Lou Reed y David Bowie: memoria de dos planetas orbitando la misma galaxia

Nuevas publicaciones ingresan en los mundos íntimos de dos de las más grandes estrellas de rock. Historia de una amistad plena de genialidad, que dejó una marca imborrable en la música del siglo XX

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A comienzos del año 1972, David Bowie y Lou Reed se juntaron en el restaurante Ginger Man, en el corazón de la ciudad de Nueva York. Era la primera vez que se veían las caras aunque ya se conocían de nombre y se habían escuchado. La reunión había sido pedida por Bowie (un fan absoluto y declarado de The Velvet Underground) y se gestó a través del sello de Lou, RCA, que estaba interesado en que se reunieran para ver qué pasaba entre ellos.

La situación musical, y en relación a la industria, de cada uno era muy distinta. Casi se podría decir que eran opuestas. Por su parte, Lou Reed venía de separar a The Velvet Underground porque le parecía un proyecto, por paradójico que suene ahora mismo, sin futuro; y de haber sacado un primer disco solista homónimo que no cumplió las expectativas artísticas y comerciales de nadie: ni del propio Lou Reed ni de la compañía discográfica. Así que Lou estaba de capa caída, consumiendo drogas duras en cantidades imprudentes y preguntándose cómo seguir adelante.

David Bowie, en cambio, estaba en camino a la estratósfera: venía de crear al alienígena Ziggy Stardust y de sacar un disco iconoclasta, fabuloso y taquillero que le dio status y credibilidad en varios continentes: The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars; además de darle un himno exitoso a la banda Mott The Hoople: All the young dudes. Se trataba, entonces, de dos realidades y dos estados de ánimo muy distintos.
Pero había un secreto detrás: el motivo real por el que Bowie había pedido el encuentro era porque tenía intenciones –más bien la ambición- de producir el siguiente disco de Lou.

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Muchos años después, contó Bowie sobre ese primer acercamiento: "Lou terminaba de levantarse de un tropiezo en cuanto lo conocí, y su influencia había sido un poco olvidada. Y ninguno de nosotros podía adivinar cuál iba a ser exactamente su nueva influencia o cómo iba a leerse la reputación de Velvet Underground". El final de ese encuentro no pudo ser más prometedor porque el parco y hostil Lou Reed le dijo a Bowie: "Espero que nos veamos otra vez, la pasé muy bien." Lo que vino después fue la concreción de uno de los mejores discos en la historia del rock occidental: Transformer.

Esa sería, lamentablemente, la única vez que ellos trabajarían juntos en un proyecto discográfico. Pero el camino de estos dos rockeros influyentes (cuyas obras en su conjunto tienen el tamaño de universos completos que todavía conservan su vitalidad) se desarrollaron de forma paralela en las últimas décadas del rock y es lo que se puede ver en dos libros extraordinarios, de factura disímil y complementarios que sirven para comprender existencias complejas: Lou Reed: una vida (Planeta) de Anthony DeCurtis y Bowie por Bowie. Entrevistas y encuentros con David Bowie, editado por Sean Egan (Planeta).

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¿Tiene sentido preguntarse de qué forma honesta hay que acercarse a la vida de los demás? ¿Cómo atravesar la barrera del extrañamiento y meterse en una suerte de verdad y descubrimiento específico? Por otra parte: ¿es posible acceder a la intimidad de una existencia a partir del roce exterior, la data dura y las palabras? Si la realidad está mediada por los objetos y el lenguaje, las experiencias de una vida sugieren estar filtradas por varios muros (en apariencia) infranqueables hasta para la misma persona que lleva adelante esa existencia que se pretende vislumbrar, a la que se quiere acceder.

Desde ahí, Antonhy DeCurtis es un periodista que escribe Lou Reed: una vida como una biografía, digamos, convencional: entrevistas a las personas que conocieron a Reed, opiniones sobre la música e investigación sobre el pasado y el detrás de escena de la vida del músico. Entonces: ¿hay algo más que superficie? Una vez que la lectura concluye, la sensación es la de presenciar el tránsito de alguien que hizo algunas cosas (extraordinarias, por supuesto) pero que uno no termina de entender por qué las hizo y cómo llegó ahí.

