Santiago Gamboa confiesa que “Colombia es una historia negra, entonces escribir sobre el país muchas veces nos obliga a hacer novela negra”

En entrevista con Infobae Colombia, el escritor habló sobre sus novelas más recientes, ‘Será larga la noche’ y ‘Colombian Psycho’, e hizo un análisis de la relación que guarda la literatura con el conflicto armado

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Santiago Gamboa, escritor colombiano
FOTO: Colprensa
Santiago Gamboa, escritor colombiano FOTO: Colprensa

El conflicto armado en Colombia, así como todas sus dinámicas, han tenido un abordaje tan amplio como trepidante. Las crónicas y los reportajes se convirtieron, desde los años 70 y 80, en los principales géneros para mostrarle al interior del país lo que ocurría en la periferia: las masacres que fueron perpetradas por guerrilleros, paramilitares y el involucramiento de agentes del Estado, así como el surgimiento de grupos como las Farc fueron conocidos gracias a periodistas -que no estudiaron para serlo, pero que, sin embargo, hicieron mejor su trabajo que muchos de ellos- como Orlando Fals Borda o el mismo Alfredo Molano.

Sus viajes, relatos y testimonios quedaron en títulos que ahora son referentes para el entendimiento de la guerra en el país. Ahora, la literatura misma ha permitido apreciar y comprender estos problemas desde otros géneros, como la novela negra, y es ahí donde aparece el nombre y la obra de Santiago Gamboa, quien debió hacer un análisis de la Colombia profunda para escribir las que han sido, quizás, dos de sus títulos más impactantes y exitosos: Será larga la noche y Colombian Psycho.

El Acuerdo Final de Paz y su pobre implementación, el paramilitarismo y sus nexos con figuras políticas son algunas de las temáticas que aborda el bogotano en sus dos textos, y en diálogo con Infobae Colombia ahondó en ellas y en la trascendencia que ha tenido la literatura a nivel histórico para retratar, documentar, exponer y enseñar lo que pasa en esa zona lóbrega del conflicto que pocas veces son presenciadas desde el centro del país.

Infobae Colombia: En Colombian Psycho aparecen varios personajes que fueron leídos por primera vez en Será larga la noche, como Julieta Lezama, su ayudante Johana y el fiscal Jutsiñamuy. ¿De dónde nació esta idea. sabiendo que su intención no fue crear una saga con ambas novelas?

Santiago Gamboa (S.G.): Cuando empecé a escribir Será larga la noche, tuve la sensación de que estaba conociendo realmente Colombia por primera vez. Yo volví al país en 2015 y empecé a recorrer zonas del país que hacía muchos años no visitaba y que realmente no conocía bien, porque yo soy de Bogotá y toda mi familia también, así que no conocía bien el mundo por fuera de las ciudades. Entonces, de toda esa fascinación (de hecho, ese es uno de los grandes problemas que tiene Colombia, que es un país muy bonito pero que la tierra ha sido uno de los grandes motivos del conflicto) quise escribir sobre ello; sin embargo, al mismo tiempo quise hacer una novela que tuviera que ver con los problemas de una Colombia moderna, pos proceso de paz.

Será larga la noche tiene esos elementos y es una novela que me enseñó mucho como autor, sobre todo mirar la realidad de una manera literaria; porque yo, en mis novelas anteriores, veía a Colombia como lo que yo era, digamos, un inmigrante, un expatriado. Yo miraba al país desde afuera en mis novelas anteriores; en cambio Será larga la noche es una mirada desde adentro, con mucho detalle y con una profundidad de lo que es el país que en las otras no tenía y que fue reemplazado por otras cosas. Y cuando la terminé, los personajes me parecieron muy vivos, y muy entusiasmado quise hacer una segunda novela, pero que no fuera una secuela porque el orden argumental de la primera no tiene nada que ver con la segunda, son argumentos totalmente separados. Lo que quise fue hacer ese mismo ejercicio.

