Horacio Convertini: "El lugar de la literatura es lo suficientemente ancho como para que haya espacio para tipos como yo"

El escritor y periodista argentino habló con Infobae sobre su nueva novela "Los que duermen en el polvo", que cuenta la inquietante historia de un hombre desesperado por amor que sobrevive en una Argentina apocalíptica y amenazada por zombies. Literatura, periodismo y política en tiempos de incertidumbre y cambios de paradigmas.

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El título es Los que duermen en el polvo: así se llama la nueva novela del escritor y periodista Horacio Convertini, quien en los últimos años no solo publica con regularidad asombrosa sino que ha logrado a base de calidad hacerse un nombre en la literatura argentina pero también en el marco de la novela negra en lengua española, luego de ganar varios y cotizados premios tanto en la literatura para adultos como en la literatura juvenil. Como periodista, luego de haber pasado por varias redacciones, hace tiempo que desembarcó en Clarín, donde hoy es el editor de la revista Viva. Los que duermen en el polvo es una novela inquietante. Su protagonista excluyente es Jorge, un periodista cuyo matrimonio se hundió. En la trama hay una mujer que desaparece y hay luego una segunda mujer que también desaparece de su vida. Todo esto sucede en una Argentina amenazada, en una Buenos Aires de la que solo queda Pompeya amurallada y resguardada de unos zombis antropófagos, que son llamados "los bichos". El resto de la Argentina, el país salvado, está en el Sur. Dicho así, Los que duermen en el polvo sería una especie de novela de anticipación; sin embargo es bastante más que eso porque es, fundamentalmente, una novela de amor desesperado.

-¿Por qué se llama así la novela?

— Durante todo el proceso de escritura, de corrección y de trabajo sobre el texto el título que yo le había puesto al documento de Word era Cielo perdido. Y no había quien no me dijera que Cielo perdido no le gustaba. Y cuando llegó el momento de la edición formal, la editora, Ana Laura Pérez, me dice no me gusta Cielo perdido. ¿Sabés que todos me dicen lo mismo? Le contesto. Y releyendo el manuscrito encuentro el título, que es Los que duermen en el polvo, que es una frase que dice uno de los personajes principales de la novela y es una cita del profeta Daniel, que es un profeta apocalíptico, y dije: lo tenía acá, lo tuve acá siempre delante de los ojos y no lo vi. Y apenas lo puse bueno, fue unánime la aceptación.

— ¿De dónde sale la Argentina apocalíptica que es el escenario de tu novela? ¿Cómo surge esa idea?

— La verdad, surge de la necesidad o el deseo de contar una historia de zombis. Es decir, hace rato que me enganché con el tema zombi básicamente con una manera de tener un acercamiento con mi hijo menor cuando él era muy chico. Nos pusimos a ver qué punto en común teníamos y encontramos las películas de zombis, las series de zombis. Y fatalmente me enganché tanto que lo empecé a engañar y a ver películas de zombis y series de zombis solo, y a leer literatura de zombis. Básicamente lo que quería empezar era eso, imaginar una Argentina arrasada por una epidemia de ese tipo, ¿no? pero no quedarme en ese estereotipo sino ir hacia otro lado, por eso lo que vos bien decís, es decir, que es una historia de amor en el fondo. Es una historia de amor cruzada con intriga política, con herramientas de la novela negra, pero básicamente es una historia de un amor desesperado.

— ¿Cuántos años estuviste trabajando el texto?

— Y… habré estado aproximadamente 2 años.

— ¿Y qué es lo primero que surgió?

— Lo primero fue el primer capítulo, absolutamente como está leído, como se puede leer. Yo ya tenía muy claro que la idea iba a ser que el último refugio de Buenos Aires iba a estar en Pompeya, que es el barrio donde yo nací. Claramente sabía dónde iba a estar geográficamente y que el protagonista iba a tener que volver a ese barrio justamente por este amor trágico que tiene por Érica, su esposa.

— ¿Qué tenés ahí en ese rincón de Pompeya que lo preservás de todo?

