
(Las rupturas: cuando el amor termina. El vaciarse del otro. Fragmento del El libro del buen amor)
Las separaciones, o la idea de separarse, es uno de los grandes motivos de consulta en mi práctica. Permanentemente llegan personas con una profunda duda de continuar o no con su proyecto amoroso. También acuden con la decisión tomada y quieren trabajar para implementarla de modo que conlleve el menor costo para todos. Muchos otros llegan con la ruptura en carne viva y con todos los temas para ser tratados por lo que implica ese acontecimiento. Más allá de si hay hijos o no, de si existen cuestiones de dinero o patrimonio, elementos que siempre complejizan la situación, encaremos algunos puntos generales para luego pasar a analizar situaciones más específicas.
Comencemos por el más elemental: ¿qué es separarse? o ¿qué es una ruptura en el territorio del amor?, ¿de qué nos separamos? Cada pareja construye en el tiempo lo que a mí me gusta llamar patrimonio emocional. ¿Qué significa esto? Las rupturas implican comprender que nos separamos y, al hacerlo, perdemos al otro, al mundo del otro, y perdemos al patrimonio emocional construido en ese vínculo, que comprende a todas las vivencias compartidas con sus particulares matices emocionales asociados en ellas. Se trata en realidad de una ilusión de pérdida, pues todo lo que vivimos, todas las personas que pasan por nuestra vida, nos transforman, nos imprimen cosas, es decir que "nada se pierde, todo se transforma".
Pero en el momento de las separaciones, no pensamos en eso, claro. Cuando nos separamos, además, lo hacemos del otro y de sus vínculos, de su familia, de sus amigos, de los códigos que esa persona tiene con sus seres queridos, de sus formas, de sus gustos, de la cultura familiar de la cual viene. Nos separamos de lugares, de personas, de frecuencias emocionales, de aromas, de texturas, de sabores…de pasiones y rechazos compartidos, de complicidades en el humor y de decenas de cosas, quizá más invisibles, de las cuales nos fuimos impregnando casi sin saberlo.
Sí, el amor es constructor de identidad. El otro nos constituye, nos transforma, nos hace mutar, metamorfosear, nos aporta una multiplicidad de cualidades que modifican nuestra personalidad. Nos separamos o debemos desprendernos, también, de un sinfín de cosas materiales que están revestidas de historia afectiva, o que simplemente hacen a nuestra calidad de vida. Rompemos con un universo simbólico, otro afectivo y otro de cosas reales, empíricas, no solo con el ser amado. El más activo en la decisión de la ruptura podrá metabolizar de modo más efectivo, desde luego, la pérdida de todo esto. Sin embargo, el desgarro por el otro y por el mundo del otro es compartido. Siempre, claro está, que estemos hablando de parejas que se hayan construido sobre la base de un amor verdadero, con sus dificultades, pero auténtico. Nada de esto corre para vínculos efervescentes, sin historia o enfermos, ni para personas que rompen en los primeros momentos, los de enamoramiento, donde todo es pasión y sexualidad y nada cala demasiado hondo.

En buenos términos o malos términos, más allá de las coordenadas de cómo se produjo la separación, la pérdida siempre es la misma. En consecuencia, difícilmente haya separaciones sin una buena dosis de enojo. Este enojo, condición necesaria en toda separación real, a menudo impide ver o valorar eso que se está perdiendo. Es muy difícil tomar distancia y poder soltarse del otro sin enojo. Nos referimos a aquellos que probablemente no sean muy profundos, hasta banales, pero que son necesarios en el momento que uno de los dos tiene que irse, y esto es más allá de que vivan juntos o no.
Siempre, en algún momento, luego de una charla o discusión, uno de los dos tiene que partir, al menos por un tiempo. Ese movimiento necesita imperiosamente cierto enojo o diferencia esencial. La fuerza, el envión para romper, sale en general de ahí. Así es como muchas parejas demasiado dialoguistas o poco temperamentales…terminan por no separase nunca, y se eternizan en un malestar conocido por años, ambos instalados en su zona de dolor, paralizados, porque no quieren pagar ningún costo ni hacérselo pagar al otro. Y no, separarse es siempre con dolor. Muchas parejas se quedan solo porque tienen una historia en común, un pasado vivenciado, pero poco o nada para compartir en el presente.