Es decir, en Será larga la noche yo miré hacia varios lugares, como Cali y el Cauca, y lo que dije fue “voy a usar los mismos personajes, pero ahora voy a mirar hacia otra parte de Colombia”, entonces en Colombian Psycho la historia es completamente distinta, es más Bogotá, tiene que ver con otras cosas. Obviamente, quienes sí repiten son los personajes, entre otras cosas porque yo creo que cuando uno encuentra personajes con los que funciona bien -una historia- pues vale la pena volverlos a utilizar, sobre todo yo que ya tengo once novelas y 25 años escribiendo y publicando. Incluso, en esos momentos me entusiasmé y anuncié un poco en la prensa que iba a hacer una trilogía, pero vamos a ver si tengo el valor suficiente para hacer un tercer libro; de hecho por ahí ya tengo algunas notas en donde estos personajes, de alguna manera, vuelvan a aparecer en una circunstancia distinta. Colombia ha cambiado mucho y literariamente es muy atractivo para mí ver lo que está pasando en el país.

De repente podría hacer una última novela de una pequeña serie, con los mismos personajes y, más que eso, con la misma idea de que sería un grupo de novelas al interior de mi obra que responden a la misma idea literaria, que es mirar el país desde lo más adentro posible, y ver sus problemas y analizar sobre el país de hoy, posterior al proceso de paz y, en este caso, posterior también al uribismo. Cuando uno encuentra un grupo de personajes con los que se trabaja bien, es interesante llevarlos a otras situaciones, ponerlos al límite, interrogarlos un poco más.

Sin hacer spoiler sobre Colombian Psycho, el final da pie para pensar que una siguiente novela podría centrarse en Johana, la ayudante de Julieta. ¿Por qué centrarse en ella y no en otro personaje con trascendencia en ambos títulos?

S.G: Porque ella es un personaje que yo quiero mucho, le tengo mucho cariño. En la primera novela ella estaba relativamente sola y en la segunda aparece con un novio, y es un personaje que para mí es muy importante porque representa un poco la vivencia de lo que fue el proceso de paz desde el punto de vista de la guerrilla. Ella es una muchacha desmovilizada, llena de ideas, de vida, de entusiasmo, de mística, entonces me gusta mucho. Contrario al personaje de Julieta, que es más bien una mujercita linda, de clase media alta, ha vivido una vida de alguna manera histérica, entonces tiene una cantidad de puntos negros en su vida que la hacen ser una mujer muy frágil y de alguna manera, Johana es una especie de polo a tierra que la mantiene en un espacio de tranquilidad.

En la primera novela hay un protagonismo muy grande de Julieta, en la segunda es el fiscal, y tal vez en una tercera sería sin duda y por pura lógica (y por todo el afecto que le tengo) más centrada en Johana. Además que ella representa una Colombia que tiene cierta esperanza, que ha sufrido; ella es un personaje mucho más parecido a la mayoría de colombianos que a la misma Julieta; Julieta se parece mucho a la gente de clase media-alta de las ciudades, mientras que Johana representa (y es mucho más parecida) a la gran mayoría de colombianos, a la gente que ha tenido pérdidas y en la primera novela cuenta la manera en que perdió a su papá, llenándose de odio.

Ahora, yo no quiero que mis libros se conviertan en metáforas directas de cosas reales, pero sí es verdad que cuando yo pienso esos personajes, los siento llenos de esa atmósfera que yo veo aquí en la Colombia que he conocido más intensamente desde que volví de Europa.

En buena parte de Colombian Psycho aparece el personaje de Santiago Gamboa, y el primer acercamiento que tiene con Julieta es precisamente a través de una entrevista. ¿Hasta qué punto el lector puede distinguir que esas preguntas hechas al autor hacen parte de la ficción dada la legitimidad de las mismas?

S.G: Lo que pasa es que, claramente, cuando yo quise incluir un escritor, lo primero que se me ocurrió fue que debía ser uno inventado, pero después pensé que sería lo único ficticio en una novela tan realista, entonces dije, “para qué le voy a exigir al lector que crea que existe un escritor... no sé, Juan Pablo Suárez, que claramente sabe que no existe y no lo reconoce, ¿para qué le voy a pedir ese acto de fe?” entonces quise incluir un escritor conocido, pero como era una cosa muy íntima yo tenía que poner a ese personaje bajo presión y a sufrir una serie de cosas. Pensé en mi amigo y compañero de vida, Mario Mendoza, pero después dije “no, cómo voy a ponerlo a vivir e interpretar la vida de una manera tan complicada”, así que al final me puse a mí mismo con muchísimo pudor, porque empecé ese proceso como retándome a mí mismo cuando empecé a escribir prácticamente la primera página donde aparece Santiago Gamboa, y por momentos me sentía mirándome demasiado y exponiéndome mucho.

