Chanchos cimarrones, perros entrenados y cuchillos afilados: una crónica de caza

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Los pies se hunden en el barro del pantano y cuesta caminar. Los perros corren con una coreografía estratégica, cerrando el círculo alrededor del cimarrón. Es un chancho grande, de pelambre marrón, que se debate buscando una salida que no encontrará. Fierro va por la derecha, se acerca y se aleja del animal acorralado pero nunca deja de cerrarle el camino entre los pastizales altos que emergen del barro. Sólo se puede saber que es blanco por la cabeza, que parece salir de la nada, porque el resto del cuerpo, sucio de barro, se mimetiza con las aguas oscuras del pantano. Tiene la cara marcada de rasguños que no son de hoy y unas fauces temibles. "Ahí ves que tiene uno poco de dogo", dirá después el Paisa.

Volvedora, una perra grande de pelo largo y negro, corre por la derecha, chapoteando, en silencio. Más atrás, el cuzco intenta alcanzarlos sin suerte. Es la primera vez que sale de caza y todavía no entiende la naturaleza del juego. Desde lejos se ve cómo los tres hombres se van abriendo en abanico, como si participaran de la misma figura fatal que los perros dibujan en el barro alrededor de la presa.

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El viento frío que viene del Río de La Plata atraviesa los cangrejales y mueve los pastos altos de los pantanos de la Bahía de Samborombón. La mañana que nació cálida y soleada se ha ido agrisando en un mediodía inclemente que amenaza con descargarse en lluvia. El agua hasta las rodillas no ayuda a mantener el cuerpo caliente, a pesar del esfuerzo que le exige a Infobae levantar un pie detrás del otro para avanzar por esa mezcla barrosa que quiere fijarlos como si fueran sopapas. Y así suenan a cada paso.

Fierro esquiva un topetazo del cimarrón, atrapa una de sus orejas entre sus fauces y no la suelta. El chancho chilla y se debate de costado sobre el barro. Su misión es "parar" a la presa, y para eso usa los dientes. Volvedora no la muerde, pero vigila alerta sus movimientos. Su trabajo es "empacar", encerrar a la presa, pero no morder. El cuzco se detiene a unos metros, con la cola entre las patas, sin saber qué hacer. Los dos más grandes tienen chalecos protectores que les cubren el pecho y el cuello, para evitarles heridas peligrosas.

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Salvador corre con las rodillas bien altas para ganar velocidad en el barro. Tiene 60 años pero se mueve con mucha agilidad; el pelo largo le flamea como una bandera blanca con el viento. Pone una rodilla sobre el cuerpo movedizo del cimarrón y le ata las patas traseras con una manea. La presa no puede morderlo: los dientes de Fierro clavados en la oreja le impiden mover la cabeza. El Paisa y Bruno, con la carabina 30-30 al hombro, llegan segundos después, agitados por la corrida.

Los tipos tienen toda la pinta de integrar una banda de cazadores furtivos que se atreve, incluso, a depredar los terrenos protegidos de la Reserva Natural Integral de Samborombón, uno de los territorios de vida silvestre mejor preservados de la Provincia de Buenos Aires. Pero no lo son. Bruno Carpinetti es biólogo conservacionista, tiene un doctorado en Antropología, ha sido guardaparques y director de Parques Nacionales, y hoy lleva adelante diversos trabajos de investigación relacionados con los cerdos cimarrones de estas pampas. Salvador Vellido y "el Paisa" Pablo Rojas son guardaparques de larga trayectoria; la única mujer del equipo es Soledad Barandiarán, una veterinaria de la UBA especializada en enfermedades infecciosas que se apresta a meter por primera vez los pies en el pantano. "Nunca había visto cazar de esta manera, había escuchado hablar, pero verlo es otra cosa", dice. Lo que parece caza furtiva es en realidad caza científica para vigilancia sanitaria.