— Bueno, ahí tengo mi historia, mi origen, lazos familiares. Ya no queda nadie de mi familia viviendo ahí pero quedan amigos a los cuales sigo visitando, amigos entrañables. Y queda esa idea de un barrio que fue otra cosa, un barrio fabril en donde sus vecinos trabajaban en las grandes fábricas, que hoy son lugares… ruinas, directamente son ruinas como si realmente hubiese habido una epidemia de zombis. Y sobreviven algunas cosas, otras cosas han cambiado. Y lo que me ata es como la nostalgia de ese lugar de clase media baja en el cual todavía se podía pensar en un ascenso social desde ahí.

— ¿Y qué pasa con la Patagonia? ¿Por qué elegiste la Patagonia para salvar a la Argentina de "los bichos"?

— Bueno, ahí fue una decisión instrumental que generó el texto porque también es la novela un trabajo sobre lo normal y lo monstruoso, sobre lo normal y lo aberrante, y entonces necesitaba una Argentina que regresa a la normalidad y me pareció desde el punto de vista estratégico, frente a una epidemia como la que plantea esta enfermedad que transforma a las personas en caníbales, creía que la mejor forma de defender una normalidad y defender un territorio era en la Patagonia, ¿no? Estableciendo un muro desde la Cordillera al mar. Por eso lo ubiqué en la Patagonia. No hay una mirada política sobre eso, algunos me han dicho que…

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— Lo que pasa es que hay mirada política en otras zonas de la novela muy clarísimas.

— Claro, eso sí. Pero me dicen bueno, qué raro, elegiste Río Gallegos…

— Y, Río Gallegos no es cualquier lugar de la Patagonia.

—Pero me convenía, necesitaba un lugar con mar, necesitaba un lugar con presencia militar, necesitaba un lugar con un río en el que hubiera zonas en las cuales puedan ocurrir determinadas cosas dentro de ese río. Y me funcionó así.

— Y qué pasa con las otras zonas, aquellas en las que sí hablas de algún modo de política y de las miserias de la política, si se quiere, ¿no? ¿Qué hay detrás de todo eso? ¿Qué clase de decepción con la política hay en un tipo de tu edad?

— A ver, como todos los de nuestra generación llegamos a la democracia con 20 años, 21. Me encuentro muchas veces hablando con mi hijo más chico o con sobrinos sobre lo diferente que era nuestra adolescencia respecto de la de ellos y cómo ciertas cosas que parecen hoy tan naturales en algún momento costó mucho conseguir. Y frente a la ilusión que uno tenía con la democracia en el 83, por ejemplo, a la actualidad han cambiado algunas cosas. Es decir, uno sigue desde luego sosteniendo el sistema, creyendo que es el mejor de todos los sistemas posibles, pero también de alguna manera entiende que hubo algún grado de fracaso por parte nuestra, de los argentinos, al comprometerse con ese sistema. Me parece que lo hemos dejado en algún punto como una especie de cáscara vacía, como las rueditas en donde los hámsters caminan a lo loco y la democracia camina, camina, se vota cada 2 años, se elige presidente cada 4… Pero no hemos resuelto ninguno de los problemas que ya se vislumbraban en el 83. Resolvimos algunos, tal vez algunos que eran muy importantes, es decir la relación con el Ejército, que aparece en esta novela, la relación con las Fuerzas Armadas, las libertades individuales, hemos crecido mucho en esos aspectos. Pero en lo que tiene que ver con estructuras sociales y económicas seguimos en deuda me parece. Me sigue haciendo ruido esta Argentina del 30 por ciento de pobres.

— En estos días la relación con las fuerzas de seguridad de todos modos está de nuevo en cuestión con el caso Maldonado. Volvieron esas sospechas de siempre que parecían que, como vos decís, se habían resuelto pero que, sin embargo, están ahí, latentes.

