Ramón Carrillo y la verdad histórica

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Somos testigos, una vez más en nuestra Argentina, de las maldades que se pueden hacer contra las personas que ya no están para defenderse. Es grave la calumnia o la maledicencia, el sembrar dudas, cargarse a una persona de bien apoyándose en trascendidos, en miradas obtusas y en caprichos ideológicos que, llamados mal y pronto, son producto de la “mala leche”.

En esta oportunidad, desde el sábado pasado circularon comunicados y versiones que se oponían a que figure la imagen de Ramón Carrillo en un eventual billete de 5 mil pesos. Las acusaciones de nazi, de mal ejemplo, de homofóbico, de promotor de la eugenesia en nuestras tierras, de cobijar criminales de guerra, comenzaron a circular como reguero de pólvora, sin límites, en forma imprudente, y lo más grave, sin ostentar ninguna prueba documental que demuestre tantos infundios.

La figura de Carrillo, un hombre extraordinario, fue creciendo entre nosotros como pionero y modelo del sanitarismo y la salud pública, más aún en estos aciagos tiempos de pandemia por el maldito COVID-19, cuando nuestros médicos y todo el personal de la salud son los verdaderos héroes en esta patriada.

Tengamos en cuenta, porque parece ser que gozamos de muy poca memoria, que la Argentina antes de Perón era un país desigual, donde los que mandaban vivían muy bien y la mayoría del pueblo estaba sojuzgado a no tener acceso a los derechos esenciales.

Ya me referí a algunas de estas cuestiones en notas en las que destaqué que la providencia quiso que en la madrugada del 17 de octubre, cuando Perón llegó al Hospital Militar luego de haber estado confinado 5 días en la Isla Martín García, conociera al Dr. Ramón Carrillo, otrora jefe del Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar. En una admiración mutua, nacida en ese primer encuentro, Perón le dijo al médico: “No puede ser que en este país tengamos un ministerio para las vacas y no tengamos uno para atender la salud de la gente. ¡Cuidamos más a las vacas que a los pobres!”.

Había nacido en Santiago del Estero el 7 de marzo 1906, en el seno de una familia humilde. A los 17 años viajó a Buenos Aires, ingresó a la Facultad de Medicina de la UBA y en 1929 se recibió de médico con Medalla de Oro. Fue neurocirujano, neurobiólogo y médico sanitarista.

Unos años más tarde, en la primera presidencia de Perón, Carrillo se convertía en secretario de Salud Pública y luego, con la reforma Constitucional de 1949, sería designado como el primer ministro de Salud Pública de la Nación. Un detalle no menor es que designó como secretario a su mejor amigo, estrecho colaborador y colega neurobiólogo, el judío religioso Salomón Chichilnisky (1898-1971). Es importante destacar que el propio Chichilnisky había curado a Carrillo de una enfermedad en la década del ’30 y que como funcionario público vigiló con celo el completamiento de numerosas obras de salud pública.

A las pruebas me remito, para hablar de toda su monumental obra en favor de la Salud Pública, desde la construcción de hospitales, las campañas de alimentación, la creación de centros materno infantiles, el cuidado médico de niños físicamente débiles y la creación de institutos de rehabilitación especializados en readaptar a personas que sufrieron accidentes de trabajo. Fue el primer médico en crear un sistema de salud solidario. Basado en su idea del hombre y en el respeto a las personas, pensó en la solidaridad como pilar de la salud.

Fue un adelantado, ya que en 1951 hizo que el Poder Ejecutivo nacional creara por Decreto la Dirección de Cibernología y el Departamento de Cibernética. Por todo ello, la propuesta del Gobierno nacional de poner su imagen en el billete de 5 mil pesos, es un acto de justicia hacia el padre del sanitarismo en la Argentina, que toma relevancia en los tiempos que vivimos.

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Como decíamos, todas las “acusaciones” en su contra, realizadas por los profetas del odio, no tienen elementos probatorios indubitables. Son absolutamente falsas. En realidad, desconocen absolutamente su personalidad y su pensamiento.

Desde niño, recibió su formación religiosa de manos de su madre, quien le inculcó los valores del catecismo y del humanismo cristiano, los cuales abrazó siempre como una forma de vida práctica, testimonial y confesional.

Carrillo en su juventud estuvo afiliado al Partido Demócrata Nacional y le tocó participar como representante de Santiago del Estero en la Convención que debía elegir la fórmula Patrón Costas-Iriondo, el 4 de junio de 1943. Si bien esto es cierto, no fue un convencido de la militancia política. Caen en un grave error los que lo sindican como nacionalista católico. Nunca fue nacionalista. Lo cierto es que fue un científico de pura cepa, alejado de los mitines ideológicos y dedicado a la investigación científica.

