
Según el Evangelio de Mateo, los Santos Inocentes, niños de Belén de dos años o menos fueron masacrados por el rey idumeo Herodes el Grande. Esta narración, que forma parte del capítulo 2 del Evangelio según Mateo, no solo relata un evento trágico de la antigüedad, sino que también sirve como un puente teológico entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, enfatizando el cumplimiento de profecías y el paralelismo entre la vida de Jesús y la historia de Israel.
El texto evangélico presenta a Herodes como un gobernante paranoico, obsesionado con mantener su poder bajo el yugo romano. Utiliza este episodio para ilustrar la amenaza constante que enfrentaba el Mesías desde su nacimiento. Al profundizar en el texto, vemos cómo Mateo, dirigido a una audiencia judeocristiana, teje un tapiz de referencias proféticas que validan la identidad mesiánica de Jesús, convirtiendo una masacre histórica en un símbolo de inocencia sacrificada por la redención.
La ira del rey Herodes
La historia comienza realmente con la visita de los magos o astrólogos, ‘Hombres Sabios’, que llegaron a Jerusalén y preguntaron por un niño recién nacido que era “rey de los judíos”. Estos magos, posiblemente provenientes de Persia o Babilonia, representan la universalidad del mensaje de Jesús, ya que no son judíos sino hombres atraídos por señales celestiales. El texto de Mateo describe cómo dijeron que habían visto su estrella en el cielo oriental y que habían venido a rendirle homenaje. Esta “estrella” ha sido interpretada de diversas maneras por los exégetas. Algunos la ven como un cometa, una conjunción planetaria o un símbolo literario.

Lo que resalta en el texto es el contraste entre la genuina adoración de los magos y la falsa curiosidad de Herodes. Al escuchar la noticia, Herodes, el rey cliente de los romanos en Judea, se puso inmediatamente ansioso y toda Jerusalén con él. Sintió que su trono estaba en peligro y que eso podría significar un futuro ataque a la ciudad. Aquí, el Evangelio pinta a Herodes no solo como un tirano histórico —conocido por sus construcciones grandiosas como el Templo de Jerusalén y su crueldad familiar, incluyendo el asesinato de sus propios hijos— sino como un arquetipo del poder mundano opuesto al reino divino.
El texto subraya la agitación colectiva en Jerusalén, reflejando cómo las profecías mesiánicas podían inquietar a las élites políticas y religiosas. Herodes convocó entonces a los sumos sacerdotes y escribas, expertos en la ley judía, y les preguntó dónde iba a nacer el Mesías. Dijeron que sería en Belén de Judea, una pequeña ciudad no muy lejos de Jerusalén. Esta consulta revela la ironía del texto: Herodes, un rey no judío por linaje, recurre a las Escrituras judías para localizar una amenaza a su autoridad. Basaron su respuesta en una combinación de textos. El primero, tomado del profeta Miqueas, dice: “Pero tú, Belén de Efrata, una de las pequeñas tribus de Judá, de ti saldrá el que ha de gobernar en Israel, cuyo origen es desde la antigüedad, desde los días antiguos”. (Miq 5:2).
Miqueas escribe durante un período en el que el rey de Jerusalén está bajo una gran amenaza de los asirios. Pero la pequeña e insignificante ciudad y tribu de Belén-Efrata es la sede de la dinastía davídica de la que vendrá el rey mesiánico que gobernará sobre Israel.
La profecía del nacimiento de Jesús
En el contexto del texto mateano, esta profecía no solo localiza el nacimiento de Jesús en Belén, el lugar de origen de David, sino que también enfatiza la humildad divina: el Mesías surge de lo insignificante, contrastando con el esplendor herodiano. La segunda parte de la profecía se hace eco de un pasaje del Segundo Libro de Samuel donde las tribus de Israel acuden a David en Hebrón, pidiéndole que sea su rey. Le dicen: El Señor te dijo: «Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el gobernante de Israel». (2 Sam 5:2). Estas fueron profecías poderosas que claramente pusieron nervioso a Herodes.

