Llorar es una expresión cotidiana y difícil de contener para muchos. Un momento que para los astronautas que están en una misión espacial debe ser pensado varis veces, porque la microgravedad hace que esta simple expresión sea un fenómeno incómodo.
Recientemente, se hicieron nuevamente virales las imágenes en las que el astronauta canadiense Chris Hadfield, mostró en 2013 cómo se comportan las lágrimas lejos de la atracción gravitatoria terrestre.
Qué pasa cuando un astronauta llora en el espacio
Chris Hadfield, comandante de la Estación Espacial Internacional durante la Expedición 35 en 2013, resolvió una de las preguntas más curiosas sobre la vida en órbita: qué ocurre cuando alguien llora a cientos de kilómetros de la superficie terrestre. La respuesta dista mucho de lo que podría esperarse.
En un video divulgado por la Agencia Espacial Canadiense en 2013, Hadfield recreó el llanto utilizando gotas de agua potable. Al aplicarlas en su ojo, el líquido permaneció adherido, formando una burbuja líquida en vez de deslizarse por la mejilla.

El experimento de Hadfield permitió observar cómo la física de las lágrimas cambia radicalmente fuera de la Tierra.
“Solo forma una bola en mi ojo. Si sigues llorando, terminas con una bola de agua cada vez más grande en tu ojo hasta que eventualmente cruza tu nariz y entra en tu otro ojo o se evapora o tal vez se extiende por tu mejilla o agarras una toalla y la secas. Así que sí, me han entrado cosas en el ojo. Tus ojos definitivamente llorarán en el espacio, pero la gran diferencia es que las lágrimas no caen”, explicó el astronauta canadiense durante su transmisión desde la EEI.
Esta curiosa burbuja salada no se despega con facilidad. El líquido crece y se expande alrededor del ojo y la zona circundante. Si el llanto persiste, la esfera puede cubrir la zona inferior de ambos ojos y llegar al puente de la nariz. Para retirarla, no basta esperar: es necesario emplear una toalla que absorba el exceso de agua. La experiencia termina por ser molesta y, en casos extremos, dolorosa.
Llorar en el espacio puede ser un problema operativo
Más allá de la curiosidad, la acumulación de lágrimas puede representar un desafío. Los astronautas están entrenados para mantener la calma y afrontar tanto presiones emocionales como complicaciones físicas.

No obstante, situaciones como alergias, polvo ambulatorio o irritación ocular pueden provocar llanto involuntario. En la microgravedad, el acto de limpiar una lágrima puede complicarse. La burbuja líquida nubla la visión, produce una sensación de ardor y, en casos reportados, deja al astronauta temporalmente ciego.
Hadfield relató un episodio ocurrido durante una caminata espacial. Una fuga en su casco le provocó irritación ocular. Sin poder limpiar su ojo, la lágrima se acumuló hasta impedirle ver con claridad. El fenómeno puede impactar la seguridad y el funcionamiento en misiones fuera del planeta.
Otros astronautas también han sufrido incidentes similares. En 2011, Andrew Feustel experimentó irritación por un residuo de solución antiempañante en su casco. Al no poder limpiar sus ojos de la manera habitual, debió emplear una pieza esponjosa dentro del traje.
Episodios como este han llevado a la NASA y otras agencias a estudiar con mayor atención el comportamiento de los fluidos corporales en el espacio y sus implicancias para la salud ocular y la seguridad de los tripulantes.

El cambio del cuerpo humano en el espacio
Los reportes y observaciones de los astronautas han proporcionado valiosa información sobre cómo reacciona el cuerpo humano en el extremo ambiente de la microgravedad.
Según Allison Bollinger, oficial de caminatas espaciales, las lágrimas se agrupan alrededor del globo ocular, causando molestias y generando la necesidad de nuevas rutinas de higiene ocular. Ron Parise, exastronauta del transbordador espacial, detalló que cuando las lágrimas alcanzan cierto tamaño, se desprenden y flotan libremente dentro de la cabina, dando lugar a escenas tan poéticas como sorprendentes.
La Estación Espacial Internacional funciona como un laboratorio viviente donde los astronautas y sus experiencias cotidianas se convierten en el eje de nuevas investigaciones fisiológicas.
Situaciones aparentemente menores, como llorar o rascarse un ojo, han revelado la magnitud de los desafíos que implica vivir fuera del entorno terrestre. Cada incidente, ya sea anecdótico o incómodo, contribuye a ampliar el conocimiento humano sobre la adaptación biológica en la exploración espacial.
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