Elecciones en Irán: cómo funciona la “democracia” de los ayatollahs

Los iraníes irán a las urnas el viernes 18 de junio para elegir al próximo presidente en los comicios más restrictivos de las últimas décadas, por la enorme cantidad de postulantes vetados por el poderoso Consejo de Guardianes de la Constitución

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El líder supremo de Irán, el ayatollah Ali Khamenei, pronuncia un discurso durante una reunión virtual en Teherán, Irán, el 27 de mayo de 2021 (Sitio web oficial de Khamenei/Handout vía REUTERS)
El líder supremo de Irán, el ayatollah Ali Khamenei, pronuncia un discurso durante una reunión virtual en Teherán, Irán, el 27 de mayo de 2021 (Sitio web oficial de Khamenei/Handout vía REUTERS)

La República Islámica de Irán es una república muy singular, que no se parece a ninguna otra. Casi por definición, las repúblicas están encabezadas por un presidente que oficia como jefe de Estado y que es electo para un determinado período. La elección puede ser directa o indirecta, y el presidente puede no ser el jefe de gobierno, como sucede en los sistemas parlamentarios. Pero ambos criterios están siempre presentes.

No en Irán, donde el presidente es electo para un mandato de cuatro años y es —hasta cierto punto— el jefe de gobierno, pero no es el jefe de Estado. Ese rol lo asume el líder supremo, cargo que además es vitalicio, como si fuera un monarca. De hecho, como ocurría en algunas monarquías absolutas, el líder, que desde 1989 es el ayatollah Ali Khamenei, es al mismo tiempo la máxima autoridad política y religiosa del país. El carácter republicano de Irán puede estar en duda, pero no el islámico.

En este sistema político único, las elecciones presidenciales son también inusuales en muchos sentidos. Por ejemplo, para las que se celebrarán el viernes 18 de junio se anotaron 592 candidatos, pero sólo siete podrán presentarse. En todos los países los postulantes deben reunir ciertos requisitos explicitados por ley y hay órganos electorales —y en última instancia judiciales— que deciden quiénes reúnen esos criterios y quiénes no. Lo curioso de Irán es que el órgano encargado de hacer esa preselección no tiene que dar explicaciones de por qué unos son aceptados y otros no. Es que no se trata de un simple colegio electoral, sino que es nada menos que el Consejo de Guardianes de la Constitución.

Ali Larijani, ex presidente del parlamento de Irán, muestra su documento de identificación mientras se registra como candidato el 15 de mayo de 2021 (Majid Asgaripour/ WANA (West Asia News Agency) vía REUTERS)
Ali Larijani, ex presidente del parlamento de Irán, muestra su documento de identificación mientras se registra como candidato el 15 de mayo de 2021 (Majid Asgaripour/ WANA (West Asia News Agency) vía REUTERS)

Entre los candidatos vetados hay figuras que no sorprendieron a nadie, como el ex presidente Mahmud Ahmadineyad, que ya había sido rechazado en los comicios de 2017, cuando intentó volver a la presidencia tras dos mandatos consecutivos de cuatro años entre 2005 y 2013. Pero hay casos llamativos, como el vicepresidente Eshaq Yahanguiri y Ali Larijani, ex titular del Parlamento y asesor de Khamenei. Ambos, dirigentes cercanos al mandatario saliente, Hasan Rohani, un clérigo moderado que asumió en 2013.

La principal consecuencia de la decisión del Consejo de Guardianes es que una oferta electoral que de por sí suele ser acotada, ya que ningún candidato puede cuestionar al líder supremo ni a las bases del régimen político, quedó totalmente desvirtuada. Sobre todo, porque cinco de los siete son ultraconservadores y sólo uno es una figura destacada: Ebrahim Raisi, jefe del Poder Judicial y favorito de Khamenei.

“Los criterios que utiliza el Consejo de Guardianes para descalificar a los candidatos son muy vagos y están politizados”, dijo a Infobae Güneş Murat Tezcür, profesor de la Escuela de Política, Seguridad y Asuntos Internacionales de la Universidad de Florida Central. “Además, varían en cada elección. Algunos años, le preocupa tener una participación relativamente alta, por lo que tolera una apariencia de competencia. Otros años, necesita lograr un equilibrio entre facciones rivales de la elite, y deja que los aspirantes de estas facciones se presenten. Pero estas consideraciones parecen ser irrelevantes para los comicios de 2021. El objetivo es asegurar la elección de Raisi”.

