Qué relación hay entre “Cien años de soledad” y “Pedro Páramo”; el periodista Juan Camilo Rincón habla sobre “Colombia y México: Entre la sangre y la palabra”

Leamos habló con el autor colombiano sobre esta obra en la que, combinando ensayo, crónica y entrevistas, narra la interacción cultural y, especialmente literaria, entre ambos países a lo largo de los años

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Juan Camilo Rincón, escritor de "Colombia y México, entre la sangre y la palabra" (Cortesía)
Juan Camilo Rincón, escritor de "Colombia y México, entre la sangre y la palabra" (Cortesía)

El escritor y periodista colombiano, Juan Camilo Rincón, conocido por obras como “Ser colombiano es un acto de fe: Historias de Jorge Luis Borges y Colombia” (2014) y “Viaje al corazón de Cortázar” (2015), volvió a las librerías en el 2022 con un libro donde revisa las relaciones entre las literaturas de México y Colombia. Aquí, el autor traza un mapa, valiéndose de elementos de la crónica y el ensayo, para narrar esta historia que permite transitar la geografía afectiva entre ambos países, en el ámbito cultural.

El título del libro es “Colombia y México: Entre la sangre y la palabra” y ha sido publicado por la editorial Palabra Libre. Rincón explica que se trata del producto de una investigación que le llevó cerca de diez años, tiempo en el que se internó en diversos ensayos, crónicas, notas de prensa, cartas, entrevistas, libros y otros documentos que dieron como resultado este recorrido por los lazos que los dos países han forjado, especialmente durante el siglo XX.

— “Entre la sangre y la palabra” aborda la relación entre Colombia y México desde la literatura, pero desde el prólogo nos recuerda que la relación cultural entre ambos países es mucho más amplia ¿De dónde proviene esa fascinación mutua entre ambos países?

— Bueno, ¡pues para eso escribí el libro! (risas). Es muy difícil resolver eso en pocas palabras, pero sí: lo que une ambos países, en principio y más que el tema literario, es el cultural. Hay atenuantes esenciales en esta conversación entre Colombia y México. Estamos en el mismo continente, fuimos obligados por la Colonia española a hablar el mismo idioma y tener la misma religión, pero eso pasa con el resto de Latinoamérica ¿no?

Entonces ¿cuál es la conexión? La premisa, o mi hipótesis, es que esta relación entre Colombia y México siempre ha existido y siempre se ha fortalecido a partir de las relaciones que ha dejado la cultura, desde la fotografía, la pintura, los contactos, los encuentros, los amigos… siempre hay diferentes formas de conversación al respecto. En el libro hay referencias iniciales a interacciones con la obra de Sor Juana Inés de la Cruz durante la Colonia, pero, principalmente, hago énfasis en los últimos 200 años, porque es en ese lapso cuando se constituyen las dos naciones; es ahí donde se genera una identidad propia y donde realmente inicia esta correspondencia.

¿Por qué Colombia no tiene esa clase de vínculo o correspondencia con otros países de la región?

— Siempre he pensado que hay conexiones regionales, y la creación de los países ayuda a que el tema social produzca ciertas afinidades. En ese sentido, Colombia no tiene una migración de europeos tan numerosa en el siglo XX como sucede en el Cono Sur. Nosotros tenemos más contacto con el Caribe y el Pacífico, y eso ya marca diferencias con lo que puede pasar con Chile. Latinoamérica se mide en conceptos regionales, y hay varios de estos que tocan a México y Colombia, lo que es esencial. De ahí que la pregunta se intente responder a lo largo del libro y suelte muchas hipótesis al respecto, mismas que van cambiando con el transcurrir de las décadas, porque lo que nos une como país está cambiando todo el tiempo.

Es distinto lo que sucedía en los años 40 cuando existía el Cine de Oro, cuando lo único que llegaba al campo colombiano era toda esa producción, junto a la música de Pedro Infante o Jorge Negrete. Era difícil que llegara lo que sucedía en Chile o Costa Rica, por ejemplo. Esa transmisión de conocimientos fue decisiva, sumado al hecho de que la composición del campesinado y la forma en que este transitó a las ciudades fueron procesos muy similares en ambos países.

Ahora nos unen otras cosas, como la migración, la forma en que se habla de la mujer y de la literatura escrita por mujeres.

¿Cómo nació la idea de escribir Entre la sangre y la palabra?

— La investigación para este libro inició hace unos diez años. Sabía y entendía que existían unos vínculos entre Colombia y México. Yo tenía mi LP del primer disco de Aterciopelados (”Con el corazón en la mano”) que se prensó en México, y tenía mis discos de Caifanes y de Café Tacvba. Existía un tema musical incluso desde antes con las rancheras y Juan Gabriel; también había leído algunos libros y veía ciertas similitudes, pero el camino lo vi cuando me di cuenta que uno de los libros que más nos representa y nos define como colombianos, “Cien años de soledad” fue escrito en México. Ahí dije: “esto hay que investigarlo”, porque surgía la pregunta de si Gabriel García Márquez lo escribió encerrado y lejos de la cultura mexicana o, por el contrario, la cultura mexicana influyó en su creación.

¿Y qué encontró?

— Cuando me puse a investigar me di cuenta de que sí, que hubo una relación muy cercana con los intelectuales mexicanos, españoles y latinoamericanos que estaban en ese momento en México. Entonces si fue muy importante que se hubiese escrito allá. Otra cosa es que Álvaro Mutis lo recibió allá y cuando García Marquez estaba concibiendo “Cien años de soledad” en su cabeza, le entregó un libro para ayudarlo a descifrar la forma de contar esa historia; ese libro fue “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.

