
El 2026 llega con un clima particular. No porque de repente todo vaya a ordenarse —sería subestimar nuestro ADN nacional— sino porque, por primera vez en mucho tiempo, lo que venimos repitiendo desde hace años deja de sonar teórico. Profesionalizar, estandarizar, delegar, medir, simplificar. Palabras que parecían slogans de consultoría ahora se convierten en los únicos anticuerpos posibles frente a un contexto que ya no premia la supervivencia, sino la competitividad.
Venimos de un país donde “ir tirando” fue KPI y donde el dueño, en casi todas las pymes, se volvió el recurso más escaso y sobrecargado. Pero 2026 obliga a otra conversación: la del afinamiento. Ya no alcanza con apagar incendios ni con “hacer más”. Ahora el juego está en diseñar mejor: procesos más simples, estructuras más claras, menos dependencia emocional y operativa del fundador, menos variabilidad interna en un país que ya tiene suficiente variabilidad externa.
Venimos de un país donde “ir tirando” fue KPI y donde el dueño, en casi todas las pymes, se volvió el recurso más escaso y sobrecargado
Y acá es donde, sin quererlo, volvemos a las bases de la ingeniería industrial. Todo aquello que estudiamos y que muchas veces parecía demasiado académico para la realidad argentina —lean, teoría de restricciones, estandarización, análisis de capacidad, robustez de procesos— hoy se vuelve sentido común. El antiguo consejo de “stockeate porque está barato” dejó de existir cuando el capital pasó a ser caro: acumular ya no protege, inmoviliza. Lease dejó de ser un mantra japonés para transformarse en lógica financiera básica.
Lo mismo pasa con la variabilidad. Si la ingeniería la define como enemiga, Argentina la adoptó como mascota doméstica. Y aun así, hay empresas que aprenden a convivir con ella diseñando procesos robustos, construyendo colchones inteligentes, ordenando el flujo de decisiones, bajando el nivel de improvisación. No podemos eliminar el temblor externo, pero sí podemos dejar de generarlo hacia adentro.
También reaparece la estandarización, esa palabra que muchos sienten como sinónimo de burocracia y que, en realidad, es libertad. Menos pasos, menos errores, menos dependencia del dueño. Un buen proceso no rigidiza: libera tiempo, energía y capacidad de pensar. Y en un país donde improvisamos por deporte, tener al menos algunos tramos de autopista interna es una ventaja competitiva enorme.
Otra vez Goldratt, pero con mate: identificar el cuello de botella y rediseñar alrededor. En Argentina el constraint cambia cada semestre —dólar, tasas, importaciones, demanda, talento disponible—, por lo que la estrategia no es “eliminar” el cuello, sino volverse hábil en rediseñar rápido. La flexibilidad como capacidad directiva, no como parche.
También reaparece la estandarización, esa palabra que muchos sienten como sinónimo de burocracia y que, en realidad, es libertad
Y, por último, una verdad incómoda: la ergonomía del dueño. La ingeniería piensa la ergonomía para proteger el cuerpo del operario; la pyme argentina debería diseñar ergonomía para proteger la cabeza del fundador. Si la empresa depende de su memoria, su humor o su nivel de agotamiento, no hay proceso que aguante. Este año nos exige redistribuir la carga cognitiva, profesionalizar roles, bajar tareas de la mente del dueño y subirlas a un sistema.
2026 no será un año fácil —ninguno lo es—, pero sí puede ser un año más claro. Porque, por primera vez, las reglas de juego premian exactamente lo que siempre supimos que había que hacer: diseñar mejor.
2026 no va a premiar al más grande ni al más rápido. Va a premiar al que haga mejor las cosas simples.
La autora es ingeniera industrial y CEO de PCH
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