Velia Vidal: “Parte del racismo es idealizar la pobreza”

La escritora, fundadora y directora de una corporación cultural en una pequeña población del Chocó, la región más pobre de Colombia, participó en el pasado Hay Festival junto al primer premio Nobel africano Wole Soyinka

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Velia Vidal, fundadora y directora de la Corporación Educativa y Cultural Motete en el Chocó. Foto: Elizabeth Gallón Droste
Velia Vidal, fundadora y directora de la Corporación Educativa y Cultural Motete en el Chocó. Foto: Elizabeth Gallón Droste

Velia Vidal ama leer con otros y para otros, sabe de dónde viene, en dónde nació, también en dónde encontró la preparación que buscaba, pero también en dónde encontró su propósito en la vida. Siente que el Chocó, una de las regiones más pobres de Colombia, y en especial la población de Bahía Solano, es su lugar en el mundo. Quizá esto explica que se haya convertido en uno de los íconos colombianos de los procesos sociales y culturales de esta generación, logrando el reconocimiento de poderosas instituciones internacionales que confían en su criterio y su visión del territorio y sus verdaderas necesidades.

Velia no solo es una mujer que se debe a una visión, es una mujer que encontró las letras y la memoria como un camino a la expansión de sus descubrimientos y sensibilidad, fue becaria del Diplomado Pacífico en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo y el Fondo Acción, en el que escribió el cuento infantil ‘Bajo el yarumo’, que hace parte de la publicación ‘Maletín de relatos pacíficos’. En 2019 participó en el proyecto artístico ‘Al otro lado del Istmo’, de Magdalena Wallport y Elkin Calderón, en el marco del cual escribió un texto que se publicó en el libro ‘Oír somos río’. Su más reciente libro es ‘Aguas de estuario’ (2021) dotado de un contenido literario único sobre su experiencias, inquietudes y aprendizajes.

¿Cuál es su balance del Hay Festival?

— Me fue muy bien, me trataron súper bien, podría considerarse algo menor pero no lo es, me refiero al trato personal, pero me refiero también a la participación en espacios significativos, valiosos e importantes porque abordan temas de interés general. En ese sentido creo que tuve una participación representativa, tuve la oportunidad de hablar de temas que me interesan, de proyectos en los que estoy participando que aunque son propuestos por otras entidades e instituciones, no me alejan del foco de los temas que quiero tratar.

¿Cómo vio la respuesta de los asistentes al Festival frente al impacto de realidad que representa el relato de su trabajo en el Chocó y de sus ideas puestas en acción?

— Yo entablé una relación con el Hay Festival desde el 2021 con el lanzamiento de ‘Aguas de Estuario’ cuando fue elegido como libro del mes de mayo, creo que con esto había un mensaje muy interesante de darle lugar a unas historias y a una autora que publicaba su primer libro sola, del Chocó, sin reconocimiento y me recibieron para dar mis puntos de vista entendiendo que vienen de una relación directa con la realidad, desde ese lugar planteo discusiones complejas como el racismo, la exclusión, las relaciones verticales de norte y sur, del colonialismo.

Inmediatamente me conectaron con Ella Winsor, responsable de la edición especial sobre Colombia de London Magazine, donde fui invitada a presentar un texto; fue un cuento en donde abordo los temas que a mí me interesa contar y posteriormente recibí una invitación a participar en el proyecto ‘Microcosmos no contados’, con el Centro de Excelencia Santo Domingo para la Investigación sobre Latinoamérica en el Museo Británico, una invitación que sentí absolutamente cercana, porque era a cuestionar las relaciones del museo con las comunidades de América Latina y ahí me encontré algo maravilloso que fue saber que el British Museum tiene una colección del Chocó, con unas piezas que llevaron desde 1962, y todo esto derivó en que me invitaran al Hay Festival porque era la gala de presentación de esa edición especial del London Magazine, el lanzamiento del proyecto del Centro Santo Domingo y el Festival, pero, además, me invitan a esta conversación con Wole Soyinka, que es el primer Nobel de literatura africano, un gran maestro de las letras nigerianas y de esta manera se configuró una participación en donde percibí interés de los medios y asistencia.

Hablemos de su libro ‘Aguas de estuario’, ¿de dónde sale?

— Este libro es una suma de cartas, es un libro epistolar resultado de una conversación real por medio de correspondencia que mantengo con un amigo con un proceso de edición posterior con dos tiempos de escritura: el de la correspondencia habitual y el de la escritura del libro. Esta producción nace de Laguna Libros, ellos creyeron y lo hicieron, a pesar de mí; creyeron que las cartas tenían un gran valor literario. Con Pedro Lemus, que es mi editor, encontramos un hilo conductor en los temas en los que queríamos enfocarnos y decidimos, de manera deliberada, que no queríamos que apareciera el destinatario de las cartas porque estábamos enfocados en que la historia fuera la mía, la de mi mirada, lo que yo tenía para contar de mi proceso como escritora, como gestora cultural y de mi regreso al Chocó, esa relación con el territorio y con todo el entorno con sus maravillas y desastres, e indiscutible el trabajo de ‘Motete’, que es un proyecto, más que nada, con una trascendencia social y personal. Creo que es un libro muy auténtico, muy honesto y transparente, y eso ha hecho que sea muy bien recibido por los lectores.

