
En enero de 1999 me tocó participar en la discusión de una posible dolarización. Con el régimen de Convertibilidad de 1991 (libre cambio de pesos por dólares a precio inmutable fijado por ley) la Argentina venía de 6 o 7 años con inflación tan baja como la de las economías desarrolladas, de manera que acabar con ese flagelo no era la idea. Lo que se buscaba era un acuerdo político con los EEUU para unificar la moneda (tratado o acuerdo de unificación monetaria), a la manera de lo que estaba haciendo Europa con el euro. Se pensaba que el riesgo argentino (y, por ende, el costo del financiamiento) podría bajar y que se le daría una mayor garantía institucional a la estabilidad de la moneda. Volver a las andadas (algo caro a los políticos) requeriría no solo repudiar una ley, sino violar un tratado internacional. No pasó por la cabeza (de los que entonces discutimos la idea) de hacer algo unilateral. Nada que ver con la situación actual, que se parece a un náufrago que se hunde y busca el cabo salvador en un manotazo unilateral.
¿Cuáles son las condiciones para que una dolarización sea exitosa? En primer lugar, el Banco Central debería contar con reservas libres (no originadas en obligaciones en dólares) que le permitan importar los billetes verdes necesarios para canjearlos por todo el stock de pesos en circulación. Pero luego, el país debe tener sus cuentas fiscales en equilibrio (o sea, no tener déficit) y los precios y salarios deben ser flexibles, sobre todo en sentido descendente. Si se pasa por una coyuntura de confianza, con ingreso de capitales desde el exterior, el precio relativo de los bienes exportables caerá porque el salario nominal (en dólares) estará subiendo (sería lo que hoy llamamos “atraso del tipo de cambio real”). Y si viene una malaria y salen capitales, la apreciación de los bienes exportables (lo que hoy llamamos “devaluación real”) requerirá que los salarios nominales bajen.
Una dolarización unilateral no asegura, por si sola, ninguna de las condiciones mencionadas. Al no ser la contraparte de un tratado o acuerdo internacional estará tan a tiro de un capricho político como en enero de 2002 lo estuvo la ley 23.928 de Convertibilidad. En cambio, si aquellas condiciones se cumplen (equilibrio fiscal, precios y salarios flexibles), una moneda nacional podría ser tan estable como el dólar, el euro, el yen o el franco suizo. Pregunta: ¿Por qué en vez de trabajar en una dolarización unilateral no trabajamos en la dirección de hacer de la Argentina un país serio y no una colección de desmesuras? ¿Por qué no concentrarse en atarse a un régimen fiscal equilibrado y devolver flexibilidad nominal a precios y salarios?
Obviamente nada de esto se podrá lograr en días o semanas, y menos aún recuperar la reputación de nuestra moneda, perdida a partir de las ridículamente heterodoxas y desmesuradas ideas de política económica que en 1946 nos trajo el peronismo. Por lo tanto, mientras se trabaja en convertirnos en un país serio, será conveniente aprobar un régimen legal que asegure la libertad monetaria. Esto es: no solo un mercado donde pesos y dólares se puedan cambiar libremente, sino una norma que permita a las partes pactar en la moneda de su elección y obligue a la parte deudora a cancelar sus obligaciones entregando cantidades de la moneda pactada.
Tener una moneda creíble y no tener que visitar cuevas es lo que reclaman los votantes de los partidos que el domingo 13 agosto lograron los dos escalones más altos del podio. La dolarización unilateral puede ser un camino hacia ello, pero ciertamente no es el único ni creo yo que es el mejor.
El autor es coordinador de una “Reforma de libertad monetaria” de la Fundación “Libertad y Progreso” y ex Vicepresidente del Banco Central
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