El final de alias Bolaños en Jesús María: ¿por qué el hombre que perfilaba secuestros para Los Pulpos se volvió su enemigo número uno?

Sergio Bolaños Sarmiento, conocido en los bajos fondos del norte peruano como alias Bolaños, forjó su fama como uno de los operadores principales de la organización criminal Los Pulpos, banda que desde hace décadas domina el hampa trujillana a través de secuestros, extorsiones y otras actividades delictivas. Su experticia residía en identificar, vigilar y seleccionar empresarios vinculados a la minería, quienes posteriormente engrosaban la lista de víctimas de secuestro y extorsión en una región marcada por la violencia y el dinero proveniente de actividades ilícitas. Según el reportaje elaborado por Reporte Semanal, Bolaños manejaba información sensible y recursos, convirtiéndose en pieza central para la mafia que durante años desafió el control policial en La Libertad.

Sin embargo, ese protagonismo se volvió un peso insostenible al interior de Los Pulpos. Viejas alianzas se quebraron cuando disputas por pagos y enfrentamientos internos lo pusieron en la mira de sus antiguos compañeros. Tras una serie de atentados con armas de fuego y explosivos, amenaza explícita de bandas rivales y la presión constante tanto del entorno policial como del criminal, Bolaños debió abandonar Trujillo para refugiarse en Lima. La capital, lejos de ofrecerle anonimato, se transformó en el último escenario de un ajuste de cuentas que evidenció la capacidad de las redes delincuenciales para operar más allá de sus territorios de origen. La ejecución de alias Bolaños en Jesús María cerró el ciclo delictivo y violento de uno de los personajes más temidos y perseguidos de la criminalidad organizada peruana.

De informante clave a objetivo de Los Pulpos

En el pasado, Sergio Bolaños Sarmiento ocupó un lugar relevante dentro de la estructura criminal de Los Pulpos. Bajo su dirección, la banda seleccionaba y rastreaba a empresarios vinculados con la minería, quienes después se convertían en víctimas de extorsión y secuestro. La información que Bolaños entregaba resultaba esencial para ejecutar estos delitos y asegurar el cobro de rescates.

A medida que la organización profundizó su presencia en el negocio del secuestro, Bolaños también se encargó de administrar grandes sumas generadas por las operaciones ilícitas. Las autoridades, encabezadas por el coronel Víctor Reboredo, lograron capturarlo y enviarlo a prisión en el penal El Milagro, resultado de un trabajo conjunto que permitió la identificación y detención de cabecillas y miembros activos.

Pese a su encarcelamiento, el nombre de Bolaños nunca desapareció del radar policial. Tras cumplir condena, recobró la libertad, pero el entorno que lo esperaba había cambiado: antiguos aliados lo transformaron en un problema por cuentas pendientes y conflictos dentro de la banda.

Atentados y amenazas en la guerra interna

Durante los siguientes meses, el ambiente que rodeaba a Bolaños se tornó cada vez más hostil. Según el reportaje sobrevivió a múltiples ataques directos, incluyendo un atentado a balazos en julio y la detonación de explosivos en la casa de su madre en agosto. Los daños materiales y el temor entre sus familiares evidenciaron la escalada de la violencia.

Las amenazas se volvieron públicas y explícitas. Individuos pertenecientes a Los Pepes exigieron el pago de un millón de soles, dejando claro que su vida tenía precio. El propio Bolaños negó haber recibido advertencias previas, aunque tiempo después reconoció que las represalias estaban relacionadas con deudas impagas y diferencias surgidas por la división de los botines. Uno de los mensajes más contundentes que recibió hacía referencia directa a su pasado criminal y la incapacidad de cualquier contacto de salvarlo.

A la par de estos ataques, Bolaños sostuvo su inocencia ante los medios. Afirmó dedicarse a actividades empresariales y negó vínculos actuales con bandas delictivas, aunque admitió que existían videos donde aparecía usando un arma, para la cual tenía licencia.

Investigación policial y el entorno criminal de Trujillo

Las indagaciones de la policía señalaron que Los Pulpos, conocidos como pioneros de la extorsión en el país, habían trasladado parte de sus operaciones al secuestro de empresarios. Bolaños funcionó como pieza de enlace, proporcionando información para identificar a las víctimas y gestionar los cobros. Sin embargo, al regresar del penal, se vio implicado en rencillas internas, particularmente tras la muerte de un líder rival, lo que profundizó su aislamiento.

Las autoridades, encabezadas por el coronel Víctor Reboredo, dieron seguimiento a los cambios dentro de la estructura delictiva. Ante la caída de figuras históricas como John Smith Cruz Arce, nuevos miembros asumieron el control, afianzando la violencia en la región. La policía también recalcó la dificultad para procesar judicialmente a los implicados, pues la protección entre sus integrantes y la circulación de información confidencial dificultaron la actuación de las fuerzas de seguridad.

Por su parte, Bolaños denunció vigilancia policial y el supuesto uso de su caso como ejemplo para amedrentar a otros grupos criminales. Reiteró que la policía nunca comprobó su participación en hechos recientes y que su interés estaba enfocado en actividades comerciales.

El asesinato en la capital y la caída definitiva

El desenlace ocurrió la noche de un domingo en la avenida Brasil, en plena ciudad de Lima. Bolaños, que según testigos salía del departamento donde se resguardaba, fue sorprendido por un sicario que le dio muerte a plena luz pública. El hecho confirmó que había sido seguido durante varios días, a pesar de sus esfuerzos por evitar la exposición y reducir sus movimientos en la capital.

Según lo declarado por el dominical, se indicó que existían documentos confidenciales que alertaban sobre la vigilancia a exintegrantes de la banda, lo que anticipaba posibles ataques por parte de sus viejos aliados, convertidos ya en enemigos. El crimen mostró cómo la rivalidad entre miembros de un mismo clan puede tener consecuencias letales, y de qué modo las pugnas internas resultan tan determinantes como la persecución policial.