Fue la madrugada del martes de la semana pasada. Juan, el sereno del balneario Hemingway de Cariló, se percató, alrededor de las 5.30, de una ballena que había varado cerca de la orilla del mar y con la marea en bajante. De inmediato fue a buscar a Ronco, el guardavidas más antiguo de todos los que trabajan de evitar que el mar se trague personas en Pinamar, que vive en una combi estacionada a unos pocos metros de la playa.
“Cuando me avisó el sereno, lo primero que hice fue llamarlo a él”, cuenta Ronco, mientras hace un leve movimiento con su cabeza en dirección al otro protagonista de esta historia: Gustavo Ehlke. “Le dije: ‘Gustavo, venite que tenemos una ballena que se está ahogando. Buscá quién nos puede ayudar’”.
Gustavo, que vive en la ciudad de Pinamar, entonces se subió a su moto apresurado. Llegó cerca de diez minutos después y se encontró con una ballena de “siete u ocho metros” de largo encallada a unos 150 metros del parador. “Era un colectivo”, describe Gustavo desde el puesto de guardavidas donde vela por la seguridad en la playa junto a su amigo Ronco desde hace 16 años.
Esa mañana hacía mucho frío. Los guardavidas dieron alerta a distintas entidades que se ocupan de la fauna marina, pero al no saber cuánto iban a tardar en llegar, no dudaron y se adentraron al mar, tras recibir algunas indicaciones de la Fundación Ecológica de Pinamar. Se colocaron los trajes de neoprene y definieron rápidamente una estrategia.
“Desde el primer momento dijimos que, para salvarla, la teníamos que traer por una canaleta (ubicada al norte de la casilla de guardavidas) hasta donde está en el pozo este (enfrente del puesto). Ella miraba hacia el norte, para el lado contrario, y quería encarar hacia allá. Hacía un ruido que parecía al de un nene cuando llora”, relata Ronco. ¿Qué hicieron para mover semejante mole? Simplemente le hablaron.
“No llores que te vamos a ayudar, no te vamos a hacer mal, queremos sacarte. Nos tenés que hacer caso a nosotros. Esas fueron las primeras palabras que le dijimos”, recuerda Ronco: “Te avisamos cuando viene la ola, te vamos a golpear el agua y para donde te golpeamos el agua, vos tenés que venir -continúa el relato-. Entonces, cuando la ola venía, le pegábamos al agua y le decíamos ‘ahora, ahora, ahora’, y ella se hundía, hacía fuerza contra el fondo y avanzaba de a poco. Parece una boludez esto que te digo, pero es cierto”.
Los guardavidas no tocaron al mamífero en ningún momento. Siempre se mantuvieron a una distancia de un metro y medio, ya que con el movimiento del agua la ballena los podía llegar a aplastar. A pesar del peligro decidieron actuar porque conocen el fondo del mar en esa zona. Saben dónde pisar, saben dónde están los pozos y sabían cuál era el mejor lugar para guiarla. Su mayor miedo era que la ballena quedase boca abajo, “porque se ahoga”.
“Cuando cayó adentro de la canaleta, empezamos a golpear uno de cada lado y la hicimos girar”, sigue Ronco. Hubo dos intentos fallidos y la tercera fue la vencida: una hora y cuarto después, la ballena finalmente pudo nadar mar adentro.
“Cuando arrancó para nosotros fue un final feliz. La habíamos visto muerta. El bicho estaba cansado, con la cola para abajo, como si estuviera entregado. Creo que entendió en todo momento que no estábamos para hacerle ningún tipo de daño y que estábamos para ayudar a sacarla de esa situación. Y ella entendió también de que nos podía lastimar. En un momento levantó una aleta dorsal con un movimiento suave, como diciendo ‘ojo, que acá estoy’. Fue algo fuera de serie”, dice todavía alucinado Gustavo.
Los guardavidas coinciden entre risas: “Afuera había un montón de gente que se quedó a ver. Si no estaban ellos, no nos cree nadie”. También expresan su sorpresa por el aumento de apariciones y varamientos de ballenas en la costa bonaerense.
En este caso se trató de otro ejemplar de ballena jorobada. “Desde 2018 que se registra un incremento tanto de avistamientos como de varamientos de ballenas jorobadas en Buenos Aires”, confirma Gisela Giardino, docente de la cátedra de Mamíferos Marinos de la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigadora del CONICET.
“Si comparamos la cantidad de varamientos entre 2010 y 2015, con los ocurridos entre 2015 y 2021, hubo un aumento del 80%. Hay que tener en cuenta que, al estar prohibida la caza de estos animales, su población se ha ido elevando, lo cual genera que sean más frecuentes la cantidad de avistajes y también de varamientos”, amplía.
Ante la consulta de Infobae, la especialista señala que no hay una causa exacta de este fenómeno: “El 91% de las jorobadas muertas fueron individuos jóvenes. Esto podría indicar que, ante la falta de experiencia, se fueron desorientando a la hora de encontrar alimento suficiente. Sin embargo, según nuestro análisis de ballenas jorobadas registradas en Buenos Aires desde el 2003, el 30% (7 de un total de 23) mostró algún signo de interacción de origen antrópico, sea por enredos en artes de pesca o colisiones”.
El nombre “jorobada” se debe a que tienen una pequeña joroba antes de su aleta dorsal que, al encorvarse antes de sumergirse, se pronuncia más. De distribución cosmopolita, este ejemplar se caracteriza por tener grandes aletas pectorales que pueden representar hasta casi un tercio de su tamaño y por tener protuberancias tanto en su cabeza como en las aletas. Su dieta se compone de plancton y peces que se encuentran en aguas de altura media o cercana a la superficie.
“Él hace 42 años que es guardavida, yo hace 22. Y hace 16 que trabajamos juntos. De todo hicimos acá. Un año hemos sacado a una chica con paracaídas; una vez un féretro que tenía huesos, una urnita y fotos. Pero esto fue la gloria”, dice Gustavo.
En una entrevista a Infobae el verano pasado, Ronco había dicho que “debería escribir un libro” con las experiencias acumuladas. Hasta había adelantado un posible título: “Memorias de un sabio descarriado”. “El otro día vino uno de los dueños y nos dijo ‘muchachos, ya está, se cierra el libro acá'. Pero no se cierra acá”, finalizan los guardavidas antes de continuar con su trabajo.
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