Alonso Cueto se ha consolidado como una voz esencial de la literatura latinoamericana, capaz de transformar episodios reales en relatos de indagación personal y colectiva. A través de sus novelas, ha abierto ventanas a algunas de las zonas más complejas y dolorosas de la historia reciente del Perú. Su escritura se distingue por una mirada profunda a los rincones de la memoria, la familia y los silencios marcados por el conflicto.
El autor se presentó el pasado domingo 23 de noviembre en la 46.ª Feria del Libro Ricardo Palma para conversar sobre la vigencia de La hora azul, novela que cumple dos décadas desde su aparición y que sigue resonando por su aproximación sensible a la violencia y a los dilemas éticos que marcaron el país.
Días después, en diálogo con Infobae Perú, Cueto compartió detalles inéditos de la gestación de esta obra y reflexionó sobre el lugar de la literatura en la construcción de una sociedad más consciente y justa.

— ¿Cómo surge la creación de La hora azul que está ambientada en la época del terrorismo?
Volví al Perú después de graduarme en Estados Unidos, en la Universidad de Texas. A diferencia de la mayoría de mis amigos latinoamericanos, decidí que debía regresar a vivir en Lima y no quedarme en Estados Unidos. No fue una decisión que me tomó mucho tiempo. Sentía que mi trabajo como escritor, mi vocación, tendría muchas más oportunidades aquí, porque aquí estaban las historias que me interesaban y el lenguaje que quería reproducir.
Llegué a Lima en 1984 y viví los últimos ocho años del conflicto con Sendero Luminoso. Quería escribir una novela sobre esta época, pero no tenía una historia específica. Las novelas no se escriben sobre temas, ambientes o periodos, sino sobre personas de carne y hueso que interactúan de una determinada manera. Lo que interesa es contar la historia de esas personas en específico.
Un día, durante un almuerzo con mi amigo Ricardo Uceda, él me habló de episodios que formarían parte de su libro Muerte en el Pentagonito. Me contó, entre otras cosas, sobre un general que, en las zonas de emergencia en Ayacucho, le salvó la vida a una prisionera y la tuvo como su conviviente en el cuarto que ocupaba en el cuartel de Huamanga.
Ella no era senderista; fue recogida por los soldados, que muchas veces en esos años violaban y luego ejecutaban a las prisioneras. El general impidió que eso ocurriera y la llevó a vivir en el cuartel, pero después se fue a Lima. En algún momento, la mujer empezó a tomar unas cervezas con dos oficiales del cuartel y cuando los oficiales estaban ebrios, los redujo y escapó.

Me relató otras historias que también aparecen en ese libro tan interesante, pero esa historia en particular fue la que se quedó conmigo. Creo que me interesaba la idea de un general forjado en la guerra que, sin embargo, era capaz de perdonar una vida. Quería descubrir la ambigüedad detrás de esa conducta. Por razones que no logro identificar del todo, esa historia se mantuvo conmigo. Considero que la única manera de acabar con una obsesión es ceder a ella. Pensé que esa era la historia que quería contar: la historia de personajes situada en la guerra de Sendero.
Entonces, decidí escribir sobre un hijo que descubre que su padre había perdonado la vida y convivido con una mujer en el fuerte de Ayacucho. Ese hijo va en busca de esa mujer, en un proceso que permite contar la historia. Al buscarla, el protagonista quiere entender quién era realmente su padre, quizás quién es él mismo, y también entender a su país. Esa búsqueda lo saca de la zona de privilegios donde vive y lo lleva a adentrarse en territorios ajenos, en zonas que desconocía.
— En su novela, la figura de Miriam es fundamental. ¿Cómo construyó este personaje y qué importancia tiene en la historia?
Su figura era esencial en la historia porque la búsqueda de ese conocimiento y el encuentro con Miriam motivan al personaje, es el motor inicial de la novela. Me costaba mucho imaginarla hasta que viajé varias veces a Ayacucho y también fui a zonas de San Juan de Lurigancho, donde existen sectores llamados Huanta 1 y Huanta 2, formados por inmigrantes de Huanta que han establecido ahí comunidades.
En uno de esos recorridos, vi un salón de belleza y la mujer joven que me recibió ese día era tal como yo había imaginado a Miriam, pero aún no la había visto. Al verla en esa situación —atendiendo su pequeño negocio— sentí que la realidad me daba un personaje misterioso, enigmático, con un aura de melancolía, tristeza y tragedia, pero también con la capacidad de esforzarse por salir adelante, justo lo que buscaba para el personaje.

