Werner Herzog y el mito inmortal del conde Drácula contra el nazismo

Se cumplen 40 años del estreno de "Nosferatu, fantasma de la noche", la película con la que el gran director intentó reconciliar la cultura alemana con el mundo de la posguerra. ¿Habrá alguna vez un vampiro mejor que Klaus Kinski?

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El estreno de NOS4A2, la serie basada en la novela del escritor estadounidense Joe Hill con un acrónimo imaginario (en inglés) de Nosferatu en su título, es el último de una larga serie de ejemplos de la vigencia del conde Drácula en la cultura popular. Pero entre las decenas de variaciones sobre vampiros de primera, segunda y tercera categoría, la serie inspirada en el trabajo del hijo mayor de Stephen King (el nombre real de Joe Hill es Joe Hillstrom King) traza una línea aparte. Estrenada exactamente en el aniversario número 40 de Nosferatu, fantasma de la noche, la clásica película dirigida por el alemán Werner Herzog (Múnich, 1942), ambas historias han insistido en reelaborar el significado del mismo mito en el marco de las angustias de sus propias épocas .

Tanto para Hill y como para Herzog, el punto de partida fue uno de los más célebres intentos de distanciarse del Drácula fundacional sobre el que Bram Stoker publicó su novela en 1897: la película Nosferatu, dirigida en 1921 por un auténtico pionero del cine, el alemán F. W. Murnau (1888-1931). Convertida en una de las obras maestras del terror, la película llegó a rodearse durante décadas de sus propios mitos, en un arco que iba desde la creación del nombre "Nosferatu" como parte de una virulenta batalla legal contra los herederos de Stoker (que no querían ceder la palabra "vampiro" ni el nombre "Drácula") hasta la orden judicial para destruir todas sus copias después de su estreno.

Para Werner Herzog, sin embargo, Nosferatu, fantasma de la noche jamás intentó ser una remake de la película que Murnau había filmado casi seis décadas antes, sino una versión enteramente nueva, cuyo objetivo real le fue revelado al terminarla: al regresar a un hito de la época heroica del cine como Nosferatu, "la mejor de todas las películas alemanas" según Herzog, la cultura de su país podía al fin cerrar ante el resto del mundo el último capítulo de un "proceso vital de relegitimación" luego de la oscuridad espectral del nazismo.

Werner Herzog
Werner Herzog

Para entender la importancia de la octava película en la carrera de Herzog, por lo tanto, hay que ubicarse en el dilema que el propio director creyó encarnar en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Como parte de una generación de directores de cine "huérfana", incapaz de encontrar en sus predecesores más inmediatos otra cosa que alineamientos obedientes a la cultura oficial nazi o expulsiones y exilios de disidentes, antes de los años sesenta (la década en que Herzog empezó a filmar) la sensación predominante entre los cineastas alemanes era que no había un cine "legítimo" en su país. No al menos desde el 30 de enero de 1933, el día en que Adolf Hitler llegó al poder. 

El primer vínculo entre esos dos momentos de la historia del cine alemán fue la directora Lotte Eisner (1896-1983), una fugitiva del nazismo cuya erudición llegó a representar para Herzog y para otros directores de su generación el "eslabón perdido" entre el pasado y el futuro (y por eso la devoción con la cual le dedicó el libro Del caminar sobre hielo), pero el segundo vínculo fue Nosferatu, fantasma de la noche. "Podría haber hecho una película de vampiros aunque no existiera la de Murnau, pero quise mostrar mi respeto y mi admiración a su Nosferatu y en dos o tres ocasiones incluso intenté citarlo literalmente copiando las mismas tomas que utilizó en su versión", cuenta Herzog en su libro de entrevistas con Paul Cronin, Herzog por Herzog.

“Nosferatu, fantasma de la noche”
“Nosferatu, fantasma de la noche”

Crear su propio Nosferatu fue también la oportunidad de explorar los principios básicos de uno de los géneros más populares del cine, un terreno donde se mezclan "fantasía, alucinaciones, sueños y pesadillas, visiones, miedo y, por supuesto, mitología". Filmada en Alemania, Holanda y República Checa, la historia del conde Drácula según la imaginación de Werner Herzog incluyó un reparto con Bruno Ganz e Isabelle Adjani, y entre sus escenas célebres está la invasión de la ciudad de Wismar (representada por la ciudad holandesa de Delft) bajo la marcha frenética de 10.000 ratas que el director hizo transportar desde un laboratorio en Hungría y teñir de negro para que el efecto visual fuera más siniestro.

