
En la Edad Media, el ejercicio físico se integraba con naturalidad en la vida cotidiana, lejos de la búsqueda de una figura esbelta o de la superación deportiva. El movimiento era considerado esencial para el bienestar espiritual y el equilibrio interior, formando parte de una visión global que entendía la salud corporal como un requisito para cumplir los deberes religiosos y sociales.
Teoría de los humores y función del ejercicio
La medicina medieval se basaba en la teoría de los humores, heredada de Galeno. Se creía que el equilibrio entre sangre, flema y bilis protegía contra las enfermedades. El ejercicio físico se valoraba como una herramienta para mantener esa armonía interna, más allá de cualquier objetivo estético o competitivo. Actividades como caminar al amanecer, montar a caballo, practicar esgrima o pasear por los jardines no solo tenían un fin recreativo, sino que ayudaban a conservar el equilibrio corporal.

La dimensión religiosa impregnaba todas las facetas de la vida, incluido el cuidado físico. El ejercicio se practicaba en un contexto espiritual donde la salud del cuerpo se relacionaba directamente con la salvación del alma. Muy Interesante señala que el lema era: “Vivir bien y morir mejor.”
Monasterios: disciplina y movimiento
En los monasterios, la actividad física formaba parte de la rutina diaria. Registros históricos citados por el medio describen a monjes trepando cuerdas, saltando en los jardines o remando, no para competir, sino como prevención de males corporales y espirituales. El contacto con la naturaleza a través de caminatas se consideraba un remedio para la melancolía.
Los jardines y senderos conventuales se diseñaban para fomentar el bienestar espiritual mediante el movimiento. La moderación y la unión con la naturaleza destacan entre los valores centrales de esta práctica.
Nobles y élite: distinción y formación
Mientras la mayoría campesina ejercitaba su cuerpo por necesidad, las clases altas desarrollaban ejercicios exclusivos. La caza, la equitación, la esgrima y la lucha preparaban para la guerra y simbolizaban disciplina y autocontrol. En las cortes, la actividad física se ligaba al refinamiento propio de la nobleza.

Manuales conocidos como regimina sanitatis ofrecían pautas según edad, estación y estatus social. Destinados principalmente a la élite, estos textos recomendaban juegos al aire libre para jóvenes y paseos tranquilos para mayores. El ocio activo, como el tenis o la caza con halcones, era un privilegio que reforzaba la jerarquía social.
Clases populares: ejercicio impuesto por el trabajo
La mayoría de la población no elegía hacer ejercicio; la labor cotidiana implicaba actividad física constante. Campesinos y artesanos se mantenían en movimiento arando, acarreando leña o transportando agua. Muy Interesante subraya que para estos grupos, la idea misma de “hacer ejercicio” resultaría tan insólita como “descansar tras dormir” para la sociedad de hoy.

Algunas actividades recreativas, de acceso restringido, profundizaban la separación social. De hecho, ciertos juegos populares como el fútbol medieval eran considerados vulgares y poco recomendables por las élites que temían su impacto sobre el cuerpo y el alma.
Normas, creencias y reglas sobre el ejercicio
La Edad Media promovía una visión moderada del ejercicio. Correr era visto como superfluo o incluso perjudicial para el equilibrio interno; en cambio, se aconsejaba caminar de forma enérgica, pero sin agotar el cuerpo.
Los manuales médicos advertían sobre el riesgo de ejercitarse tras las comidas y recomendaban la mañana como el momento adecuado, con el cuerpo “limpio” y preparado. El entorno natural se consideraba fundamental para el bienestar espiritual.

Aunque prevalecía la moderación, algunas prácticas requerían esfuerzo, como la lucha entre caballeros o el tiro con arco. El baile también se admitía como ejercicio adecuado, mientras se evitara el exceso.
El contraste principal reside en la motivación. En la actualidad, el ejercicio suele asociarse con la imagen corporal y el rendimiento, pero durante la Edad Media, el cuerpo se concebía como un instrumento para servir a Dios y mantener la mente libre de tentaciones.
Muy Interesante concluye que el cuerpo debía estar en forma, sí, pero no para mostrarlo, sino para vivir bien y morir mejor. Caminar por el claustro, remar en silencio o cuidar un huerto ejemplificaban la unión entre el cuidado físico y el desarrollo espiritual.
Frente a la cultura de las métricas y la competitividad actual, la mirada medieval recuerda la importancia de buscar un bienestar integral, donde la armonía entre cuerpo y espíritu ocupa el centro.
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