En 1930, obtuvo la beca universitaria para realizar estudios de postgrado en Amsterdam, en París y en Berlín, especializándose en neuropatología. Fueron tres años intensos de investigación sobre esclerosis cerebral, polineuritis experimental, mecanismo de las impregnaciones, técnicas de colocación del tejido cerebral y estudios sobre anatomía comparada.

Mayormente estuvo radicado en Amsterdam, desde septiembre de 1930 hasta agosto de 1932. En septiembre de ese año partió a Berlín por un mes, para trabajar junto al profesor Schhuster. Luego en octubre de 1932, se dirigió a Suiza como representante argentino del Primer Congreso Internacional de Neurología y, finalmente, llegó a París.

Durante su breve estancia en Berlín no coincidió con el ascenso de Hitler al poder, ni mucho menos se reunió con él, ni con ningún representante del partido nazi. Esto es un verdadero disparate. Por eso resulta algo más que improbable suponer que un joven becario santiagueño de 26 años, sin ninguna entidad, hubiera sido recibido por Hitler y mucho más ridículo que se hubiese tomado una fotografía con él.

Durante sus días en Berlín, es probable que por curiosidad haya presenciado algún acto de Adolf Hitler, como cuenta Karina Ramacciotti, sin dar muchas precisiones. Estamos hablando de un dirigente alemán en sus inicios políticos. ¿Quién se podría imaginar como iba a evolucionar a lo largo de los años `30? Ni hablar de lo que sucedería durante la 2ª Guerra Mundial y, lo que es más grave, con el Holocausto.

En cuanto a que Carrillo mantenía algunos conceptos biológicos acerca de la “raza argentina”, es otro absurdo. Si hay alguien que provenía de la Argentina profunda y que se sentía orgulloso por ello, era el mismo “Negro” Carrillo. En una ocasión pasaba con su automóvil frente al Jardín Zoológico y le comentó a su acompañante, el Dr. Fournery: “No entremos, pues con la cara y aspecto de mono que tengo, me encierran en una jaula”. Así de simple y sencillo era, que se mofaba de su condición física.

En noviembre de 1952 regresó a nuestro país Josephine Baker, ya fallecida Evita. El 29 de ese mes, Perón y Carrillo la reciben nuevamente. En ese encuentro fijaron juntos las bases para constituir el primer “Instituto Antirracista Argentino”. La afamada actriz afroamericana sugirió que lo nombraran a Perón presidente honorario del “Instituto Internacional Antirracista”. En ese encuentro Baker le preguntó al entonces morocho ministro de Salud, Carrillo: “¿Donde están los negros en la Argentina?”. El eminente sanitarista le respondió: “En estos momentos solo hay dos, usted y yo”. Baker hizo viajes por todo el país; quedó tan agradecida que cuando fue a despedirse de Perón, casi ruborizada le dijo: “Señor presidente le ruego que me disculpe, pero no quiero irme, sin darle un beso en la mano”. Años más tarde, Perón se refirió a este suceso: “Esto me emocionó mucho porque era una mujer humilde, una gran artista, una luchadora, y porque pensé también en esos prejuicios que los negros anidan en su mente cuando se encuentran con los blancos. Era una mujer culta y de exquisita educación”.

El objetivo primordial de Carrillo como buen médico, fue priorizar la salud contra la enfermedad, sin caer en el disparate de pensar en la creación de una raza argentina. Decía claramente: “En una sociedad no deben ni pueden existir clases sociales definidas por índices económicos. Lo económico hace en él a su necesidad, no a su dignidad”.

Se lo acusa también de haber dictado en los años ’50 (sin dar muchas precisiones) conferencias sobre la “guerra psicológica”, como si hablar de esos temas fuera un pecado o un tabú. El origen de la “guerra psicológica” se remonta a los Escitas (siglo IX a. C.), a Sun Tzu (siglo V a. C.), y más modernamente lo desarrolla el Cap. B.H. Liddell Hart. Resulta más que obvio, que la guerra afecta a sus soldados, no sólo en cuestiones físicas, sino también en cuestiones afectivas, psicológicas y en estados de ánimo. Pensar que esas cuestiones tienen que ver con resabios del ejército nazi, es de un grado de ignorancia supina y caprichosa. Pues esas cuestiones que hacen a la formación militar y psicológica de las tropas, fueron tratadas por los especialistas de las naciones más avanzadas, más aún por aquellas que tuvieron que enfrentar las dos guerras mundiales.