Ahora bien, separarse, terminar con una relación, implica un vaciamiento libidinal del otro. ¿Qué quiero decir con esto? Que amar es poner cantidades de libido, de energía, de interés, de proyectos en ese objeto amado. Toda esa enorme cantidad de libido, al separarse, queda libre y disponible. Puede volcarse en los hijos, en el trabajo, en los amigos o puede quedar flotando en uno hasta que aparezca otra persona en donde depositarla. Invariablemente, en todos los casos, se trata de lo mismo, de retirar como se pueda la libido de la persona de la cual nos estamos alejando. Recuerdo a un paciente, Lucas (42), muy lúcido siempre para relatar y describir las cuestiones del amor.
"… ¿Te acordás de Mariela, mi primera mujer, esa que me case a los 20 y estuve hasta los 27? Bueno, me la encontré en un bar. A ver si me entendés, Gervasio: iba a no saludarla, estaba apurado, hace más de 10 años que no la veía. Pero para no ser descortés, aparte creo que me había visto, me acerqué…y nada che, como si fuese una extraña. Y creo que ella sintió lo mismo. A ver: siete años juntos, viajes por el mundo, proyectos de tener hijos, perros, seis años de convivencia, mucha unión de las familias…sexo…amor…y nada che. No sentí, creo que no sentimos nada, extraños… Qué efímero es todo ¿no? Qué raros somos los seres humanos ¿verdad?…"

Lucas narraba la cruel realidad del amor: cuando se apaga la pasión, cuando las diferencias comienzan a ser muy grandes entre dos personas y se rompe el vínculo, pasado un tiempo, o incluso casi de un día para el otro, cuando ya ese otro no es objeto de nuestra libido o energía…pasa a ser nada. ¡Ni hablar si luego de la ruptura se logra construir una vida amorosa satisfactoria! El otro, el del pasado, el ex, se vacía de sentido, pasa a ser un extranjero en nuestra tierra afectiva. Un recuerdo malo, bueno, pero nada más que eso, una huella sin protagonismo en nuestra vida cotidiana.
Por otro lado están "los abandonados", quienes llegan con el alma partida en mil pedazos: quieren estar con sus seres amados pero estos ya no con ellos. Vaya dolor del que estamos hablando, de los más grandes que se puedan transitar, de los que más lastiman el narcisismo y la autoestima. Ven, sienten, vibran que han dejado ser algo importante para el otro, registran que casi dejaron de existir para el que se va, y eso duele, es un torniquete que aprieta el alma del abandonado, es de las cosas menos simbolizables que podamos vivir.
"…lo veo en sus ojos, no me desea, no me mira como antes, no me extraña, no quiere pasar tiempo conmigo… soy una nada para él. Me trata bien, me está dando lo que vos llamas "una salida digna", pero soy nada… lo siento. ¿Cómo puede ser? ¿Se acabó todo? ¿Así, en tan poco tiempo?…no lo soporto…me duele. Trato de hacer de todo para que me vuelva a mirar como lo hacía antes, pero no, solo me observa con una ternura complaciente, distante, y me dice que tengo que entender que todo terminó, que me quiere mucho, como persona. ¿Cómo puede ser que no me extrañe?…no tengo consuelo, no puedo soportar la idea de perderlo…"
¿Qué nos muestra el relato de Martina? Describe muy bien lo que es el vaciamiento del otro, lo que ocurre cuando dejamos de amar a alguien. No se trata de que uno deja de amar al otro porque es malo, simplemente ese otro pasa a ser nada porque se deja de depositar en él futuro, presente, proyectos, libido… es así. Considero que siempre es central tratar de dar una salida digna al otro cuando dejamos de amarlo. ¿Qué significa esto? Que hay que tener en cuenta la fortaleza y debilidades del otro. Tratar de valorarlo o valorar esa historia en común hasta la última charla. Intentar que ese otro se quede bien con el papel que ocupó durante la trayectoria amorosa, darle contención al menos hasta que pase el dolor de abandono más agudo. Luego, sin duda, los duelos son sin el otro y no con el otro. Llegado el momento, no hay más remedio que tomar una distancia casi absoluta para que el abandonado vaya olvidándonos, para que nuestra imagen se vaya esmerilando… diluyendo en la mente y los sentimientos el otro. No hay otra. No obstante, insisto: el abandono es la posición de objeto por excelencia, allí somos un objeto, no un sujeto que decide porque el otro decide por nosotros , y no podemos hacer nada ante esa retirada.
Cada persona resuelve o supera las rupturas en función de su personalidad de base, y también en relación con su propia historia. Las rupturas, el dejar o el ser dejado, actualizan asuntos traumáticos de nuestro pasado vincular y de todo lo que hemos vivido, sobre todo en nuestra infancia. Desde luego, ya hemos hablado de la infancia olvidada y de cómo aquello vivido nos imprime un sinfín de sustancias fundamentales para la vida adulta y sus avatares.

