La confianza del Sapiens

El dinero, los dioses, las naciones, las corporaciones o las instituciones son ejemplos que sirven para explicar que, sólo a partir de la confianza en esas ideas incorpóreas, la civilización humana logró imponerse y crecer más allá de todo límite soñado

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El bestseller israelí Yuval Harari, en su libro “De Animales a Dioses”, intenta revelar cuál fue el secreto del antiguo Homo Sapiens para trepar hasta la cima en la escala de todas las otras criaturas de la Tierra. Allí, pretende descubrir el enigma acerca de cómo nuestra civilización logró gobernar todo el planeta. A lo largo de su “Breve Historia de la Humanidad”, Harari concluye que la llave del éxito con la que el ser humano conquistó el mundo fue, sin dudas, la construcción de la confianza.

A través de su lenguaje único, el Sapiens, además de definir y nombrar los elementos físicos que lo rodeaban, logró crear y articular un mundo totalmente simbólico, imaginario, mítico y abstracto. La cima del mundo la lograría con una sola condición: la fe en esa idea compartida con los suyos. La confianza generada entre ellos para alcanzar ese futuro común sería el pilar del desarrollo de su sociedad.

La “con-fianza”, en su propia semántica, es la “fe” que generamos “con” el otro. Ese pacto mutuo, invisible, intangible se transforma en el fundamento de cualquier mañana.

El dinero, los dioses, las naciones, las corporaciones o las instituciones son los ejemplos que trae el autor para explicar que, sólo a partir de la confianza en esas ideas incorpóreas, la civilización humana logró imponerse y crecer más allá de todo límite soñado. Confianza en que el otro -a quien ni siquiera conozco- también aceptará ese papel llamado dinero, luchará por la misma bandera en otro frente, trabajará con el mismo empeño en otra franquicia de la misma marca, rezará con su alma los mismos textos en otra latitud, o cumplirá con su rol en el equipo. La confianza social es lo que ha logrado que el ser humano construya nuestra sociedad, venciendo al tiempo y a cualquier derrota.

Mientras tanto, el texto bíblico de esta semana nos habla del valor de la palabra, de las promesas que salen de nuestros labios y de la confianza que deposita el mundo en ellas: “Toda persona… lo que salga de su boca habrá de hacer” (Números 30:3).

Cuando prometemos algo, nos com-prometemos. La generación de una sociedad, que crezca y se desarrolle en valores, exige el compromiso cooperativo de corrernos del gobierno egoísta del Yo para sabernos un Nosotros. Y la confianza es la base de ese compromiso.

Una red de obligaciones con el todo. Un deber cívico. El contrato invisible que tejemos con nuestro entorno. El de la construcción de una sociedad más justa, equilibrada y humana, en la confianza de que cada uno aportará su parte para ese sueño compartido.

Sin embargo, cuando la palabra pierde valor y las promesas se diluyen en el tiempo, la confianza se quiebra y el futuro se pierde. Sucede con los amigos, con la familia y con el amor. Tal como le sucede a una sociedad cuando sólo se ve a sí misma en el reflejo de sus constantes fracasos.

La pérdida de la confianza que siente la sociedad en este tiempo con las diferentes instituciones de la política que la representa, es el origen a toda falta de horizonte. El quiebre del pacto de confianza, es la piedra angular del derrumbe social.

Un quiebre que tiene como falla de origen, por un lado, la corrupción y, por el otro, la falta de coherencia. Corrupción no sólo en términos económicos y especulativos, sino en la estafa a la moral, el fraude a la ética y el chantaje a la verdad. Falta de coherencia en la ausencia de códigos, en la distancia a lo que encarnan, en confianzas ciegas a fracasos crónicos, y en la imposibilidad de sostener en el tiempo el vínculo entre lo que se dice, lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace.

Sin embargo, el Sapiens de a pie no ha renunciado a la llave de su éxito. Los lazos de compromiso, de solidaridad en la acción y sostenimiento del entramado social que ha generado la gente común y las organizaciones de base, en este último tiempo de pandemia y crisis, ha sido conmovedor. Contención a los abuelos en su soledad, las banderas por mantener las escuelas abiertas pese a todo y miles de manos abiertas con un plato de comida caliente al hermano que espera en el frío. Miles de almas se han unido en diferentes proyectos de solidaridad comprometida, sin distinción en las diferencias religiosas, sociales, geográficas o políticas. Desde todas las latitudes se ha tejido un entramado de ayuda, apoyo, trabajo, ofrenda y amor generado desde el compromiso ante la crisis.

Los valores son universales, mientras que su aplicación es particular. El valor de la solidaridad en la tradición judía se la conoce como “Tzedaká”. Lo particular del concepto es que no está relacionado a la idea de ayuda, limosna o caridad. Tampoco el móvil es una emoción o sentimiento alguno. La traducción del término es: “Justicia”. El móvil no es otro más que el compromiso de construir una sociedad más justa. La confianza es el combustible espiritual para lograrlo todo. Es la llave para activar ese compromiso con el todo. El secreto para volver a crecer lo llevamos en nuestro ADN, desde los milenios, y no es otra cosa que la reconstrucción de la confianza en y entre nosotros mismos.

Amigos queridos. Amigos todos.

“Bereshit bara Elohim”-“En el comienzo, creó Dios los cielos y la tierra”. (Gen. 1:1) La Creación del mundo en la Biblia comienza con la letra “Bet”. El Gaón de Vilna nos enseña que el Libro Sagrado comienza con esa letra porque con ella también empieza la palabra “Bitajón”, que en hebreo significa: “confianza”.

Los místicos nos dicen que Dios no comenzó su Libro con la letra número “1” del alfabeto hebreo - la “Alef” – porque esta simboliza lo individual, lo único, la soledad. Por el contrario la “Bet”, que es la letra número “2”, representa lo múltiple, lo compartido, el vínculo. En estos días escuché decir: “Nadie se salva solo”. Cuánta verdad. Es cierto para una persona, para una familia, y sobre todo para un país. La creación del mundo necesita que dejemos de pensarnos en la soledad del egoísmo individual, para lograr vernos necesarios por, para y junto al otro.

Como sociedad estamos llamados a reconstruir esa confianza. Regresar al origen, sentarnos a la mesa del diálogo constructivo, re-pactar lo imprescindible, re-contratar lo innegociable, renunciar a pasados tóxicos y apostar al mañana desde esa confianza.

El primer paso es una apuesta. Una a la que el futuro nos exige no renunciar. En palabras de Ernest Hemingway: “La mejor forma de averiguar si puedes confiar en alguien es confiando en él”.

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