
María Villa, mejor conocida como La Chiquita, fue una prostituta famosa durante el Porfiriato. La mujer, quien creció en medio de la desigualdad social, causó gran revuelo debido a un acto criminal que cometió. Además se desenvolvió en medio de la persecución de las personas dedicadas a la prostitución que formaba parte del intento por evitar la propagación de la sífilis.
Villa era mestiza y era hija de humildes campesinos tapatíos. Los primeros años de vida los pasó en Jalisco, donde, pese a su condición social, recibió educación: primero en una escuela a la que ingresó a los 5 años y luego en un asilo de damas piadosas localizado en la capital del estado.
Contrario a lo que se especuló más tarde, su camino en la prostitución no inició en el internado. Sin embargo, la mujer desde entonces fue víctima de los prejuicios, ya que el lugar de donde era originaria era conocido por ser “tierra productora de hembras hermosas, fáciles y ardientes”.
María se convirtió en prostituta al empezar a trabajar en la servidumbre, una labor también altamente estigmatizada durante el mandato del dictador mexicano Porfirio Díaz. Fue entonces cuando conoció a un hombre de clase alta que fue clave en su vida, Salvador Ortigoza.

Tiempo después La Chiquita se vio envuelta en el escándalo tras asesinar a otra mujer. Se trataba de Esperanza Gutiérrez, La Malagueña, una mujer que se dedicaba al mismo oficio que ella y a la cual asesinó en un intento por “restituir su honor”.
Según sus declaraciones, Villa se sintió deshonrada debido a Esperanza mantuvo relaciones sexuales con Ortigoza. La noticia circuló rápidamente en la capital del país, a través de volantes como aquel en el que aparecía una ilustración de José Guadalupe Posada donde estaba representado el hecho.

Posada plasmó a ambas mujeres. Por un lado, La Chiquita con un vestido negro sosteniendo un arma de fuego y por el otro, La Malagueña, que en contraste es representada con un atuendo blanco. El retrato no parece coincidir con las características atribuidas a las prostitutas y en general a las mujeres, pues aparece erguida y con una atuendo de “clase decente”.
Villa cambió su versión inicial de los hechos, en un intento por conseguir el perdón de los jueces, se adjudicó la debilidad, que se creía era algo innato en las personas del sexo femenino. Así, en las nuevas declaraciones argumentó que la pistola se había disparado por accidente y en que en realidad no conocía a la víctima.
Después de cometer el crimen, la mujer fue encerrada en la Cárcel de Belén. Publicaciones de la época, señalaban: “Imposible describir los sufrimientos de María Villa la chiquita en su habitación. Se encuentra arrepentida en alto grado, aunque manifiesta lo contrario en la apariencia”. Y según la crónica en algunas ocasiones incluso llegó a decir “mejor no hubiera visto nunca la luz del día” o “mejor no hubiera nacido”.

El caso siguió siendo tan relevante que el criminólogo Carlos Roumagnac la visitó en prisión en múltiples ocasiones para estudiarla. Su perfil era confuso, pues difería de una sirvienta común y las respuestas a las preguntas que el hombre le hacía no eran coincidían con las que los prototipos criminales identificados daban.
Entre las cosas que confesó a Roumagnac están las razones por las que decidió dedicarse a la prostitución. En ese sentido le aseguró que: “Ella no había nacido para vivir encorvada sobre la costura recibiendo un miserable sueldo, buscándose una enfermedad del pecho o del pulmón”.
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