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Hay que arrastrar vivo al "jabalí" hasta el camino, a unos ochenta metros por el pantano, para que Soledad pueda tomar muestras de sangre. Por eso el equipo utilizó a los perros y no disparó un solo tiro. Una vez en el camino, el cuchillo del Paisa es preciso entrando por la garganta. El cimarrón apenas se estremece antes de morir y Soledad puede sacar sangre sin que ésta se coagule y Bruno completar la necropsia, destinadas a investigar en el laboratorio la presencia o no de infecciones transmisibles.

Los chanchos cimarrones

Media hora después y quinientos metros más delante de donde los perros cazaron su primera presa, la camioneta se detiene y el Paisa los hace bajar de la caja. Fierro y Volvedora cruzan nadando un canal poco profundo; luego de alguna vacilación, el cusco también se zambulle y llega a la otra orilla con dificultad. Los tres hombres vadean detrás de los perros y luego los siguen a campo traviesa, entre los pajonales. Las presas están unos cincuenta metros más allá; son dos cimarrones grandes y cuatro crías, que se desbandan de inmediato. Los perros grandes no tardan en encerrar a una chancha negra, pesada, que cae cuando Fierro la atrapa de la oreja. Salvador es, de nuevo, el primero de los hombres en llegar. Apenas apoya la rodilla sobre el animal, le ordena a Fierro que la suelte. El perro obedece y sale disparado hacia donde está Bruno, a unos cien metros en medio del pantano. Más allá, el Paisa intenta agarrar a mano limpia un lechón que Volvedora ya tiene casi empacado. Necesitan lechones vivos para, después de una cuarentena, enviarlos al INTA de Castelar para otro proyecto de investigación.

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En esta segunda escaramuza la captura es buena: una chancha grande que Salvador no tarda en sacrificar para que Soledad tome muestras de sangre antes de cortarle la cabeza para enviarla a la Facultad de Veterinaria de la Universidad Nacional de La Plata. Allí se tomarán otras muestras del cerebro para detectar la presencia del virus de Aujeszky, una enfermedad que afecta a la producción porcina, como parte de un programa de erradicación que llevada adelante SENASA y del que participa Bruno realizando la vigilancia epidemiológica en esta población de cerdos silvestres. Además, cuatro lechones para un proyecto de valorización zootécnica de este linaje de cerdos para la producción familiar, que realizan el INTA y la Universidad Nacional Arturo Jauretche.

Los paisanos de la zona los llaman jabalíes, pero no lo son. En realidad son cerdos cimarrones y tienen una historia exótica que los hace a la vez ángeles y demonios. No son originarios del continente americano, sino descendientes de los primeros cerdos domésticos que los conquistadores españoles soltaron en estas pampas en el siglo XVI. "Tenemos registros de un marinero que viene con Pedro de Mendoza y que dice que sueltan animales para que hagan casta en esta región y después, a lo largo de los siglos, hay registros de viajeros, de curas, de expedicionarios, de náufragos que atestiguan la permanencia de los cerdos", dice Carpinetti.

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Llevan más de cinco siglos de adaptación al medio ambiente, lo que los hace casi indestructibles, además de temibles predadores de especies autóctonas. "Este cerdo ha sido terriblemente exitoso en colonizar este ambiente. En la Bahía Samborombón, estos invasores conviven con algunas especies amenazadas, en peligro de extinción, como el venado de las pampas. Estos son ambientes bajos, donde no hay árboles, no hay refugios, entonces muchas de las aves hacen sus nidos en el suelo. Los cimarrones predan los huevos, los pichones son particularmente afectos a comer anfibios, ranas, pequeños reptiles. Realmente son un problema para las especies nativas. En todos los planes de manejo del área protegida está especificado como tarea para los guardaparques el control de esta especie, para reducir la población a niveles donde no afecte a la biota nativa", agrega.

Los daños no terminan ahí. También afectan a la producción ovina, atacando a las crías de ovejas con fuertes perjuicios para los productores, y a la bovina, al ser vectores de la leptospira, una bacteria que provoca abortos en las vacas. Como si esto fuera poco, son un peligro para los pobladores de la zona que consumen su carne, ya que son portadores de enfermedades como la tuberculosis, la leptopirosis y la brucelosis.