Con relación a su actitud hacia los homosexuales, de la que tampoco hay evidencias reales, no se puede decir que era una personalidad homofóbica. En esa época, la postura sobre la homosexualidad sería justo analizarla en el contexto, pues es anacrónico imponer nuestras ideas del 2020 sobre los años `30, especialmente teniendo en cuenta que esa vetusta mirada sobre la condición sexual de las personas era moneda corriente también en Europa y Estados Unidos. Tanto es así, que hasta hace 30 años, la OMS consideraba a la homosexualidad como una enfermedad. Es de ponderar la buena amistad que tuvo Carrillo con el famoso cantor Miguel de Molina, un republicano antifranquista, abiertamente homosexual, que residió un tiempo en Buenos Aires en la época de Perón.

En cuanto a la hipotética vinculación de Carrillo con el médico danés Carl Vaernet, podemos decir que trabajó en el Ministerio de Salud Pública un tiempo y luego de 1955 en su consultorio particular en la zona de Palermo, hasta su muerte en 1965.

De ahí a sostener que Vaernet colaboró bajo las órdenes directas del ministro Carrillo hay un camino inexistente y especulativo. Además, tengamos en cuenta que en esa época era normal la presencia de extranjeros trabajando en distintos ministerios, entre los miles de empleados que prestaban servicios en el estado. A mayor abundamiento, me cuesta creer que Carrillo pudiera estar al tanto de los antecedentes de ese criminal de guerra. Más aún, tengamos en cuenta que su mano derecha en el ministerio fue el judío Salomón Chichilnisky y, de haberse enterado, lo hubieran denunciado a las autoridades.

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Como buen católico, es imposible pretender su filiación o admiración por el nazismo, doctrina pagana y esotérica, plagada de errores y condenada por el papa Pío XI en su carta encíclica “Mit brennender Sorge” del 14 de marzo de 1937.

Por lo tanto, es un absurdo considerarlo fascista y más aún nazi. Nunca fue cuestionado ni objetado por el estado de Israel, ni por Pablo Manguel (líder de la Organización Israelita Argentina), otrora embajador argentino en el Estado de Israel, entre 1949 y 1954, designado por Perón. Manguel en su momento hizo protestas contra algunos colaboradores de la Dirección Nacional de Migraciones, pero nunca contra Carrillo.

Con el debido respeto, no entiendo el motivo por el cual se lo está acusando de algo que no fue, a lo que no perteneció y de lo que estuvo absolutamente ajeno, desde su concepción como humanista y cristiano.

Una apostilla es que Carrillo renunció como ministro de Salud Pública el 27 de julio de 1954. Los motivos que lo llevaron a alejarse del poder fueron principalmente su mala relación con el vicepresidente Alberto Tesaire, y la mala relación que el gobierno de Perón comenzó con la Iglesia Católica. Antes de renunciar le escribió a Perón una sentida carta, en la que le dijo: “… necesito tener este desahogo en su confianza, para que sepa que este viejo amigo suyo, que jamás apareció para las buenas, que aguantó en silencio cuantos ataques injustos se le hicieron, siempre estuvo a su lado en los momentos difíciles, porque amo su obra titánica, porque la he visto nacer y crecer…”.

A fines de julio de 1954 viajó a Estados Unidos para tratarse la dolencia que finalmente lo llevaría a la muerte. Sufría de hipertensión arterial maligna, una enfermedad grave y progresiva que le provocaba intensos dolores de cabeza.

Paradójicamente, Carrillo fue un perseguido político. Perón es derrocado y, al igual que a otros funcionarios, la Revolución Libertadora decidió la inhabilitación de Carrillo para disponer de sus bienes y lo acusó de enriquecimiento ilícito.

Esa terrible situación de injusticia, en la que le confiscan todos sus bienes, lo llevan a sufrir privaciones en Nueva York. Esto lo obligó a dejar Estados Unidos y a trasladarse al norte de Brasil, donde consiguió un puesto de médico en la compañía minera norteamericana Hannah Mineralization & Co. El 1º de noviembre de 1955 llegó a su nuevo destino, a unos kilómetros de la ciudad de Belem, estado do Pará, en el Amazonas.

En marzo de 1956 se realizó un examen médico por el que se enteró que sólo le quedaban nueve meses de vida. Ese año, la compañía minera levantó el campamento y Carrillo quedó desempleado. Sólo recibió la ayuda económica de su noble amigo y colaborador, Salomón Chichilnisky, que le permitió subsistir. El 28 de noviembre de 1956 sufrió un accidente cerebro vascular. Todavía estaba vigente el pedido de captura internacional para su extradición.

Ramón Carrillo, el Negro, santiagueño de nacimiento, amigo de Homero Manzi, “el hombre más sabio que conocí”, al decir de Perón, murió en el norte de Brasil pobre y enfermo a los 50 años, el 20 de diciembre de 1956.

* El autor es miembro de la Academia Argentina de la Historia y autor de “Perón Íntimo. Historias desconocidas”