Criaturas. Criaturas llenas de humanidad, de perversión, de autenticidad. Feroces, vulnerables y siempre condimentadas con algo, mucho o poco, de humor. Vivian El Jaber las conoce, las vuelve su carne, y las entrega en interpretaciones siempre potentes: desde los tiempos de Cha Cha Cha, en las tiras de Polka o Underground, haciendo obras clásicas “reversionadas” al lado de Moria Casán como Julio César en el circuito oficial del San Martín o musicales como Tootsie.
Actriz de actores, entre los colegas que se reconocen fans de su trabajo aparece Ricardo Darín. “Todo lo que ella hace es como para recortarlo, llevarlo a una escuela de actuación y decirles ‘chicos, miren esto’”, la elogió. La gente, por su parte, todavía mantiene vivos en redes como Instagram y TikTok sus personajes en Argentina Tierra de Amor y Venganza, Educando a Nina y Guapas. En abril estrenará The Penguin Lessons, película con la que da un salto a la cinematografía internacional, de la mano del director Peter Cattaneo (The Full Monty, The Rocker) y nada menos que junto al veterano actor Jonathan Pryce y Steve Coogan.
“Esta película es como un diamante. Es una experiencia maravillosa que nunca me pasó en la vida”, cuenta a Teleshow sobre el filme, por el que fue ovacionada junto a todo el elenco en el Festival Internacional de Cine de Toronto, en el compone a una abuela de Plaza de Mayo. Por el papel realizó un exhaustivo casting en inglés que duró dos meses entre Reino Unido, España y Argentina hasta que fue la elegida. Una historia intensa, inspirada en un caso real, en donde se mezcla uno de los capítulos más crudos de nuestra historia como país y la irrupción de un pingüino empetrolado en una rígida escuela a mediados de los setenta.
—¿Cómo tomaste estos aplausos en Toronto, siendo parte de una producción inglesa, y acompañada de nombres tan fuertes como Peter Cattaneo y Jonathan Pryce?
—Fue impresionante. La verdad es que no me lo esperaba. Yo entré y empezaron las ovaciones y ahí Jonathan nos pidió que nos paremos y saludemos. Fue una acogida tremenda de la gente del mundo y después había mucha empatía por nuestra historia, por la dictadura y mucha sensibilidad con mi personaje, por ser una abuela de Plaza de Mayo a la que le desaparecen su nieta. Se acercaron muchas personas.
—¿Cómo personificaste un rol que está tan conectado con nosotros como pueblo argentino en un filme internacional?
—Se llama María y es una abuela que trabaja en esta escuela inglesa. Esta historia es real. Pasó acá en Argentina, en Quilmes, en la escuela bilingüe St George’s. Ese fue el punto de partida para la novela en la que se basa la película, relatada por un profesor de inglés que rescata un pingüino. Por eso se llama Las lecciones del pingüino. Lo esconde en la escuela y ahí yo me hago amiga de este profe. En ese momento desaparece mi nieta y toda la película está atravesada por la desaparición de ella. Para mí fue muy fuerte hacerla. Estuve investigando todo lo que ya uno sabía, pero al componer volvés a investigar, volvés a vivir y te diría que volvés a transitarlo emocionalmente. A mí me atravesó de otra manera toda esa parte oscura nuestra. Fue como si me hubiera caído una ficha por primera vez.
—Realizaste un casting online, algo que hasta hace poco tiempo era impensado. ¿Cómo vivís esto de competir, entre comillas, con actores de cualquier parte del mundo por un papel? ¿Cómo fue tu acercamiento con tus compañeros durante el rodaje?
—Fue maravilloso porque, por lo menos en mi experiencia personal, al filmar en Gran Canarias y después con ellos en el Festival de Toronto hubo una cosa de mucha paridad con el actor de afuera. O sea, yo estaba con Jonathan Price, con Steve Coogan y todas las escenas las tuve con ellos y está bien. Yo entiendo que era la protagonista, que no era un personaje menor, pero había personajes menores y el trato fue maravilloso. Hay una situación de igualdad. Hay una industria muy fuerte que lamentablemente acá no tenemos con el cine. Entonces es como que te sentís de entrada una más. Fue increíble eso para mí y extraño, porque acá la verdad nunca me pasó. O sea, impresionante.
