El Negro Jimmy, apóstol de la cumbia colombiana en el conurbano bonaerense

Jimmy Nogueira es señalado como uno de los precursores de la música tropical colombiana en la Zona Norte del Gran Buenos

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En el Negro Jimmy en durante un show en un boliche en el centro porteño. (Fotos y video: Samuel Losada)
En el Negro Jimmy en durante un show en un boliche en el centro porteño. (Fotos y video: Samuel Losada)

Era el momento más esperado. El 'viaje' se hacía sin falta todos los fines de semana en la madrugada. El Negro Jimmy arriba, en la cabina de dj, lo anunciaba: "Pasajeros del Tropitango, en este momento viajamos a Colombia". La música era reemplazada por el sonido de un helicóptero y enseguida empezaba un conteo regresivo: diez, nueve, ocho, siete, seis… Al llegar a cero, los tripulantes de ese vuelo imaginario eran recibidos con las notas del acordeón de Aniceto Molina y su canción El campanero. La pista de baile colmada por el proletariado mestizo bonaerense estallaba en el delirio tropical.

La escena tenía lugar en el Tropitango, una discoteca conocida como la catedral de la cumbia en Argentina, ubicada en General Pacheco, Zona Norte del Gran Buenos Aires. Mediaban los años 90, las políticas neoliberales del gobierno menemista empezaban a hacer mella en la sociedad, sobre todo en los pobres. Luego explotaría la crisis del 2001.

La Zona Norte hace parte del área metropolitana, la conurbación, de la capital argentina. Es un lugar donde conviven la opulencia y la pobreza extrema, un espejo de la realidad latinoamericana. Allí están los barrios privados más lujosos de Argentina, con muros y seguridad para aislarse de ese otro mundo que está ahí, a pocos kilómetros, a un par de minutos en auto: el de las villas miseria.

El Tropi, como es llamado por sus parroquianos, es el lugar a donde la clase obrera de la Zona Norte, pero también el marginal, aquel estigmatizado por la sociedad, el otro, va de fiesta. A donde por una noche se puede viajar a través del trance del baile a ese Caribe de ensueño que muestran las publicidades de las agencias de turismo; porque la semana pudo ser dura, la vida misma lo es, pero siempre está la cumbia para alegrarse.

Noche de cumbia en el Triopitango.
Noche de cumbia en el Triopitango.

Jimmy, el protagonista de esta historia, era el apóstol de los ritmos tropicales que todos los viernes, sábados y domingos guiaba a miles de almas cumbiamberas en el goce pagano. El Negro era la estrella del Tropitango y el referente constante de los cultores de la música tropical. Y abrió un camino, o lo mostró, cuando en la bailanta empezó a poner unas cumbias totalmente distintas a las que se venían escuchando, con un sonido más 'colombiano'; con acordeones que hacían enloquecer al público.

Y casi sin quererlo ayudó a trazar un camino, un eje fraternal y continental entre Colombia, México y Argentina, que era el viaje que hacía la cumbia materializada en vinilos y cds antes de llegar a Buenos Aires. Sin embargo, en un comienzo los cuerpos se resistieron a esos ritmos caribeños que les parecieron extraños.

"Tanto es así que yo ponía El campanero de Aniceto Molina o La cadenita de la Sonora Dinamita y la vagancia me miraba desde abajo con una cara de 'qué carajos estás poniendo, negro'. Las primeras veces me miraban y decían: qué es eso, este está loco, está enfermo. Pero después empezaban a bailar. Y llegó un momento en que terminaba la fiesta a las 6 de la mañana y yo decía: último tema de la noche, y volvía a poner El Campanero o Amarillo, azul y rojo de Lizandro Mesa, y la gente no se iba del baile. Encendíamos las luces y teníamos que repetir el tema otra vez y otra vez; dos, tres veces, y la gente se iba cantando", rememora sonriente el Negro Jimmy.

