La sensación que Valentín Villalba tuvo fue única, tan maravillosa como sorpresiva y aún le dura la emoción de aquellos 60 minutos al lado de las ballenas mientras disfrutaba del fin de semana largo en Monte Hermoso.
El hombre, de 45 años, es de Dorrego y hasta allí llegó con su amigo Diego Schulz (46), para hacer el deporte que aman, el Sup, pero terminaron disfrutando una aventura que los marcará por siempre.
Pese a que poco se sabe, que las ballenas pasen por Monte Hermoso es algo habitual en la ruta que emprenden camino al sur argentino a fin de reproducirse y alimentar a sus ballenatos, pero rara vez se las puede ver tan cerca de la costa. Lo más llamativo fue la interacción con las personas.
“Tal vez sea porque nadie se acercó tanto como nosotros”, opinó Valentín quien ese día apenas amaneció fue con Diego a mirar el mar y ver cuál es la condición para meterse a nadar o, simplemente, a jugar, o practicar SUP o kitesurf.

El del encuentro con los mamíferos marinos más grandes, se produjo en un día soleado, sin viento y que invitaba a meterse a remar con la tabla, sobre todo, porque pese a promediar agosto la temperatura del agua no era tan fría.
“Fue un amigo pescador del Sauce Grande, un mini balneario que pertenece a Monte, que nos llamó porque había visto una aleta cerca de la playa. ¡Y allá fuimos! Además, estaban en una zona a la que podíamos bajar con los vehículos hasta la playa”, contó sobre la zona de 32 kilómetros de playa virgen que tiene ese balneario que, en otras particularidades, por estar en una bahía, cuenta con la belleza natural de que el sol sale y se pone en el mar.
A medida que ingresaban al mar, se dieron cuenta de que la ballena, cuya aleta vieron a unos 350 metros de la costa había desaparecido, por lo que decidieron ir mar adentro. A los mil metros de la costa, la esperanza se convirtió en una fantástica sorpresa.
“Llevamos años haciendo esto, el mar estaba muy tranquilo y, por las dudas, teníamos alguien afuera e caso de que fuera necesario auxiliarnos pero, de repente, no solo encontramos una ¡sino 12 ballenas! Toda una manada. Primero tirando agua hacia arriba y luego, panza arriba, como descansando”, contó emocionado.

En ese tono siguió: “Creo que en esta zona, que es una bahía, ellas la usan para descansar camino al sur porque no es la primera vez que las vemos aunque esta vez no fue con binoculares sino en persona”, explicó sonriente.
El momento más emocionante para los amigos fue al verse “rodeados”. “En un momento llegaron a ser cuatro alrededor nuestro, sacando la cabeza al lado y girando debajo. Pero se iban acercando a nosotros de a una, como organizándose para jugar con nosotros”, detalló, aun impactando por el encuentro, el dueño del hotel Cavismar, frente al mar.
“Es difícil enumerar todo lo que sentimos en ese momento, pero fueron muchas sensaciones al instante. En mi caso, fue algo que nunca experimenté. Tuve nervios, porque no podés estar tranquilo: mi reloj marcó que mi corazón tenía 126 pulsaciones por minuto en toda la hora que estuvimos con ellas. Te alterás, pero en el buen sentido, viendo qué hacen… Imaginate que giraban debajo nuestro y que la tabla se movía. Por momentos salían con la cabeza a un metro... Pese a esos nervios, yo describe como un momento de disfrute total. Pero miedo seguro que no”, explicó Valentín.

Pese a verse diminutos al lado de sus grandes cuerpos, los amigos se sintieron “aceptados” en esa manada. “Lo sentimos en seguida. Eran muy curiosas y querían interactuar con nosotros. Igual, tomamos recaudos, sobre todo teniendo cuidado con la pita (que se ata en la pierna para que la tabla no se escape del cuerpo) para que no se engancharan. Pero te dabas cuenta que ellas también tenían sus cuidados, más allá del aletazo que me tiró una”, dice y ríe.
Es que una de las ballenas se le acercó tanto que un ojo bien abierto quedó al lado de Valentín. “La tenía arriba, me hizo sombra… Nunca tuve miedo, aunque si veía sus callosidades y pensaba ‘tienen un filo bárbaro, si me roza, me abre todo’. Pero sabía que no iba a pasar. La energía que había en el lugar era un muy distinta, todo invitaba a tener certeza de que sería un encuentro muy amigable. Nos caímos varias veces de las tablas y en todo momento sentimos que nada pasaría. Además, eran muy precisas en cada movimiento, milimétricas. El aletazo no fue de torpe, quería jugar…”, aseguró.
Emocionado por el recuerdo de la que califica como la experiencia más asombrosa e inolvidable de su vida, reflexiona: “En un momento unimos las tablas, nos acostamos, miramos al costado y estaban todas ahí, al lado nuestro. Fue hermoso. Yo no soy de las personas más sensibles del mundo, pero esto que vivimos fue un éxtasis”.
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