— Claro, exactamente, entonces cuando uno charla con gente más joven te encontrás recordando casos como el del soldado Carrasco, Ezequiel Demonty, un chico asesinado en Pompeya cuando la policía de la comisaría 34 lo obligó a tirarse del Puente Alsina al río. Bueno, entonces estos casos que uno cree que, bueno, los superaste, vuelven a aparecer como un fantasma. Vuelven a aparecer y la verdad asustan un poco, no deberíamos estar así. No deberíamos estar viendo que se detiene en una marcha a veinte, a treinta personas y el juez dice "bueno, no hay ninguna prueba, ningún elemento para que estas personas hayan estado 48 horas presas". Bueno, eso me asusta un poco.

— En tu novela, Jorge es un hombre que se siente menos que Érica, su mujer, la mujer de la que está enamorado. Se siente menos intelectualmente, se siente menos incluso sexualmente. Claramente se siente disminuido frente a ella. ¿Qué pasa con el periodista que sale a la literatura y que no está dentro de los cánones académicos, que no viene de la cosa más intelectual? ¿Hay también una especie de complejo de inferioridad con eso? ¿Lo hubo? ¿Qué pasa con vos en ese lugar?

— No, a mí no me generó un complejo de inferioridad. A ver, yo empecé a escribir tarde, a los 45 años aproximadamente, no es que antes no escribía; yo tenía un ejercicio continuo con la palabra escrita a través de mi profesión, de mi oficio, y también había intentado probar en la historieta, en los guiones de cine. Pero no viví esa llegada, diríamos por una colectora, a la literatura como algo que me minusvaloraba, no. Yo decidí hacer un camino y elegí el camino posible que era escribir las cosas que yo tenía ganas de escribir, lo que yo puedo escribir. Creo que si yo trato de escribir cosas que no puedo, lo que estoy haciendo es simulando y trato de ofrecer la verdad de mi literatura en mis libros y escribir sobre las cosas que tengo ganas. Y me busqué un lugar dentro de este ámbito literario como pude y con mucho esfuerzo, con prepotencia de trabajo, como decía Arlt.

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— Un periodista.

— Un periodista, al fin de cuentas. Y creo que el lugar de la literatura es lo suficientemente ancho para que haya espacio para tipos como yo por ejemplo.

— Antes hablaste de tu hijo menor, hablaste de los adolescentes y además vos sos autor de literatura infantil y juvenil.

— Sí.

— ¿Cuándo empezó eso, cómo empezó eso y cómo lo llevas en paralelo con la literatura para adultos?

— Mira, fue simultáneo al desarrollo de la narrativa para adultos y en ese plan casi obsesivo que yo tenía y tengo de hacerme un lugar en la literatura, me voy a hacer un lugar aunque sea a los cabezazos. Entonces empecé a probar mi literatura para adultos, que es cruda, un realismo fuerte, bastante descarnada, con la literatura para chicos, pensando lo que a mí me hubiese gustado leer a los 10 años, a los 12 años. Y la verdad es que me fue muy bien en ese género, que es un género muy complicado, que me resulta mucho más complicado que la narrativa para adultos.

— ¿Por qué?

— Porque me implica pensar con cierta transmisión de valores. Es decir, existe, o por lo menos existe en mí, no sé si para todos los escritores del género infantil, cierta corrección política que creo que es necesaria.

— Vos lo que decís es que por ejemplo en una novela tuya para adultos podrías escribir hasta con ciertos guiños o simpatías sobre un asesino, algo que no harías necesariamente cuando escribís para chicos.

—Yo siento que tengo que transmitir valores cercanos a la amistad, la solidaridad, el altruismo, el ponerse en el lugar del otro. Sin que sea una cuestión panfletaria sino que esté eso atravesado por la literatura. Y eso se me complica porque yo tengo una tendencia bastante manifiesta en mis historias a buscar los lados más oscuros y más siniestros de las personas, del ser humano. Entonces me cuesta un poco que eso encaje con la otra mirada en la literatura infantil. Sin embargo tengo una novela juvenil que se llama El misterio de los mutilados a la que le ha ido muy bien, que está acá en la Argentina, en México y recientemente en Colombia, que la escribí… Me pidieron una novela negra, la escribí como si fuera para adultos, porque era para chicos de 15, 16 años, y la verdad funcionó, nunca tuve ningún problema. Y también tiene una oscuridad brutal, hay torturas, hay de todo, hay prepotencia estatal, secuestros. Y sin embargo nunca tuve ningún problema. Esa sí la disfruté más diríamos (Risas) no me resultó tan compleja.

