
Aunque los ideólogos de la derecha conservadora lo nieguen, la justicia social existe y es propia de una sociedad libre. Se desarrolla de manera espontánea en la vida social, siempre que no sea obstaculizada por el uso de la fuerza, en particular por el monopolio estatal de la violencia. Una ideología no es ciencia, sino una opinión subjetiva fundada en la historia, la perspectiva y los intereses particulares de las personas concretas.
Resulta irónico que los sistemas estatistas, sobre todo los de izquierda, promuevan el asistencialismo imponiéndolo por la fuerza, lo que implica una contradicción insalvable. La violencia, como explicó Aristóteles, representa esa fuerza externa que intenta desviar el desarrollo natural.
Santo Tomás de Aquino, coincidiendo con muchos científicos, señaló: “Algunos filósofos antiguos… (decían) que todas las cosas sucedían por la casualidad. Lo absurdo de esta opinión se demuestra… Primero por lo que advertimos en las cosas mismas: vemos que en las cosas naturales... se realiza lo mejor” (S.Th., I, q. 103, a. 1.).
Esto implica que el cosmos posee un orden natural orientado al desarrollo de la vida; por ejemplo, el Sol sale diariamente proveyendo la energía indispensable. Una característica relevante de este orden es su espontaneidad, es decir, surge naturalmente desde las propias cosas y las personas, semejante al crecimiento de un niño hasta la adultez sin que intervenga una causa externa.
Las relaciones sociales poseen una naturaleza que demanda ser respetada para garantizar su adecuado funcionamiento
En este orden natural del cosmos, el ser humano nace para vivir en sociedad, dado que la procreación requiere de varón y mujer. Así, las relaciones sociales poseen una naturaleza que demanda ser respetada para garantizar su adecuado funcionamiento. A esto se le llama “orden natural social”, que, por tránsito lógico, es espontáneo e intrínseco.
El concepto ha sido abordado por numerosos autores; la “mano invisible” de Adam Smith establece que un mecanismo natural conduce a la sociedad hacia el progreso y el bienestar.

Bajo la perspectiva económica, en una estructura social libre y exenta de violencia, las relaciones se fundamentan en la cooperación voluntaria, donde todos obtienen beneficios, ya que de no ser así esas relaciones no se darían. Por ejemplo, al comprar un automóvil, el vendedor obtiene el dinero que le conviene y el comprador recibe el bien que prefiere más que el dinero.
El Estado, cuando recurre a la coerción, impone límites como el “salario mínimo”, prohibiendo contratar por debajo de cierto monto. Obliga así a dejar de emplear a quienes más lo necesitan, generando desempleo, que no surge en forma natural, ya que el trabajo requerido abunda -basta pensar en el déficit habitacional-, sino como resultado de la violencia estatal.
El proceso de mercado, como han explicado Israel Kirzner y otros economistas, es fundamentalmente creativo
El proceso de mercado, como han explicado Israel Kirzner y otros economistas, es fundamentalmente creativo. Las personas buscan información para mejorar su situación: un pescador indaga los mejores lugares para pescar, un fabricante explora desarrollos tecnológicos para optimizar productos y procesos productivos.
Confusión semántica
Es importante aclarar una confusión semántica habitual: se suele identificar “los recursos” con el stock existente, lo que lleva a afirmar que “los recursos son escasos”.
En rigor, lo que es limitado es la cantidad actual de bienes y servicios; por ejemplo, no hay suficientes hospitales para todos. Sin embargo, la clave está en la capacidad creativa, que es ilimitada; basta observar países como Japón, que prosperan pese a disponer de escasos “recursos naturales”. Esa capacidad solo se restringe por la coacción estatal, como ocurre con leyes de “propiedad intelectual” que, muchas veces, frenan el desarrollo tecnológico de las ideas patentadas.
Actualmente el mundo produce suficiente alimento para toda la humanidad, por lo que el hambre obedece a problemas de distribución derivados de trabas estatales como fronteras, aduanas y complicaciones en el comercio y la logística internacional.

Si se reconoce la existencia del orden natural, que el hombre es un ser social por naturaleza y que la justicia existe, resulta lógico que la justicia social también lo haga. Pero, ¿qué es lo justo? Según Ulpiano (170-228), “Justicia es el hábito de dar a cada cual lo suyo”. Esta definición comprende que cada quien reciba lo que le corresponde, según sus derechos, responsabilidades o bienes; es decir, en consonancia con su naturaleza.
En síntesis, lo justo emerge de forma espontánea dentro del orden natural. Así, la justicia social resulta de la interacción natural entre las personas. Si una persona trabaja y participa en la “creación” de riqueza compartida, es “socialmente justo” que reciba una recompensa acorde a su calidad de ser humano.
La justicia social resulta de la interacción natural entre las personas
El Aquinate señala: “Hay dos especies de justicia. La una consiste en dar y recibir recíprocamente, que se verifica en la compra y venta y demás contratos y transacciones de esta naturaleza; esta, es llamada por Aristóteles (Et. 1.5, c.4) conmutativa o directiva de los cambios o negociaciones… La otra consiste en distribuir, por cuya razón se llama distributiva… que concede a todos los seres lo que les es propio según su respectiva dignidad, y que conserva la naturaleza de cada cosa en el orden y virtud que le son propios”, explicó Santo Tomás de Aquino (S.Th., I, q. 21, a. 1).
La justicia distributiva, según el Doctor de Aquino, es la que emana del respeto al orden natural y supone la distribución más justa de la riqueza. La justicia social surgida espontáneamente del orden natural implica que, así como todos deberían recibir alimentos suficientes, también deberían disfrutar de una vivienda y otros bienes acordes con su participación en la generación de riqueza.
El autor es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California
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