Pensemos en las personas que no logran superar el abandono, el ser dejadas. Quedan atrapadas en una renegación de esa pérdida. No la aceptan, no pueden digerir esa realidad traumática, y como modo de defensa muy primario o primitivo, la desmienten, la niegan y quedan atrapadas, atornilladas al objeto de amor perdido, a la perdona que los ha abandonado. Quedan esperando a que vuelva. Eso es lo que los psicoanalistas llamamos "posición melancólica", que es quedarse anhelando eso perdido, y no poder aceptarlo. Incluso suelen aparecer autocastigos del tipo: "yo he hecho que me dejen, es por mí".
Está claro que toda ruptura implica un duelo, pero cuando ese duelo lastima en extremo y se continúa demasiado en el tiempo, se transforma en melancolía y hay que atenderla, porque te puede trabar la vida amorosa de modo sorprendente. Muchas personas, por quedar anclados a ese otro del pasado, no pueden hacer el trasbordo a un otro del amor, no pueden volver a amar a nadie, y eso empobrece tremendamente la vida.
En la separación, que significa "vaciar al otro de libido", el melancólico, el que queda atrapado en ese duelo eterno y patológico, no puede vaciar de todo al que se fue. Simplemente sigue poniendo pasión, libido, interés y esperanzas en alguien que ya no está. La tarea terapéutica, en estos casos, es tratar de procesar la pérdida, ir bañando de realidad a ese proceso de negación pero, por sobre todo, empujar a los consultantes a que salgan al mundo, a darse una nueva posibilidad en lo afectivo. Aquello de que "un clavo saca a otro clavo" es una frase sabia para comprender de qué se trata en este proceso.
También tenemos que derribar mitos como ese que dice que, luego de una separación, hay que estar un tiempo solo, aprender a estar solos para luego sí sumergirse de vuelta en otros o en la búsqueda. Yo recomiendo todo lo contrario: es mejor tratar de estar con otros, buscar, abrirse a nuevos vínculos de inmediato. Eso no anula seguir haciendo el proceso de manera interna. Pero más allá de todo esto, les digo que en realidad no perdemos jamás a nadie, solo vamos sustituyendo amores, y esto lo hacemos desde niños, es así.
Sustituimos a nuestros padres por la maestra, por el ídolo del rock o del deporte en la adolescencia, y luego, ya de adultos vamos amando a personas que están bien por fuera -al menos aparentemente- de nuestra historia familiar. Algunos aman para toda la vida a alguien, otros aman a varias personas durante su vida, todas las formas son válidas.
Los motivos por los cuales las parejas se separan son siempre los mismos: ocurre cuando se apaga la pasión o cuando se produce un crecimiento asimétrico en esa pareja. También hay separaciones que tienen que ver con que se agotaron los intereses en común, las pasiones compartidas, o por insatisfacción de la vida cotidiana construida, o porque hay maltrato. Hay muchas más causas, solo menciono las centrales. En todos los casos, las separaciones siempre son dolorosas, quizá solo para un solo sujeto de esa pareja, pero duele, siempre.
En las separaciones nos queda un vacío, es un fragmento de nuestra historia que se va con el otro. Las separaciones son y generan un gran desorden interno, un enorme desequilibrio emocional. Son verdaderas revoluciones subjetivas las que se producen, pero si se pueden procesar bien, nos hacen evolucionar enormemente. No olvidemos que nos separamos porque algo del mundo de esa pareja ha entrado en crisis, y la experiencia muestra que evolucionamos con las crisis, no hay vuelta.
Por último, quisiera agregar que las separaciones ponen en marcha nuestra capacidad de aceptar la finitud. La ruptura de un vínculo, si este fue bueno, si hay historia, hijos, desde nuestro inconsciente se asocia siempre con la muerte. Lo que termina, muere. No es que se vive así conscientemente, pero en ese submundo que los psicólogos llamamos "lo inconsciente", se tramita como un duelo, como algo que muere realmente, que deja de estar en este mundo. Tal vez aceptar la finitud ocasional del amor, nos hace dar un salto madurativo muy importante. Quizá todo el asunto no sea otra cosa que lograr esa sabiduría en donde, de algún modo, aceptamos que el amor, al igual que la vida, puede no ser eterno.
Por Gervasio Díaz Castelli
Facebook: Gervasio Díaz Castelli
Twitter: @gerdiazcastelli
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