— ¿Pero en general disfrutás de escribir?

— Siempre. Aunque escriba las cosas más crudas, sí, siempre disfruto, es un espacio de absoluto placer. Es como un espacio de gran individualidad y de absoluto placer.

— ¿Y por qué esa fascinación por los loosers, por los perdedores o por lo tan oscuro?

— Y, porque en algún momento uno se permite trasladar a los personajes cosas que sintió en algún momento de su vida. Entonces qué mejor que armar con los ladrillos de la propia biografía, aunque sea pedacitos, algún tipo de edificio literario, ¿no? Y por ahí por eso aparece Pompeya, por ahí aparecen estos tipos a los cuales les cuesta ubicarse en la vida, que son propensos a la traición pero a algún tipo de heroísmo también. Esa cosa atravesada por las múltiples facetas del ser humano. Uno nunca es ni completamente héroe ni completamente ganador ni completamente traidor.

— En New Pompey, el personaje principal es homosexual, en Los que duermen en el polvo es un hombre heterosexual fascinado pero disminuido por su mujer intelectual. ¿Qué te pasa con los personajes mujeres?

— Bueno, ahí tengo un problema, ¿sabés que tengo un problema con los personajes mujeres? Porque me han hecho a veces la observación de que mis novelas son muy masculinas y que las mujeres aparecen como una especie de telón de fondo. Yo creo que en general suelo escribir en mis novelas mujeres muy fuertes pero que siempre están en un segundo plano. En El último milagro el personaje más fuerte es una mujer, pero es un personaje secundario. Y en Los que duermen en el polvo puntualmente el personaje, Érica es un personaje muy fuerte, de una gran personalidad, pero también termina siendo como un personaje secundario.

— Lo que pasa es que además la historia está vista desde el punto de vista de Jorge.

— Está vista desde ese punto de vista, sí. Con lo cual, como no me gusta sentirme cómodo, al menos en lo literario, estoy trabajando una novela en la que el personaje principal es una mujer. A ver si logro romper eso.

— Y qué te pasa con los derechos de las mujeres en estos días en donde está todo tan convulsionado en lo que tiene que ver con la manera en que uno se crió, con la cuestión de las tradiciones, en donde efectivamente las mujeres aparecen más fuertes y aparecen en situaciones que eran insólitas, por ejemplo, en nuestra infancia.

— Yo creo que es un avance notable. Lo que uno a veces percibe en tiempo real como turbulento y lleno de zonas oscuras, cuando te despegás un poquito podes ver el avance enorme que ha habido. Lo digo muy cortito en una cuestión que tiene que ver con nuestro oficio que es el periodístico, hace 10 años la palabra femicidio no se usaba en los diarios, es más, cuando venían compañeras como Sibila Camps o Mariana Iglesias y hablaban de femicidio, les decíamos ¿cómo se escribe? ¿femicidio o feminicidio? ¿y qué es? No, pero es incómodo de poner, es fea esa palabra. Eso ocurría. Hoy no se discute eso.

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— Hoy no se discute y me parece que a partir del 3 de junio de 2015 lo que antes iba en las páginas de Policiales empezó a ir en la página de Sociedad. Y ese es el gran cambio.

— Claro, absolutamente. Y además hay, aúun con sus contrasentidos, con ciertos desbordes que son propios de un fenómeno que está con una gran potencia irrumpiendo en la sociedad, todo lo que está ocurriendo con respecto a los derechos de la mujer es absolutamente luminoso. Y creo en un punto Érica, la mujer de Jorge, tiene una discusión, una charla muy fuerte con él donde ella le reprocha a él una nota que puntualmente tenía que ver con el uso de las palabras, él se defiende como puede…

— Es un aprendizaje también.