—¿Qué diferencias encontraste en la forma de trabajar, además de los presupuestos, en la manera en que se hace cine en la Argentina?
—Yo no hice mucho cine acá. Lamentablemente no soy convocada para hacer cine, por eso empecé a abrir puertas afuera. De hecho, me reía porque allá me preguntaban cuántas películas había hecho en el año. “Yo no hago pelis en mi país”, les dije. Esa es una especie de dolor que tengo con este país. Hago mucho teatro, pero cine sinceramente no. La primera diferencia grande que encontré es que tratan a todo el mundo igual. Vos tenés tu motorhome y todo lo que pedís, lo tenés. Me impresionaba que yo tenía dos asistentes para mí y una doble de luz. Por eso digo que hay una industria. Hay otro dinero en producción. Yo laburé muy distinto que acá, pero tampoco es que acá hice tanto cine. Me asombró que comíamos todos juntos, que estábamos todos en el lugar desde el que hacía un ‘bolo’ hasta yo, que era la coprotagonista, y Steve, que es el protagonista. Eso es maravilloso. Te relaja de una gran manera. Hay tiempo.
—Ese tiempo imagino que facilita el poder estar enfocada estrictamente en tu trabajo frente a cámara.
—Ellos están pendientes de que vos estés bien, tranquila, relajada para el momento del rodaje. Yo tenía tres escenas complejas emocionalmente. Fueron como 500 mil tomas de una escena. Recuerdo que un día tuve que estar 15 horas llorando, pero todo está armado para que uno lo pueda hacer bien.
—¿Cómo se transitan esas emociones? Entiendo que es el trabajo del actor, pero cómo una persona puede estar llorando 15 horas seguidas. Terminaste deshidratada, por lo menos.
—Es difícil. Yo amo el cine y creo que es lo que más me gusta de las actividades artísticas de un actor. Cuando hago seminarios a mis alumnos les digo que es una cuestión de encarnar. Es algo medio único. Vos sos el personaje, hay como una especie de llave que se prende y se apaga, y no hace falta, o por lo menos en mi caso, recurrir a ninguna técnica. Yo soy esa persona y en ese momento pasa lo que pasa. Sí, es agotador, por supuesto. Al otro día, por ejemplo, cuando tenía escenas muy fuertes, no te hacían filmar. Descansabas. Sino es imposible porque es algo que te atraviesa y por más que sea un personaje, yo llegaba destruida al departamento.
—¿Cómo descubriste que la actuación era lo tuyo? ¿Venís de familia de actores o artistas?
—No tengo idea porque no hay ningún actor en la familia. Mi mamá pinta y yo, de hecho, también. Hago cursos y talleres de dibujo y pintura. En realidad yo iba a ser pintora, iba a seguir Bellas Artes y la vida me llevó para otro lugar. Lo único que sí te puedo decir es que mi viejo es muy histriónico. Es científico, físico matemático y nada que ver. Pero sí vos lo ves a él en sus clases es una especie de clown, un payaso. Los chicos se mueren de risa estudiando quinto año de ingeniería. Yo creo que hacer lo que uno ama ya es un montón. Esta es una profesión hermosa. Una profesión libre.
—Estamos en un momento de crisis en la industria audiovisual nacional. ¿Cómo te toca en lo personal y entre tus colegas?
—Es muy doloroso. Yo intenté migrar en una época cuando tenía 20 años, en el 88, y fue muy duro. Volví porque no me la banqué. Emigrar tampoco es fácil. Es difícil, pero hoy en día que se me están abriendo las puertas afuera, es triste. Acá directamente a nuestra industria la están matando. No hay nada. Oscuridad. En 38 años de carrera hice dos o tres películas y afuera con una película no te puedo explicar la cantidad de gente que me llamó, que quieren que vaya a vivir allá. Acá de golpe no pasa nada, entonces eso es muy fuerte.
—Te reencontraste con Alfredo Casero en la obra de Cha Cha Cha que está realizando en calle Corrientes, un programa que marcó a toda una generación y fue un semillero para muchos, incluyéndote. Se te vio emocionada.
