Feminista en falta: Carolina Sanín, el peligro de lo peligroso y la furia trava

La cancelación fue en cadena: una editorial suspendió la publicación de dos libros de la escritora colombiana Carolina Sanin por sus comentarios transfóbicos, y al ser defendida por colegas como Mariana Enríquez, la furia llegó hasta ellas. Esa furia tiene sentido e historia, pero seguir atacándonos entre nosotras y regodearnos en la semántica no es más que hacerle el caldo a los violentos

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La escritora colombiana Carolina Sanín Paz (Foto: Adrián Escandar)
La escritora colombiana Carolina Sanín Paz (Foto: Adrián Escandar)

Me da cierto placer culposo ver nadar en el barro del género a los que creen que se las saben todas sólo porque dicen todes. Está mal, lo sé; pero me hace gracia que el señor que se la pasa señalando a otros y diciendo qué es lo que está bien termine haciendo agua por un pronombre.

Fue una semana difícil para las mujeres: las cis, las trans, las autopercibidas, pero más que nada las que hacen las compras, como siempre. A veces, en el fervor de la discusión perdemos de vista eso; este es un problema de nicho. La señora en la verdulería quiere poder pagar las cuentas y que el marido no se descargue con ella; la adolescente trans expulsada del sistema y hasta de su familia, está preocupada por llegar viva hasta la noche, ninguna de las dos puede interesarse por la cancelación de una escritora.

Y a la vez no es tan de nicho: porque los discursos pregnan –los de odio y los que tachan de odiante a cualquiera que no sabe o piensa distinto–, y después esa señora se ofende si tiene que compartir el baño con la adolescente o mira para otro lado cuando le dicen barbaridades en la calle, y al final las dos quedan igual de solas. Porque el país y el mundo explotan, pero acá andamos las chicas cancelándonos entre nosotras. Qué fácil la tienen los tipos, la verdad. Sobre todo esos tipos, los que después señalan qué está bien y qué está mal. Los que ocupan los lugares de las cis y de las trans.

La escritora Carolina Sanín Paz lo ha dicho varias veces: “‘¡TERF!’ es el nuevo ‘¡Bruja!’”. Hace rato que se convirtió en una suerte de J.K. Rowling latinoamericana y con menos ventas y, por eso mismo, es menos costoso cancelarla –a ella y a quiénes se atrevan a defender su derecho a expresarse–. Por eso mismo también es menos costoso para ella decir cualquier cosa: sus palabras no provocan la depresión de hordas de fans ni recibe las quejas de los actores ungidos por su varita mágica. Pero sus palabras también pueden doler, claro.

La escritora Mariana Enríquez se puso del lado de Sanín luego que una editorial mexicana la cancelara
La escritora Mariana Enríquez se puso del lado de Sanín luego que una editorial mexicana la cancelara

La polémica acaba de reavivarse tras la publicación de un video en la revista Cambio en el que Sanín reflexiona sobre el género, el transactivismo, la autopercepción y la libertad de dudar. Pero lo que se viralizó (la mayoría de quienes critican o defienden no está dispuesta a escuchar una charla de hora y cuarto) es un posteo de 200 caracteres escrito en 2020: “La doctrina de género es esencialista y es homofóbica. No aceptan a un hombre vestido de mujer o que sienta deseo por los hombres. Por eso tienen que decir que es que en realidad esos hombres ‘son mujeres’. Eso es ser reaccionario. Eso es no aceptar la diversidad”. Y otro de la misma fecha: “¿Esto no es borrar a las mujeres, no sólo para el futuro, sino también en el pasado? Cualquier mujer que haya hecho algo que no se ajustara a ser oprimida, ¡era en realidad un hombre trans! Por favor dense cuenta del destino de esto: el mundo sin mujeres.”

