostenible. No se puede permanecer desconectado del mundo por siempre. Uno podría decir que es posible mantenerse aislado hasta que disminuya el riesgo, luego de que muchas personas se hayan inmunizado en el resto del planeta. Pero debo decir que esa es una estrategia bastante egoísta, como no vacunar a tu hijo. ‘Bueno, voy a esperar hasta que termine la epidemia en todas partes y las personas sean inmunes, así los riesgos en mi país son mucho menores’”.

El confinamiento se sintió en las calles de Auckland, Nueva Zelanda  (REUTERS/Fiona Goodall/File Photo)
El confinamiento se sintió en las calles de Auckland, Nueva Zelanda (REUTERS/Fiona Goodall/File Photo)

Del otro lado, sin embargo, e incluso considerando la variante Delta y los focos de contagios recientes, la epidemióloga y bioestadística australiana Zoë Hyde sostiene que la eliminación continúa siendo el mejor abordaje, y que el país debe aprovechar la ventaja que le da su geografía. “A menos que se alcancen niveles muy altos de vacunación (superiores al 90% de la población), permitir la propagación del virus será enormemente perjudicial para la salud y la economía”, respondió consultada por Infobae. Según ella, la evolución de la pandemia ha ido mostrando evidencias sobre las consecuencias que tiene el COVID-19 para la salud a largo plazo, lo que requiere cambios sustanciales en los modos de vida actuales, incluso más allá de la vacunación.

“Necesitaremos hacer algunos cambios en la forma en que vivimos, como aumentar la ventilación en los edificios públicos. El COVID-19 es causado por un virus que se propaga como el humo de un cigarrillo, por lo que limpiar el aire a través de una mejor ventilación o usar filtros de aire portátiles será fundamental”, explicó.

El epidemiólogo Michael Baker, citado por The Guardian, consideró por su parte que una estrategia de eliminación es fundamental en el mediano plazo, hasta que un mayor número de la población esté vacunada. “En muchos sentidos, estamos ganando tiempo para aprender más sobre cómo manejar este virus a largo plazo”. Según él, Nueva Zelanda podría pasar después a una estrategia de supresión, que apunta a mantener el número de casos muy bajo.

Un trabajador médico practica un test de COVID-19 a un automovilista (REUTERS/Fiona Goodall)
Un trabajador médico practica un test de COVID-19 a un automovilista (REUTERS/Fiona Goodall)

Es cierto que, más de un año y medio después de la irrupción del COVID-19 en el mundo, muchas ideas que existían sobre el virus parecen haber sido desmentidas. La tasa de letalidad, el nivel necesario para alcanzar la inmunidad de rebaño y que el virus deje de circular, e incluso las consecuencias que puede tener la enfermedad en la salud de las personas, son factores que, varias olas después, parecieran indicar que cualquier subestimación previa ha sido equivocada. Por ahora, y mientras una rezagada campaña de vacunación corre contra el reloj, las autoridades neozelandesas deberán esperar que sus decisiones ejecutivas se combinen con la disposición de la población a cumplir con las medidas y con la propia evolución del virus.

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