
Cuando a Andrea le entregaron el diagnóstico se le "derrumbó la vida". Guillermina, la menor de sus hijas, estaba por cumplir 5 años y acababan de encontrarle un tumor en el cerebro. Cuando a Jésica le entregaron el diagnóstico sintió lo mismo. Juanna, su única hija, tenía un año y medio y acababan de confirmarle que tenía leucemia.
Madres e hijas no se conocieron en la puerta de un jardín de infantes: se vieron por primera vez en los pasillos del área de oncología de un hospital de Córdoba.
Andrea Negrette tiene 41 años, es docente y viuda. Se emociona por teléfono -vive en Saldán, a 20 kilómetros de la Ciudad de Córdoba- cuando habla de quien fue su marido. El joven, papá de sus dos hijas, murió por un tumor cerebral hace 3 años.
"A los pocos meses de haber perdido a mi esposo, cuando estaba tratando de ver cómo salía adelante con dos nenas chiquitas, unas maestras de la escuela vinieron a buscarme preocupadas", cuenta ella a Infobae. Sus compañeras habían visto que Guillermina, la menor de sus dos hijas, tenía "el ojito desviado". Andrea buscó turno con un oftalmólogo y no consiguió.

La pérdida de su marido era tan reciente que todavía dormían las tres juntas en la cama grande. Fue en esa cama que Andrea notó que a su hija le molestaba hasta la luz del velador. Esa misma noche, corrieron a la clínica y le hicieron una tomografía.
"Recuerdo que abrieron una puerta y estaba lleno de médicos". El resto son palabras difusas, con eco: alguien le dijo que su hija tenía un tumor en el cerebelo y que había que operarla de urgencia. La nena tenía un meduloblastoma, lo que significaba que las células malignas podían expandirse hacia el sistema nervioso central y hacia la médula.
"Yo no me podía despegar de ella. Les rogaba: 'Déjenme estar, acaba de perder a su papá, mi hija no se duerme si no me toca el pelo'", cuenta Andrea. La dejaron. A Guillermina la operaron para sacarle el tumor de la cabeza y tuvieron que volver a operarla 20 días después, cuando detectaron que habían quedado restos.

"Había una médica que me decía todo el tiempo: 'Tenés que entender que el pronóstico es muy malo'. Yo no quise creer, no podía perderla también a ella. Dije 'voy a creer que mi hija se va a curar'. Si vos creés que algo va a ser negro, lo ves negro y termina siendo negro. Yo no estaba dispuesta a que fuera así", sigue Andrea.
"Afortunadamente", la médica no pudo seguir atendiendo a su hija. Por eso pasaron al Hospital Privado Universitario de Córdoba. Y es allí donde empezó la historia de amistad entre las chicas. En el área de oncología estaban en tratamiento otras nenas: Juanna, que tenía 1 año y medio, Celina (que ahora tiene 5), Zoe (que ahora tiene 6) y Felicitas (también de 6).
Quien habla con Infobae es Jésica Moreno, 33 años, mamá de Juanna. "En agosto de 2017 nos dijeron que tenía leucemia linfoblástica aguda b. Yo lo asocié con lo peor, fue terrible. Era mi única hija y tenía un año y medio".

Apenas llegaron al hospital, Juanna pasó 35 días en aislamiento mientras le hacían quimioterapia. "Recuerdo la primera vez que escuché la palabra quimioterapia. ¿Qué? Al principio todo era negación: quería creer que a lo mejor era nada más que un virus. Después, cuando empecé a conocer otras historias, cambié de visión, de energía, tuve que aprender a aceptar".
"No sabés lo importante que fue esa amistad entre las nenas para que pudieran seguir luchando. Mi hija escuchaba que había otras nenas jugando en el pasillo y se quería levantar de la cama, se ponía contenta, quería salir. Cuando los chicos están en tratamiento no pueden ver a otros chicos, hacía un año que ella no iba a un cumpleaños. Es loco decirlo pero a Juanna le gustaba estar internada porque ahí podía jugar con sus amigas".

Conocer a Guillermina sin pelo ayudó a Juanna cuando perdió el suyo: "Para ella no fue traumático. Cuando se quedó sin su pelo se puso contenta porque ahora sí se parecía a su amiga", sigue. Guillermina, que ahora tiene 6 años, no la había tenido fácil: además de las dos neurocirugías y todas las complicaciones que superó (tuvo hasta hidrocefalia), le tocaban sesiones arduas de quimio y radioterapia.
Verlas jugar en el pasillo era un alivio para todos: "A veces Guille andaba re mal de glóbulos blancos y la veías jugar carreritas con las otras nenas y reírse. Capaz yo en ese estado estaría tirada en una cama", piensa Andrea.
"Yo miraba que no se enganchara el catéter pero después las dejaba disfrutar. Esa energía de ellas nos levantaba a los padres. No podían ir a un jardín, a la plaza, pero se tenían entre ellas: compartían un juguete, a la que le tocaba ir a ponerse una inyección le dejaban llevarse el bebote".

La última resonancia de Guillermina fue hace una semana y dio "muy bien": "El médico dice que el tumor cerebral era muy agresivo, lo peor en cáncer de niños. Dice que mi hija ha tenido alguna ayuda divina", sonríe Andrea, y no hace falta que aclare que está pensando en su marido. Juanna, que ya tiene 3 años, también regresó a casa, en Malagueño, Córdoba. En abril terminó la última quimio internada (ahora hace una ambulatoria).
La amistad de las nenas les enseñó tanto a los padres que les propusieron que posaran juntas para una sesión de fotos. Esperaron a que todas recuperaran su pelo y convocaron a la fotógrafa Maité Arrieta. La historia se publicó en La Voz del Interior y todas las familias, de pueblos chicos, se revolucionaron.
Aceptaron contar sus historias, explican, porque piensan en una mamá o en un papá que esté recibiendo un diagnóstico como el que recibieron ellas: un hijo chiquito con cáncer, el mundo que parece derrumbarse. La esperanza de sus historias y la vida contenida en las fotos, cierran, es un regalo para ellos.
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