Esos conceptos, aunque Sanín diga que no se opone a los derechos de las personas trans, sino al dogma de género, son parte del corpus de pensamiento de lo que se conoce como feminismo radical trans-excluyente (de ahí la palabra TERF, por sus siglas en inglés): mujeres que luchan por sus derechos pero no reconocen a otras identidades por considerarlas otra forma de invasión masculina sobre los espacios conquistados o seguros (en su mirada, las mujeres trans se sexualizan como manda el patriarcado, los varones trans se pasan al bando de los opresores).

Ella lo acepta en su afán de seguir planteando sus dudas y, en eso, por lejos que pueda sentirme de su discurso, la siento cercana; en los últimos tiempos nos acostumbramos demasiado a tachar de “peligrosa” a cualquier forma de disenso con lo establecido, incluso a las preguntas. Y eso sí es peligroso en serio. Tanto como los lobos disfrazados de corderos de la corrección política. Como dijo ayer Camila Sosa Villada: “Puesto que la realidad de las travestis no cambia sustancialmente, siempre me pregunto dónde están les transfóbiques. Y claro, son todos aliados, todos compas, todas feministas”.

Escuchar a Sanín (o leer a JKR) no puede ser peligroso en sí mismo. Es lo que dijo la escritora Mariana Enríquez cuando esta semana la autora colombiana denunció que la editorial mexicana Almadía, que había comprado los derechos de Somos luces abismales y Tu cruz en el desierto, suspendió la publicación de ambos libros –ficciones que nada tienen que ver con este tema– debido a su “cuestionamiento de la política identitaria”.

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“Creo que es importante discutir y no estar de acuerdo. Es importante inclusive para afirmar la posición propia, sin contrastar cómo saber”, escribió Enríquez –avalada por una trayectoria de compromiso con la defensa de los derechos tanto en su obra como en sus declaraciones públicas– en su cuenta de Twitter, que terminó cerrando por el tenor de los ataques que recibió. Ni siquiera por sus propias opiniones, sino por defender el derecho de una colega a expresar las suyas. Algo parecido le pasó a la escritora Claudia Piñeiro cuando defendió a la autora de Nuestra parte de la noche. Una cadena de cancelaciones absurdas, como lo son casi siempre las cancelaciones.

Una escena de la serie Tansparent (Amazon)
Una escena de la serie Tansparent (Amazon)

Vi el video de Sanín y no puedo evitar pensar que, aunque se manifieste de maneras distintas, el problema es del mismo binarismo que no la deja hablar. Las cosas son blancas o son negras y no hay lugar para más. Es terriblemente básico. Las cisgénero (es decir quienes tenemos misma identidad de género que sexo asignado al nacer) podemos perder tiempo como JKR lamentando que durante años peleamos para hablar del placer femenino y ahora el clítoris se convirtió en una palabra todavía más prohibida porque discrimina a las mujeres con otra genitalidad, podemos enojarnos porque nos dicen personas menstruantes o con capacidad de gestar y parece que volvieran a invisibilizarnos –y entonces también a erosionarnos como clase política, dice la creadora de Harry Potter y tantas feministas supuestamente inclusivas que deslizan por lo bajo que la “e” es un retroceso porque ahora dejaron de nombrarnos–, o podemos buscar estrategias para que los cupos no excluyan a ninguna ni terminen beneficiando al patriarcado. Y estaremos jugando siempre con fuego: para algunos sólo enunciar estas dudas es un discurso peligroso que hará que nos tilden de peligrosas a nosotras.

La pregunta crucial que se hace la escritora colombiana también parece básica, pero es bien compleja: si la biología no nos determina, ¿qué es ser o sentirse mujer? Se lo pregunta también Hinde Pomeraniec en su newsletter de ayer en Infobae para llegar a conclusiones casi opuestas. La transgresión hoy es permitirse las preguntas. En lo personal, no tengo muchas dudas, la mayoría de las trans que conozco son más femeninas en el sentido tradicional que “las mujeres con útero”, como nos llama en broma alguien incancelable –espero– como es Ricky Gervais.