Tanto Aniceto Molina como Lucho Argaín, fundador de la Sonora de Dinamita, son quizá los máximos referentes —y los más populares, sin duda— de la cumbia colombiana en la Zona Norte. Molina era un músico de El Campano, Córdoba (Colombia), que falleció en el 2015 en San Antonio, Texas. Mientras que Argaín, cartagenero, falleció en su ciudad natal en el 2002.

Jimmy Nogueira nació en Buenos Aires en 1945. Hijo de una madre uruguaya y un padre brasileño, ambos de ascendente africano. Por aquellos tiempos un negro en la capital argentina era algo exótico y a él desde pequeño le tocó lidiar con el racismo de parte de una sociedad que siempre se identificó como blanca europea.

"En esa época nadie podía creer que existiera un negro argentino: 'No, no, no, me estás jodiendo, tenés que ser o brasilero o uruguayo. Por ahí peruano o colombiano. Argentino no puede ser, si no hay negros en Argentina. 'Yo soy argentino, boludo'", cuenta Jimmy, dramatizando una conversación que tuvo, al parecer, incontables veces con sus paisanos.

Sus primeros encuentros con la música colombiana se dieron en su adolescencia. Las primeras canciones que conoció fueron las de Rafael Escalona interpretadas por Bovea y sus Vallenatos. En la década del 60 formó con unos amigos la banda Los demonios del Caribe, en la que se hacía pasar por artista colombiano de nombre Carlos y cantaba temas de Los Wawancó y del Cuarteto Imperial en los hoteles en la localidad de Tigre, en Buenos Aires.

Cuando llegó la década de los 70, con la invasión de los ritmos anglosajones y el terror de la última dictadura militar (1976), la cumbia para Jimmy pasó a un segundo plano.

"Todo eso se perdió, se perdió porque el golpe de la música disco y el rock nos rompió la cabeza. Y era así. Se perdió todo eso. Entonces qué hace el negro, si se murió la cumbia ahora arma banda de rock. Y era Jimmy Kenny, cantante afrocubano. Por fonética me aprendía todos los temas de los Beatles y de los Rolling Stones. Y después dije de nuevo: 'bueno, ¿qué puedo hacer ahora? Vamos de dj'. En toda la década del 70 fui dj de música disco y de rock and roll", dice el negro Jimmy, mientras apura una bocanada de su cigarrillo electrónico y exhala su vapor blanco.

Jimmy junto a su esposa Marina Sánchez. (Facebook: Marina Sánchez).
Jimmy junto a su esposa Marina Sánchez. (Facebook: Marina Sánchez).

Jimmy es de estatura mediana, altivo pero no arrogante, pícaro, a juzgar por su sonrisa, y de una risotada ronca y burlona. Está sentado en un café en el municipio de Tigre, junto a Marina, su esposa, quien es además su compañera de trabajo, haciendo un repaso de su vida y reflexionando sobre cómo la cumbia lo salvó o, más bien, cómo a través de ese ritmo colombiano un negro argentino encontró su lugar en el mundo.

Fueron 10 años —toda la década del 70— en los que no tuvo ningún tipo de contacto con la cumbia. Su reencuentro con ese ritmo fue una mezcla de azar y necesidad: apareció una oportunidad de trabajo y él la aceptó sin peros. Fue en 1980 cuando lo llamaron para ser dj de un boliche (discoteca) que estaba por inaugurar, el Tropitango, pero ya no sería dj de rock and roll y música disco.

"Acá en la Zona Norte no existía la cumbia. Habían 20 boliches y eran todos de música disco. Pero de cumbia salió uno solo que era el Tropi y que era para la negrada. Y quién era el más negro, yo", afirma Jimmy y se señala a sí mismo con su pecho inflado de orgullo africano.

