
Desde sus primeros años en Lima, Andrea Oré Blas tenía claro —aunque de forma intuitiva— que lo suyo era construir. Mientras otras niñas vestían a sus muñecas, ella prefería diseñarles ciudades, espacios y escenarios. “Me gustaba construir. Desde pequeña me inclinaba por los legos, con las Barbies… pero no para vestirlas, sino para hacerles sus ciudades y espacios en donde ellas podían moverse”, recuerda con nostalgia.
Hija de una educadora ancashina, Andrea creció en un entorno donde el valor de la educación era esencial. En algún momento pensó seguir los pasos de su madre y dedicarse a la enseñanza inicial, pero fue un tío arquitecto quien despertó su curiosidad por otra ruta. “Vio potencial en mí y me mostró el corazón de la carrera”, relata.
Los primeros pasos en la arquitectura: del Perú a un nuevo mundo académico
La arquitectura se convirtió en su apuesta definitiva cuando cursaba el quinto año de secundaria. Sin tener del todo claro el panorama, decidió probar suerte un año y ver qué sucedía. “Me enamoré de la arquitectura y comencé mis estudios en la UPC”, dice sobre sus inicios en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

Sin embargo, pronto sintió que su potencial podía llegar más lejos. “Conforme pasaban los ciclos sentía que no explotaba mi potencial y comencé a buscar oportunidades académicas en los Estados Unidos”, explica. Así, postuló a la University of South Florida (USF), en Tampa, un proceso que, aunque complejo, marcó un antes y un después en su carrera.
En plena pandemia, con recursos limitados y un futuro incierto, Andrea partió rumbo a Estados Unidos. Viajó con una maleta cargada de sueños y el respaldo incondicional de sus padres. “Nunca me han frenado, al contrario, me alentaron. Me decían: si no te va bien, pues te regresas. Desde chiquita, nunca me pusieron peros, ni negativas”, cuenta con gratitud.
Adaptarse, resistir y brillar
La llegada a Florida no fue sencilla. “Comencé de cero, nada era como lo había conocido en materia de estudios. El alumnado era de todas partes del mundo, un lugar diferente. El foco está en el estudiante”, explica Andrea sobre el choque cultural y académico que enfrentó.

A pesar de las dificultades, su esfuerzo comenzó a rendir frutos. Logró aplicar a un programa de apoyo económico destinado a estudiantes de América Latina, lo que cubrió el 80 % del costo de sus estudios. “Eso fue un gran aliciente para continuar porque los primeros años las pasé raspando”, admite. Para cubrir sus gastos restantes, trabajó haciendo maquetas, y hoy se desempeña como trabajadora dentro de la misma universidad.
Su trabajo ha sido destacado en múltiples eventos de arquitectura, entre ellos el reconocido “20 x 20″, donde su talento fue expuesto ante profesionales y catedráticos internacionales. Este tipo de reconocimientos no han sido fortuitos, sino resultado de una entrega constante y disciplinada.
Entre los mejores diez: el reconocimiento llega
Hace unos días, Andrea fue seleccionada entre los diez mejores estudiantes de la Escuela de Arquitectura y Diseño Comunitario de la University of South Florida. “Fue una sorpresa y una satisfacción increíble que llegó a mí sin esperarlo. Estar entre los mejores diez no se resume a un trabajo solamente. Aquí se evalúan los seis años de labor académica infatigable”, comenta con emoción.
Dedica este logro a su familia, a quienes la apoyaron sin reservas, y al Perú, país que siempre ha llevado presente en su camino académico y personal.

Más allá de los límites económicos
La historia de Andrea también es una lección sobre cómo vencer obstáculos económicos. Reconoce que la arquitectura es una carrera costosa, pero insiste en que la falta de dinero no debe ser una barrera infranqueable. “Hay que intentar todo. Muchas veces he pasado momentos en donde estuve muy ajustada y ahí salía la inventiva. Trabajos que podían costarme 500 dólares los lograba hacer invirtiendo solo 50. Me he recurseado mil veces”, afirma.
Su filosofía de vida es clara: ajustarse en el presente para disfrutar en el futuro. “Mi mentalidad siempre ha sido: me ajusto unos años y luego voy a disfrutar. Así que siento que todo el sacrificio vale la pena”.
Un camino que no cambiaría por nada
Hoy, Andrea respira arquitectura. Mira hacia atrás con orgullo, consciente de que cada paso, incluso los más difíciles, fueron necesarios. “No cambiaría nada”, responde sin dudar cuando se le pregunta si modificaría algún tramo de su historia. A pesar del estrés, la distancia familiar y el choque cultural, encontró en Estados Unidos un entorno donde su esfuerzo fue reconocido y recompensado.
Andrea Oré Blas no solo ha trazado su propio destino: ha construido, ladrillo a ladrillo, una historia que inspira y que deja huella dentro y fuera del Perú.
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