Después, lentamente, a medida que avanzaba, empecé a sentir que se volvía un personaje a pesar que tenía muchas cosas en común conmigo, porque los libros que él ha publicado son los mismos que yo. Digamos que con respecto a los libros sé muchas cosas porque me lo dicen todo el tiempo los lectores; es decir, yo sé cuáles son los libros míos que más les gustan a las mujeres lectoras, y es El síndrome de Ulises. También es muy realista que yo escriba que a Julieta le gusta mucho ese libro porque lo sé. Entonces ese reto a mí mismo se fue convirtiendo en un ejercicio literario interesante, y cuando ya llevaba tres páginas me sentía reflejado, pero cuando llevaba 15 me empecé a sentir como un personaje y que se separaba mucho de mí y que había cosas en su forma de ser y vivir que ya no eran las mías. Le di un tratamiento totalmente literario y bueno, la demostración está en lo que sucede más adelante en la novela.

¿La crudeza con la que cuenta lo que le pasa al personaje de Santiago Gamboa está ligada directamente a ese desapego?

S.G: A ver, yo siempre he pensado que cuando uno escribe, quiere atrapar en las páginas cosas que le dan miedo para que precisamente se queden ahí y no sucedan sino en la literatura; pero también he visto con temor que muchas de las cosas que yo he escrito después suceden, no a mí necesariamente, y espero que no sea el caso, no tendría por qué serlo. Por ejemplo, yo tengo una novela llamada Una casa en Bogotá, y la escribí cuando vivía todavía en Italia, sin tener la más mínima idea de que dos años después iba a regresar a Colombia, pero es como si literariamente estuviera procesando la idea de volver, porque esa es, claramente, la idea de un personaje que regresa y compra una casa, cosa que hice dos o tres años después.

De repente sentí una serie increíble de puntos en común con el personaje de Una casa en Bogotá, porque a mí me estaba pasando lo mismo que a ese personaje. Es como si literariamente uno hiciera profecías sobre sí mismo. Por supuesto, como Colombian Psycho es una novela negra, pasan cosas difíciles y duras; obviamente no creo ni tendría motivo para que me pasara algo así, esa situación se vuelve puramente literaria. Ahora, si por alguna razón esto llegara a suceder pues yo ya ni sería consciente y ahí sí podría considerarme como un profeta de mí mismo, pero yo creo que lo mejor es pensar que la literatura es como una red donde quedan atrapadas ciertas cosas que uno no quiere que pasen en la realidad.

Precisamente esta última entrega se centra en el paramilitarismo y el abordaje que le da tanto la periodista -Julieta- como el fiscal, y ello implica una indagación que usted hizo previamente. ¿Cree que de no haber estado en Colombia la novela y sus personajes principales tendrían el mismo argumento?

S.G: No creo, porque yo no tendría la cercanía necesaria para poder imaginar a partir de ahí. Cuando uno escribe o por lo menos cuando yo lo hago, tengo que imaginar dentro de mí todas las cosas que cuento, incluso cuando son terroríficas. Yo no me reconozco como autor solo con los personajes positivos, también con los negativos y debo comprender desde mi humanidad al asesino, al corrupto, a la persona que es cruel... cosas que yo no soy o que creo no ser, pero la posibilidad de todo eso también está en mí, entonces por eso yo puedo escribir sobre todo eso. Es por eso que yo necesito de la cercanía.

Por ejemplo, para escribir esta novela, yo escuché muchísimos de los juicios de la JEP a soldados y a altos mandos del Ejército, y ahora que vimos todos las tremendas sesiones con los exFarc, los secuestrados y las víctimas, yo recordé precisamente las que había oído, que fueron las de los militares, en donde hay miles de condenas. Escuchar de mano de los temerarios el porqué de lo que hicieron y el arrepentimiento que tienen, me llenó a mí de humanidad ante esta situación en la que la historia de un país transformó a su gente en asesinos y en víctimas. Por eso las palabras del padre -Francisco- de Roux van para mí más allá de la literatura.