Hablando de la relación con el territorio, ¿cómo fue tu experiencia de irte de tu lugar de nacimiento, volver, vivir diferentes roles, que sin duda le han dado una visión particular de la realidad del país y de los lugares de representación como una comunicadora en Medellín y en el Chocó como gestora cultural?

— Nosotros nacemos sintiendo que necesitamos irnos, no deseándolo, porque muy rápidamente tenemos conciencia de lo que no tenemos, tenemos un paraíso, recursos naturales, pero no tenemos educación, que no tenemos posibilidades de empleo, ni cómo practicar ciertos deportes, acceso a ciertos servicios básicos. Crecer en el Chocó significa nacer con el deseo de irse a buscar nuevas oportunidades y cuando te vas y descubres que es posible tener una vida con garantía de derechos o al menos unos derechos básicos es difícil decir que te vas a regresar cuando tienes conciencia de que faltan muchas cosas aquí todavía. La gente va al Chocó, tiene vacaciones por la temporada y vuelve a irse y es absolutamente comprensible, yo pasé así 20 años porque necesitaba seguir estudiando, porque quería seguir trabajando, porque tenía una carrera que se podía catalogar como exitosa; pero lo que me hizo volver fue la necesidad del propósito en la vida, como de conectarme con algo que fuera más allá de tener un salario, de tener un empleo, eso fue lo que me hizo volver aunque no tenía ni idea de lo que iba a hacer pero sí encontré el lugar en donde podía hallar mi propósito. Conté con el apoyo de mi esposo que fue algo muy importante en la decisión de regresar lo cual no es fácil y eso lo escribo en ‘Aguas de estuario’, por ejemplo la salubridad, la humedad, es más fácil que te den hongos, con un clima que propicia todas las formas de vida, incluso en tu piel y cuero cabelludo, si llueve demasiado el agua se pone turbia o si el verano está muy fuerte entonces hay racionamiento de agua.

¿Cuál es esa visión de ciudad?

Cuando estás acostumbrado a la ciudad sabes que abres el grifo y siempre hay agua y en los primeros meses después de mi llegada estuve prácticamente incomunicada porque no había internet en Bahía Solano. Regresar no es fácil y parte del racismo parte de una idealización de la pobreza e incluso en los discursos ambientalistas muchas veces se sostienen en esa idealización, haciendo llamados a no acabar el bosque, no talar, no pescar, en resumen “no vivan, pero sigan viviendo así con todas las carencias que nosotros podemos vivir aquí en la ciudad arrasamos por todo y tenemos mejores condiciones de vida pero necesitamos que se conserve ese lugar…”.

Esa misma idealización hace que la gente te diga que vas a ayudar a alguien o pensando que voy a vivir en la naturaleza, en el mar, en la selva como si fuera una experiencia contemplativa y definitivamente no es fácil a pesar de estar satisfecha y mi elección sigue siendo estar aquí, pero no es fácil vivir en el Chocó, no es fácil sacar adelante los procesos sociales ni culturales porque hay unas prácticas en las instituciones que tienen mucho por mejorar porque hay desconocimiento de muchas iniciativas que ya son cotidianas en otros lugares que hasta ahora estamos implementando. Todavía hay muchas personas que ni siquiera han pisado una sala de cine, nadie se puede relacionar con algo que no conoce.

¿Qué le ha dejado esta experiencia?

Me ha ayudado a ser más consciente de esa relación centro-periferia y en cómo esta relación está mediada por el racismo, probablemente si yo no hubiese regresado no hubiera cambiado mi mirada de la realidad, porque cuando yo estaba en Medellín también pensaba en el Chocó a través de sus carencias y no quiero decir que aquí las cosas estén solucionadas, pero nosotros desde ‘Motete’ hemos decidido no relacionarnos a partir de las necesidades sino a partir de las oportunidades y normalmente desde el centro se establece una correlación a partir de las carencias muy en la lógica de la caridad, de ayudar a los “negritos”, pueden decir “¿cómo enviamos útiles escolares y ropita usada”, este proceso me ayudó a volver a mi ser nativo porque inevitable era una profesional con unas pautas de relacionamiento y volver me permitió hacer reflexiones más profundas al respecto y quizás si no hubiera vuelto no hubiera sentido la necesidad de obtener mi certificación en Estudios Afrolatinoamericanos en el que además tuve mención de honor y fue un proceso absolutamente transformador.

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