
El sol se esconde entre las nubes de Córdoba, donde los 4°C acarician el paño celeste y blanco que Valdo Conci, de 88 años, lleva entre sus manos. Junto a Amalia Alessandrelli, de 81, cruza la calle y juntos, como en medio de un acto cívico, se disponen a desplegar la bandera de cinco metros para izarla en el alto mástil que se levanta en la placita “Dr. Servando Martínez”, al frente de la casa que comparten desde hace 61 años en la localidad de General Bustos.
Poco les importa la temperatura o las inclemencias del clima. Desde el 23 de julio de 2015, cada día cumplen con la ceremonia de poner en lo más alto la insignia patria, idea que comenzó luego de que el exintendente Ramón Javier Mestre visitara el barrio para inaugurar una red de cloacas y dejara en aquel espacio verde una pequeña bandera izada. Valdo la miraba por la ventana y, temiendo por la inseguridad que la hiciera desaparecer, le consultó a su esposa cómo evitarlo.
“Arriala así te quedás tranquilo, y mañana temprano la volvés a izar”, le aconsejó Amalia para llevarle tranquilidad. Desde ese momento, Valdo asumió ese rol, sin pensar, que ello se convertiría en su rutina ni que con el tiempo se iniciaría a su alrededor un movimiento barrial: antes de la pandemia, cientos de niños los visitaban en la casa y hoy los vecinos colaboran en la limpieza de toda la plaza.
“Esto empezó como algo fortuito, no busqué hacerlo, pero es algo que me llena de satisfacción. Izar la bandera para mi significa recordar lo que nos enseñaron cuando éramos niños: que a la bandera hay que amarla porque representa unidad y paz. Cada vez que la izo pienso en la paz y en la unión de quienes habitamos este país”, asevera Valdo.

La historia
Amalia tenía 14 años cuando una nueva familia, los Conci, se mudó al barrio. El matrimonio recién llegado de Colonia Tirolesa, y que se instalaba con un comercio de ramos generales, tenía tres hijos. Valdo, de 21 años y que recién terminaba el servicio militar, era una de ellos. Las vecinas de la muchacha le habían advertido: “¡Son lindos los vecinos, eh!” y, para sacarse las dudas, fue al negocio a ver quiénes eran y allí lo conoció.
“Nos casamos cuando yo tenía 20 y Valdo, 28 años. Ya pasaron más de 60 años y seguimos juntos”, cuenta emocionada por el recuerdo. Amalia y Valdo formaron una familia de tres hijas, un hijo, cinco nietos y tres bisnietos. “Tenemos una buena vida y que a esta edad nos reconozcan por lo que hacemos es un gran regalo inmenso”, le admite ella a Infobae.
Volviendo a 2015, repasa: “Esa primera bandera que Valdo quiso proteger era algo chica y la mantuvieron por un tiempo. A los pocos meses quisimos reemplazarla por otra más grande para que se viera desde lejos. Así que compré tela de raso y la cosí; mi hija le mandó a estampar el sol. Fue algo que realizamos en familia, como siempre. Cuando la comenzamos a izar, limpiamos la plaza porque había gente que tiraba ahí todo lo que no usaba en la casa”.
Desde aquella vez, la pareja de jubilados cambia la bandera cada seis meses para evitar el desgaste del clima y guardan todas en una caja. Con la ayuda de uno de sus hijos, compran las banderas nuevas en una fábrica de Buenos Aires. “Nunca pedimos donaciones ni nada por el estilo, juntamos pesito a pesito para comprarlas”, aclara Valdo.

“Las que compramos ahora son de 5 metros de largo por 3,5 de ancho, que es la medida que soporta el mástil y permite que flamee sin chocar con los árboles. Con ese tamaño se luce más, flamea en lo alto y se ve muy hermosa”, la describe Valdo y cuenta que para izarla y bajarla no hay horario de reloj sino de sol. “La izo cuando amanece y antes de que caiga el sol la arrío”.
Para ellos izar la bandera cada mañana dejó de ser una rutina y pasó a ser una manifestación de respeto y el amor por los símbolos patrios “en tiempos que eso escasea”, opinan. “Nos gusta transmitir ese amor que sentíamos de niños cada vez que pasábamos al frente a izar la bandera de la escuela. Es importante volver a sentirlo y creo que eso es lo que hoy se les debe enseñar a los niños”, pide el jubilado.
Los abuelos de la bandera
Antes de la llegada de la pandemia del coronavirus, la placita del barrio era un epicentro de los encuentros de los niños y niñas de los jardines de infantes y las escuelas primarias de aledaño. Llegaban hasta allí para conocer a Amalia y Valdo, “los abuelos de la bandera” y la tarea que juntos realizan.
“Llegamos a recibir a 100 nenes en casa, preparé chocolate para todos y les regalamos banderitas, para que tengan la suya propia”, cuenta la mujer y asegura que, felices, les inculcaban el amor a la bandera.
Lamentablemente, la cuarentena hizo que esos encuentros se dejaran de realizar, pero ahora cuentan con la ayuda de los vecinos que acompañan en la iniciativa barrial.
“Valdo, que durante años fue viajante y trabajó de todo, es el que ahora sale temprano a izar la bandera, yo ya tengo mucho dolores en las rodillas para caminar, pero siempre trato de estar y hacer de todo”, admite, y emocionada cuenta que el mayor de los bisnietos plantó con Valdo un palo borracho en la plaza y que es uno de los que más disfruta de cuidar el espacio verde y de izar la bandera.
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