Cuando dice “Cómo pudimos seguir viviendo con todo esto alrededor”, esa pregunta estará gravitando sobre los cielos de este país durante muchos años. Esas palabras están más allá de la literatura y yo no llegué a eso. Yo, que traté el tema, no llegué ni a la periferia de la fuerza poética y humana de esas palabras del padre de Roux; sin embargo, me acerqué a eso pero claro, el padre escuchó más de 30 mil testimonios. Es en este punto donde yo siento que la literatura llega hasta un punto ante la fuerza de las palabras; además que cuando yo veía al padre de Roux sentía que era como un personaje de Shakespeare porque sus palabras nos estaban señalando que “¿cómo es posible que una sociedad permita esto?” Entonces todos estos asesinos y todas las víctimas han sido empujados por la historia y estar en ese remolino me permitió escribir una novela como Colombian Psycho, en donde mis personajes se ven de repente, empujados por ese mismo remolino, y yo creo que la literatura es el reino de la libertad y todo el mundo escribe sobre lo que quiere, pero también sirve para eso, para acercarse humanamente, y de pronto desde muy lejos intentar darle respuesta a esa pregunta del padre de Roux.

Y viendo que usted desarrolla en sus novelas dinámicas propias del conflicto armado colombiano, ¿por qué no inclinarse hacia la crónica como lo han hecho autores como Fals Borda o Alfredo Molano?

S.G: Claro, pero fíjate: ya lo hizo Alfredo Molano, y yo no tengo el talento que tuvo él para hacer lo que hizo; es decir, cada uno mira las cosas desde el terreno en el que hace mejor las cosas. Yo creo que soy mejor novelista que cronista, y desde mi punto de vista el trabajar con temas tan humanos y tan complicados como este, pues yo lo hago mejor como novelista. Es más, yo he escrito crónicas pero de viajes, y creo que cuando hago textos así el tipo de crónica que mejor se ajusta a mi forma de escribir, que es casi como mi forma de ser, es la de viaje, porque para mí el viaje es algo central en la vida. Para mí, viajar significa muchísimas cosas que tienen que ver con la literatura; para mí viajar no es alejarse, es acercarme a algo que es rotundamente literario.

Por eso, creo yo, mis crónicas de viaje son correctas y están bien, pero dentro de la crónica hay diferentes géneros: está la política, la negra, y yo he hecho esta última, no literaria sino en podcast, porque tengo un podcast que se llama Crónicas de la noche roja que hago con RTVC, y ahí hice una crónica de un asesinato en Bogotá desde un ángulo totalmente distinto. Entonces el modo para enfrentar una realidad como esta, desde las armas que yo tengo en mi mesa es la novela negra, porque me permite hacer una mirada transversal de una sociedad, las cosas que suceden en lo más bajo y lo más alto, en los extremos, y en otro tipo de novela es muy difícil llegar a eso porque no es fácil justificar, dentro de un argumento, que un personaje se pasee por los bajos mundos y los altos.

Es muy difícil encontrar un argumento que no sea uno de novela negra y que me permita mirar todo eso porque en el fondo el propio país es el que nos lleva a eso. Colombia es una historia negra, entonces escribir sobre Colombia muchas veces nos obliga a hacer novela negra e incluso, un género al que yo he llamado novela negra involuntaria, y es cuando uno hace lo que en términos literarios se llama ‘realismo social’, pero mirando un país como Colombia se transforma en novela negra porque esta es una sociedad atravesada por conflictos sociales y con una desigualdad que ha sido una característica terrible en la historia y con una violencia tremenda producto de esa desigualdad.

Así que necesariamente, mirar la realidad de Colombia un rato lo lleva a uno a hacer novela negra. Ahora, también se pueden hacer novelas históricas o filosóficas. Nadie está obligado a escribir sobre lo mismo y una de las cosas que más me gustan a mí de la literatura colombiana es la variedad tan increíble de escritores y temáticas. Me parecería horrible que todos los escritores hiciéramos lo mismo; además, eso sería imposible porque cada escritor es un universo radicalmente distinto del otro.

De hecho no son pocos los novelistas que hacen este tipo de literatura ligada con el conflicto armado; están además de Santiago Gamboa, el mismo Mario Mendoza con títulos como Cobro de sangre, Laura Restrepo, Pilar Quintana. ¿Qué lugar merece la novela para la comprensión de la guerra interna en el país?