Comala no existe, Macondo no existe; Comala existe como municipio en México, pero uno no va allá y habla con los muertos; existe como la creación del pueblo imaginario de Rulfo, algo parecido pasa con Macondo. Pensé en el tema de las dos ciudades imaginarias y ahí comencé a trabajar en el tema. Fue bonito, porque después apareció Mutis, y otros artistas, como Porfirio Barba Jacob, Leo Matiz, o Romulo Rozo, que me develan un mapa grandísimo; ahí me di cuenta de que esto no eran un artículo o un ensayo: era un libro.

¿Cómo se estructura el libro?

— Se divide en tres partes: la primera es de crónicas, la segunda es un reportaje y la tercera son entrevistas a diferentes escritores colombianos y mexicanos que intentan responder por qué es importante la relación entre Colombia y México.

Una de las entrevistas más llamativas fue la de Juan Villoro, por ser uno de los que habló con más claridad sobre la relación entre ambos países. Todavía más sorprendente que contara que hizo en México un programa dedicado al colombiano Andrés Caicedo, porque, a pesar de ser estilos distintos, ambos autores desarrollan su obra alrededor de lo urbano

— Algo llamativo es que cuando se estaba construyendo toda esta escena alrededor de Caicedo, Mayolo y Ospina, también en México se estaba haciendo una revolución en esa dirección, que se llamó la literatura de la Onda, protagonizada por jóvenes que hablaban de la ciudad y que hablaban de la música, siendo dos características fundamentales de ese momento. Es un paralelo muy interesante que se conecta sin conectarse, y Villoro vio esa conexión con la escena de Cali, esa misma necesidad de hablar sobre la ciudad y la música en un momento donde todavía el espacio rural era protagonista en las obras de ambos países. Juan ha estudiado mucho eso y le llama mucho la atención la relación entre la música latinoamericana y especialmente el rock, con la literatura. Uno cuando entrevista a sus ídolos se pone algo nervioso, y de hecho en el libro hay dos entrevistas con él de dos épocas distintas. Juan fue muy claro y me mostró un panorama muy interesante que me ayudó a conocer muchas conexiones. Cuando él me daba estos puntos yo iba a los archivos en México y en Colombia y los buscaba. Todas las entrevistas me ayudaron mucho, pero Juan sin duda es un gran representante de la relación entre Colombia y México.

Uno de los puntos que destaca en esta historia es la aparición de la revista Mito, por poner en común la difusión de toda las vanguardias literarias que existían en América Latina. ¿Qué le permitió tener semejante impacto en el desarrollo cultural del siglo XX?

— En ese tiempo comprar un libro en Colombia era un “gallo” (problema). La mayoría de los libros se imprimían en Barcelona, en México o en Buenos Aires. Eso no ha cambiado mucho hoy en día, pero antes había muy poca impresión en Colombia. Conseguir un libro de Marcel Proust era muy difícil, tocaba traerlo de Europa o esperar el barco, como hacía García Marquez mientras llegaban a la librería. Existían los periódicos, pero no lograban satisfacer la demanda. Dejaban el deseo, porque leía un cuento de Borges pero no podía leer el resto del libro. No había mucha impresión de libros en América Latina y cuando imprimían era porque sabían que eran éxitos garantizados. Los primeros libros de Borges eran de apenas cien ejemplares, por ejemplo.

En ese orden de ideas, las revistas comenzaron a suplir ese espacio. Primero Sur en Argentina, Orígenes en Cuba, la Revista Mexicana en México, y Mito en Colombia comenzaron a mostrar estas nuevas voces de la literatura. Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus fueron muy inteligentes y cuando estuvieron en Europa pidieron contactos y direcciones, que era el equivalente a pedir el e-mail hoy. Entonces les escribían y les preguntaban si podían darles un poema para su revista. Aquí la gente pudo leer la generación del 27, de Lorca, Alberti, Salinas o Guillén. Estas revistas fueron esenciales porque generaron lazos entre los países. Hubo una relación muy grande con la literatura mexicana por esa vía.

En Mito, García Márquez publica sus primeros cuentos y El coronel no tiene quien le escriba. Mito no era solo revista sino editorial, entonces permitía esos juegos. En esos mismos números de Mito, que son muy pocos en realidad, sucedía lo siguiente. La revista de Carlos Fuentes en México decía “mándeme la publicidad de Mito y la muevo acá, y yo le paso la mía para moverla en Mito”. Eso hacía que se generara una conversación que se fue haciendo más estrecha al punto que Fuentes decía “tengo estos cuentos, ya los voy a publicar pero quisiera que los publicaran en Bogotá”.

Entonces, muchos años antes de que Carlos Fuentes se conociera con García Marquez en México en los sesenta, ya se habían leído mutuamente. Entonces se produce primero el respeto y luego la amistad. Entonces Mito se hizo importante porque a falta de ejemplares, se podía imprimir un facsímil de poemas de Octavio Paz y la gente podía admirar su obra. Mito fue la primera creadora de esa conexión de creaciones, de amistades y de literaturas.

¿Qué proyectos tiene en el futuro?

— Para el segundo semestre voy a cerrar este cuarteto de ensayos con un libro hablando sobre los extranjeros culturalmente importantes que vinieron a Colombia y cómo vieron a Colombia. No me voy a centrar en un solo país como sucede con México, sino que voy a hablar de todos. Vino gente muy chevere y es muy loco saber qué hacía el visitante en Colombia durante los 1900, o preguntarse por qué hay tantos poemas de las mariposas de Muzo y nadie las ha visto.

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