Caza con perros - Anguita y Cecchini (4)
La contracara de la moneda es que su capacidad de adaptación y su resistencia a enfermedades que matan como moscas a los cerdos de criaderos terminó abriendo una nueva línea de producción porcina. Carpinetti es un pionero en ese sentido. Las primeras experiencias las hizo en una chacra de Las Tahonas, a unos cien kilómetros de la bahía. "Empecé a agarrar chanchas y a criarlas, guachas, que se domestican sin ningún problema, y les puse padrillos de raza. Paren menos lechones, nueve o diez, pero te los crían a todos, y los lechones casi nunca se enferman", cuenta. Para capturar esas hembras vivas, el papel de los perros fue fundamental.

Echale los perros

A las cinco de la tarde la redada suma cinco cimarrones adultos ya sacrificados – tres hembras y dos machos -, a los cuales se les extrajeron todas las muestras necesarias para las diferentes líneas de investigación, y seis crías vivas para el proyecto del INTA. Recién entonces el Paisa enciende una fogata con ramas que la sudestada ha arrojado a la costa y que todo el grupo ha ido recogiendo y tira unos churrascos en el disco. Mientras la carne se va asando corren rodajas de chorizo seco empujadas con pan casero.

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El viento que llega desde el río aviva las llamas, cuyo calor no alcanza siquiera para empatarle al frío impiadoso que trae el final de la tarde. "Hay que saber elegir bien los perros, y también hay que saber hacerlos", dice el Paisa mientras acomoda los leños encendidos. "Se empieza a clasificar un poco a los perros desde chicos; uno va viendo las aptitudes que tienen, pero por lo general tienen que tener un chorrito de dogo, medio dogo, tres cuartos de dogo y ahí buscamos… también se usan por ahí perros de agarre, por ahí perros que encuentran, a veces el mismo perro rinde varias condiciones", explica mirando a Volvedora y Fierro que también se han arrimado al fuego. El cusco persigue a Soledad, la veterinaria, exigiendo un pedazo de chorizo seco.

El Paisa dice que es mejor hacer crías con perros ya entrenados, porque el saber les viene en la genética y, además, aprenden de los padres. Pero que hay que saber cruzar según las necesidades, para que salgan rastreadores o empacadores o agarradores. Y que algunos hay que hacerlos más livianos para que corran más rápido, pero que los agarradores conviene que sean pesados, para que puedan voltear al chancho. También dice que hay que enseñarles a perseguir chanchos y no otra cosa y que eso hay que hacerlo bien de chiquitos. "De cachorros tienen que aprender las cosas básicas, que siempre anden al lado de uno. Hay que enseñarles con los distintos olores: si hay un zorro que no lo sigan, que solamente se especialicen en lo que buscamos nosotros, los cerdos. Ni ñandú, ni carpincho, pero eso es la misma práctica y uno, bueno, de chiquitos les va diciendo que no a todo menos a los cerdos", explica.

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La época del año y el tipo de animal que se quiere cazar definen qué tipo de perros se van a utilizar y también la estrategia. "En esta zona hay muchos pastos altos y zonas anegadizas, entonces el perro también tiene que trabajar, no irse mucho de al lado de uno para que si captura a un chancho lo sostenga y sepa esperar. En cambio, si necesitamos cazar a campo abierto por ahí buscamos uno que tenga más vista, o menos olfato. En el grupo de perros tenemos que tener un abanico más o menos y, según la captura que vamos a hacer, elegimos los perros que vamos a emplear, la cantidad de perros también", redondea el Paisa, siempre atento a los churrascos que ya están casi hechos.

La carne se come apoyada sobre el pan y cortada con cuchillo mientras, a la manera del perro agarrador, se muerde un extremo del churrasco. La noche va cayendo sobre la Bahía de Samborombón y el viento no afloja. Ya está oscuro cuando arrancan las camionetas para emprender la vuelta.