S.G: Colombia tiene una tradición literaria relativamente pequeña, porque este es un país muy joven; es decir, el siglo XIX francés, inglés o español estuvo repleto de literatura y novelistas. Nosotros apenas teníamos cronistas de la época colonial y de la Independencia y sus primeros años, pero no había una corriente literaria (o por lo menos no se conoce) muy establecida. La literatura colombiana es un poco tardía y tampoco es una novedad en América Latina, porque esto también le pasa a otros países. Sin embargo, hay novelas que han marcado hitos históricos en Colombia, por ejemplo Cien años de soledad habla de la masacre de las bananeras; claro, de una manera literaria porque menciona más de 3.000 muertos y pues en la realidad no fue así, pero el imaginario que creó García Márquez modificó la historia y hoy se habla de los 3.000 muertos de la masacre de las bananeras como si fuera un hecho real. Ahí fue la literatura la que ganó.

Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, es una novela que habla de la violencia conservadora sobre los liberales en las regiones del Valle, y quedó para siempre y esa novela es mucho más iluminadora que muchos tratados sobre el periodo de La Violencia en Colombia. Laura Restrepo ha escrito muchísimo sobre la violencia, también sobre la conformación de los grupos guerrilleros en el país y de los cuales ella fue cercana en algunas épocas de su vida, y sus obras también son referentes para conocer la realidad. Jorge Franco en Rosario Tijeras nos muestra el sicariato unido a Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios y habló del ese tema como nunca lo veremos en los tratados de historia o en libros sociológicos.

Los crímenes del narcotráfico y de la derecha armada colombiana nos lo pueden explicar desde un punto de vista etnológico y sociológico de una manera muy detallada, pero nada de eso nos hará sentir lo que sentimos cuando leemos El olvido que seremos, en donde sentimos que nuestro propio padre está siendo asesinado. Entonces la novela siempre, siempre tiene una forma muy íntima de hacer que irrumpa la historia en el imaginario y en la sensibilidad de los lectores.

Hay dos elementos importantes en Será larga la noche y Colombian Psycho y es que las tragedias llegan antes de una celebración. En la primera novela, después de una fiesta de 15, Johana decide enlistarse en la guerrilla, y en la segunda, un macabro hallazgo llega posterior a una fiesta a las afueras de Bogotá. ¿Este contraste lo pone adrede, como en representación de algo que pasa en el país?

S.G: Fíjate que no, nunca lo había pensado. Muy inteligente esa observación, no había sido consciente de eso; pero bueno, digamos que una explicación que se me ocurre ahora, porque nunca nadie me lo había evidenciado, podría ser la idea de que el país se desangra y sufre mientras las élites están de fiesta. Ahora, eso se me ocurre en este momento que has encontrado eso, yo nunca había hallado esa relación y nadie me la había señalado, pero ya que lo dices creo que es eso: las élites están de fiesta y el país se desbarata y lo que hay detrás de todo ese lujo y esa aparente sofisticación, es un país que quiere ser más justo, que intenta levantarse; es una sociedad que quiere comprenderse mejor, que no logra encontrar un lenguaje y por eso es tan violenta.

-Roberto- Bolaño decía en su novela Nocturno de Chile, que cuando había una fiesta en una casa elegante, en el sótano o en el subsótano estaban matando a alguien, y que así era la cultura y siempre será así. También decía que mientras los grandes pensadores de culturas como la alemana o la francesa escribían sus grandes tratados, en las mazmorras había gente sufriendo, esclavos desangrándose, y yo nunca lo había pensado, pero ahora que lo dices, a Colombia le pasa lo mismo. Es decir, mientras nuestras élites están celebrando, en los sótanos de este país la gente se desangra. El novelista también ve esas cosas.

También pienso que las élites de este país son de algún modo culpables, y lo son por omisión. Pongamos eso en relación con las palabras del padre de Roux, y podríamos decir “cómo es posible que podamos seguir celebrando esas fiestas cuando sabemos que este es un país en el que ocurren estas cosas; cómo podemos seguir siendo tan desalmados, tan superficiales, como para seguir considerándonos felices y hermosos sabiendo que en las calles y los rincones del Chocó, la Amazonía y las montañas del Cauca, ocurren las cosas que ocurren”.

Otro elemento que destaca en ambos títulos es la tenacidad y el aplomo que tiene Julieta al momento de investigar los dos casos. ¿Ese estilo y esa capacidad de ir más allá -propia del periodismo- sería un llamado de atención para las nuevas generaciones y el denominado ‘periodismo de escritorio’?