El Evangelio usa estas citas para demostrar que Jesús es el verdadero heredero davídico, cumpliendo las expectativas mesiánicas que Herodes temía. Herodes llamó a los reyes magos y les preguntó la hora exacta de la aparición de la estrella. Luego los envió a Belén con las siguientes instrucciones: “…vayan y busquen diligentemente al niño, y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”: (Mateo 2:8). Esta orden es un claro ejemplo de duplicidad en el texto: Herodes finge devoción mientras planea asesinato, un tema recurrente en las narrativas bíblicas donde los poderosos usan engaños contra los inocentes. Herodes, por supuesto, tenía en mente un tipo de homenaje muy diferente. Los Reyes Magos partieron de nuevo y la estrella que habían visto reapareció y se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño.
Llenos de alegría, entraron en la casa y encontraron al niño Jesús con María, su madre. Se postraron en tierra en señal de homenaje. Luego sacaron los regalos que habían traído durante todo este camino: oro, incienso y mirra, regalos habituales en Oriente como signos de homenaje. Estos dones simbólicos enriquecen el texto: el oro representa la realeza de Jesús, el incienso su divinidad (usado en templos), y la mirra su futura muerte (usada en embalsamamientos). Al finalizar su visita, se les dijo en un sueño que no regresaran con Herodes, sino que volvieran a casa por otro camino. Esta intervención divina protege a los magos y resalta la providencia de Dios en el relato. También en un sueño, un ángel se le apareció a José y le dijo que tomara al niño y a su madre y se refugiaran en Egipto hasta que se le indicara lo contrario. Esa misma noche partieron hacia Egipto y no regresaron hasta después de la muerte de Herodes. Mateo ve esto como el cumplimiento de una profecía en Oseas: “…de Egipto llamé a mi hijo”. (Oseas 11:1).
De esta manera, el profeta relaciona a Jesús con el destino de Israel. Así como Dios llamó a Israel fuera de Egipto para crear su propio pueblo, ahora llamará a Jesús fuera de Egipto a la tierra de Israel para cumplir su propósito de crear el nuevo Israel, el Pueblo de Dios. La historia de la huida a Egipto permite, por lo tanto, que esta profecía se cumpla en Jesús. Al escribir para una audiencia judeocristiana, a Mateo le gusta ver los eventos en la vida de Jesús como el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. Este patrón de “cumplimiento” es central en el texto, mostrando cómo Jesús recapitula la historia de Israel: perseguido como Moisés, exiliado como el pueblo en Babilonia, pero siempre bajo la guía divina.
Cuando Herodes se dio cuenta de que los astrólogos lo habían engañado, se enfureció. Basándose en la información que le habían dado los magos, ordenó que todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores fueran asesinados. Esta masacre, conocida como la Matanza de los Inocentes, es el clímax trágico del texto, simbolizando la brutalidad del poder terrenal contra la vulnerabilidad de la inocencia.

La matanza ordenada por Herodes
¿Cuántos niños perdieron la vida realmente? Una liturgia oriental estimó 14.000, pero estudios realizados a principios del siglo XX dijeron que en una aldea de ese tamaño la cifra solo podría ser de entre 6 y 20 niños. Más allá del número, seguía siendo un evento trágico. El texto no especifica números, se enfoca en el horror moral más que en la cuantificación, lo que permite interpretaciones variadas a lo largo de la historia. Algunos historiadores cuestionan la historicidad del evento, ya que no se menciona en fuentes no bíblicas como Flavio Josefo, quien documentó otras crueldades de Herodes. Sin embargo, en un contexto de opresión romana, un acto así en una aldea pequeña podría haber pasado desapercibido.
Según Mateo, la masacre cumplió un versículo de Jeremías leído como una profecía de este evento: “Así dice el Señor: se oye una voz en Ramá, lamento y llanto amargo. Raquel llora por sus hijos; se niega a ser consolada por sus hijos, porque ya no existen.” (Jer 31:15).