Pero en la Zona Norte sí existía la cumbia, los millones de migrantes del interior de Argentina (Santa Fe, Tucumán, Corrientes, entre otras provincias) la trajeron consigo cuando décadas atrás llegaron a la capital con la ilusión de un mejor futuro. Con ellos nació la bailanta, un espacio informal de fiesta donde los nostálgicos provincianos y sus descendencias gozaban con los ritmos tropicales y del folclor argentino. Y el Tropitango supo con gran habilidad capturar el espíritu de ese lugar tradicional y transformarlo, con luces, humo y toda la parafernalia discotequera, en un exitoso y moderno boliche.

El público del Tropitango durante un concierto de la banda de cumbia santafesina Los Palmeras.
El público del Tropitango durante un concierto de la banda de cumbia santafesina Los Palmeras.

Como señala el antropólogo colombiano Darío Blanco Arboleda en su libro Los colombias y la cumbia en Monterrey, en la mitad del siglo XX la música caribeña colombiana transformó la sensibilidad de la clase popular latinoamericana. "En general, emigrantes de provincia viviendo en las ciudades en condiciones de pobreza y desigualdad", escribe Arboleda.

Jimmy sabía que en el Tropi tenía que marcar la diferencia, que el boliche tenía que ser distinto a cualquier otro, con una música única, exclusiva. Además, como un hombre siempre ligado al entretenimiento, como buen showman que era, también empezó a idear su performance de dj. Lo primero que hizo fue ir a disquerías del centro de Buenos Aires a rescatar viejos discos de cumbia y música tropical que habían quedado olvidados en cajas tras la invasión de los ritmos anglo.

"Eran long play o 33 simples como los de Los Wawanco, El Cuarteto Imperial, Bovea y sus Vallenatos o Los cinco del Ritmo. Y entre ellos algún otro disco colombiano, y yo decía: 'bueno, lo llevo y lo escucho, y si me clavo, me clavo y se queda, queda", recuerda el Negro Jimmy.

Ya a principios de los años 90 estableció contacto con personas que le traían música de Estados Unidos y México. Y fue de esos dos países de donde le llegó esa nueva música colombiana, nueva para él y para los oídos del público bonaerense que la calificó en un principio como "una cosa extraña, una cosa rara". En ese momento aparecieron bandas y artistas como Andrés Landero, Lizandro Meza, Aniceto Molina, La Sonora Dinamita, Los Corraleros de Majagual, entre otros.

Una de las personas que le trajo discos fue dj Yankee, quien llegó de Los Ángeles al conurbano bonaerense con una valija llena de acetatos y cds de cumbia colombiana y mexicana. Yankee fue quien sustituyó a Jimmy como dj del Tropitango, y es el referente de una nueva generación de cumbieros. Pero esa es otra historia.

Jimmy junto a su esposa e hijo durante una presentación en un boliche porteño.
Jimmy junto a su esposa e hijo durante una presentación en un boliche porteño.

Para consolidar aún más su nombre y que su público pudiese disfrutar de la música no solo los fines de semana en la pista de baile, el negro Jimmy tuvo un programa de radio en una emisora del Tropitango en donde pasaba cumbias y recibía llamadas y cartas de la gente de la Zona Norte en las que generalmente mandaban saludos a sus familiares, enamorados, compañeros de trabajo o amigos, y pedían temas de sus artistas favoritos.

"Y yo lo que hacía era pasar las canciones pero arriba hablaba, entonces no lo podían utilizar en los otros boliches porque estaba mi voz. Porque nadie podía conseguir esos discos", dice Jimmy, haciendo alusión a una época en donde para un dj lo más importante era que sus discos fueran exclusivos, que nadie más lo tuviera, y para poder disfrutar de una canción había que esperar hasta el fin de semana para escucharla en la discoteca o esperar horas en la radio, una forma de consumo que se perdió con la explosión vertiginosa de internet.

En el 2001, el año de la crisis, Jimmy también atravesaba una personal, espiritual se podría decir. Había llegado a los 56 años y no era del todo feliz, sentía que algo le faltaba. Sabía que había llegado un momento de cambio, de tomar decisiones: su etapa como dj tenía que terminar.