S.G: Bueno, lo que pasa es que Julieta es una periodista a la vieja usanza cuando hace una crónica. Eso tiene que ver con algo que pasa mucho en Colombia (y que ya está siendo denunciado), y es que los que los que investigan más son los periodistas; acá investiga más el periodista que la misma justicia y el periodismo ha puesto sobre la mesa los grandes escándalos recientes de este país, como el de los 70 mil millones de pesos y el que está explotando ahora de los 500 mil millones que no fueron destinados para la implementación del Acuerdo de Paz. ¿Quién descubrió eso? No fue la Fiscalía, fueron los periodistas, entonces hay una tradición de que en Colombia el periodismo investiga, se juega la vida y después la justicia intenta frenar.

Pero a veces, porque no toda la justicia es igual, hay personajes como el fiscal de mi novela que es un hombre bueno, correcto y honrado, lleva las cosas adelante. No todos los fiscales con como este sinvergüenza del Jaimes que fue condecorado en muestra de que ya no tienen ningún pudor, no les importa nada, pero bueno, ya están de salida. Entonces el periodismo tiene ese valor, el de ser el que investiga. De hecho soy contrario a la sola idea de estudiar periodismo, porque yo no estudié periodismo y los más grandes periodistas de este país no estudiaron eso sino otras cosas. Estudiaron Derecho, Literatura, Filosofía, cualquier otra cosa. Por ejemplo Vladdo, con el que me encuentro mucho en las firmas de libros, siempre que nos vemos y llega un periodista o un estudiante y dice “estoy estudiando periodismo”, -la última vez pasó-, él miró a los ojos a la estudiante y le dijo “en qué semestre vas” y ella dijo “voy en cuarto semestre” y él le dijo “todavía estás a tiempo de retirarte”.

Es decir, el periodismo de mi generación es más obsesivo, es ese que se va aprendiendo a medida que se va haciendo y que hace que las personas que tengan un tema, una historia, se juegan la vida hasta el final por desarrollarla. Hoy yo tengo amigos que son profesores de facultades de periodismo en Bogotá y en Cali, y la situación es mucho peor. Me decía una amiga que la gran mayoría de sus alumnos quieren ser influencers: lo que quieren es ser famosos, no periodistas. Eso a mí me parece terrible, pero bueno, eso está en contravía del tipo de periodismo que a mí me interesa, que es el analítico, el que escribe sus crónicas como si fueran textos literarios porque lo son. Yo creo que habrá muchachos que lo siguen haciendo porque uno se queja de las derivas negativas de las cosas, pero siempre hay alguien que se queda y hace las cosas bien; y yo estoy seguro que habrá muchachos estudiando crónica que, en lugar de leer los textos que les ponen los profesores, están leyendo a Tom Wolfe, a García Márquez, a Graham Greene, y esos serán los grandes periodistas de más adelante, porque la única forma de aprender a escribir es leyendo.

¿Qué tanto de Mario Mendoza hay en la obra de Santiago Gamboa y viceversa?

S.G: Bueno, yo tenía 14 años cuando conocí a Mario y él 16, éramos compañeros de colegio y él estaba un año encima mío; éramos compañeros de bus, porque además fuimos vecinos en Bogotá: yo vivía en el barrio Bella Suiza y él en Santa Bárbara Baja, la de clase media, no la Santa Bárbara rica de arriba. Entonces nos íbamos conversando en el bus a pesar de que a esa edad las diferencias eran muy grandes, y con él hablábamos mucho de literatura, de poesía; en esa época él era más poeta que otra cosa.

Después Mario terminó el colegio, hizo un año de Medicina, se retiró y entró a Literatura en la Javeriana justo cuando yo salí del colegio y entré directo a Literatura. Ahí nos volvimos a encontrar. Nosotros nos vemos prácticamente todos los días, prácticamente desde los 16, 17 años. Luego entramos a hacer teatro juntos por dos años... Es decir, éramos como hermanos, y hablábamos de todo lo que queríamos hacer y escribir. Salíamos de clase a las 7 de la noche y nos íbamos caminando por la -carrera- Séptima hacia el norte hablando de eso, de las cosas que queríamos hacer y las lecturas que teníamos, porque nos intercambiábamos lecturas aparte de las que nos daban en la universidad.

