La intención de transformar en santa a Eva Perón se remonta a 1951. Luego del Renunciamiento a su candidatura a la vicepresidencia de la Nación, propiciada por la CGT, la central obrera decidió dedicar los festejeos del 17 de octubre de ese año a Eva, la Grande. Casi un título imperial. Las tímidas referencias bíblicas que habían comenzado un tiempo atrás para referirse e intentar definir el papel de Eva Perón, a partir de ese momento derivaron en una apotéotica carrera de pródiga imaginación religiosa para representar el viacrucis de Evita, a sabiendas de que su salud se deterioraba día a día. Todos los miembros del peronismo desempolvaron el catecismo y dieron rienda suelta a sus fantasías en una competencia singularmente pía.
El mismo Perón decretó que ese 18 de octubre sería proclamado como Santa Evita, en lugar de San Perón tal como era la costumbre peronista. Es decir, Perón fue el primero en denominarla de esa manera. En una suerte de pulseada entre el líder y la central obrera, no era lo mismo un título imperial que uno celestial.
En la carrera participaban activamente los “muchachos” de la CGT, los legisladores y las representantes del Partido Peronista Femenino. Una de ellas aseguró en el Congreso de la Nación que Eva Perón era capaz de “transformar el agua en vino” y “servir la doctrina de Dios que es la de Perón y Eva Perón”. Meses más tarde, el órgano oficial de la CGT afirmó que con el Renunciamiento ella rememoró la actitud del maestro de Galilea, cuando dijo “mi reino no es de este mundo”. La jerarquía eclesiástica hacía oídos sordos ante tamaños sacrilegios, en la esperanza de que Eva era efectivamente un freno al comunismo dentro del movimiento obrero.
En la etapa previa a su muerte, la CGT y la rama femenina continuaron con las exaltaciones y diatribas religiosas. Le correspondió a la CGT agregar una nueva y extraña reflexión: “Una fuerza extrahumana que viene de siglos de historia, rejuveneció con Eva Perón la calma sagrada de los profetas y los elegidos”. La diputada nacional Ana Macri no se quedó atrás, y aportando algo de claridad, dijo en la Cámara: “Esa Eva de la historia sagrada se reencarnó en nuestra Eva de la historia argentina [...] Dios la puso en la tierra para reencarnarse a sí mismo, como lo hiciera con Cristo”. El Congreso hizo lo suyo y le otorgó un título difícil de superar: Jefa Espiritual de la Nación, mientras la Corte Suprema de Justicia de la Nación, la declaró Suprema inspiradora de las leyes. No era de extrañar que el siguiente paso sea un pedido formal al Vaticano.
Los aportes de la CGT fueron cuantiosos en panegíricos bíblicos y religiosos, en consonancia con los atributos de un liderazgo carismático. Para la central obrera, reforzar la figura de Eva era reforzarse a sí misma, dado el enorme ascendiente que tenían sobre ella. No era de extrañar que el pedido surgiese de ellos mismos. Cinco días después de su muerte, y de los innumerables altares populares que aparecieron por todo el país, el 31 de julio de 1952, el Sindicato de Obreros de la Alimentación, o mejor dicho, José Espejo, perteneciente a ese sindicado y secretario general de la CGT envió un telegrama al papa Pío XII solicitando la canonización y beatificación de María Eva Duarte de Perón. Entre los fundamentos señalaba que Eva fue “un verdadero apóstol de Cristo...que para el pueblo [ya] era Mártir y Santa” con lo cual solo faltaba la designación formal.
Parte de la fundación decía que si “Augusto, primer emperador romano, erigió un culto religioso a la memoria de César, convirtiéndolo en Dios”, en la Argentina, “la Patria entera realiza la apoteosis de su heroína”. Si bien, Perón, unos meses antes, se había arrogado la potestad de proclamarla, simbólicamente, Santa, ahora la cosa era diferente si el Vaticano daba el visto bueno ante el pedido de la CGT.
El pedido no tuvo respuesta. Sin embargo, en la central obrera siempre quedó como una deuda pendiente que le debían a la compañera Evita.