“No escribo con placer o displacer, pero sí con confianza”: Carolina Sanín

La autora colombiana presentó en el Hay Festival su más reciente libro, en el que recopila sus mejores columnas desde 2008.

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Crédito:  Federico Bottia.
Crédito: Federico Bottia.

Pasar fijándose es el más reciente libro de la escritora colombiana Carolina Sanín, en el que reúne sus mejores columnas publicadas desde hace doce años en medios como El Espectador, Arcadia, Vice, Credencial y Semana Sostenible.

Cada texto de esta recopilación aborda temáticas como feminismo, política, medio ambiente, cine, literatura, entre otros. El poder que tiene Sanín para narrar y expresar sus opiniones se ve reflejado en cada página. Cautiva al lector, no solo por la seriedad con la que mira al mundo, sino por su capacidad para argumentar puntos de vista con los que pocos concuerdan.

Además de ser escritora, Sanín es docente y usa sus redes sociales como un espacio de reflexión y opinión frente a sucesos y pensamientos contemporáneos. Es licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad de los Andes y doctora en Literatura Española y Portuguesa por la Universidad de Yale.

Carolina Sanín es autora de novelas como Los niños (2014), el libro de relatos Ponqué y otros cuentos (2010), del ensayo biográfico Alfonso X, el Rey Sabio (2009), la antología crítica Pasajes de Fernando González (2015), Somos luces abismales (2018) y los más recientes Tu cruz en el cielo desierto y Pasar fijándose (2020).

Infobae Colombia habló con la autora colombiana para conocer el proceso de realización de sus dos últimos libros, a propósito de su participación en el Hay Festival 2021.

Pasar fijándose es el libro que va a presentar durante el Hay Festival, aunque se lanzó el año pasado. En este texto usted recopila sus mejores columnas a lo largo doce años de trabajo. ¿Qué fue lo mejor de releer sus textos? ¿Qué emociones llegaron a usted?

El libro se presentó hace poco más de dos meses: en noviembre. Fue difícil dejar por fuera muchas columnas que habían sido significativas para mí, pues el libro no debía ser excesivamente largo. Fue sorprendente ver que algunas columnas en las que había invertido un mayor esfuerzo no eran las que me parecían mejores, y fue grato redescubrir algunas que había olvidado casi por completo y que me parecieron bien hechas. También fue interesante ver la diferencia entre unas piezas laboriosas y malogradas y otras más fáciles y gráciles. Fue también una oportunidad para advertir mis obstinaciones: teorías o lecturas que traté de explicar una y otra vez con distintos pretextos.

¿Cómo fue el proceso de selección de las columnas que harían parte del libro, hubo alguna característica especial?

Fue un proceso rápido, de un par de meses. La idea surgió a raíz del final de mi columna en la revista Arcadia. El libro lleva el nombre que esa columna llevaba. Leí todas las columnas que había publicado con regularidad en seis medios (y alguna ocasional en otra parte), e hice una primera selección. Luego mi editor hizo también su lista. Decidimos que el orden fuera cronológico y fue bonito ver cómo se formaba una historia, la historia de unos años de mi interés, a través de los temas de las columnas.

De todos los textos recopilados, ¿hay alguno por el que sienta más aprecio? ¿Quizá uno que le tomó más tiempo, o en el que expresó sus sentimientos más íntimos?

Hay muchos que recuerdo con orgullo. Las columnas que escribí en Arcadia sobre cine, por ejemplo, o una que escribí sobre las grandes novelas realistas norteamericanas, o las que escribía sobre lugares visitados, y una sobre Juan Gabriel, otra sobre El Chavo, otra sobre Muhammad Ali. Hay una columna de El Espectador en la que no sé lo que digo. La leo y estoy segura de no haber dicho lo que quería; sin embargo, le tengo gran cariño. Se titula «La pausa de los loros». Me parece que quedaron muy bien las columnas que escribía para Vice, que eran más largas; más ensayos que columnas.

¿Cuáles fueron los retos durante la realización del libro, en su caso durante la selección de textos o posible corrección? ¿Qué fue fácil y que le costó más trabajo?

Tenía por un instante el impulso de enmendar, de desarrollar más los temas, de volver a escribir las columnas, lo cual, por supuesto, no podía hacerse: ni era la idea del libro ni había tiempo para eso. El aceptar que ya dije algo como lo dije, a pesar de que habría infinitas formas de decirlo, siempre me es difícil. Es algo en lo que hay que madurar, supongo.

Además de Pasar fijándose, el año pasado se publicó Tu cruz en el cielo desierto, un libro que generó un montón de sensaciones, sobre todo en medio de una pandemia que nos impedía un contacto físico con los demás, o con la “traga virtual’'. Usted compartió que este libro narra y describe su relación en Twitter con un poeta chileno. En medio del romance ¿en qué momento se dio cuenta que ese cruce de palabras podría ser un libro? ¿Cómo decidió pasarlo del chat al papel?

No me acuerdo. Supongo que desde el inicio, pues voy escribiendo en la mente todo lo que vivo, y no están en ningún punto desligadas para mí la experiencia y la escritura. Por otra parte, Tu cruz en el cielo desierto no es el cruce de palabras que tuvo lugar en ese romance. Ese romance, de palabras cruzadas, fue el pretexto para un libro sobre el deseo y sobre la expresión.

Muchos de los comentarios sobre Tu cruz en el cielo desierto, se refieren a cómo en esas líneas leen y conocen a “otra Carolina”, una faceta diferente en sus creaciones literarias. ¿Qué opina de eso? ¿Cree que por medio de este texto revela de alguna forma otra de sus facetas?

Agradezco que sea un libro distinto de los demás y que todos sean distintos entre sí. Pero, también, todos son el mismo libro, que soy yo.

¿Le gustaría escribir otro libro con temáticas eróticas, sexuales y de deseo?

Todo lo que escribo es sobre el deseo. Y todo lo que un animal hace es sobre el sexo.

Para usted ¿Qué es lo más bonito de escribir? ¿Qué es lo que más le gusta de dedicarse a ello?

Nada me gusta de escribir y nada no me gusta de escribir. Trato de esquivar ese verbo, «gustar», prevalente hoy en día y tan poco significativo. A veces oigo un llamado, a veces no, y a veces el llamado es engañoso. Nunca me he desesperado escribiendo. Nunca me he sentido mal haciéndolo, pues al hacerlo no «me siento» de ninguna manera (al escribir no estoy en mí de esa manera como está uno en sí cuando puede decir que se siente de una forma u otra). No escribo con placer o displacer, pero sí con confianza. Escribir me enseña cada día a distinguir lo que es de lo que no es. Y yo olvido cada día, porque escribir es también estar dormido y soñando. Es lo que sé hacer y lo que hago con todo lo que soy; es decir, es mi integridad y mi gloria. Y también escribir es gris y largo.

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