Yo empecé a leer un poco de poesía por influencia suya, y Mario descubrió algunas novelas, como El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, yo lo leí y quedé fascinado; después él lo leyó y así, compartimos muchas cosas que tienen que ver con la vida personal de cada uno. Después yo me fui para España y él se quedó acá pero después llegó allá. De hecho, la primera novela que yo publiqué, Mario la llevó a una editorial y la entregó por mí. Siempre hemos estado juntos: Mario publica su primera novela antes que yo, él es uno de primeros lectores míos y yo soy uno de sus primeros lectores.

Mario y yo tenemos miradas muy diferentes pero a la vez muy complementarias, y diría yo que en un universo literario, vivimos en la misma ciudad pero en distinto barrio. Mario tiene una mirada muy profunda desde lo que es él, los problemas que ha tenido, sus obsesiones, sus ideas. Es una persona muy racional, muy inteligente, muy lúcida. Los análisis que hace en sus entrevistas e intervenciones en videos se vuelven virales inmediatamente porque es un tipo brillante, es un orador descomunal. Desde esa mirada ve la realidad y sobre todo la bogotana. Somos como dos hermanos, lo que demuestra que dos personas muy cercanas y amigas desde jóvenes pueden ser escritores sin pisarse los cables. Siempre nos estamos apoyando porque a mí me gusta mucho la obra de Mario; su obra fue desdeñada por la crítica durante muchos años, la miraban con cierta superioridad.

¿Cuál será el papel de la literatura en los hechos políticos, sociales y de paz que han pasado en los últimos días y que definirán lo que ocurra en los siguientes años en Colombia?

S.G: Hace varios días estaba hablando precisamente con Mario sobre todo lo que ha pasado en Colombia últimamente, y le decía que en estas dos semanas posteriores a la elección de -Gustavo- Petro como presidente, que volvía a sentir algo que no había sentido antes del plebiscito del proceso de paz, y era una especie de oleada de esperanza en gente muy diversa, y una valoración y sobrevaloración de la bondad. Todo el mundo quería ser bueno. Yo siento que ahora todo el mundo quiere reconciliarse y darse un abrazo con su rival, y los ejemplos están: Uribe con Petro, Rodolfo con Petro, y es como si hubiera una valoración muy alta de la reconciliación y por eso suenan tan extrañas esas voces que dicen lo mismo que hace un mes. Por ejemplo, ahora suena muy raro oír a la Cabal. Ella está diciendo lo mismo que hace un mes, pero ahora, con la victoria de Petro y esta sobrevaloración de la bondad, pues parece que esas notas disonantes suenan rarísimo.

De hecho Mario me recordó que en la parte de final de mi novela Volver al oscuro valle, hay unas páginas sobre eso, una especie de ‘República de la Bondad’ como si el Acuerdo de Paz lograra un estado de cosas en el que todos quieren ser buenos y perdonar o ser perdonados: Nunca antes en la historia de Colombia perdonar había sido tan bien aceptado y representado.

Yo siento que, desde que Petro es presidente, hay eso, un regreso de la ‘República de la Bondad’ en la que todo el mundo quiere reconciliarse. Hubo un cambio de paradigma muy interesante y vamos a ver hasta dónde llega. Vamos a ver cuánto puede durar esta ebriedad de la bondad porque Colombia es un país que no está acostumbrado a estas cosas. Recordemos que esta es una sociedad complicada, se parece al Dios del antiguo testamento, que es más peligroso cuando está contento, y es así. Nosotros manejamos muy bien la derrota porque eso nos ha caracterizado a lo largo de la historia, pero la victoria no. Manejamos muy bien los sentimientos frustrantes como colectivo, pero no los positivos.

La literatura siempre estará ahí y no depende necesariamente de cosas negativas más allá de que se alimente también de eso. Claro, en los países donde no ocurre nada son como más felices, no necesitan escribir, ¿para qué? La literatura surge cuando hay conflicto, cuando hay derrotas, cuando hay pérdidas, y de todas maneras una sociedad como la colombiana siempre seguirá teniendo conflicto. Los conflictos humanos son imposibles de solucionar para siempre. Ningún conflicto se soluciona para siempre.

Yo creo que siempre habrá literatura porque siempre habrá conflicto, siempre habrá alguien que señala algo. Como dice Vargas Llosa, el escritor es siempre un aguafiestas, es el que muestra lo que nadie quiere ver, y yo diría que eso es cierto, pero no todos los autores son así.

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