Lo que más valoraba en ese personaje era la búsqueda de los héroes anónimos de una guerra. El periodismo y la historia suelen centrarse en personajes principales, líderes o caudillos, o en algunas víctimas conocidas, pero me interesaba esa gente de la que nadie habla, que viven en un mundo anónimo y que han sufrido adversidades extremas.
Estas personas han logrado resistir y, eventualmente, buscar salir adelante, aunque solo sea por hacer el esfuerzo. Esas personas no siempre son reconocidas por la historia, pero a ellas les debemos la vida y el hecho de estar aquí.
Muchas de esas personas descansan en tumbas que nadie visita. Pienso cuántos héroes anónimos han hecho posible que sobrevivamos: maestros, médicos, enfermeros, personas de sectores muy castigados que han evitado que la sociedad se destruya.
— ¿Quiénes son los héroes anónimos en la actualidad?
¿Qué cosa es ser un héroe? Es atreverse a vivir, a trabajar, a mejorar o a salir adelante. Es atreverse a no tener miedo, por más difícil que sea eso.
Todas esas víctimas que vemos en el gremio de los transportistas son los héroes de hoy. Nadie los va a recordar y sus nombres van a desaparecer, pero deberíamos sentir hacia ellos una inmensa gratitud, una gratitud infinita.
Creo que, con su sacrificio, están mostrando quiénes son los delincuentes mafiosos y sanguinarios que quieren apoderarse de nuestra sociedad, de nuestra ciudad, y que están expuestos gracias a ellos. Esto que te digo —los héroes anónimos— se aplica a todas las épocas.
— ¿Qué papel cree que juega la literatura en la construcción de un país más justo y menos violento?
Esa idea la compartieron generaciones como las de Mario Vargas Llosa y José María Arguedas, marcadas por los años 60, una época de utopía. Pensaban que, si se escriben novelas que denuncian y reflejan injusticias, abusos y violencia, como en El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría o Conversación en La Catedral, los lectores desarrollarán una conciencia crítica mayor y serán más activos en su deseo de construir una sociedad libre de esas carencias y desgracias.
Sigo creyendo que la literatura no solo entretiene, aunque ese aspecto también hay, sino que explora, busca y desarrolla el pensamiento crítico. No debe convertirse en propaganda, porque eso es lo peor para una novela, pero sí puede expandir la conciencia sobre nuestros horizontes y límites.

No hay muchos ejemplos de cómo la literatura ha influido en la sociedad, pero hay algunos. Por ejemplo, está demostrado que La cabaña del Tío Tom, una novela de Harriet Beecher Stowe, influyó en la conciencia sobre el maltrato a los esclavos y en la guerra civil estadounidense.
De hecho, cuando Lincoln recibió en la Casa Blanca a Harriet Beecher Stowe le dijo: “Aquí está la pequeña mujer que provocó la gran guerra”. Es decir, los escritores sí pueden, en algún momento, aunque no siempre sea tan claro, lograr ese impacto. Por lo menos, esa es mi esperanza.
— ¿Considera que la literatura puede influir en los líderes políticos y en el bienestar de la sociedad?
No sé si la mayoría de los líderes políticos lee libros. Creo que ninguno. Sé de algunos casos: el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, por ejemplo, era un gran lector de García Márquez y también leía a Neruda. Pero, en general, pienso que la influencia de la literatura es más fuerte en la vida cotidiana de las personas.
Si hoy viajo al sur andino y veo el paisaje, las cordilleras, la vegetación, después de leer Los ríos profundos, mi mirada sobre esa realidad cambia. Ocurre lo mismo cuando pienso en la época de Odría después de leer Conversación en la catedral, sobre todo esa escena donde Ambrosio pide permiso para morir, una de las más impactantes de la literatura en lengua castellana. No eres el mismo después de haber leído una gran novela.
— Se han escrito novelas en diferentes contextos políticos, como Demonio al mediodía y La hora azul. ¿Cuál ha sido el papel de los últimos gobiernos peruanos? ¿Cómo evalúa a los recientes presidentes?
El Perú siempre ha sido un país fragmentado, dividido desde antes de la llegada de los españoles. Es algo que se nota en las calles: diferentes arquitecturas, avisos y estilos, todo junto pero sin armonía. La política peruana es así. Tanto la izquierda como la derecha y el centro suelen ser incapaces de relacionarse con grupos afines a ellos mismos. Vivimos entre mitos fundacionales como el de Manco Cápac y Mama Ocllo, pero también en el mito de los hermanos Ayar, que retrata la destrucción mutua.
En la política, por ejemplo, Keiko Fujimori buscó destruir el gobierno de Kuczynski después de perder la elección, sin importar las consecuencias para el país. La historia del Perú ha sido la de unos devorándose a otros, salvo cuando coinciden intereses. Espero que no hayamos perdido la capacidad de integrarnos y formar una gran sociedad, aunque para eso necesitamos verdaderos líderes.
— ¿Qué cualidades debería tener un líder político en Perú para recuperar la confianza y gobernar un país tan dividido?
Lo que debería tener un líder político es la capacidad, pero no solo política y social, sino cultural, de integrarnos en un país tan dividido por nuestras fisuras culturales y nuestrasiones.
Alguien que pueda ofrecer un mensaje que sea interesante tanto para el pescador de tumbes como para el agricultor de Puno o para el comerciante de Tarapoto o de Iquitos. Un líder que pueda ofrecer un mensaje para personas de diferentes culturas. Esto es lo más difícil en la política peruana.
Por ejemplo, por un momento, Fujimori logró ser integrador al margen de todos los cosas terribles que hizo. El expresidente Fenando Belaunde también lo consiguió en su momento, pese a los cuestionamientos que surgieron después. Sin embargo, ese es el problema: lograr alguien que no solo convoque a la unidad, sino que represente a la unidad.

