Tribulaciones, lamentos y ocaso del ala política de Cambiemos

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En el Gobierno siempre despreciaron a lo que se conoce como el "ala política" de Cambiemos. Ganaron las elecciones siendo calificados como "los boludos" (sic) del armado macrista, tal como lo reconoció uno de los principales intérpretes de la ortodoxia M, el escritor y periodista Hernán Iglesias Illa en el libro Cambiamos, una crónica de la campaña publicada una vez alcanzado el triunfo.

El amplio grupo referenciado en Marcos Peña tuvo en el 2015 la indicación bien clara de evitar inmiscuirse en los armados territoriales, donde se cuecen las pasiones del poder y se expresan las aristas menos agradables de la lucha por los espacios, que siempre son finitos. La comunicación de la campaña corrió en paralelo al diseño de las listas y el romanticismo logró preservarse hasta bien entrada la llegada al Gobierno, podríamos decir hasta que las cosas empezaron a salir mal, cuando la realidad insistió en contradecir el relato, una y otra vez, y el jefe de Gabinete decidió evitar la exposición pública y refugiarse en el silencio.

Sin embargo, el "ala política" ya había perdido posiciones el 10 de diciembre. Mirando para atrás, incluso, hasta se puede pensar que su destino ya estaba sellado cuando  Mauricio Macri alcanzó la Presidencia, el objetivo por el que trabajó incansablemente 10, 15 o 20 años, quizás incluso más todavía.

De hecho, el epítome del "ala política", Emilio Monzó, pretendía hacerse del Ministerio del Interior o algún otra responsabilidad ejecutiva. Pero el Presidente insistió en colocarlo al frente de la Cámara de Diputados para liderar las negociaciones con la oposición en el Congreso, lo que sonaba perfectamente razonable, ya que el oficialismo era minoría y se necesitaba el mejor talento para resolver esos entuertos.

En el camino, Monzó se fue quedando sin posibilidad de intervenir en las decisiones de gestión, ni territoriales, ni siquiera en la provincia de Buenos Aires, que fue alambrada por María Eugenia Vidal y su equipo político, que rápidamente concluyeron que no podían compartir el poder con nadie si pretendían sobrevivir en esas tierras salvajes.

Pero Monzó no es el único miembro del "ala política" marginado de Cambiemos. Claro, ningún dirigente de Cambiemos quiere que lo pongan de ese lado, un mote que funciona como una mancha venenosa en un Gobierno que garantiza el buen trato personal, y hasta afectivo, pero bajo un modelo que a todas luces se va consolidando como la anulación de las pasiones del poder, o el deseo de los otros. Lo bien visto es el perfil técnico y, en política, domesticado.

El "ala política" es un conjunto diverso de hombres y mujeres que normalmente no se mueven en grupo, pero se distinguen por un hecho palpable: están cada vez más afuera del Gobierno, aún estando adentro y siendo parte constitutiva. En general estuvieron en los inicios del PRO, o se fueron incorporando en sucesivas etapas de ampliación. Pero el triunfo expuso visiones distintas en la construcción que se saldaron obturando a la disidencia bajo una explicación creíble, a saber, que las urgencias de la gestión no permitían dedicar tiempo a las discusiones internas.

Gabriela Michetti fue quizás la primera castigada del ala política, ya que puso en riesgo el objetivo del triunfo de Macri por competir con Horacio Rodríguez Larreta en las primarias. Michetti derramó castigo en muchas de las figuras que la acompañaron, desde Federico Pinedo hasta Daniel Chaín, pasando por Guillermo Montenegro y Hernán Lombardi, que fue el único que pudo reciclar la confianza, quizás traccionado por su capacidad de defender la gestión con un talento que Macri valora.

(Foto: Télam)
(Foto: Télam)

Tampoco el actual Jefe de Gobierno porteño evitó la desconfianza. En el pequeño mundo de Cambiemos se comentó largamente que cuando Macri llegó a la Presidencia estaba enojado con él porque se había enterado de que había convocado a armar un equipo para sucederlo, y se lo hizo saber.

Si se extrema el análisis, hasta María Eugenia Vidal es "ala política". Ni qué decir de su jefe de Gabinete, Federico Salvai, quien cuida las espaldas de la Gobernadora y diseña la política territorial. En rigor, pocas cosas le molestan más a Macri y Peña que se diga que el jefe de la Gobernadora es Rodríguez Larreta. El Presidente nunca lo va a reconocer, pero gente que lo conoce asegura que se mostró muy contento con la discusión que se generó en torno al adelantamiento de las elecciones en la provincia de Buenos Aires porque Cambiemos en la Ciudad necesitaba unificar, lo que colocaba a Rodríguez Larreta y Vidal en veredas distintas.

En el mundo M, cualquiera que disfrute de la política como una práctica que exceda la experiencia algorítimica es "ala política". Los demás son técnicos. Bajo este paradigma, no es necesario empatizar con las personas sino llegarles con el mensaje ultrasegmentado y preciso, en la fracción de tiempo que el elector está en Internet. Lo que se busca es ganar, no hay tiempo para dejarse llevar por los sentimientos. Eventualmente hasta se llegará a ir a visitarlos en su casa para dejar bien claro que "estamos cerca", poniendo la cara a las dificultades hasta que se logren las transformaciones.

El modelo M de construcción política es perfectamente medible, algo de lo que carece el tradicional. Además, no genera devolución de favores ni compromisos. Por eso, una vez que Macri llegó a la Presidencia debe haber pensado: ¿para qué necesito a Monzó, el que armó el PRO en casi todo el país y ahora se cree imprescindible?

Por eso el armado territorial quedó en manos del Jefe de Gabinete y también jefe de campaña, que no tiene compromisos con nadie y en general toma las decisiones sobre la base de la información semicientífica de las encuestas. De vez en cuando, si es necesario atender alguna pasión terrenal, sumará a algún otro funcionario, por ejemplo, Rogelio Frigerio, un "ala política" que también está en camino de salida, pero más ordenada que la de Monzó, quizás trasladándose al BID.

Hasta hace un tiempo también podría ser de la partida Ernesto Sanz, un "ala política" radical que llegó a tener muy buen vínculo personal con Macri pero nunca empatizó con Peña, porque pretendía su puesto. Cuando vio de qué se trataba el modelo M de construcción política dio un paso al costado, y se evitó muchos disgustos.

Cuando arreciaban los problemas, Monzó y Sanz fueron convocados de urgencia para sacarse unas fotos en Olivos con la cima del poder, y así mostrarlas al círculo rojo. Pero cuando la economía comenzó a estabilizarse, otra vez fueron relegados. Es que la capacidad para construir redes de solidaridad política no parece estar considerada un activo en el corazón del Gobierno. O tal vez estén convencidos de que cualquiera que reemplace a Monzó (o a Sanz) será una escoba que barrerá mucho mejor y no hablará tanto con los medios para expresar sus disgustos como lo viene haciendo el ex intendente de Carlos Tejedor. Y es probable que así sea.

De todos modos, ante la posibilidad cierta de que Macri obtenga la reelección no está de más preguntarse si el modelo M de construcción política será sustentable en un segundo mandato, con un Congreso que será notoriamente más hostil de lo que fue hasta ahora y una herencia propia de la que no tendrá más remedio que hacerse cargo. Quizás se anime a diseñar otro sistema, muy distinto al que dominó este mandato, con una nueva base de sustentación. Hay quienes aseguran que lo está pensando.