The Velvet Undergorund & Nico, y Andy Warhol
The Velvet Undergorund & Nico, y Andy Warhol

Lou Reed formando y separando una revolución llamada The Velvet Underground, Lou Reed llegando al éxito con Transformer, Lou Reed casándose y golpeándose con su pareja trans Rachel (ya volveremos sobre esto), Lou Reed perdido en los ochenta, Lou Reed enojado y portándose muy muy mal con todo el mundo salvo con Laurie Anderson, Lou Reed maltratando periodistas, Lou Reed se vuelve clásico e inolvidable para los millennials mientras casi destruye la carrera de Metallica.

Sabemos muchas cuestiones al final, pero no sabemos bien qué hay abajo, detrás, al costado del asunto real de esas cuestiones. La pregunta, que también va dirigida a la pésima biopic Bohemian Rhapsody, es: ¿reducir una vida a una serie de hechos alcanza para comprender lo vital y misterioso del ser, de la creación, de lo que nos conmueve e interesa?

En Bowie por Bowie, entrevistas y encuentros con David Bowie, un trabajo editado por Sean Egan que arranca en el comienzo de su carrera y concluye en el 2003, cuando Bowie dejó de dar entrevistas por motivos de salud, el procedimiento de contacto con el artista es bien otro: se trata de que es el mismo personaje quien deja caer sus palabras en el grabador y luego llegan a la página, quien ofrece su voz, su cercanía, el que da cuenta de una vida bajo la luz ardiente de un público y expuesta a los medios. Lo que nos lleva a pensar en un tráfico de información de primera mano. Filtrada por la edición del periodista de turno, sí, claro, pero es lo más cercano que podemos estar de las ideas que Bowie tuvo sobre sí mismo y, lo más importante, sobre lo que dejó y legó al planeta tierra: el conjunto de su obra, que se expande en distintas ramas del arte (pintura, escritura, decoración, escultura, moda, entre otras) y que saltan, con mucha facilidad, los decorados sedentarios de la música –y de la cultura- rock.

“Blackstar”, último disco de Bowie, también debía contener un libro
“Blackstar”, último disco de Bowie, también debía contener un libro

Es en este sentido en el que se puede percibir la estructura de un discurso que crea la ilusión de introducirse en un recorrido increíble, atractivo e interesante como el de David Bowie: cambiante, combativo, influyente y expansivo no sólo en sus comienzos, sino que llega hasta su última intervención en vida: el disco Blackstar, publicado dos días antes de su muerte. La que tal vez sea mejor despedida en la historia del rock de un músico de ese calibre.

Cuando pensamos en las carreras de Lou Reed y David Bowie podemos encontrar ciertas recurrencias que los ubican en la misma zona, llamémosla así, existencial. Pero cuando vemos algunos comportamientos en el backstage de la vida de músicos (su territorio civil, cotidiano y humanos), las diferencias entre ellos se acentúan y se profundizan.

Ambos tuvieron comienzos difíciles en sus adolescencias. Por ejemplo, Lou Reed sufrió terapia de electrochoque porque sus padres no toleraron sus manifestaciones homosexuales (este hecho tiene opiniones encontradas en el libro de DeCurtis, sobre todo de la hermana de Reed). David Bowie tuvo una discusión, por una chica, en el patio del colegio, recibió un golpe en el ojo por el cual casi se le desprende la retina y le reportó un ojo de cada color. Lo que le dio un feeling de misterio.

