
Su final fue triste. Muy triste. Pero su vida más. Muchos hablan de la trágica muerte de Whitney Houston, quien aquel 12 febrero de 2012 y después de una batalla perdida contra las drogas fue encontrada ahogada dentro de un jacuzzi de un lujoso hotel de Beverly Hills. Pero lo cierto es que esta mujer nacida el 9 de agosto de 1963 en Nueva Jersey, que hoy estaría cumpliendo 62 años, comenzó a sufrir mucho antes de convertirse en una estrella pop.
Hija de la cantante de gospel y soul Cissy Houston, ministra del coro de la Iglesia Bautista New Hopey, cuando su madre tenía que salir de gira Whitney quedaba al cuidado de su prima, la también cantante Dee Dee Warwick. Durante muchos años, fue abusada sexualmente por ésta, algo que ocultó como si se tratara de un secreto familiar. Y que, inevitablemente, fue destruyendo su alma por dentro y vulnerándola para siempre.
Esta dolorosa historia recién salió a la luz en 2018, gracias al documental que el director Kevin MacDonald hizo sobre la vida de intérprete. El hermanastro de la estrella, Gary Garland-Houston, aseguró que él también había sido agredido sexualmente. Su cuñada Pat Houston y su asistente personal, Mary Jones, dieron su testimonio para acreditar esta situación.
Hasta entonces, solo se hablaba de una joven destinada al éxito. Además de su célebre madre, Whitney era prima de Dionne Warwick y ahijada de Aretha Franklin. Así que nada podía fallar: tenía que lograr todo aquello que su progenitora no había podido. Y lo hizo. Gracias a su impactante belleza, fue descubierta por un fotógrafo que quiso hacerla incursionar en el mundo del modelaje y, con apenas 15 años, ilustró las portadas de publicaciones como Seventeen y Glamour. Pero lo suyo, sin lugar a dudas, era la música.

“Yo no quería ser famosa, solo quería cantar”, dijo en una oportunidad. Ya había empezado a destacarse actuando junto a su madre en la iglesia cuando, con 19 años, el productor Clive Davis la encontró en el club Mikell’s de Nueva York y no dudó en hacerle firmar su primer contrato. El resto es historia conocida: grabó 7 discos, vendió 200 millones de álbumes y rompió las taquillas con El guardaespaldas, la película que protagonizó con Kevin Costner en 1992. Además, fue galardonada con ocho premios Grammy, dieciséis Billboard Music Awards, dos Emmy y veintiocho Guinness World Records.
Pero el lado “B” de la estrella, apodada “The Voice” (La voz) y considerada como una de las mejores cantantes de todos los tiempos, era muy duro. Whitney había sido señalada por la comunidad afroamericana, que la acusaba de olvidarse de sus raíces por haberse “vendido” a la cadena MTV. Y, durante los premios Soul Train de 1989, los más importantes de la música negra en ese entonces, fue abucheada al ser mencionada en una nominación. Esa misma noche, conoció al hombre que, según sus amigas Brandy y Chaka Khan, fue el culpable de su caída: el cantante de hip hop Bobby Brown.
El ex integrante de New Edition, que por esos años estaba haciendo despegar su carrera solista, comenzó con Whitney una relación tormentosa que la terminó desmoronando por completo. Eran tiempos en los que no se hablaba de parejas tóxicas, de personalidades psicopáticas y, ni siquiera, de violencia de género. Pero el matrimonio de la cantante y Bobby tuvo todo eso. Y mucho más.
Los celos de Brown frente al éxito de Houston eran innegables. Pero ella, quizá, en aquel momento no se daba cuenta. Y se dejaba someter por él. Ambos cayeron en las drogas, cuentan, desde el mismo día de la boda. Y tuvieron una hija, Bobbi Kristina, que creció entre peleas, escándalos, arrestos del hombre por manejar alcoholizado, infidelidades que se hicieron públicas y shows suspendidos. “Mi marido nunca me pegó ni me fue infiel”, declaró Whitney en una oportunidad intentando justificar un corte en su cara. Pero nadie le creyó.

Todo se precipitó en 1999 cuando, harta de las peleas con Bobby, la amiga y asistente personal de Whitney, Robyn Crawford, decidió dejar de trabajar con ella. Algunos la señalaban, también, como su amante. E, incluso, Brown llegó a deslizar que la intérprete lo había usado porque necesitaba un esposo para poder terminar con las habladurías sobre su relación lésbica. Sea como fuere, desde ese momento todo empeoró tanto en la carrera como en la vida personal de Houston.
“Yo no soy autodestructiva, yo no quiero morir, yo quiero vivir”, dijo Whitney en una entrevista. En 2003, llamó al 911 para denunciar que su marido le había partido el labio de un golpe. Pero no le levantó cargos. De todas formas, el músico fue condenado por amenazas y agresión física. Cuando terminó en prisión por no respetar su libertad condicional, ella decidió internarse en una clínica de rehabilitación de la que luego se escapó.
En 2006, se separó de Bobby, tras 15 años de matrimonio. “Él era mi droga, no hacía nada sin él”, admitió entonces. Pero, evidentemente, ya era demasiado tarde. El camino hacia la autodestrucción era irreversible. Su aspecto físico había cambiado demasiado debido, sin lugar a dudas, a las adicciones que nunca pudo superar. Y había perdido la estelaridad que en sus tiempos de gloria había sabido ganar en base a esfuerzo y talento.
Finalmente, Whitney fue encontrada muerta a los 48 años, en la bañera de su habitación del Beverly Hilton. Fue justo la noche anterior a la entrega de los premios Grammy. El lugar estaba lleno de drogas y en su cuerpo, con quemaduras externas generadas por el agua hirviendo, descubrieron rastros de cocaína, marihuana, Flexeril y Benadryl. Sin embargo, la autopsia determinó que el fallecimiento había sido producto del ahogamiento. Y nadie se sorprendió de lo que, para muchos, había sido un final más que anunciado.
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