Ebrahim Raisi, presidente del Tribunal Supremo de Irán, muestra su documento mientras se registra como candidato en Teherán, el 15 de mayo de 2021 (Majid Asgaripour/ WANA (West Asia News Agency) vía REUTERS)
Ebrahim Raisi, presidente del Tribunal Supremo de Irán, muestra su documento mientras se registra como candidato en Teherán, el 15 de mayo de 2021 (Majid Asgaripour/ WANA (West Asia News Agency) vía REUTERS)

Autoritarismo electoral

Si la máxima autoridad política del país no es elegida por el voto popular, ni directa ni indirectamente, es imposible hablar de democracia. Un régimen así está necesariamente dentro de la gama de los autoritarios.

Es cierto que el cargo de líder supremo no es hereditario, como sucede con la gran mayoría de las monarquías, y que hay en el origen una instancia de elección. Pero la participación popular en ella es muy indirecta, con el agravante de que el puesto no debe ser revalidado, sino que se conserva de por vida. Es por eso que desde la Revolución Islámica de 1979 sólo ha habido dos líderes: el ayatollah Ruhollah Khomeini, fundador de la república, y el actual.

A Khamenei lo eligió la Asamblea de Expertos, un cuerpo de 88 integrantes, todos especialistas en leyes islámicas, conocidos como mujtahids. La elección de estos 88 individuos se realiza a través del voto de los ciudadanos, para un período de ocho años. La composición vigente surgió de las elecciones de 2016, de modo que si Khamenei muriera mañana, el nuevo líder supremo sería nombrado por personas elegidas hace cinco años, cuando el contexto político era completamente diferente. Y conservaría el cargo de por vida.

Por otro lado, la participación popular es extremadamente acotada, porque para ser candidato a la Asamblea de Expertos es condición sine qua non pasar por el filtro del Consejo de Guardianes. La misma institución que define quién reúne las condiciones para ser parlamentario y, por supuesto, presidente.

“Históricamente, el Consejo de Guardianes ha tratado de lograr un delicado equilibrio entre la aprobación de candidatos conservadores cercanos al líder supremo y la autorización de unos pocos postulantes, a menudo más débiles, que no lo son. Lograr este equilibrio es fundamental para el papel del Consejo como árbitro”, contó a Infobae Daniel L. Tavana, investigador postdoctoral en el Consejo de Estudios de Medio Oriente del Centro Whitney y Betty MacMillan de Estudios Internacionales de la Universidad de Yale. “El requisito clave para ser elegido es mostrar lealtad al régimen político. Aunque el Consejo rechaza a cientos o a miles de aspirantes, no revela su justificación. De hecho, es habitual que ciertos candidatos sean considerados elegibles en un ciclo electoral, pero no en los siguientes, o viceversa. Las decisiones no son transparentes”.

El Consejo, que termina siendo el órgano clave del régimen, a través del cual se garantiza que la disputa política no salga de los parámetros aceptables para el establishment, es también el más antidemocrático en su composición. Y es el que revela que todo gira en torno al líder supremo, que incide de manera decisiva en su conformación.

El ayatolá Ruhollah Khomeini ( JOEL ROBINE / AFP)
El ayatolá Ruhollah Khomeini ( JOEL ROBINE / AFP)

Tiene 12 miembros, de los cuales seis son nombrados directamente por el líder —dijo Tezcür—. Los otros seis son elegidos por el Parlamento entre los candidatos propuestos por el Jefe del Poder Judicial, que a su vez es nombrado por el supremo. Por tanto, el Consejo sólo responde ante Khamenei y refleja sus preferencias. Tiene un largo historial de bloqueo de cualquier cambio reformista y pro democrático en la política iraní. Pero no sólo descalifica a los candidatos con posturas disidentes, también vetó una serie de leyes cuando el Parlamento estuvo bajo el control de los reformistas, entre 2000 y 2004”.

Pasada la etapa de preselección, dependiendo del grado de apertura que estén dispuestos a aceptar el líder supremo y los Guardianes, los comicios presidenciales puede ser más o menos competitivos. Es una diferencia con la mayoría de los países del mundo árabe. En las repúblicas como Siria y Egipto, los procesos electorales están totalmente digitados para la reelección indefinida del presidente, y en las autocracias del golfo como Arabia Saudita y Qatar ni siquiera hay proceso electoral.

En Irán, en cambio, hay una instancia de participación, que en algunos momentos ha incluso afectado lateralmente los intereses de Khamenei. El mejor ejemplo fueron los ocho años de Mohammad Khatami como presidente, entre 1997 y 2005, en los que impulsó algunas reformas con las que pretendió democratizar el régimen.

