La derrota mundialista: una noche para recordar

Sebastián Blasco

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Ravshan Irmatov se dirige a la mitad del campo de juego con su silbato en la boca. Con estrepitosos pitidos, anuncia el final del encuentro. De forma contigua, se desdibujan en millones de argentinos parte de nuestras ilusiones mundialistas. Al igual que sucede luego de una comida familiar, devino la sobremesa pospartido. Aparecieron declaraciones, comentarios, opiniones. Casi todas las voces coincidían que era un partido para olvidar, un hecho que debemos dejar en el pasado. ¿Acaso no será al revés? ¿No debería ser el partido versus Croacia nuestro anclaje para tomar conciencia de que nada de lo ocurrido debe ser repetido en el futuro?

En el año 1914, Sigmund Freud, quien sentara las bases de la psicología profunda, desarrolló un magnífico texto titulado Recordar, repetir y reelaborar. Allí pone de manifiesto que muchas veces, cuando experimentamos determinadas vivencias displacenteras, que resultan intolerables, difíciles de asimilar, procesar, y generan culpa, vergüenza y malestar, tendemos a utilizar un mecanismo de defesa que consiste en desalojar ese recuerdo de la cadena asociativa, de nuestro estar consciente. De esta forma, se produce el olvido.

Hasta aquí parece una solución bastante efectiva. Olvidamos. Negamos lo sucedido. Echamos culpas y seguimos como si nada. Pretendemos renovar el plantel, olvidar, sin afrontar las dificultades de base. No queremos ver lo que hay por detrás. Pero este cúmulo de malas decisiones tiene un costo. ¿Qué pasa? Freud plantea que ese recuerdo reprimido se aloja en el inconsciente, aún con vida, con energía, fuerza. Por tal motivo, siempre va intentar aparecer. Va a hacer lo posible por hacerse presente. Se repite, se repite, se repite. Como un patrón inalterable, se repite una y otra vez a lo largo del tiempo. Según el autor, existe una única forma para lograr salir de este círculo neurótico: recordar, tomar conciencia, afrontar.

Una noche para recordar. Para tomar conciencia de que no todo da lo mismo. Que inspirar valores no es lo mismo que no hacerlo. Que el tiempo de trabajo, la tolerancia y los proyectos son esenciales. Una noche para recordar que estar al mando de tres entrenadores diferentes bajo un mismo período mundialista no es eficiente. Para poner de relieve finalmente, y con real convicción, que la búsqueda desenfrenada por obtener resultados no nos va a llevar a ningún sitio fructífero. Para darnos cuenta que improvisar y especular no nos basta. Para dejar de reclamar héroes messiánicos y comenzar a construir equipos.

Por favor, no nos permitamos olvidar nada de esto. No olvidemos que en los detalles radica el espíritu de los equipos. Que saludar a un rival después del partido no es lo mismo que no hacerlo. Que condenar con silbidos en medio de un partido a un jugador por una equivocación no es el camino.

Nos duele, nos pesa. Nos resulta incómodo mirar la tabla de posiciones y tener que hacer cuentas matemáticas. Afrontemos que esta es nuestra realidad hoy. Hemos tomado malas decisiones. Estas son las consecuencias. Respondamos por ello. Hemos conducido al fútbol argentino a un lugar nocivo. Lo hemos arrinconado contra las cuerdas. Nuestro exitismo, nuestra crueldad, nuestras ansias de poder. Nuestra necesidad de sentirnos revalidados a partir de un resultado. No estamos exentos.

Volvamos a construir los cimientos de nuestro fútbol. Construyamos reglas y normas internas. Referentes a quienes mirar. Tradiciones que respetar. Horizontes que alcanzar. Barramos nuestra propia basura. Prioricemos el trabajo invisible, aquellos detalles que no se ven, que retornan la mirada hacia la persona, posibilitando el despliegue de todas nuestras potencialidades.

El fútbol es absolutamente imprevisible. A partir de ahora puede suceder cualquier cosa. Es el deseo de todos nosotros que este Mundial curse un camino plagado de triunfos para nuestra selección. Sin embargo, pase lo que pase, nada debería alterar lo que hemos presenciado en el partido ante Croacia.

Recordar, para no repetir y reelaborar.

El autor es profesor de la carrera de Psicología y director del primer Curso de Psicología del Deporte de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.