Y es que si las feministas luchamos durante años para corrernos de los roles de género y nos ganamos nuestro derecho a sacarnos los tacos dolorosos y poder salir sin maquillaje si queremos, muchas chicas trans se apropiaron del rosa y la verdad es que lo lucen mejor que nosotras. La performatividad del género cuando se la siente suele ser menos impostada que el género impuesto. Lo dijo Simone de Beauvoir, pero se juega en TikTok ahora mismo. Vean sino los mejores tutoriales de make-up en las redes: están hechos por mujeres trans, obviamente.

Santi Talledo, Moria Casán, Flor de la V, Greta Cozzolino, Lizardo Ponce, Diego Ramos y Miuka en la carroza del orgullo de Jean Paul Gaultier (Crédito: Jean Paul Gaultier)
Santi Talledo, Moria Casán, Flor de la V, Greta Cozzolino, Lizardo Ponce, Diego Ramos y Miuka en la carroza del orgullo de Jean Paul Gaultier (Crédito: Jean Paul Gaultier)

Está lleno de mujeres cis a las que, como dice Sanín, les gusta su cuerpo pero no los trabajos del hogar, o rechazan la misoginia pero eligen no ser madres. El feminismo nos proponía liberarnos del género, sostiene: que los varones pudieran jugar a las muñecas y las mujeres al fútbol, entonces, ¿dónde nos deja ahora esta nueva performance de roles? No son preguntas nuevas, pero tiene razón, es muy difícil hacerlas en voz alta hoy.

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Hay, sin embargo, peligros reales que no tienen que ver con lo semántico. El peligro de la violencia machista es real y lo padecemos todas: la adolescente trans excluida hasta del amor de su familia y la señora que puede morir a manos de un marido violento que probablemente explote a ambas. Por eso lo más sencillo es entender de una vez que, mientras estemos juntas en lo que importa, habrá espacio para todas, porque la lucha también es colectiva. Transversal.

El sábado fui por primera vez a la Marcha del Orgullo y lo hice con algo de recelo y de pudor. Me parecía que estaba ocupando un lugar que no me era propio, como esos varones que posan de aliados en las marchas feministas. Lo consulté con varios amigos y todos coincidieron: andá igual, es una fiesta, y es una fiesta inclusiva.

Mientras bailaba y agitaba mi abanico de arcoiris en una carroza encabezada por Moria –la mujer que naturalizó la palabra gay en la Argentina– y Flor de la Ve –una de las voces más potentes, por caso, en la defensa del derecho al aborto–, que llevaba atado al tobillo el pañuelo violeta del feminismo aunque no combinara tanto con su outfit de Jean-Paul Gaultier, me pareció evidente que las conquistas del movimiento de mujeres y de los activismos LGTBIQ+ son tan indivisibles como complementarias. Nos vamos abriendo paso de la mano.

Pienso que mucho de esto estaría más claro si todos vieran la serie Transparent (2014-2019). Es la historia de una familia cuyo patriarca le anuncia a sus tres hijos adultos que va a iniciar su transición de género y ya no será Morty, sino Maura. Es una historia actual, la de la salida del closet de una mujer que tuvo que pasar la mayor parte de su vida atada a las convenciones y la de una familia que descubre en ese viaje que sus propias identidades también fluyen (¿Quién puede decir sobre sí mismo que siempre es igual y tiene los mismos gustos y valores? ¿Cuántas veces cambiamos de vida en una misma vida y por qué somos tan rígidos a veces con los cambios de los otros? ¿Quién es mejor para juzgar el deseo y la autopercepción ajena?).

Algo de eso dice Isha Escribano en el libro biográfico Sólo es vida si es verdad (Planeta), que presentó este lunes. Isha es médica, música, instructora de yoga y meditación, nació en una familia acomodada y sólo pudo hacer su transición a los 50 años. Isha dice que no somos el sexo, ni el oficio ni el cuerpo ni el rol que ocupamos. Que todo está en constante transformación, menos nuestra esencia. Y que pudo asumir su identidad cuando entendió que su infelicidad era tan grande que ninguna tragedia podía ser peor que esa.