— Sus obras se leen en universidades, especialmente por jóvenes que no vivieron la época del terrorismo. ¿Qué impacto tiene hoy, por ejemplo, La hora azul?
No podría responder esa pregunta con certeza. Muchas veces, las novelas pueden servir como documento de una época histórica, no porque reproduzcan hechos como un libro de historia, sino porque muestran la vida de personas comunes.
La novela representa la vida privada de las naciones, lo que ocurre en casas, cuartos, en las mentes de la gente común. Eso es lo que intento hacer: contar historias que surgen de una sociedad llena de diferencias, conflictos y contrastes. No creo que las grandes historias provengan de sociedades en perfecta armonía, sino de aquellos lugares donde hay enfrentamientos y tensiones. Esa es la materia prima del escritor.
— En Demonio al mediodía utiliza un título muy sugerente. ¿Cómo eligió ese nombre para la novela?
Es una historia de amor situada en una sociedad marcada por diferencias y prejuicios. La idea del demonio del mediodía proviene de la Edad Media: en los conventos y abadías, el mediodía era riesgoso porque, tras las tareas, podían aparecer malos pensamientos o tentaciones.
Así, la mente al quedar libre se llena de ideas recelosas, vengativas o celos. Además, el término se relaciona con la depresión en el ámbito clínico. El gran tema de la novela es el amor imposible de Renato por Celia y su soledad, todo en un entorno muy rígido.
Hay también un interés por el mundo de los abogados, recurrente en varias de mis novelas. El motivo de esto, junto con el propio título, es algo que quizá algún día le consulte a un psicoanalista.
— Varios de sus personajes han llegado al cine. ¿Qué sensación le produce verlos en la pantalla grande?
La sensación siempre ha sido muy buena. El director interpreta la novela a su manera y la película responde a esa mirada. El escritor solamente ofrece una materia prima, pero la película es del director. Siempre me he sentido un espectador más; el director elige los rostros, las conductas, los hechos. Así veo una película basada en un libro: como la visión propia de quien la dirige.
— ¿Está trabajando en nuevos proyectos o novelas?
Ahora mismo estoy escribiendo una novela que se titula Memorias de una limeña, ambientada a comienzos del siglo XX. Aparecen personajes de la época, como Vallejo, Valdelomar, Mariátegui, entre otros. Disfruto mucho imaginando a todos esos personajes y a la protagonista, que también es una mujer.
— ¿Sigue alguna rutina para escribir?
No tengo una rutina, pero sí una necesidad: apenas me levanto, a veces hago ejercicios, a veces no, pero vengo a escribir. Escribo todos los días, de lunes a domingo. A veces hago pausas, por ejemplo, cuando vienen mis nietos. Ahora estoy terminando una versión de la nueva novela, así que estoy en una etapa intensa de trabajo.
— ¿Qué mensaje le transmitiría a los jóvenes interesados en la literatura?
A los jóvenes, sea cual sea la carrera que elijan, les diría lo mismo que me repito todas las mañanas: hay que persistir, entregarse y comprometerse. No sirve ir a medias ni hacer el trabajo por obligación, sino hacerlo porque uno quiere. Es en ese ámbito donde uno crece y se transforma.
Esa pasión tiene que estar siempre presente, da sentido a la vida y permite cambiar y desarrollarse. En el caso de escribir novelas, esa posibilidad es diaria: uno puede ser otra persona todos los días. Para ser escritor, hace falta abrazar esas múltiples identidades.
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