OPINIÓN: ¿El espectro de la polarización?

Basta hojear algunos diarios, o asomarse a plataformas como Twitter o Facebook, para confirmar la presencia de esta idea que, sin demasiada resistencia, se ha colado hasta la raíz del imaginario nacional

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(Foto: archivo)
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Un espectro recorre a México: éste es el espectro de la polarización radical. Por lo menos eso es lo que se infiere cuando se pasa revista a lo señalado por algunas de las voces que suelen orientar la opinión pública desde diversas palestras periodísticas, radiofónicas y televisivas en nuestro país.

Desde hace algún tiempo la idea de que la sociedad mexicana se encuentra polarizada ha ocupado un lugar central en la producción del discurso público. Ello tanto en buena parte de los medios de comunicación convencionales y en las “redes sociales”; como en el plano de las conversaciones cotidianas que sostiene día a día la ciudadanía en general. Aquí con alarmismo y aparente sorpresa; allá con cierto temor y asombro. Basta hojear algunos diarios, o asomarse a plataformas como Twitter o Facebook, para confirmar la presencia de esta idea que, sin demasiada resistencia, se ha colado hasta la raíz del imaginario nacional.

“Estamos profundamente divididos”, sentencian de manera sumaria algunos sectores; y la arquitectura de la agenda pública tiende a hacer eco irrestricto de esta especie de fantasmagoría radical. Desde luego, subrayó la carga semántica del término un tanto quimérico con toda la intención. Ello en tanto que éste alude, palabras más, palabras menos, a un tipo de ilusión óptica, de figuración o percepción distorsionada, que no necesariamente tiene un anclaje en lo real. Así, no cabe duda que es preciso detenerse un poco, respirar profundo y anteponer algunas suspicacias ante la aceptación aproblemática del discurso de lo polarizante. Por decirlo a la Kundera: el núcleo analítico está en otra parte.

Ahora bien, con esta alusión a la dimensión fantasmática del discurso ¿se niega la existencia del conjunto de conflictos y agravios que desgarran dolorosamente el tejido social en nuestro país?

Por supuesto que no. Más bien todo lo contrario. Lo que se intenta evidenciar aquí es que el tono de zozobra y desconcierto con el que se aborda el tema tiende a obliterar el creciente catálogo de oprobios y de deudas históricas que trazan los contornos de nuestro país. Una postura así se desentiende del potencial político de la memoria colectiva.

Como si la proliferación de posiciones encontradas fuese un acontecimiento inédito en la historia nacional; como si lo que antes era impecable y diamantino, libre de conflictos, hoy hubiese devenido en una opacidad resquebrajada y partida en dos. Por una parte, hay voces que -a veces sin quererlo; a veces con toda la intención- al opinar sobre la polarización incurren en un tono sensacionalista que raya en el amarillismo. Por otra parte, derivado en buena medida de lo anterior, se alimenta un clima de alarma y desasosiego entre amplios sectores de la sociedad. Dicho de otro modo, el tono en el que se tematiza la polarización ha producido una profunda animadversión a todo tipo de manifestaciones de lo los conflictos que nos aquejan; cuando lo verdaderamente alarmante debería ser, por ejemplo, la criminalización y la condena de las expresiones organizadas del mismo.

¿Qué lecciones podemos aprender de todo esto? En principio se precisa reconocer que uno de los rasgos de una democracia con cierta vitalidad radica tanto en la presencia creciente de una pluralidad de posturas confrontadas; como en la constante emergencia de espacios para la expresión de los núcleos conflictivos que nos atraviesan colectivamente. En este sentido es crucial desplazar la mirada: en lugar de poner el énfasis en la polarización -factor que ha sido constante desde el nacimiento de México como nación- sería fundamental hacerse cargo de los núcleos problemáticos que tensionan la arquitectura de la esfera pública. Necesitamos hacer patente qué es lo que más nos duele como sociedad.

Polarizados hemos estado siempre. Nada hay de nuevo en ello. Quizá la única diferencia radique en que la incorporación de la variable tecnodigital a la producción de la vida social ha hecho que la polarización en la que estamos inmersos e inmersas sea cada vez más visible. En cambio, el conjunto de tensiones que nos dividen -unas más intensas que otras- tiende a incrementarse día con día. Las diferencias de clase, los rasgos étnicos, las preferencias sexuales, los modos de ser y estar en el mundo, son algunos de los elementos que constituyen precisamente los nudos tensos sobre los que sin duda tenemos que discutir cada vez más.

En fin, un desplazamiento (analítico) como el que aquí se propone le otorga una dimensión

completamente distinta -más compleja- a lo que nos acontece. Así, más que una perspectiva polarizante que suele olvidar las luchas históricas que le han dado forma a este país, lo que tendríamos sería un enfoque capaz de dar cuenta de las significativas transformaciones que experimenta el campo político mexicano: el espectro fantasmal de la polarización abriría la puerta para comprender las transformaciones que se despliegan en la esfera pública contemporánea. No se debería temerle a la presencia visible del conflicto. Son más peligrosos el silencio cómplice y la censura autoritaria.

El reconocimiento del espectro polarizante (y de su naturaleza fantasmática) nos permite a su vez poner de relieve tanto el involucramiento de nuevos actores como la emergencia de nuevas temáticas en la hechura de lo público: actores que antes solían pasar de largo de los asuntos públicos/políticos; temáticas que se consideraban marginales e irrelevantes. Por supuesto, como nota al pie, es fundamental señalar que lo anterior debe ser leído como una conquista de la sociedad organizada, y no como una concesión de las autoridades gubernamentales de ningún color o partido. Más aún, si hay una lección que puede extraerse de lo que nos acontece ésta sugiere que la política no se agota en su dimensión formalmente instituida (i. e. partidos, procesos electorales, campañas). Por el contrario, la arquitectura de la subjetividad es un proceso altamente politizado: discutir y deliberar colectivamente acerca de lo que nos preocupa nos coloca frente al espejo de nuestros propios prejuicios. ¿Acaso lo anterior no se erige como un elemento crucial para la ampliación de las posibilidades de lo político y de lo democrático?

Sin ninguna duda.

*Investigador de la Universidad de Guadalajara

Lo aquí publicado es responsabilidad del autor y no representa la postura editorial de este medio