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Transparent no le escapa a las tensiones, pero las resuelve con verdad y respeto, más allá de un dato de color muy de este tiempo: el protagonista de la serie es un varón cis heterosexual (Jeffrey Tambor) que fue acusado de acoso sexual y despedido en pleno rodaje por su directora, Joey Salloway, que a su vez se declaró no binaria durante la filmación. Todo cambia todo el tiempo, como dice Isha.

Cuando, por ejemplo, Maura va con sus hijas a un festival feminista lleno de activistas de la segunda ola y mujeres desnudas que le cantan odas a la menstruación, se enfrenta al momento de mayor transfobia desde su transición; mujeres supuestamente sororas e iluminadas que no la dejan ir al baño y gritan que hay un varón en el campamento. El rechazo justo donde esperaba sentirse a salvo. El guión es lo suficientemente inteligente como para no poner a esas feministas viejas como las malas de la película y mostrar que ellas también tienen sus razones. “Siento que como mujer trans tengo derecho a estar acá”, le dice Maura a un grupo de académicas de género reunidas en un fogón. Las radicales le explican que, por su experiencia, para algunas aún la percepción de la masculinidad en su espacio dispara alertas. Y también le recuerdan que, aunque sufriera siendo Mort, se benefició durante toda su carrera de los privilegios de haber sido varón. “Tu dolor y tus privilegios no son lo mismo”, le dicen, quizá sin registrar que ahora lo mismo vale para ellas.

Isha Escribano (Foto: Franco Fafasuli)
Isha Escribano (Foto: Franco Fafasuli)

Hablar de las tensiones entre el transactivismo y los feminismos se evade por miedo a entrar en un campo minado, dice Sanín, y eso se vuelve tautológico a la luz de lo ocurrido esta semana en la que debimos haber estado embanderadas y de fiesta y en cambio nos ocupamos de atacarnos unas a otras. Hablar de las tensiones al interior de un feminismo y de un activismo identitario que, en general, bajan línea con rigor como si pertenecer y defender a un colectivo oprimido implicara que nuestro pensamiento también lo fuera, es necesario en tanto sea con honestidad y consideración por nuestras diferencias. Lo sé, son dos condiciones difíciles en nuestros días, cuando la pose suplanta a los hechos y termina por hacerle el caldo a los violentos.

En el video de la disputa, Sanín se pregunta también por qué se responde con tanta furia a sus planteos. Y la verdad es que esa parte me hizo especial ruido: llorar persecución de una minoría perseguida se parece bastante al cinismo. Pero también es cierto que si somos compañeras de lucha, tenemos que encontrar espacios para escucharnos entre nosotras.

Tal vez si el diálogo estuviera abierto y lo suyo no fuera un monólogo, alguien podría responderle que las mujeres y los (aún más invisibilizados y disciplinados) varones trans tienen razones de sobra para estar furiosas y furiosos y furioses (y yo sé que por esta “e” también me van a criticar, porque, otra vez, el verdadero problema es el binarismo): aunque tengamos mujeres trans en el prime time de la televisión y en las series, se las sigue maltratando en los medios y en la calle. Sin ir más lejos, esta semana, cuando hasta los más progresistas –no Milei ni Amalia Granata– las llamaron con pronombres equivocados.

Tal vez alguien podría decirle a Sanín que se responde con furia porque hay furia y es lógico que así sea. Es una pena que ya no pueda decírselo la siempre presente en la memoria Lohana Berkins, pero todavía resuena su grito, “¡Furia travesti!”. Y es que como tantas otras mujeres trans, Lohana se fue demasiado pronto. ¿No es acaso un motivo irreprochable para estar furiosas? A veces se necesita un abrazo y no tantas preguntas ni respuestas correctas pero vacías. A veces sólo se necesita poder ser quienes queremos, sobre todo con los que queremos. Y esa experiencia sí es bastante transferible: todos queremos que nos quieran por lo que somos.

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