
Ese 16 de mayo de 2006, cuando falleció a los 69 años en un hospital de Miami, Jorge Porcel era otro. Mejor dicho, era el mismo que había hecho sonreír a tantos argentinos en películas como Los colimbas se divierten, Expertos en pinchazos o Los caballeros de la cama redonda, entre tantas otras. Pero hacía tiempo que había perdido la sonrisa. Y, en algún punto, hasta renegaba de su pasado de capocómico y de todas las implicancias que esa caracterización había tenido en su vida personal.
Era bravo. Y, quienes tuvieron la oportunidad de trabajar con él, aseguran que su personalidad era exactamente la contraria a la que le mostraba al público a través de sus personajes. De hecho, son muy pocas las personas del mundo del espectáculo que guardan un buen recuerdo del Gordo, como se lo apodaba. Y fueron muchas, entre las que figuran Georgina Barbarrosa, Amalia Yuyito González, Camila Perissé y Sandra Villarruel, las que tras su muerte se animaron a contar lo mal que lo habían pasado a su lado, ya sea por sus malos modos como por sus desubicadas insinuaciones sexuales.
Pero Porcel no solo habría sido un mal compañero de trabajo. También había dejado mucho que desear en su rol de marido y padre. Era un mujeriego empedernido. Carmen Barbieri y Luisa Albinoni se enamoraron de él. Pero también hubo muchas otras famosas que cayeron en sus brazos, en algunos casos creyendo que de eso dependía su continuidad laboral. Y, estando casado con Olga Gómez, comenzó una relación extramatrimonial con Norma de Mauricio, con quien tuvo a su hijo Jorgito Jr. Pero lo cierto es que, después, junto a su legítima esposa adoptó a una niña, María Sol, y desde ese momento el humorista terminó distanciándose cada vez más de su descendiente biológico, que al día de hoy sigue lamentándose por ese abandono.

En ese momento, sin embargo, la frivolidad de la fama y el dinero parecían ser suficientes para completar la vida de Porcel. Había comenzado su carrera en 1958 haciendo imitaciones en un restaurante de Barracas cuando lo descubrió Juan Carlos Mareco y lo recomendó para que entrara en el ciclo radial La Revista Dislocada, donde tuvo compañeros de la talla de Carlitos Balá, Mario Sapag, Nelly Beltrán y Raúl Rossi. Y, gracias a su talento, no tardó mucho en desembarcar en la pantalla grande con una participación en Disloque en Mar del Plata en 1962. Hasta que, en 1964, tuvo su primer protagónico en el film El Gordo Villanueva.
Pero, sin lugar a dudas, el gran éxito de Porcel llegó de la mano de Alberto Olmedo, con quien formó una dupla irrepetible durante las décadas del ’70 y ’80, compartiendo películas, escenarios y programas de televisión junto a personalidades como Susana Giménez, Moria Casán, Javier Portales, Mario Sánchez o Adolfo García Grau, entre muchas otras. Tuvieron sus diferencias, sí. Pero el Negro se había convertido en un pilar fundamental para el cómico. Y por eso, su absurda muerte ocurrida el 5 de marzo de 1988 al caer del piso 11 del edificio Maral 39 de Mar del Plata, marcó un antes y un después en la vida del Gordo.
Así las cosas, en 1991 Porcel decidió radicarse definitivamente en los Estados Unidos. Trabajo no le faltaba en la Argentina, pero había recibido la oferta de hacer un show nocturno, A la cama con Porcel, para la cadena Telemundo. Y tenía ganas de cambiar de rumbo. Así que hizo las valijas y partió dispuesto a empezar de cero. No le fue mal. De hecho, en 1993, participó de la película Carlito’s Way, dirigida por Brian De Palma y encabezada ni más ni menos que por Al Pacino. Sin embargo, para entonces, su obesidad había empezado a pasarle factura, ya que había llegado a pesar 240 kilos, y sus problemas de salud a raíz de la diabetes y la artrosis se hicieron cada vez más evidentes.

Entonces se aferró a la fe. Y, desde 1995, se convirtió al cristianismo evangélico. De hecho, llegó a consagrarse como pastor y empezó a predicar la palabra de Dios, cuestionando el estilo de vida que él mismo había llevado hasta ese momento. Y no quería ni que le mencionaran su paso por programas como Las Gatitas y Ratones de Porcel, que tanta repercusión había tenido hasta hacía no mucho tiempo. Pero estaba claro que, por más que quisiera, no podía borrar de un plumazo todo lo que había significado dentro de la farándula argentina. Y eso le pesaba.
Pasó sus últimos años postrado en una silla de ruedas a raíz de una afección en su columna. Y estuvo lidiando con el mal de Parkinson hasta el final de sus días. De hecho, en 2005 llegó a vender el restaurante A la pasta con Porcel, que se había convertido en su principal fuente de ingresos mientras se dedicaba a escribir libros religiosos. Y, más que nunca, se mostraba hostil tanto con los periodistas que intentaban abordarlo como con los fanáticos que se le acercaban recordando sus tiempos de gloria.
Murió de un paro cardiorrespiratorio en el Mercy Hospital de Miami, después de haber superado varias intervenciones quirúrgicas pero sin haber podido recuperar nunca su calidad de vida. Sus restos fueron trasladados a Buenos Aires, donde luego de una ceremonia de despedida a cargo de un pastor evangélico, fueron inhumados en el Panteón de actores del Cementerio de la Chacarita frente a unas 80 personas, entre las que se encontraban su esposa, su hija y un puñado de famosos, como Tito Mendoza y Rolo Puente.

Para muchos, Porcel quedó grabado el recuerdo colectivo gracias a su paso por ciclos televisivos muy exitosos como Polémica en el bar, La peluquería de Don Mateo o La Tota y la Porota, inolvidable sketch que hacía junto a Jorge Luz. Otros, en cambio, se quedaron con el sabor amargo de las conflictivas experiencias que vivieron junto a ese hombre tan talentoso como egoísta, machista y malhumorado.
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