El presidente iraní en 2001, Mohammad Khatami, reunido con el primer ministro libanés Rafiq Hariri (REUTERS/STRINGER)
El presidente iraní en 2001, Mohammad Khatami, reunido con el primer ministro libanés Rafiq Hariri (REUTERS/STRINGER)

“Las elecciones en Irán no son libres ni justas según las normas internacionales —dijo Tavana—. Esto se debe principalmente al papel del Consejo de Guardianes en la desestimación de candidaturas y a la falta de transparencia que rodea a sus decisiones. Sin embargo, esto no significa que las elecciones carezcan de sentido. En cada una de las tres últimas elecciones que siguieron al final del mandato de un presidente en funciones, quien era percibido como favorito no ganó. En 2013, por ejemplo, muchos analistas predijeron que ganarían Mohammad Baqer Qalibaf o Saeed Jalili, pero ninguno de los dos obtuvo más del 20% de los votos. Y como en los últimos años el escrutinio ha sido más transparente, los candidatos sorpresa tienen el potencial de vencer a los supuestos favoritos”.

No obstante, si el líder y los Guardianes se cierran y anulan la competencia, las elecciones pierden sentido como instancia de legitimación del orden político. Es lo que está pasando ahora.

Además de Raisi, los otros candidatos aceptados son el secretario del Consejo de Discernimiento Mohsen Rezai; el ex ministro de Exteriores, Saíd Yalilí; el diputado Amir Hosein Qazizadeh Hashemi; el jefe del Centro de Investigaciones del Parlamento, Alireza Zakani; el gobernador del Banco Central, Abdolnaser Hemati; y el ex vicepresidente Mohsen Mehralizadeh. De los siete, los únicos que pueden ser considerados reformistas son los últimos dos, y ninguno tiene un perfil lo suficientemente alto como para aspirar a un triunfo.

Discurso del presidente Hasan Rohani (EFE/EPA/ABEDIN TAHERKENAREH)
Discurso del presidente Hasan Rohani (EFE/EPA/ABEDIN TAHERKENAREH)

Tan alevosa fue la decisión de crear un escenario para que se imponga Raisi que hasta el propio Rohani protestó. “La esencia de unas elecciones es la competencia. Si quitamos eso, tenemos un cadáver”, dijo el presidente en un discurso televisado, en el que contó que le escribió a Khamenei para que intervenga y habilite a otros candidatos.

“Las elecciones iraníes en los distintos niveles tendieron a tener algunos elementos democráticos durante muchos años —sostuvo Tezcür—. Aunque el Consejo descalificara a muchas personas, los votantes seguían teniendo opciones. Además, los resultados no estaban necesariamente predeterminados, como ocurre en otros países de Medio Oriente. Pero este año el elemento democrático se ve aún más erosionado, ya que se prevé que el candidato favorecido por el régimen obtenga una victoria aplastante ante la ausencia de rivales serios. No sería extraño que la participación sea muy baja, lo que reflejaría la apatía y la resignación de amplios sectores de la población iraní. Las presidenciales de 2021 darán lugar a un mayor nivel de autoritarismo”.

Carteles del candidato presidencial Ebrahim Raisi en un centro de campaña en Teherán, el 4 de junio de 2021 (Majid Asgaripour/WANA vía REUTERS)
Carteles del candidato presidencial Ebrahim Raisi en un centro de campaña en Teherán, el 4 de junio de 2021 (Majid Asgaripour/WANA vía REUTERS)

El poder presidencial en Irán

El carácter autoritario del régimen político iraní no está dado sólo por los numerosos filtros que se deben pasar para llegar a la presidencia, que inhiben la posibilidad de que asuma alguien que desafíe abiertamente al líder supremo. A esa limitación se suma otra tanto o más importante: el presidente tiene facultades muy disminuidas.

Babak Rahimi es director del Programa para el Estudio de la Religión y Estudios del Sur Global de la Universidad de California en San Diego. Consultado por Infobae, explicó que el margen de maniobra del presidente se limita a los aspectos del gobierno que son principalmente administrativos y ceremoniales. “Por administrativos me refiero al control y la dirección de determinadas políticas gubernamentales internas o internacionales, más que a las decisiones con considerable discreción sobre cuestiones relacionadas con el bien común. Por ceremonial me refiero a acciones simbólicas, como la inauguración de un edificio gubernamental o la concesión de un reconocimiento a un ciudadano. En otras palabras, el cargo presidencial consiste sobre todo en afirmar las políticas estatales que, en última instancia, son aprobadas o rechazadas por el líder supremo”.