En una noche de desvelo, a las 3 de la mañana, su compañera le preguntó qué quería hacer con su vida, si estaba conforme con lo que venía haciendo.

"¿Te falta algo? ¿Te gustaría hacer algo más?", le preguntó.

"Sí, cantar", respondió Jimmy.

"Vamos a cantar", contestó su compañera.

Ese año decadente, de descomposición política, económica y social, fue cuando paradójicamente floreció la inspiración en el Negro Jimmy. Como si la realidad misma de la crisis le hubiese dado un cachetazo para espabilarse y comenzar a hacer realidad ese deseo por mucho tiempo postergado.

Jimmy, separado de su primera esposa, acababa de empezar una nueva vida junto a Marina y su pequeño hijo. Para poder soportar todos los gastos en su hogar, se rebuscaba los días de semana como custodia en un club naútico. Y allí, en las horas lentas de la noche a orillas del Río Tigre, mientras miraba sus aguas, encontró inspiración. Fue así como empezó a escribir canciones que estaban inspiradas, sin saber muy bien por qué, en Colombia.

Los temas se los llevó a Pablo Lescano, el artista más popular de cumbia en Argentina, el rey de ese género en su versión villera, quien sin importar su estado convaleciente por un accidente que tuvo en su moto, le hizo los arreglos a las canciones y produjo el disco Homenaje a Colombia.

Gracias a ese primer trabajo discográfico nació Jimmy y su combo negro, la banda con la que dejó de ser dj para retomar un camino desandado. Era su regreso a los escenarios, ya no como aficionado sino como un músico profesional que podía vivir del canto. Y lo más importante, había hecho con la música un proyecto familiar: su compañera y su hijo eran sus coristas.

La leyenda podría contar que en aquellas noches a orillas del Tigre, en una especie de trance místico, invadido quizá por espíritus africanos, Jimmy se transportaba a algún lugar de la ribera del gran Magdalena colombiano, y allí, en ese espacio fantasioso y atemporal, bailaba sin parar en la rueda de cumbia.

"A la negra de mi barrio yo le pongo su pollera pa' que mueva las caderas al ritmo de mi tambó"

"Una vez uno de los del Cuarteto Imperial me dijo si conocía Colombia y yo le dije que no. Y él me contestó: 'entonces vos te imaginás algo que no viviste'. Pero es que yo escucho un disco colombiano y no estoy acá, estoy allá", recuerda Jimmy de ese intercambio que tuvo con el músico colombiano.

Su inspiración era un país que nunca había visitado. Era su sueño conocerlo y quería hacerlo "antes de irse de este mundo", así se lo confesó a su compañera. Y ella de madrugada, a escondidas, empezó a buscar en internet, al azar, a empresarios que estuvieran interesados en contratar a bandas de cumbia argentina.

"Papi, mira, estoy negociando nuestro primer viaje a Colombia", un día por sorpresa le dijo Marina a Jimmy, quien en vez de emocionarse con la noticia se puso nervioso: "Pero y qué, pero y cómo, pero y cuándo vamos".

Al final no terminó siendo uno sino dos viajes, el primero de ellos en 2012 donde se presentó con su banda en Medellín. En las noches en la capital antioqueña, iba con su compañera y su hijo al popular Parque Lleras. Allí llegaba un negro con un acordeón y otro con una caja, con quienes había entablado una amistad. Formaban un círculo. Tomaban aguardiente. Cantaban hasta el amanecer. Y Jimmy se sentía pleno. Era puramente feliz. "Y yo estaba donde quería estar, y si me muero me muero allá", remata con una sonrisa dibujada en su rostro, la cabeza un poco inclinada y los ojos entrecerrados, imaginando quizá ese territorio espiritual que es Colombia para ese negro argentino.

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