El texto era originalmente una descripción de la tragedia del exilio babilónico, cuando un gran número de ciudadanos de Jerusalén fueron llevados como esclavos a Babilonia. En el siguiente versículo, Dios le pide a Raquel que “deje de llorar porque sus hijos volverán de la tierra del enemigo.” (Jer 31:16)
Algunos comentaristas creen que el propósito de Mateo al incluir las palabras de Jeremías no es conectar la referencia al “llanto” con los bebés sacrificados, sino más bien con el Niño Jesús que se ha ido a una tierra extranjera (como Israel lo había hecho antes), pero que regresará. Esta interpretación tipológica enriquece el texto, transformando el lamento en esperanza: los inocentes mueren, pero Jesús sobrevive para redimir.
El comentarista bíblico, el padre Raymond Brown, sugiere que el relato de Mateo se basa en una historia anterior que se inspiró en la matanza de los primogénitos hebreos por el faraón al nacer Moisés. Tal conexión habría sido fácilmente comprensible para los lectores judíos. En efecto, el texto mateano establece paralelismos entre Jesús y Moisés: ambos escapan de masacres infantiles, ambos lideran un éxodo (de Egipto), reforzando la idea de Jesús como el nuevo Moisés que libera al pueblo de Dios del pecado.

El origen del Día de los Santos Inocentes
La conmemoración de los Santos Inocentes se ha celebrado en la Iglesia occidental desde el siglo IV. Fueron considerados mártires porque no solo murieron por Cristo, sino en lugar de Cristo. Esta memoria, fijada el 28 de diciembre en el calendario litúrgico, honra a estos niños como los primeros mártires cristianos, simbolizando la inocencia perseguida por el mal.
En Iberoamérica, esta fecha de “los Santos Inocentes” ha evolucionado culturalmente para incluir tradiciones de bromas y engaños, al estilo del “April Fools’ Day” en el mundo anglosajón. El origen de esta costumbre se remonta a la Edad Media, cuando la fiesta religiosa se mezcló con festivales paganos, como las Saturnalias romanas, donde se permitían bromas y roles invertidos. En el contexto cristiano, el engaño de Herodes a los magos y su furia al ser burlado inspiraron la idea de “inocentes” como personas ingenuas o engañadas.
Así, en países como México, España, Colombia y otros de Iberoamérica, el 28 de diciembre se convierte en un día para jugar bromas inofensivas, como noticias falsas o bromas prácticas, recordando la “inocencia” de las víctimas, pero invirtiendo el tono trágico en uno lúdico.
Esta práctica cultural no contradice el texto bíblico, sino que lo reinterpreta en un contexto festivo, recordando que, a pesar de la tragedia, la esperanza prevalece, como en la profecía de Jeremías sobre el retorno. Al expandir sobre el texto, podemos apreciar cómo Mateo no solo narra hechos, sino que construye una teología de la salvación: los inocentes representan a todos los oprimidos, y su sacrificio prefigura la cruz de Cristo.
En la liturgia actual, la fiesta invita a reflexionar sobre la violencia contra los niños en el mundo moderno, desde conflictos armados hasta abusos, conectando el antiguo relato con desafíos contemporáneos. Historiadores como Josephus confirman la paranoia de Herodes, quien en sus últimos años sufrió enfermedades que lo volvieron aún más cruel, alineándose con la descripción mateana. Teológicamente, el episodio subraya la soberanía de Dios: a pesar de los planes humanos, el Mesías escapa, cumpliendo su misión.
En arte y literatura, la matanza ha inspirado obras como las de Rubens o Piñeiro, donde se enfatiza el pathos maternal, eco de Raquel llorando. En resumen, el texto de Mateo sobre los Santos Inocentes trasciende la historia para ofrecer una meditación eterna sobre inocencia, poder y redención divina, invitándonos a ver en cada niño vulnerable la presencia de Cristo.
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