
Iniciar el consumo de alcohol en edad adolescente incrementa considerablemente la probabilidad de sufrir consecuencias negativas en la adultez temprana y plantea nuevos desafíos para la salud pública.
Un estudio longitudinal realizado en Australia, dirigido por el National Drug and Alcohol Research Centre y publicado en la revista Addiction de la Society for the Study of Addiction (SSA), evidencia que los efectos del consumo temprano pueden extenderse incluso cuando la cantidad ingerida inicialmente es baja.
Riesgos que aumentan con la precocidad
La investigación señala que los adolescentes que prueban alcohol a los 12 años presentan hasta un 73% más de probabilidades de experimentar daños relacionados con el alcohol al llegar a los 20 años, en comparación con aquellos que esperan hasta los 18 años para comenzar a beber.
Este sector, además, exhibe un 24% más de riesgo de consumo excesivo mensual, así como un 54% más de probabilidades de padecer abuso de alcohol y un 36% más de desarrollar un trastorno por consumo de alcohol.
Estos riesgos no aparecen de inmediato. Según la SSA, en el primer año tras el inicio, el nivel de daño puede parecer bajo en quienes empiezan temprano. Sin embargo, el riesgo crece rápidamente con el paso de los años. Al llegar a los 20 años, quienes se iniciaron antes no solo consumen más alcohol, sino que también atraviesan más episodios de consumo compulsivo y acarrean mayores tasas de consecuencias negativas, como problemas en el rendimiento académico, accidentes y dificultades en las relaciones interpersonales.

Cuanto antes, mayor impacto
El estudio identificó una clara progresión: cuanto menor es la edad de inicio, mayor es el riesgo a futuro. Los adolescentes que empiezan a beber a los 15 o 16 años presentan cifras intermedias, pero siempre por debajo del riesgo de quienes empezaron a los 12. Por ejemplo, una iniciación a los 15 años implica un riesgo de trastorno por consumo de alcohol un 34% menor en el primer año, respecto de quienes comenzaron a los 12 años.
Con el tiempo, la frecuencia y la cantidad del consumo tienden a aumentar más rápidamente en quienes comenzaron muy jóvenes. Muchos mantienen conductas de alto riesgo durante varios años, lo que favorece la aparición de patrones problemáticos, dependencia y daños tanto físicos como psicológicos. El Dr. Philip Clare, principal autor del trabajo, advirtió que, si bien algunos jóvenes pueden reducir el consumo al entrar en la adultez, la prioridad debe estar en evitar que los riesgos lleguen a niveles elevados y en minimizar el daño acumulado en los años críticos del desarrollo.
Recomendaciones y políticas de prevención
Las autoridades sanitarias australianas y las principales sociedades científicas internacionales coinciden en la necesidad de retrasar al máximo posible el primer consumo de alcohol en los adolescentes. Las directrices nacionales de países como Australia, Canadá, Reino Unido y Estados Unidos desaconsejan el consumo hasta alcanzar la adultez, postura que cobra fuerza a la luz de estos resultados.

El estudio también saca a la luz una creencia común: permitir pequeños sorbos de alcohol en el ámbito familiar como vía de “educación controlada” no reduce el riesgo de daño. Por el contrario, se comprobó que el peligro persiste incluso cuando la cantidad inicial es baja, ya que lo determinante es la temprana exposición, más que el volumen consumido. Según los investigadores, retrasar el inicio del consumo no solo demora la aparición de problemas, sino que también disminuye la intensidad y frecuencia de los daños a largo plazo.
Un desafío para la salud pública global
La problemática del consumo adolescente de alcohol es un reto mundial. La SSA señala que el alcohol figura entre las principales causas de muerte y discapacidad prevenibles en jóvenes de 10 a 24 años. Pese a las políticas de edad mínima para comprar bebidas alcohólicas, la edad de inicio real en países desarrollados sigue situándose alrededor de los 16 años, lo que expone a millones de adolescentes al riesgo de padecer consecuencias graves para su salud.
El debate sobre si retrasar el inicio solo posterga el riesgo o también reduce la magnitud de los daños se mantiene abierto. Sin embargo, la evidencia avalada por este estudio indica que la prevención y la intervención temprana son claves para limitar tanto la frecuencia como la gravedad de los daños asociados al consumo de alcohol en la juventud. Por ello, los expertos insisten en intensificar las campañas de sensibilización e incluir a las familias en las estrategias de prevención, con el objetivo de proteger la salud a largo plazo y garantizar un desarrollo pleno para las próximas generaciones.
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