El mandatario de cualquier país democrático, sea presidente o primer ministro, tiene, para empezar, autonomía para diseñar la política interior y exterior de su preferencia. En todo caso, puede tener que hacer concesiones a otros partidos políticos si el voto de la ciudadanía lo obligó a formar una coalición para llegar al gobierno, pero las decisiones no se las impone otro poder.

Un trabajador de una imprenta prepara afiches presidenciales 
 (Majid Asgaripour/WANA (West Asia News Agency) vía REUTERS)
Un trabajador de una imprenta prepara afiches presidenciales (Majid Asgaripour/WANA (West Asia News Agency) vía REUTERS)

En Irán no importa si el presidente ganó las elecciones con el 50% o con el 100% de los votos. Hay áreas fundamentales del gobierno que están fuera de su órbita y que son potestad exclusiva del líder. La más importante es, obviamente, el control de las armas. Tanto las Fuerzas Armadas regulares como la Guardia Revolucionaria le responden directamente a Khamenei. Además, es este quien marca los grandes lineamientos de la política exterior e interior.

“El presidente tiene poderes limitados en Irán: aprobar el presupuesto y decidir sobre políticas internas menores. Y en cualquier momento puede ser anulado por el líder supremo”, dijo a Infobae Alex Vatanka, director del programa de Irán del Instituto de Medio Oriente, con sede en Washington DC. “Por eso, es una teocracia y no una democracia, a pesar de todas las elecciones que se celebran. En Irán, votar no equivale a que los votantes decidan la política. Las decisiones estratégicas y sensibles, como las relaciones con Estados Unidos, el programa nuclear o las políticas regionales, las toman los centros de poder no electivos: Khamenei y la Guardia Revolucionaria. El presidente es, en el mejor de los casos, el número 2 del sistema”.

De todos modos, eso no quiere decir que carezca de toda iniciativa para promover políticas. Especialmente en el ámbito doméstico, sobre todo en materia económica, tiene cierta autonomía para actuar.

Carteles de Raisi, el favorito de Khamenei (Majid Asgaripour/WANA via REUTERS)
Carteles de Raisi, el favorito de Khamenei (Majid Asgaripour/WANA via REUTERS)

“Con la excepción de ciertas áreas clave, como la seguridad y la política exterior, el presidente tiene suficiente poder constitucional para gobernar con eficacia”, sostuvo Nader Entessar, profesor emérito de ciencia política especializado en Medio Oriente de la Universidad del Sur de Alabama, en diálogo con Infobae. “Pero debe estar dispuesto a ejercer su influencia y erizar algunas plumas, por así decirlo, para ser un líder eficaz en las áreas internas que preocupan a la población del país. En la mayoría de los casos, Rohani y sus colaboradores han abusado del poder presidencial para enriquecerse a sí mismos y a sus secuaces a costa de los trabajadores pobres”.

Incluso en materia exterior el presidente puede impulsar ciertas iniciativas, aunque siempre con la aquiescencia del líder supremo. En el caso de Rohani, su gran apuesta diplomática y económica fue el fallido pacto nuclear firmado en 2015 con las grandes potencias, que buscaba poner fin a las sanciones internacionales que tanto golpean a las finanzas iraníes.

El líder supremo de Irán, el ayatollah Ali Khamenei (Official Khamenei Website/Handout via REUTERS//File Photo)
El líder supremo de Irán, el ayatollah Ali Khamenei (Official Khamenei Website/Handout via REUTERS//File Photo)

Ahora, la aparente intención de favorecer a Raisi revela que probablemente Khamenei quiera seguir un curso de acción diferente al de Rohani. Con un ultraconservador como presidente, es difícil que prosperen las negociaciones que se llevan a cabo en Viena para que tanto Irán como Estados Unidos vuelvan a cumplir los términos del acuerdo que se rompió en 2018, por decisión del gobierno de Donald Trump.

“Aunque los presidentes tienen una capacidad limitada para fijar la política gubernamental, esto no ha sido siempre así —dijo Tavana—. Tienen una considerable discreción para dar forma a la política económica y reformar o no varios programas de bienestar. Históricamente, las elecciones han sido concursos entre candidatos conservadores más cercanos al líder supremo y candidatos reformistas más opositores, que han hecho campaña con promesas de mayor apertura y una relación más positiva con los actores internacionales y regionales. Sin embargo, en los últimos años, la reducción del espacio político ha facilitado que los candidatos conservadores mantengan el control de las instituciones electivas, como el Parlamento y la Asamblea de Expertos. La decisión del Consejo de Guardianes de excluir a un centenar de candidatos cercanos a las facciones reformistas más disidentes refleja esta tendencia, así como el carácter cada vez más autoritario del líder supremo y de sus allegados”.

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