Foto histórica de Mick Rock: David Bowie, Iggy Pop y Lou Reed
Foto histórica de Mick Rock: David Bowie, Iggy Pop y Lou Reed

Los inicios de sus carreras pasaron, increíblemente, desapercibidos. El primer disco de The Velvet Underground, que tenía la tapa firmada por Andy Warhol y en en cual, en algunos temas cantaba la modelo alemana Nico, hasta muchos años después de salir solo había vendido un poco más de mil copias. El futuro les dio la razón porque, como bien dijo Brian Eno, todos los que compraron ese disco formaron una banda y eso generó un rizo de creatividad descomunal y que llega hasta nuestros días. En el caso de Bowie, no fue sino hasta la salida del segundo disco, que contenía el hit Space Oddity, que pudo desplegar su personalidad espacial y atraer algo de atención por el arte disruptivo que estaba produciendo.

Los dos exploraron sexualidades disidentes de la heteronormatividad reinante. Lo que produjo una liberación necesaria en el público del rock y en gran parte de la sociedad de su tiempo, que estaba interesada en las libertades individuales de elección. David Bowie se declaró bisexual en una entrevista para el New Musical Express generando una conmoción en Inglaterra y en su audiencia, que lo acompañó con gusto en esta liberación. Lou Reed, que ya venía de compartir –fascinado- mucho tiempo con mujeres trans en la Factory de Warhol (de ellas, por supuesto, habla en Walk on the wild side, su mayor hit), en los setenta estuvo en pareja y conviviendo con Rachel, una misteriosa chica trans que tenía sangre india y mexicana.

Ambos se encontraron desorientados en los ochenta (eran vistos como dinosaurios o referentes de una época arrasada) y sin plateas a las cuales seducir. Bowie metiéndose en una banda (Tin Machine) para no gustarle a nadie y recibir las peores críticas de su historia. Lou Reed entregó una serie de discos (Growing Up in Public, The Blue Mask, Legendary Hearts, New Sensations, Mistrial) que no hacían más que sostener una suerte de agonía creativa.

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Pero luego, los dos, a fines de los dos mil y en el nuevo milenio, ya limpios de drogas y cualquier tipo de consumo, se vuelven clásicos indiscutibles por peso propio y con una historia que definió una parte (quizás la más atractiva y valiosa) del rock y la forma en la que se concibe el acto creativo. Porque tanto Lou Reed (un licenciado en Letras) como David Bowie (autodidacta impenitente y lector voraz que se hacía llevar alrededor de cien libros en sus giras) infiltraron en sus piezas musicales sensibilidades que tomaron de otras artes.

Lou Reed y David Bowie (AFP)
Lou Reed y David Bowie (AFP)

Lou Reed siempre quiso que sus canciones alcanzaran niveles literarios que los equipararan a la literatura de Raymond Chandler o James Joyce. Y Bowie creaba sus canciones bajo el sistema literario de Cut-Up de William Burroughs o siguiendo las enseñanzas de la Cábala o Aleister Crowley o, ya lo sabemos, creando personajes que le dieran una identidad superior o inalcanzable, como el caso de Ziggy Stardust o el Duque Blanco, entre otros. Pero también generando puestas en escenas de sus recitales que tenían un pathos teatral, de music hall y de imaginario de cabaret berlinés, una escena que Bowie adoraba por el vestuario.

Cuando David Bowie llegó a los 50 años, en 1997, hizo su fiesta de cumpleaños en el Madison Square Garden. El invitado más importante, por todo lo que había pasado entre ellos, era Lou Reed a quién Bowie presentó como "El rey de New York".

Esa noche tocaron juntos Queen bitch (una canción que Bowie compuso, según sus palabras, copiando a The Velvet Underground), Waiting for the Man y White light/White heat. Todos clásicos indelebles. Es hermosa la imagen de dos viejos lobos de mar en la cima de sus poderes, aún radiantes e iluminando el planeta, haciendo lo que más les gusta. Bowie, como siempre, sonríe. Lou Reed, algo por demás extraño en él, también sonríe, aunque de forma muy seca, como si le costara pero ya no puede resistirse. Fue la última vez que estuvieron juntos en un escenario. Antes de despedirse se dieron la mano.

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