—Él me llamó para que sea parte, pero yo no podía porque estaba en Tootsie y también me daba mucha añoranza. Tampoco sé si lo hubiera hecho. Este Cha cha cha es otro grupo, otra gente y otra época. Yo tenía muchas ganas de verlos. Somos familia. Nos formamos juntos. Hay una cosa ahí con Alfredo, más allá de lo político, una cosa de hermandad muy fuerte. Es muy emocionante para mí, parte de mi vida, más allá de mi profesión. Con Alfredo hice Cha cha cha que cambió mi vida y después Farsantes en la que también pasó lo mismo. Nosotros tenemos una química fuertísima. Yo lo quiero mucho y me alegra que esté haciendo esta remake, este ‘Cha cha che’, o como le llamen, porque para mí es otra cosa. El encuentro fue hermoso.
—Algunos de tus personajes más recordados en televisión fueron en Polka de la mano de la guionista Carolina Aguirre (Envidiosa), junto a Leandro Calderone, en Farsantes, Guapas, ATAV. ¿Cómo fue esa sinergia?
—A los dos los adoro. Para mí Caro y Leo son excelentes dramaturgos, me sale decir así. Con Caro es como si tuviéramos la misma mente. Me pasó en las cosas que ella escribió y que yo transité. Entendí claramente lo que ella quería y después, cuando ella lo veía, me mandaba un mensaje diciéndome que había sido tal cual lo había pensado. Se da algo de mucha calidad y mucha intuición. Ojalá vuelva a laburar con ellos, porque amé hacerlo.
—¿Qué te sucede con que algunas escenas que realizaste en Educando a Nina, en Un cuento chino o en Viudas e hijos del rock and roll se sigan compartiendo y comentando en las redes aunque hayan pasado 15 o 10 años?
—Hay una empatía muy fuerte con la gente. Yo creo que tiene que ver con esto que te decía antes de encarnar los personajes. Es algo que a mí me pasa con los personajes que también le sucede al público. Es medio extraño. Yo creo que siempre fui muy sincera y muy “perfil subsuelo”. La gente siente todo. Siempre digo que no hay que menospreciar al público. El público sabe muy bien quiénes son sus artistas.
—¿Qué te pasa cuando aparece esto de que hay actores cool y hay otros que no lo son. ¿Cómo te llevás con esto?
—¡Qué tema! Mirá, yo he pasado por ahí. De hecho, en una época ser integrante de Cha Cha cha era medio ser cool, a pesar de que en la época que se daba nos peleábamos mucho porque no lo veía nadie. Después se convirtió en un programa de culto y a mí me pareció una gran pelotudez. Por eso te digo que la pasé tan bien filmando afuera porque no existe eso. Miran a todo el mundo en pos de si sos talentoso y van por ello. Acá hay toda una cosa en Argentina y creo que en Latinoamérica, en general, con el artista que me parece medio una payasada y muchas veces no tiene que ver con el talento. Esto no digo que sea malo ni bueno.
—¿Viviste muchas situaciones de este estilo que nacen en los rodajes, en las obras de teatro, de divismos y egos? ¿Qué hechos recordás?
—Sí, claro que sí. Jamás diré nombres, me los llevo a la tumba, pero sí. Situaciones de que te bajan de un motorhome porque no sos la protagonista, por lo menos en las tiras. Yo he vivido cosas que cualquier actor que sea sincero te va a decir lo mismo. Acá hay mucho divismo. Tal vez no es la persona, pero en realidad es el medio el que hace eso. Te ponen en un lugar y todo se arma alrededor del protagonista. Por ejemplo, prensa se le hace solamente al protagonista. Entonces vos decís ‘¿cómo puede ser?, ¿mi trabajo no cuenta?’. En la época de la tira diaria existía mucho eso, pero no tiene que ver con el actor.
—Tu trabajo es admirado por actrices y actores. ¿Quiénes te inspiraron? ¿Quiénes lo hacen hoy en día?
—Mucho Cha Cha Cha y Norman Briski. Justo vi que hay un especial en el Teatro San Martín de Tadeusz Kantor a 40 años de que vino acá a la Argentina. Se llama las Jornadas Kantor. Es un hombre de los que más me inspiró en el hecho de ser el personaje y de crear. Él era un director de teatro y creador polaco que cuando lo vi a los 18 años me partió la cabeza.