
Hubo un tiempo, largo, desde el 30 al 76 del siglo pasado, donde radicales y peronistas ganaban elecciones y un golpe “solía” desalojarlos del poder. El radicalismo impondrá la democracia; el peronismo, la justicia social. Ambos, el desarrollo industrial, y el retrógrado poder económico entrará a sangre y fuego, siempre escudado en una excusa moral.
Esa historia es reciente, cercana, más vigente que la fundacional, que la Revolución de Mayo, que la memoria de nuestros próceres. Yrigoyen y Perón no son solo dos personas, son dos etapas de la historia, dos expresiones del desarrollo de la democracia, en rigor, de la conciencia nacional. No es casual que no haya surgido una fuerza política que exprese las ideas del golpe de Estado, esas que terminaron imponiendo en el último a sangre y fuego. El partido militar no necesitaba de las urnas. Expertos narradores de falsedades justifican el fin de la industria nacional por el estallido del plan Gelbard; ni siquiera son capaces de asumir que resurgieron sus sueños coloniales después de la muerte del General Perón. Hasta Agustín Lanusse había sido un militar nacional, quizás el último de su especie, luego ya los mediocres ocuparían todos los espacios, hasta el de dictadores, tanto como el resto de la clase dirigente.
Raúl Alfonsín fue el último en intentar imponer el poder del Estado por sobre los intereses privados; luego, Menem y Macri serían una simple continuidad de la destrucción de la industria y la imposición del sistema financiero que sigue vigente hasta hoy. La conciencia patriótica es destruida por el golpe, y su política convertida en dogma económico por la dirigencia política, empresaria y sindical. Cambian la matriz de la distribución de la riqueza, roban las empresas del Estado, con lo que logran un poder desmesurado disfrazando el saqueo de inversión.
Por otro lado, Cuba y el marxismo fueron nefastos al degradar al socialismo en dictadura; con justificaciones anti imperialistas terminan imponiendo un sistema donde siembran violencia y recogen autoritarismo. Nuestra última dictadura fue la mayor asesina del continente, después fuimos dignos en los juicios, luego terminaremos degradando esa historia al convertir la dignidad en burocracia.
En rigor, Néstor Kirchner recupera el poder del Estado, eso es valioso, lo impone sobre los negocios privados, pero lo limita a su persona, eso hace que el sistema termine con su vida. La sustitución de importaciones, el desarrollo industrial nos acompañó hasta que los bancos ocuparon el lugar de la producción. La iniciativa privada es imprescindible tanto como el poder de un Estado que la incentive y la limite en su concentración. No condenar a Cuba, Venezuela y Nicaragua implica aceptar que la dictadura conviva con la democracia. Claro que hay un nivel de injusticia social que deja al votante sin sentido en su elección.
Vivimos como si tuviéramos dos opciones políticas cuando en rigor ambas son semejantes, no alteran en nada la división del poder. Se enfrentan como enemigos mientras conviven y negocian como cómplices. El poder del gobierno y los grandes grupos privados parasitan y comparten el empobrecimiento de la sociedad. Néstor había superado la dependencia con el Fondo Monetario, con grandes críticas de quienes luego nos endeudaron con el cuento de la existencia de la deuda, como si fuera lo mismo deberle al fondo que a cualquier otro acreedor. Fue el resultado de una relación política donde alguno imaginó que Macri con plata sería capaz de gobernar, eterna idea de las clases dominantes de suplantar con dinero la ausencia de talento.
Lo cierto es que hoy carecemos de dirigencia capaz de sacarnos del pozo, muchos se hicieron ricos con la facilidad que otorgan la viveza y la ausencia de ética, que nunca les importó demasiado. Lo malo es que generaron un sistema inviable que enriquece a ambas burocracias a la par que pone en riesgo de disolución la sociedad. El fanatismo se incita en acusaciones mutuas y en mediocridades paralelas entre una izquierda falsa y una derecha inescrupulosa y carente de talento.
El Presidente critica a la Suprema Corte como si ignorara que es lo único que en la confrontación actual puede representarnos y que esa independencia es uno de los pocos pilares que nos sostiene. Bajando a lo concreto, si al chofer le encontraron más de cien millones de dólares podemos concluir que para lograr impunidad necesitarían la corte de los milagros. Conocí -y mucho- al chofer y me quedó tan claro ese relato como la fuga de capitales de Macri. Para Néstor el dinero era poder, nos dañaba la manera en que lo acumulaba. Lo de Macri era peor, al fugarlo nos dejaba al borde del abismo. Es cierto que “no hay gran hombre para el ayuda de cámara”, tanto como que a nosotros nos vino tan mal la suerte que nos salieron excesivamente mediocres hasta los ayuda de cámara. Tuvimos un tiempo con conservadores, marxistas, radicales, peronistas, empresarios, sindicalistas, religiosos, todos dignos de admiración y respeto. Estoy tentado a hacer una larga lista, aclarando que ese recuerdo me deja hoy frente a una página en blanco. Y no es que todo tiempo pasado fue mejor, simplemente que esa decadencia incentiva odios que intentan ocupar el lugar de la ausencia de propuestas.
La democracia necesita adversarios decididos a intentar superar la crisis buscando una síntesis. Los países hermanos los tienen, Pepe Mujica, Lula y Evo Morales son esperanza para sus humildes, Cuba. Venezuela y Nicaragua son dictaduras que nadie puede dejar de denunciar. Chile ingresa a una etapa de nuevos rumbos, sin duda nosotros estamos lejos de formar parte de ese grupo. Ni nuestra derecha ni nuestra izquierda, en rigor, nuestra política tiene intereses desnudos y propuestas devaluadas. Los pueblos son ricos cuando lo son sus hombres, aquellos que eligen para ser dueños de su destino. La riqueza de los hombres está en la sabiduría, solo sus pobrezas integran sus cuentas bancarias. Cuesta asumir que no hay a quiénes respetar, que nos quedamos sin ejemplos, que el amontonamiento de exitosos egoístas en nada se parece a la grandeza que tanto necesitamos. Los sueños de trascender no se construyen con números, sino con sabiduría. Sería un paso importante asumir al menos de qué carecemos, luego podremos pensar cómo alcanzarlo.
En las crisis sobran dogmas y faltan dudas, espíritus abiertos a lo nuevo. Gente que recorra la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. La democracia necesita sabiduría y la confrontación, guerreros; pareciera que estamos viviendo una etapa equivocada. Se confronta por intereses, eso está muy lejos de la madurez y la grandeza que exige la política, en especial, cuando la mitad de la población habita la angustia del carenciado. Primero, autocrítica; luego, humildad, después, convivencia y finalmente, propuesta. Cambiar de actitud, es hora de intentarlo.
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