— Claro, absolutamente, para nosotros ha sido un aprendizaje. Digo, la idea de que el periodista sale del aula absolutamente formado y con todo muy claro es falsa. Uno se construye permanentemente.

— Y cómo es tu aprendizaje como periodista cuando en los últimos años permanentemente nuestro oficio está siendo cuestionado. Es decir, durante un tiempo, durante los 90, parecía que los periodistas ocupaban el lugar de la justicia, en los últimos años todo el mundo sabe titular, todo el mundo dice cómo se hace una nota. ¿Cómo te llevas con eso?

— A ver, yo creo que ni fuimos tanto en los 90 ni fuimos tan poco ahora Tiene que ver con cierta instrumentación política que se hace de los medios o de los periodistas como agentes que operan en la sociedad. Es decir, la idea de que nosotros podemos hacer ganar o perder a un candidato no resiste el menor análisis, alcanza con ver las últimas elecciones. Alcanza con ver, para salir de la Argentina, con lo que ocurrió con Trump en Estados Unidos: tenía el 95% de los medios en contra, absolutamente críticos, se le reían en la cara, y el tipo ganó. Con lo cual a veces hay que tamizar un poco esas opiniones que parecen salidas de claustros muy bien intencionados pero poco rigurosos en un punto.
Yo creo que hay que buscar un punto medio, me parece que el periodismo es un oficio; es un oficio que puede equivocarse y que debe equivocarse también porque si no se equivoca es imposible que construya.
Ahora, yo noto con cierta alarma que los periodistas jóvenes vienen formateados con el no, no hagas esto, no hagas lo otro, no hagas lo otro. Y en un punto está bien y en otro punto es riesgoso, porque si nadie hiciera nada diríamos seríamos gacetilleros, seríamos…

— Reproductores.

— Reproductores de boletines oficiales. O de boletines oficiales o de expedientes. A mí me parece que debemos ser menos estrictos. He comentado alguna vez con compañeros que hoy el periodismo está enfermo de semiótica. A veces te ponen la lupa en un epígrafe hecho a las 2 de la mañana con las ojeras por acá cuando estabas peleándote con tu compañero de al lado porque te había entregado tarde…

— (Risas) El lector eso no lo sabe.

— No lo tiene por qué saber. Pero ocurre eso. Lo que sí es cierto dentro de esta lupa que tiene el periodismo sobre sí también le encuentro el lado positivo porque nos obliga a nosotros a pensar mucho más.

— Si efectivamente te tuvieras que ir a Pompeya porque es el único resguardo que te queda y tuvieras que entrar a esa Pompeya amurallada a esperar que pase la epidemia, ¿qué te llevarías para leer?

— Bueno, me llevaría para leer la novela que está leyendo Jorge en mi novela que es La descomposición de Hernán Ronsino. No está nombrada pero aquel que ha leído La descomposición puede advertir uno de los momentos de su novela en Los que duermen en el polvo. También llevaría cosas de Pablo Ramos, de Selva Almada, de Julián López, de Gabriela Cabezón Cámara, de los chicos más nuevos del género negro criminal de la Argentina, Kike Ferrari, Juan Carrá. No sé, hay un montón de… Digo, a ver, acabo de leer por ejemplo un libro de una argentina que se llama Valeria Correa Fiz que se llama La condición animal, que se publicó en España y recién llegó a la Argentina, es su primer libro que es un librazo, me llevaría ese libro también.
— ¿Y si te tuvieras que llevar un clásico?

— Clásico, y me llevaría, qué sé yo, Madame Bovary, por ahí eso, sí, sí.

— Una novela…

— Larga.

— Larga y más romántica, si se quiere, pero sufrida también.

— Sufrida, sí. O Crimen y castigo.

— Te gusta sufrir, con Dostoievski.

— Sí, absolutamente. Pero me divierto, soy un poco masoquista.

— Te divertís escribiendo sobre sufrimiento.

— Sí, absolutamente.

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