Filmada en inglés, doblada al alemán y distribuida por la 20th Century Fox, Nosferatu, fantasma de la noche fue uno de los primeros éxitos de Herzog más allá de Europa. Pero es probable que nada de esto hubiera ocurrido sin el poderoso papel protagónico de Klaus Kinski (1926-1991), acerca del cual Herzog dijo con total seguridad que "nadie podrá interpretar a Nosferatu como lo hizo él", a pesar de que Kinski tuviera poco menos de 20 minutos de presencia a lo largo de una película con una duración de casi 2 horas.

Afeitado y maquillado en el mismo estilo que el ominoso conde Orlok de la película de Murnau, el mérito de Kinski es haber trasladado hacia la crudeza de toda su repulsión física el haz sensible del verdadero encanto romántico del personaje. Del modo más humano posible para un monstruo que duerme en una cripta y arrastra pestes y locuras, su Drácula atraviesa la angustia de la inmortalidad "como un abismo de tiempo, profundo como mil noches", a la espera del milagro del amor. Tal vez por eso Herzog eligió la escena de la muerte del vampiro en Nosferatu, fantasma de la noche para representar el verdadero final de Kinski en el documental Mi enemigo íntimo.

Pero para entender por qué Herzog apostó por un actor con una reconocida fama de desequilibrado para enaltecer a la cultura alemana ante el cauteloso mundo de la posguerra, Mi enemigo íntimo, el documental del que se cumplen 20 años desde su estreno, se vuelve inevitable. Con un juego sutil entre la biografía y la autobiografía, el tándem entre Herzog y Kinski, que filmó cinco películas entre 1972 y 1988 (incluida la icónica Fitzcarraldo), es la historia de una sociedad creativa bajo las asimetrías constantes del poder.

“Nosferatu, fantasma de la noche”
“Nosferatu, fantasma de la noche”

Mi enemigo íntimo no deja de recordarnos que Herzog y Kinski, al funcionar como sus mutuos alter ego, construyeron una reputación internacional como maestros realizadores y megalómanos, dedicados ambos a narrar historias de genialidad y locura conectadas con sus propias obsesiones y desaciertos. De esta manera, el forcejeo alrededor de cuál de estos dos grandes artistas del siglo XX logró moldear a su voluntad al otro se diluye, a criterio de Herzog, en algo más abarcador para la historia del cine: el evento central de su encuentro.

Sin embargo, el recuerdo que Herzog compartió en público sobre su trabajo con Kinski en Nosferatu, fantasma de la noche es muy distinto a los conocidos raptos de locura, violencia física y amenazas cruzadas de muerte que se repitieron al filmar Aguirre, la cólera de Dios o Fitzcarraldo, y que alimentaron el mito de la ambigua amistad y la turbulenta enemistad entre los dos genios desgarrados retratados en Mi enemigo íntimo y que Herzog registró también por escrito en el libro Conquista de lo inútil.

“Nosferatu, fantasma de la noche”
“Nosferatu, fantasma de la noche”

"A Kinski le encantaba la película y se mostró feliz durante el rodaje la mayor parte del tiempo, aunque de vez en cuando tenía un berrinche. En aquella época se sentía a gusto consigo mismo y con el mundo y disfrutaba pasando horas en compañía de su maquilladora, la artista japonesa Reiko Kruk. Escuchaba música japonesa mientras ella lo esculpía cada mañana y le ponía las uñas postizas y las orejas", cuenta el director en Herzog por Herzog.

Ya fuera porque a esa altura de su sociedad podían comunicarse apenas con miradas o porque Kinski simplemente era "bueno con el proyecto", el inusual elogio de Herzog a su máxima estrella aún suena impactante. "Si le diera cincuenta años y un millón de dólares para encontrar a alguien mejor que Kinski para interpretar a Nosferatu, usted fracasaría", desafía a Cronin. Cumplidos los primeros 40 años desde el estreno de Nosferatu, fantasma de la noche, la apuesta sigue vigente.

 

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